Respecto de los diversos tipos de sociedad propuestos con la finalidad de solucionar los problemas sociales y morales que nos afectan, debe distinguirse entre las propuestas de objetivos a alcanzar en el largo plazo (tendencia a adoptar) o bien en el corto plazo (solución concreta). De ahí que el anarquismo de mercado, como una tendencia a reducir el tamaño e influencia del Estado sobre el ciudadano común, es una tendencia positiva, especialmente en sociedades con elevados índices de corrupción.
Por el contrario, cuando propone que debe el Estado eliminarse por completo para que el proceso autorregulado del mercado oriente todas las acciones humanas, puede considerarse como una utopía. Mientras que el marxismo supone que sólo con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción (y de la economía de mercado) se logrará la sociedad nueva y el hombre nuevo, el anarco-capitalismo utópico supone que sólo con la abolición del Estado se lograrán objetivos similares.
En cuanto a su definición, leemos: “Anarquismo: Es ante todo un modelo o forma de pensamiento que rechaza todo tipo de autoridad (Estado, Iglesia) como forma de dominación del hombre sobre el hombre, y sostiene como principio la igualdad y la hermandad entre los hombres sin control ni presión política, social o espiritual. Su fundamento filosófico es la concepción del Iluminismo relativa al Estado de naturaleza del hombre que debe ser restaurado por la razón. Históricamente se configura como un movimiento filosófico-social y político orientado a la acción con el fin de lograr la anarquía, es decir, una sociedad sin dominantes ni dominados, y como paso a una comunidad ideal de paz, justicia, igualdad y orden” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
Mientras que los sectores liberales admiten la necesidad de un Estado que garantice la libertad y la seguridad de las personas, para el sector anarquista es el Estado mismo el problema, no admitiendo la posibilidad de que sus fallas sean coexistentes con las fallas morales que afectan a la mayoría de los integrantes de las sociedades en decadencia. Morris y Linda Tannehill escribieron: “Decir que los hombres no pueden proteger su libertad sin un gobierno, es lo mismo que decir que no pueden protegerla sin un sistema de esclavitud. La esclavitud nunca es buena ni necesaria…ni siquiera en esa forma llamada gobierno. Debemos decirle a la gente que el gobierno no es un mal necesario; es un mal innecesario” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).
La exagerada obsesión por la libertad, tratando de no depender de otros seres humanos, contrasta con la sociedad real en la cual dependemos cotidianamente de otras personas en toda institución jerárquica. En cada empresa, en cada establecimiento educativo, incluso en el tránsito vehicular, debemos acatar leyes y también decisiones de otras personas, algo que resulta inevitable para el logro de cierto orden social. De ahí que sea aceptable tratar de limitar la dependencia externa, mientras que es imposible prescindir de ella. Friedrich A. Hayek escribió: “Por encima de todo tenemos que reconocer que podemos ser libres y continuar siendo desgraciados. La libertad no significa la posesión de toda clase de bienes o la ausencia de todos los males. Es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre, libertad para incurrir en costosas equivocaciones o libertad para correr en busca de riesgos mortales” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).
Debido a que la libertad debe ir asociada a la responsabilidad, no todos los seres humanos confían en sus propias capacidades personales, por lo que la libertad no les resulta tan apreciable como lo es para los anarquistas. Los Tannehill agregan: “El miedo de los hombres a la libertad ha sido siempre miedo a confiar en sí mismos, a ser dejados por su cuenta para enfrentar un mundo aterrador, sin nadie que les dijera qué hacer. Ya no somos salvajes aterrorizados haciendo ofrendas a un dios del rayo o acobardados siervos medievales escondiéndose de fantasmas y brujas. Hemos aprendido que el hombre puede comprender y controlar su medio y su propia vida. No tenemos necesidad de pontífices, reyes o presidentes que nos digan lo que debemos hacer. El gobierno es ahora conocido por lo que es. Pertenece a un oscuro pasado con el resto de las supersticiones del hombre”.
Como todos los utopistas e ingenieros sociales, los anarquistas caen en el error común de hablar en nombre de todos los seres humanos indicando cómo deben pensar y actuar, e incluso promoviendo cierta rebelión contra los Estados constituidos, sin contemplar los excesos que pueden conducir a situaciones caóticas extremas, sugiriendo una desobediencia civil. Al respecto escriben: “Semejante desobediencia pasiva, en masa y en gran escala no necesitaría ser organizada si la mayoría de la gente viera al gobierno como lo que es y creyera en la libertad. Comenzaría en forma secreta y tranquila, como individuos que harían lo que pudieran sin ser descubiertos. De hecho, ya ha comenzado. A medida que aumentara la falta de respeto por el gobierno, la práctica de ignorar las leyes se tornaría cada vez más abierta y generalizada. Al final sería una gran revuelta pacífica, de facto, que ningún poder podría detener”.
En cuanto a la ética propuesta por algunos sectores anarco-capitalistas, puede decirse que ni siquiera proponen una ética de cooperación social, ya que, pareciera, toda cooperación implicaría “depender de alguna forma de los demás”, lo que se opondría a la obsesión de libertad. Por ello adhieren a la “virtud del egoísmo”, o búsqueda del egoísmo racional propuesto por Ayn Rand. En un comentario que aparece en “El mercado para la libertad”, José Benegas expresa: “A través de un pormenorizado análisis el libro muestra una sociedad que puede existir sin ninguna forma de sumisión política a eso que se conoce como gobierno. Responde a las inquietudes que podrían surgir al pensar en una sociedad por completo colaborativa siguiendo la lógica del interés propio como el átomo de la interacción y la colaboración social, al modo de Ayn Rand y Murray Rothbard que son sus dos grandes fuentes. Aunque vale aclarar que Ayn Rand no era partidaria del anarco-capitalismo porque pensaba que significaría el imperio de muchas bandas en lugar de una sola”.
En realidad, la idea del autogobierno, que trata de impedir el gobierno del hombre sobre el hombre, surge con el judaísmo y el cristianismo con el concepto del Reino de Dios. Tal Reino simbólico implica el gobierno de la ley natural sobre cada individuo materializado en el respeto y cumplimiento de los mandamientos bíblicos. También en este caso puede observarse que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” implica una tendencia o actitud que debemos adoptar para el largo plazo, mientras que resulta utópico o irrealizable poder compartir las penas y las alegrías ajenas como propias en el caso del prójimo (cualquier persona).
Si los hombres carecieran de defectos (actitudes de odio, egoísmo y negligencia) podríamos prescindir de policías, militares, abogados, y hasta del Estado mismo. Como tal situación parece imposible de alcanzar, solo nos queda la posibilidad de ir progresando hacia esa situación ideal. Mientras tanto, es absurdo aplicar “recetas” que supongan la existencia de sólo individuos carentes de defectos, y mucho menos que esos defectos desaparecerán en cuanto se apliquen tales “recetas”.
Mientras que las posturas socialistas y anarquistas contemplan formas definidas de sociedad, tanto el cristianismo como el liberalismo ponen su atención en el individuo; tanto en sus derechos como en sus deberes. Ello se debe a que sólo resultan accesibles a nuestras decisiones aquellas sugerencias de tipo individual.
El anarquista es el tipo de individuo que, si observa que algo anda mal, no piensa en repararlo, sino en destruirlo para reemplazarlo por otra cosa, ya se trate del Estado o de la educación pública. Por el contrario, desde las posturas liberales se promueve la división de poderes para impedir los posibles excesos de un poder único (como es el caso de los totalitarismos) y para que la competencia entre poderes limite sus posibles excesos.
En épocas en que existe un gran poder económico de las grandes empresas multinacionales, siempre resulta conveniente contrapesarlo con el poder de un Estado fuerte (que es distinto de un Estado grande). Tal Estado se construye en base a la democracia liberal, respecto de la cual Hayek expresó: “La democracia es el único método de cambio pacífico descubierto hasta ahora por el hombre”, mientras que Ludwig von Mises escribió: “Por amor a la paz interna, el liberalismo tiende al gobierno democrático. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, sino el medio apropiado de impedir las revoluciones y las guerras civiles. Produce un método de reajuste pacífico del gobierno de acuerdo con la voluntad de la mayoría” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
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