Como en todos los ámbitos de la vida, los extremos pueden ser malos, por lo que casi siempre se recomiendan los términos medios. En el caso del individualismo ocurre otro tanto. Si bien la palabra “individualismo” se opone tanto a “socialismo” como a “colectivismo”, Friedrich A. Hayek distingue entre un individualismo verdadero y uno falso, siendo el primero compatible con las ideas de libertad mientras que el segundo –considera- puede conducir al totalitarismo.
En este caso, cuando existe un individualismo exagerado, o un egoísmo racional, se pierden los vínculos interpersonales y la posibilidad de todo tipo de agrupación social. El primitivo y casi imperceptible caos resultante tiende a acentuarse creando las condiciones favorables para el ascenso al poder de un líder totalitario. Respecto del falso individualismo, Hayek escribió: “Tal tipo de individualismo no solamente no tiene nada que ver con el verdadero individualismo, sino que puede resultar un grave obstáculo para el cómodo funcionamiento de un sistema individualista. Queda el interrogante de si una sociedad individualista y libre puede funcionar con éxito si la gente es demasiado individualista en su acepción falsa, si es demasiado renuente en adaptarse a las tradiciones y convenciones, y si rehúsa reconocer cualquier cosa que no haya sido conscientemente ideada o demostrada como racional a todo individuo”.
“Es al menos comprensible que la prevalencia de esta clase de «individualismo» ha hecho a menudo a la gente de buena voluntad perder toda esperanza en lograr orden en una sociedad libre y aún hacerles desear un gobierno dictatorial, con el poder de imponer a la sociedad el orden que ella no quiere producir por sí misma”.
“El individualismo auténtico se halla en abierta oposición con el falso individualismo de tipo racionalista. El primero es que –lejos de estimar al Estado deliberadamente organizado, por una parte, y al individuo por la otra, como las únicas realidades- considera las convenciones no compulsivas de relación social como factores esenciales para resguardar el funcionamiento pacífico de la sociedad humana: en tanto que, de acuerdo con el propósito de la Revolución Francesa, todas las estructuras y asociaciones intermedias tienen que ser suprimidas sistemáticamente. El segundo es que el individuo, al participar de los procesos sociales, debe estar dispuesto a conformarse a cambios y someterse a convenciones no fundadas en designios comprensibles, cuya justificación en el caso particular tal vez sea imposible reconocer, y que para él a menudo aparecerá ininteligible e irracional”.
“Tampoco es necesario insistir en que el verdadero individualismo afirma el valor de la familia, de todos los simples esfuerzos de la pequeña comunidad y del grupo; cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias, y funda su hipótesis en el argumento de que mucho para lo cual se invoca la acción coercitiva del Estado, puede realizarse mejor a través de la colaboración voluntaria. Imposible hallar mayor contraste con lo dicho que el falso individualismo, dispuesto a disolver todos estos grupos más pequeños en átomos sin otra cohesión que las normas impuestas por el Estado, y que trata de hacer obligatorios todos los lazos sociales, en vez de usar al gobierno principalmente para la protección del individuo contra la asunción de poderes coercitivos por los grupos menores” (De “Individualismo: verdadero y falso”-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1968).
La postura del citado autor contrasta tanto con las posturas extremas del anarquismo capitalista como del “egoísmo racional”, agregando: “La actitud fundamental del auténtico individualismo es la humildad hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas no ideadas o comprendidas por ningún individuo y son en efecto más grandes que las mentes individuales. La gran cuestión en este momento es la de si se permitirá a la inteligencia del hombre continuar su desarrollo como parte de este proceso o si la razón humana se ha de colocar cadenas de su propia fabricación”.
“El individualismo nos enseña que la sociedad es más grande que el individuo, únicamente en la medida que alcance la libertad. En tanto se mantenga controlada o dirigida, tiene los límites de las mentes individuales que la controlan y dirigen. Si la soberbia de la mente moderna, incapaz de respetar nada que no sea controlado conscientemente por la razón individual, no aprende a tiempo dónde detenerse, podemos estar seguros como Edmund Burke advirtió, de «que todas las cosas que nos rodean se reducirán gradualmente hasta el punto de que al fin las más atractivas habrán adoptado las escasas dimensiones de nuestra capacidad mental»”.
Pareciera que los partidarios y promotores del “egoísmo racional” no hubiesen leído las advertencias de Hayek. Aunque también es posible que sigan sosteniendo que los principios de la filosofía objetivista abarquen al hombre, a la sociedad y hasta el universo entero, a pesar de que sus conclusiones se oponen a las propuestas por varias de las figuras más representativas del liberalismo. Hayek escribió: “El racionalista que desea subordinar todo a la razón humana se enfrenta, por lo tanto, con un dilema real. El uso de la razón apunta al control y a la predicción. Sin embargo, los procesos del progreso de la razón descansan en la libertad y en la impredicción de las acciones humanas. Cuanto magnifican los poderes de la razón humana sólo suelen ver una cara de aquella interacción del pensamiento y la conducta humana en dónde la razón es al mismo tiempo formada y utilizada. No ven que para tener lugar el proceso social del cual surge el desarrollo de la razón éste tiene que permanecer libre de su control” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).
Mientras que los grandes edificios intelectuales de la física teórica y la matemática se han levantado mediante el “trabajo de hormigas” colectivo, utilizando el método de prueba y error, todavía proliferan en las ciencias sociales y la filosofía algunos iluminados que descartan el método mencionado creyendo que, mediante alguna genialidad individual, que poco o nada tiene en cuenta al mundo real, podrán “fundamentar” y deducir luego hasta los pequeños detalles de la vida en el planeta.
El racionalismo no científico, y hasta anticientífico, contrasta notablemente con los procesos que han permitido una mayor adaptación del hombre al orden natural. Para colmo, los racionalistas extremos tienden a menospreciar todo conocimiento que carezca de la coherencia que establecen los silogismos lógicos. Hayek escribe al respecto: “Extender el concepto de superstición a todas las creencias que no son verdaderamente demostrables carece de justificación y a menudo puede resultar dañoso. El que no debamos creer en nada cuya falsedad se haya demostrado, no significa que debamos tan sólo creer aquello cuya verdad se ha evidenciado. Hay buenas razones para que cualquier persona que desee vivir y actuar con éxito en sociedad acepte muchas creencias comunes, aunque el valor de esos argumentos tenga poco que ver con su verdad demostrable”.
“Destruiríamos los cimientos de muchas acciones conducentes al éxito si desdeñásemos la utilización de formas de hacer las cosas desarrolladas mediante el proceso de prueba y error, simplemente porque no nos había sido dada la razón para adherirnos al sistema. El que nuestra conducta resulte apropiada no depende necesariamente de que sepamos por qué lo es. La comprensión es una manera de hacer que nuestra conducta sea apropiada, pero no la única. Un mundo esterilizado de creencias, purgado de todos los elementos cuyos valores no pueden demostrarse positivamente, probablemente no sería menos mortal que su equivalente estado en la esfera biológica”.
“Intentamos la defensa de la razón contra su abuso por aquellos que no entienden las condiciones de su funcionamiento efectivo y su crecimiento continuo. Es un llamamiento a los hombres para que comprendan el deber de utilizar la razón inteligentemente de forma que se preserve esa indispensable matriz de lo incontrolado y lo no racional, único entorno en que la razón puede crecer y operar efectivamente”.
“La postura antirracionalista aquí adoptada no debe confundirse con el irracionalismo o cualquier invocación al misticismo. Lo que aquí se propugna no es una abdicación de la razón, sino un examen racional del campo donde la razón se controla apropiadamente. Parte de esta argumentación afirma que el uso inteligente de la razón no significa el uso de la razón deliberada en el mayor número posible de ocasiones. En oposición al inocente racionalismo que trata a la razón como absoluta, debemos continuar los esfuerzos que inició David Hume cuando «volvió sus propias armas contra los ilustrados» y emprendió el trabajo «de cercenar las pretensiones de la razón mediante el uso del análisis racional»” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).
La limitación intelectual del racionalista extremo se advierte en la casi nula atención y mención de otros pensadores, ya que, pareciera, sólo busca la verdad en alguna parte de su cerebro o de sus ideas. Por el contrario, un científico social serio como Friedrich A. Hayek se destaca por el gran conocimiento que tiene de la mayor parte de los pensadores de su siglo e incluso de siglos pasados.
Mientras que el científico social trata de describir la realidad para una mejor adaptación al orden natural y social, el filósofo racionalista ateo, por el contrario, busca dirigir a todo individuo hacia metas propuestas por él mismo, implicando una infracción al principio liberal de la autonomía de todo individuo. Al suponer que el universo no tiene sentido alguno, el ateo trata de asignarle un “sentido artificial” que surge de su propia mente. He aquí la “grandiosidad” observada por sus seguidores y el absurdo observado por el resto. Víctor Massuh escribió sobre las “nuevas tablas” o “mandamientos” de Nietzsche: “1) El hombre creador reemplaza a Dios, legisla el bien y el mal y «crea la meta del hombre y da a la Tierra su sentido y su futuro». 2) Juicio a la cultura humana como un todo con los recursos de la agresividad, la irreverencia y la burla. 3) Exaltación del futuro al estilo de los místicos. Pero en el lugar de la eternidad sobrehistórica pone al futuro histórico….” (De “Agonías de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).
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