Aún hoy se mantiene vigente la discusión acerca de si el capitalismo práctico debe basarse en el egoísmo generalizado de sus actores o bien, por el contrario, debe basarse en una actitud de cooperación que contemple tanto el interés propio como el de los demás. En otras palabras, si el capitalismo funciona bien en base al egoísmo humano o a pesar de ese egoísmo.
Es fácil advertir que los intercambios comerciales, entre dos individuos A y B, se mantendrán en el tiempo siempre y cuando ambos se beneficien. De lo contrario, si existe un beneficio unilateral, tales intercambios se bloquearán. Previendo su prolongación en el tiempo, ambos individuos contemplarán seguramente tanto el interés propio como el del otro. De ahí que debería predominar la cooperación antes que el egoísmo, si bien algunos interpretarán (para salvar una postura indefendible) que la cooperación social implica un “egoísmo de a dos”.
Es indudable que el egoísmo siempre existirá en los hombres. Sin embargo, ante la dura competencia existente en un mercado libre, tal proceso conducirá todo egoísmo excesivo a uno moderado, por cuanto el éxito en este caso dependerá de la capacidad del empresario de satisfacer las demandas del cliente, por lo que, necesariamente, deberá pensar tanto en sus ventajas como en las del cliente, mostrando que no es el egoísmo el que debe predominar sino el espíritu de cooperación social.
Los actuales promotores del “egoísmo racional”, como es el caso de los seguidores de Ayn Rand, parten de una disyuntiva falsa, ya que contemplan tan sólo al egoísmo y al altruismo como las únicas posibles actitudes del hombre, dejando de lado la postura implícita en la ética cristiana que promueve una actitud de cooperación entre ambas partes intervinientes en un intercambio comercial, como una tercera posibilidad.
El análisis dual de Ayn Rand parece haber sido el predominante en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, ya que otros autores caen en el mismo error, o en la misma omisión. Herbert Spencer escribía: “En los dos capítulos anteriores se han presentado pruebas a favor del egoísmo y las pruebas a favor del altruismo. Ambos están en conflicto; ahora corresponde que consideremos el veredicto…Tanto el egoísmo puro cuanto el altruismo puro son ilegítimos. Si es verdad que la máxima «vive para ti mismo» es equivocada, también lo es la que afirma «vive para los demás». Un compromiso es, pues, la única posibilidad” (Citado en “Los fundamentos de la moral” de Henry Hazlitt-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).
Hazlitt advierte la existencia del tercer camino, por lo que escribe: “No sería factible una sociedad en la cual todo el mundo actuara según motivos puramente egoístas, ni una en la que todos actuaran según motivos puramente altruistas (supuesto que pudiéramos imaginar una o la otra). Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente de acuerdo con su propio interés concebido de manera estrecha, sería una sociedad de constantes choques y conflictos. Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente para el bien de los demás, sería un absurdo. Parecería que el mayor éxito se conseguiría en una sociedad en la que cada uno trabajara primordialmente para su propio bien pero siempre considerando el bien de los demás cuando sospechara una incompatibilidad entre ambos”.
“Lo cierto es que el egoísmo y el altruismo no se excluyen mutuamente, no agotan los motivos posibles de la conducta humana. Existe, entre ambos, una zona intermedia. O mejor dicho, existe una actitud o motivación que no es exactamente uno o el otro (especialmente si los definimos de manera tal que se excluyan entre sí) sino que merece un nombre diferente”.
“Me gustaría sugerir dos nombres posibles para esta actitud. Uno de ellos es de dudoso cuño: egaltruismo, palabra cuyo significado podríamos definir como la consideración tanto de uno mismo cuanto de los demás en cualquier acto o regla de acción. Una palabra menos artificialmente elaborada es, sin embargo, mutualismo. Esta palabra tiene la ventaja de existir ya, aun cuando su significado se refiera a la biología y signifique «estado de simbiosis (es decir, de vida conjunta) en el que dos organismos asociados contribuyen mutuamente al bienestar del otro». La filosofía moral podría emplear con ventaja este término (aun conservando sus implicancias biológicas)”.
Hazlitt ejemplifica las tres actitudes posibles en el caso hipotético de un incendio en un teatro. Si todos los presentes fuesen egoístas, se produciría una estampida que provocaría muchas victimas, ya que todos querrían salir primero. Si todos los presentes fueran altruistas, todos querrían salir últimos y los efectos serían similares. Si todos los presentes fuesen “mutualistas” (o cooperadores), actuarían como en el caso de un simulacro de incendio y la cantidad de victimas sería la menor posible.
Es oportuno mencionar que, históricamente, la secuencia capitalista se inicia con comerciantes que inician el paulatino abandono de la sociedad medieval para comenzar una sociedad de libre intercambio. Son los burgueses motivados por la actitud de cooperación previamente impuesta por el cristianismo medieval. De ahí que puede decirse que la tercera opción, entre egoísmo y altruismo, es la actitud cristiana que promueve “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”.
El capitalismo se genera a partir de las virtudes cristianas de la burguesía, en lugar del proceso inverso, es decir, el que sostienen quienes afirman que es el sistema del libre intercambio el que genera luego las virtudes de los participantes de ese proceso. Werner Sombart escribió: “En lo que hoy llamamos espíritu capitalista se esconden, aparte del espíritu de empresa y del afán de lucro, un gran número de cualidades psíquicas; de ellas tomamos un determinado conjunto al que hemos designado como virtudes burguesas, en el sentido de aquellos principios y opiniones (junto con el comportamiento y la actitud por ellos determinado) que constituyen la esencia de todo buen burgués y padre de familia, del hombre de negocios formal y «prudente». Dicho en otros términos: en todo empresario capitalista se esconde un «burgués». Pero ¿qué aspecto tiene? ¿dónde nació?”.
“Por lo que he podido comprobar es en Florencia, a finales del siglo XIV, donde por primera vez encontramos al perfecto «burgués»; tiene, pues, que haber nacido en el Trecento. Con esto queda aclarado ya que al utilizar el concepto «burgués» no me refiero a todo habitante de una ciudad o a todo comerciante o artesano, sino a una figura especial que se desarrolla precisamente a partir de estos grupos aparentemente burgueses, a una persona de muy peculiar conformación psíquica” (De “El burgués”-Alianza Editorial SA-Madrid 1972).
Las virtudes burguesas no son otra cosa que las virtudes cristianas, que implican, entre otras, vivir de una manera sencilla y responsable. La esencia del capitalismo es el libre intercambio asociado al hábito del ahorro (que conduce a la formación de capital). Para la formación de capital se requiere obligadamente adoptar una forma de vida sencilla y ordenada. Sombart escribe al respecto: “El credo de todo «burgués» que se precie, el lema de la nueva era que ahora amanece, la quintaesencia de la concepción universal de esta gente, está condensada en esta frase: «Recordad siempre esto, hijos míos; nunca permitáis que vuestros gastos sobrepasen a vuestros ingresos»”.
“Con esta frase se colocaba la primera piedra del edificio de la economía burguesa-capitalista. Pues el cumplimiento de este precepto convertía la racionalización de una:
Economización de la administración. No a la fuerza, sino voluntariamente. Pues esta economización no se refería a las economías míseras de la gente pobre que no tenía qué comer, sino a los ricos. Esto era precisamente lo inaudito, lo nuevo: que alguien contara con medios suficientes y no echara mano de ellos. Al precepto de no gastar más de lo que se ganara no tardó en seguir otro aún más importante: gastar menos de lo que se ganara, es decir, ahorrar. Con ello hacía su aparición en el mundo la idea del ahorro. Y tampoco se trataba ahora de un ahorro forzoso, sino absolutamente voluntario; del ahorro, no como necesidad, sino como virtud”.
Mientras que el mejor consejo que un padre puede darle a sus hijos es que no sean egoístas, el peor consejo es que lo sean, ya que esto implicará que les cierren muchas puertas en el futuro, y no sólo en el ámbito profesional o laboral, sino incluso en cuestiones vinculadas a las relaciones personales o afectivas. Ello se debe a la existencia de una actitud característica personal que nos conduce en forma similar en todas y cada una de las acciones y decisiones realizadas.
Mientras que los marxistas aducen que, a través del odio y la revolución, llegarán a construir la sociedad ideal, libre de odio y egoísmo, los seguidores de Ayn Rand suponen que a la cooperación social no se llegará a través de las virtudes cristianas, sino a través de "la virtud del egoísmo".
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