La regla práctica que describe el comportamiento del egoísta e idealizado “hombre económico” implica la presunción de una siempre presente elección racional, que consiste en tratar de maximizar la utilidad-beneficio y reducir el costo y los riesgos. Como no siempre se observa ese comportamiento, se hablará entonces de elecciones “irracionales”, según el criterio anterior, lo que no implica que tales individuos sean verdaderamente “irracionales” según criterios más amplios como los empleados en psicología.
Esta simplificación ha generado muchas críticas. Tim Harford escribió: “Si has leído algunas de las críticas a la economía, puede que estés comenzando a temer que lo que tienes entre manos es un libro sobre un personaje de muy mala fama llamado Homo economicus, u «hombre económico». Este hombre es la caricatura de aquello que, en general, se supone que los economistas deben presuponer de las personas. El Homo economicus no comprende las emociones humanas como el amor, la amistad o la caridad, o incluso la envidia, el odio o la ira; sólo el egoísmo y la codicia”.
“Conoce su propia mente, nunca comete errores y posee una fuerza de voluntad ilimitada. Además, es capaz de realizar cálculos financieros extremadamente complejos de forma instantánea e infalible. El Homo economicus es la clase de tipo que estrangularía a su propia abuela por una libra…suponiendo, claro está, que no le lleve más tiempo de aquel en que puede valorarse una libra”.
“¿Significa esto que la teoría de la elección racional tiene la misma utilidad que la teoría de que la Tierra es plana? No. Es más bien como la teoría de una Tierra perfectamente esférica. La Tierra no es una esfera perfecta, como te dirá cualquiera que haya escalado el monte Everest. Pero es casi una esfera, y la simplificación de que la Tierra es esférica nos vendrá muy bien para muchas cosas” (De “La lógica oculta de la vida”-Temas de Hoy-Buenos Aires 2008).
Si el individuo A le hace un obsequio al individuo B, se supone que lo hará por el interés de recibir en el futuro alguna ventaja personal, siendo éste un comportamiento egoísta y racional, ya que A busca optimizar sus beneficios y reducir costos e inseguridad. Si, por el contrario, A le hace un obsequio a un niño, también busca un beneficio personal, pero esta vez se traducirá en cierto bienestar derivado de sentimientos y afectos despertados por el niño. De ahí que la elección racional no describa esta última situación por no tratarse de un intercambio económico, por lo que tampoco se lo debe considerar como un comportamiento irracional. Tim Harford escribió: “El amor no tiene nada de irracional. De hecho, sin nuestras pasiones y principios, ¿de dónde vendría nuestra motivación para hacer elecciones racionales sobre cualquier cosa? Así que un mundo que se explica con fundamentos de economía no es un mundo sin amor, odio o cualquier otra emoción; es, por el contrario, un mundo en el que se espera que la gente tome decisiones racionales, en el que esas decisiones racionales sugieren algunas explicaciones sorprendentes para muchos de los misterios de la vida”.
El principio mencionado puede ejemplificarse en el caso de los precios de las viviendas, cuyos valores decaen a medida que los barrios en donde están ubicadas carecen de algunas ventajas para el ocupante. Y aquí aparece la necesidad de establecer decisiones racionales cuando un futuro comprador tiene que elegir entre pagar menos por una casa y asumir ciertas desventajas, o bien adquirir otra casa más cara que no presente inconvenientes. El citado autor escribe: “La gente racional responde a las compensaciones y a los estímulos. Cuando los costes o los beneficios de algo cambian, la gente modifica su comportamiento. Las personas racionales piensan –no siempre conscientemente- en el futuro tanto como en el presente, ya que intentan predecir las probables consecuencias de sus acciones en un mundo incierto”.
“La gente racional responde a estímulos: cuando resulta más costoso hacer algo, la gente tenderá a hacerlo menos; cuando resulta más fácil, económico o beneficioso, se inclinará a hacerlo con más frecuencia. Cuando sopesan sus opciones, las personas tienen presentes las limitaciones globales de las mismas: no sólo los costes y beneficios de una elección en particular, sino su presupuesto total. Y también considerarán las consecuencias futuras de las elecciones presentes”.
“La definición no parece polémica cuando la pongo negro sobre blanco: es tan obvia, tan cierta…Si un Toyota sube de precio, compras un Honda. (La gente responde a los estímulos). Cuando aumentan tus ingresos, optas por un Ferrari. (La gente tiene en cuenta su presupuesto). Sabes que en algún momento deberás devolver el préstamo que pediste para comprar ese Ferrari. (La gente es consciente de las posibles consecuencias)”.
Si un comerciante decide aumentar la demanda de lo que vende, procederá a rebajar los precios. En forma similar, si el Poder Judicial de un país decide promover la delincuencia, procederá a reducir las penas. Si el Poder Legislativo decide promover el terrorismo de izquierda, procederá a indemnizar a las familias de los caídos en esas acciones. Si el “poder sindical” decide promover la desocupación laboral, procederá a elevar los derechos del trabajador hasta niveles inverosímiles. En todos estos casos, económicos y políticos, se observa la misma respuesta del ciudadano común ante los premios y castigos.
La ley de la oferta y la demanda es una consecuencia de la elección racional, cuya aplicación va más allá de la economía. Harford escribió: “Gary Becker es un infractor racional…y también un premio Nobel de Economía, galardón que obtuvo en parte gracias al éxito de su teoría de la delincuencia racional. La idea le vino a la mente hace cuarenta años, un día que llegaba tarde para examinar a un estudiante de doctorado. Como no tenía tiempo de buscar un espacio libre, rápidamente comparó el costo de pagar el estacionamiento con el riesgo de ser multado por aparcar de manera ilegal”.
“Para cuando Becker llegó al examen, ya estaba tomando forma en su mente la idea –por entonces nada en boga- de que los delincuentes respondían a los riesgos y costos del castigo. El desafortunado estudiante fue inmediatamente invitado a debatir el tema. (Él aprobó y Becker no recibió ninguna multa)”.
Posteriores estudios mostraron la veracidad de la hipótesis. “Steven Levitt descubrió que en los estados en que los tribunales para adultos eran bastante más severos que los tribunales de menores, la diferencia de comportamiento era muy acusada: la delincuencia disminuía de manera espectacular una vez que los jóvenes alcanzaban la mayoría de edad. Este descenso no se registraba en aquellos lugares donde los tribunales de menores eran relativamente duros, debido a que los jóvenes ya tenían antes ese miedo al contacto con el sistema judicial. Y en todo el país, cuando el sistema judicial juvenil se volvió relativamente más benévolo entre 1978 y 1993, los delitos violentos perpetrados por menores de edad aumentaron drásticamente en relación con los delitos violentos cometidos por adultos”.
Si la mayor parte de las personas responden a los premios y castigos de una manera racional, ello implica que lo que falla en las sociedades actuales, no es tanto la ausencia de racionalidad sino la adopción de una escala de valores incompatible con el proceso de adaptación al orden natural y al orden social. Puede decirse que el hombre actual es un hombre mutilado por cuanto, priorizando el bienestar del cuerpo, relega a lugares secundarios lo intelectual y lo afectivo (o moral). De ahí que las “éticas racionales” deberían fundamentarse en una propuesta orientadora hacia los afectos y el intelecto, y no en la promoción de valores exclusivamente monetarios.
La principal limitación de la validez de la elección racional se asocia al hecho de que las principales decisiones aparecen en forma intuitiva para, seguidamente, aplicar el razonamiento para su consolidación o rechazo. De ahí proviene la distinción de Daniel Kahneman entre el pensamiento rápido (intuitivo o asociativo) y el pensamiento lento (racional o lógico). Martín Tetaz escribió: “En efecto, Kahneman sostiene que buena parte de los sesgos cognitivos que alejan el comportamiento de los sujetos de aquel que predican las leyes de la racionalidad postuladas por la economía tradicional tiene que ver con la existencia de dos sistemas de toma de decisiones diferentes: uno automático, cuyo mecanismo es más o menos inconscientes, y otro deliberado, cuya lógica responde a la evaluación consciente que se efectúa cuando se enfrenta un problema”.
“Por eso muchas veces los mercados no funcionan de manera eficiente, porque las personas no se detienen a pensar los pros y contras de cada decisión, sino que muchas veces las toman con mecanismos más o menos automáticos que han construido a partir de su experiencia y luego han modularizado” (De “Psychonomics”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2014).
En muchos casos, las decisiones importantes que determinarán el éxito o el fracaso posterior en la vida económica, dependen de ideas muy simples, tales como elegir entre estudiar o trabajar, quedarse en el país o irse al exterior, estudiar medicina o estudiar abogacía, etc. Corrado Gini escribió: “Si pensamos en los momentos decisivos de nuestra vida, la elección de carrera, de residencia, de esposa o de partido político, observaremos que en tales momentos críticos adoptamos una determinada actitud, más por efecto de impulsos que por elección razonada. Después, estos actos tendrán una importancia capital para elecciones razonadas de la vida sucesiva. La filiación y la acumulación, dominadas por instintos, son también decisivas para toda la conducta económica de los hombres” (De “Patología Económica”-Editorial Labor SA-Barcelona 1958).
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1 comentario:
Ya se ha dicho, aunque no lo bastante, que somos seres emocionales con capacidad de razonar, que no es exactamente lo mismo que eso de calificarnos como seres racionales.
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