Muchos se preguntan sorprendidos acerca de por qué el liberalismo tiene muy poca aceptación en muchos países a pesar de la superioridad que la democracia política y la democracia económica han mostrado a lo largo y a lo ancho del mundo. El principal factor ha sido, seguramente, la tenaz y persistente difamación que sufre por parte de los sectores socialistas. El segundo factor, no menos importante, ha sido la incapacidad de varios de sus “adeptos” que no pudieron rebatir aquella difamación o bien por interpretar erróneamente la esencia de la postura liberal.
Este es un caso similar a lo que ocurre con el cristianismo, denostado por sus enemigos y debilitado internamente por sus “predicadores”. Así como surgieron varias iglesias y sectas cristianas, antagonistas entre ellas, en el liberalismo han surgido divisiones importantes que afianzan la debilidad mostrada.
Mientras que, lo que Cristo dijo a los hombres fue reemplazado por lo que los hombres dicen sobre Cristo, los emisores secundarios liberales transmiten sus posturas personales dejando un tanto de lado lo indicado por las figuras más representativas del liberalismo. Si bien no existe en este caso una férrea ortodoxia que obligatoriamente deba aceptarse, al menos existen algunos principios que deberían ser comunes para las diversas posturas en pugna.
El principal punto de disidencia radica en los fundamentos éticos que sustentan al liberalismo. Si se tiene en cuenta que, en una economía de mercado, los intercambios deben perdurar en el tiempo, la ética subyacente debe entonces promover la cooperación social y el beneficio de ambas partes intervinientes. De lo contrario, cuando predomina la actitud egoísta, por la cual los participantes poco o nada tienen en cuenta las ventajas de los demás, aparecen situaciones inestables que, con el tiempo, conducirán a la interrupción de aquellos vínculos de intercambio.
La ética que mejor se adapta a este tipo de intercambio es la ética cristiana, por cuanto sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, lo que implica “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”. Es importante destacar que propone una postura igualitaria en lugar de una actitud de debilidad o de inferioridad, en cuyo caso el mandamiento indicaría “amar al prójimo MÁS que a uno mismo”, entrando en el terreno del altruismo. Justamente, el cristianismo es criticado erróneamente al ser considerado una “postura débil”, que favorece el mal, por parte de quienes carecen de empatía suficiente, como es el caso de Nietzsche y de los fascistas, socialistas y ateos en general. Desconocen casos como el de una madre que muestra una fortaleza ilimitada en cuanto corre peligro alguno de sus hijos. De ahí que el Mahatma Gandhi haya exaltado “la fuerza del amor y la verdad”.
Debido a que la ética cristiana resulta enteramente compatible con la postura liberal, no es de extrañar que haya sido también el principal fundamento de la denominada “civilización occidental”. Si bien ello no implica que todo auténtico liberal deba necesariamente adherir al cristianismo, al menos la ética personal aceptada no debe tampoco diferir demasiado de ella. Konrad Adenauer escribió: “Después de la caída de sus ídolos totalitarios y de los sufrimientos de la guerra, el pueblo alemán se encontró delante de un abismo. Pero aun entonces se hizo evidente que no había perdido del todo cierta conciencia de los valores de la Cristiandad Occidental”.
“Europa es la tierra nativa del cristianismo Occidental. Y si deseamos, como es nuestra obligación, extraer una enseñanza de todas las miserias por las que hemos atravesado en las últimas décadas, forzosamente llegaremos a la conclusión de que, aun en la política, la idea cristiana de la justicia y del derecho, de la bondad y la ayuda al prójimo, debe ser la fuerza rectora que impulse nuestros actos”.
“El mundo no puede existir sin una Europa Cristiana y Occidental. Esta verdad comprende a los Estados Unidos, cuyo espíritu es también occidental y cristiano. Queremos salvar esta Europa nuestra. Porque Europa es en verdad la madre del mundo, y nosotros somos sus hijos. Nosotros, los hijos de Europa, debemos salvar a nuestra madre. Nosotros, sobre todo, los que basamos en convicciones cristianas toda nuestra obra, aun la política, tanto en la patria como en el extranjero debemos, más que cualquier otro, asumir la plena responsabilidad de salvar la Europa Occidental Cristiana. El pueblo alemán podrá expiar todo el daño que los nacionalsocialistas han hecho al mundo, consagrando la totalidad de sus energías a la salvación de la Europa Occidental Cristiana” (De “Un mundo indivisible”-Editorial La Isla SRL-Buenos Aires 1956).
El citado autor, que dirigió políticamente el proceso conocido como “el milagro alemán”, nos advierte que la economía de mercado tuvo el éxito esperado porque tuvo un fundamento ético adecuado. Este ha sido también el caso de los EEUU, donde el capitalismo pudo establecerse gracias a que la población es mayoritariamente cristiana.
Entre las “sectas liberales” surgidas en el siglo XX, aparece la liderada por Ayn Rand. Si asociamos el éxito del capitalismo a una subyacente ética cristiana, puede decirse que tal autora no responde al calificativo de “liberal”. Ello se debe a que comete el mismo error de Nietzsche y de los ideólogos totalitarios al presuponer que el cristianismo promueve el “altruismo”. Al adoptar una postura antagónica al cristianismo, y a la civilización occidental, tuvo el rechazo de varios sectores estadounidenses, si bien se le reconocen sus importantes aportes al esclarecimiento del funcionamiento del socialismo real. George H. Nash escribió: “El sistema de valores de Ayn Rand sostenía que «el hombre existe por sí mismo, la prosecución de su propia felicidad es su propósito moral más elevado, no debe sacrificarse por otros ni sacrificar a otros por sí mismo». Cualquier cosa que denigrara el racionalismo, la autoconfianza y la libertad del hombre era considerada perversa. Por lo tanto, se condenaba la religión, el colectivismo, incluso el altruismo, y la cruz del cristianismo era denunciada como «el símbolo del sacrificio de lo ideal a lo no-ideal». En lugar de la cruz y de su ética, ella ofrecía el auto-interés racional y el signo dólar, el símbolo del «libre comercio y, por lo tanto, de una mente libre»”.
“Para Rand, el único sistema compatible con la libertad humana era el capitalismo extremo del laissez-faire. Agresividad, egoísmo, energía, racionalidad, auto-respeto, la «virtud del egocentrismo» eran algunos de los valores que la autora entronizaba. Con el aplomo de una mujer hecha gracias a su propio esfuerzo, Rand declaró con toda calma: «Estoy desafiando a la tradición cultural de dos mil quinientos años»” (De “La rebelión conservadora en Estados Unidos”-Grupo Editorial Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1987).
El desafío a la “tradición cultural” mencionado consiste en una ética comercial que asume la ingenua creencia que, desde la economía, se podrán solucionar todos los problemas individuales y sociales. De ahí que a esta postura se la denomina a veces como “marxismo de mercado”, ya que la idea básica del marxismo implica que toda actitud respecto de lo social depende esencialmente de la economía. El liberalismo auténtico, por el contrario, admite la necesidad de una ética no económica que debe predominar previamente a la aceptación de la economía de mercado. Ayn Rand escribió: “El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia” (De “La virtud del egoísmo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).
Entre los primeros críticos de “La rebelión de Atlas”, la exitosa novela de Ayn Rand, aparece Whittaker Chambers. Al respecto, George H. Nash escribe: “Para Chambers, el libro era una pesadilla literaria y filosófica. El argumento era «ridículo», la caracterización «primitiva» y caricaturezca, y gran parte de sus efectos eran «sofísticos». En realidad, no era en absoluto una novela, sino un «mensaje», la biblia anti-religiosa del «materialismo filosófico» en donde «…el hombre randiano, al igual que el hombre marxista, se convierte en el centro de un mundo sin dios». Más aún, a pesar de toda su oposición al Estado, lo que Rand deseaba, según Chambers, era una sociedad controlada por una «elite tecnocrática» similar a la de los absurdos héroes de su novela. Sin duda, toda la obra estaba invadida por un «tono dictatorial»”.
El ataque de Rand a la «cultura que ha dado origen a todas nuestras libertades» (M. Stanton Evans) se advierte en la actualidad en las coincidencias de ciertos “liberales” que apoyan y promueven el aborto y el libertinaje pleno, en una total coincidencia con los ideólogos que promueven el “marxismo cultural”, tendencia que intenta destruir la civilización occidental por medios no violentos.
La secta randiana no sólo se destaca por ahuyentar futuros adeptos al liberalismo auténtico, ya que al predicar “la virtud del egoísmo” aleja a quienes han construido sus personalidades bajo el predominio de actitudes cooperativas, sino que además promueve el acercamiento al socialismo de muchos cristianos desprevenidos al considerar erróneamente que el cristianismo promueve el altruismo (y no el amor), de la misma manera en que lo creen los socialistas.
La prioridad cristiana, implícita en la expresión: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, indica que debemos primeramente buscar el gobierno de la ley natural sobre cada uno de nosotros, lo que implica un autogobierno personal. Por el contrario, tanto el marxismo como el randismo proponen la prioridad de lo económico para lograr luego lo espiritual (a través del socialismo y a través del mercado, respectivamente).
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