Debido a los importantes logros establecidos por algunas ramas de la ciencia experimental, han surgido detractores que tratan de desprestigiarla en los diversos ámbitos de la sociedad. Todo parece indicar que es la envidia la que motiva a quienes no soportan el éxito de otros tratando por todos los medios de destruir lo que les resulta inaccesible a sus mentes individuales. Entre los principales ataques aparece la generalizada creencia de que el conocimiento científico siempre será provisorio y que casi no vale la pena preocuparse por aprender lo que luego va a ser reemplazado por algo completamente diferente.
Richard Dawkins sintetiza la actitud mencionada (sin adherir a ella): “No hay verdad absoluta. Tus verdades científicas son meras hipótesis que hasta el momento no han podido ser refutadas, pero que están destinadas a ser reemplazadas por otras. En el peor de los casos, tras la próxima revolución científica, las «verdades» de hoy parecerán pintorescas y absurdas, sino directamente falsas. Lo máximo a lo que ustedes los científicos pueden aspirar es a una serie de aproximaciones que reduzcan progresivamente los errores, pero que jamás podrán eliminar” (De “El capellán del Diablo”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2005).
Si las cosas ocurrieran de la forma mencionada, debería haberse dejado de enseñar la física newtoniana del siglo XVIII tanto como el electromagnetismo de Maxwell del siglo XIX. Sin embargo, como se trata de teorías verificadas experimentalmente, tienen la misma validez que siempre tuvieron y que siempre tendrán. El relativismo cognitivo antes mencionado tendría validez si viéramos que las leyes naturales cambian de un día para el otro y los objetos no caen al suelo, ni la Tierra gira alrededor del Sol, o los motores y los generadores eléctricos dejan de funcionar como hasta ahora.
Con la mecánica cuántica del siglo XX ocurre otro tanto; dejaría de tener validez si dejarán de funcionar las computadoras y los restantes equipos electrónicos que funcionan en base a circuitos integrados y transistores, cuyos funcionamientos están ligados a la validez de esa rama de la física. El párrafo mencionado al principio tiene validez tan sólo para las nuevas teorías, no verificadas todavía. Así, existen unas diez o más teorías candidatas a establecer la unificación de la relatividad generalizada con la mecánica cuántica. De ahí que habrá una de ellas (a lo sumo), o ninguna, que logrará ese objetivo. El resto será desechado o bien corregido para establecer otras hipótesis a tener en cuenta en el futuro.
Con el resto de las ramas de la ciencia ocurre otro tanto. Lo que ha sido verificado experimentalmente, es decir, bien verificado, mantiene su validez en el tiempo. Lo nuevo, o lo no verificado, siempre deberá afrontar el veredicto de la propia naturaleza. Esto contrasta notablemente con la opinión generalizada de que las teorías se “aceptan por consenso” en los Congresos de Ciencias, lo que es algo completamente absurdo. Si bien en el caso de las teorías físicas de gran unificación existen preferencias académicas en determinadas universidades a favor de alguna de las teorías candidatas, ello no implica que la validez de la teoría vaya a depender de los acuerdos entre científicos.
El ataque a las ciencias sociales, por otra parte, es devastador, ya que, mediante palabrerío hueco, algunos hábiles embaucadores han logrado establecerse en los círculos académicos utilizando lenguaje oscuro y confuso haciéndolo pasar por profundo. Richard Dawkins escribió: “Supongamos que el lector es un impostor intelectual que nada tiene para decir, pero que posee grandes ambiciones de éxito en el ámbito académico, como la de reunir a un grupo de discípulos reverentes y que estudiantes de todo el mundo unjan con prodigioso rotulador amarillo las páginas que usted ha escrito. ¿Qué estilo literario cultivaría? Probablemente, uno no muy claro, puesto que la claridad pondría en evidencia su falta de contenido. Las probabilidades indican que, más bien, escribiría algo como lo que sigue: «Podemos ver claramente que no existe ninguna correspondencia biunívoca entre los vínculos significantes lineales o la arqueoescritura lineal, dependiendo del autor, y esta catálisis maquinal multidimensional y multirreferencial. La simetría de escala, la transversalidad, el carácter pático no discursivo de su expansión: todas estas dimensiones nos alejan de la lógica del tercero excluido y prestan apoyo a nuestro abandono del binarismo ontológico que hemos criticado anteriormente»”.
“Esta es una cita que pertenece al psicoanalista Félix Guattari, uno de los numerosos «intelectuales» de moda franceses desenmascarados por Alan Sokal y Jean Bricmont en su espléndido libro Imposturas intelectuales”. “Guattari continúa con este estilo indefinidamente y ofrece, en opinión de Sokal y Bricmont, «la mezcla más brillante de jerga científica, pseudocientífica y filosófica con la cual nos hayamos encontrado jamás». El colaborador cercano de Guattari, el ya fallecido Gilles Deleuze poseía similar talento para escribir: «En primer lugar, las singularidades-sucesos corresponden a series heterogéneas que se organizan en un sistema que no es ni estable ni inestable, sino más bien ‘metaestable’, provisto de una energía potencial en la que se distribuyen las diferencias entre las series…En segundo lugar, las singularidades poseen un proceso de autounificación, siempre móvil y desplazado en la medida en que un elemento paradójico recorre las series y las hace resonar, envolviendo los puntos singulares en un único punto aleatorio y todas las emisiones, todos los lanzamientos de dados, en un único lanzamiento»”.
Las figuras más representativas del posmodernismo tienden a expresarse en forma semejante. Mario Bunge escribió: “La seudociencia es tan característica de la cultura moderna como la ciencia. Prospera en todos lados, aun dentro de la comunidad científica. De hecho, la seudociencia es mucho más popular y rentable que la ciencia, confunde a los diseñadores de políticas científicas y a los administradores de la ciencia; y continúa extraviando u obstaculizando la tarea de filósofos y sociólogos de la ciencia. Por ende, es menester intentar la caracterización de la seudociencia de un modo claro, confrontándola con la ciencia auténtica”.
“La importancia práctica del problema de la caracterización de la seudociencia puede medirse a través del volumen del negocio de la seudociencia, el cual se halla en el orden de los miles de millones de dólares por año, y en algunos países supera el presupuesto destinado a investigación y desarrollo” (De “Crisis y reconstrucción de la filosofía”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2002).
La tradición anticientífica y oscurantista constituye el denominado “romanticismo”. Mario Bunge agrega: “La tercera ola romántica se superpuso parcialmente a la segunda. Comenzó a principios del siglo XX con la fenomenología, fue seguida por el existencialismo, y culminó en el «posmodernismo» y en el movimiento anticientífico y antitécnico de nuestros días. Algunos de los nombres más conocidos de este complejo movimiento son Edmund Husserl y Martín Heidegger, Oswald Spengler y Jacques Ellul, Georg Lukács y Louis Althusser, Albert Camus y Jean-Paul Sartre, Karl Jaspers y Hans-Georg Gadamer, Michel Foucault y Jacques Derrida, Thomas S. Kuhn y Paul K. Feyerabend, Clifford Geertz y Harold Garfinkel, Barry Barnes y Bruno Latour”.
“Aunque muy diferentes entre sí, estos autores comparten todos o casi todos los siguientes rasgos característicos románticos: (a) desconfianza por la razón y, en particular, por la lógica y la ciencia; (b) subjetivismo: la doctrina según la cual el mundo es nuestra representación; (c) relativismo gnoseológico: negación de la existencia de verdades universales o transculturales; (d) obsesión por el símbolo, el mito, la metáfora y la retórica; y (e) pesimismo: negación de la posibilidad del progreso, especialmente en el campo del conocimiento”.
“Casi todos los neorrománticos escriben una prosa imprecisa, a menudo impenetrable, lo que es otra característica romántica. (Recuérdese el desprecio que sentía Nietzsche por la «ofensiva simplicidad estilística» de John Stuart Mill, así como la manía de Heidegger y sus imitadores, p.ej. Derrida, por construir oraciones ininteligibles y por lo tanto intraducibles” (De “Sistemas sociales y filosofía”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1995).
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