Mientras que, desde la antigüedad, tratábamos de orientarnos por la “voluntad de Dios”, en los últimos tiempos predomina la intención de orientarnos por la “voluntad general”. Recordemos que Cristo pronunciaba: “Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo…”, mientras que Jean Jacques Rousseau sostenía que “La voz del pueblo es la voz de Dios”, concepto cercano al de la “voluntad general”. En ambos casos, posteriormente surgen quienes suponen ser los únicos y verdaderos intérpretes de tales voluntades (de Dios y del pueblo); así terminan sugiriendo, o imponiendo, a los demás sus propias voluntades. Rousseau escribió: “La voluntad general no coincide pues con la decisión tomada por la mayoría de los ciudadanos y de sus representantes. Hace falta que:
-La decisión sea tomada por los individuos, que voten los unos independientemente de los otros, sin sufrir las influencias de los grupos, facciones, partidos que sean o puedan hacerse paladines de intereses particulares.
-Pero como el ciudadano desea el bien más no lo conoce, debe ser instruido y conducido por quien conoce el bien común.
-El ciudadano así instruido debe inclinarse ante el resultado del voto, aun si quedó en minoría.
-Pero no tiene el derecho de seguir propugnando la que él considera la verdad y tampoco la tiene, cuando consiga persuadir a otros, de volcar la minoría en mayoría y modificar la ley.
-Nada de eso; el resultado de la decisión le hace sólo saber que él estaba en el error y no conocía la verdad. Los votantes no han afirmado con el voto de la mayoría una voluntad general. Esta preexistía y ellos la han sólo reconocido. Ella se impone con la evidencia de un axioma.
-El hombre es verdaderamente libre sólo si se somete a esta voluntad general que él no ha querido sino que ha simplemente reconocido porque lo iluminaron los que saben”
< (De “Florilegio del buen gobierno” de Luigi Einaudi-Organización Techint-Buenos Aires 1970).
Respecto de estas sentencias, Luigi Einaudi escribió: “Tal mensaje del ciudadano de Ginebra. No el voto de los ciudadanos sino el reconocer a los dioses es lo que afirma la voluntad general”.
“Tal vez Rousseau no preveía que su doctrina hubiera sido fecunda de efectos tan graves. Aparecieron los dioses por decenas y asumieron el cargo de conductores de los pueblos. De Robespierre a Babeuf, de Buonarroti a Saint-Simon, de Fourier a Marx, de Mussolini a Hitler, de Lenin a Stalin, se sucedieron los conductores para enseñar a los pueblos, ignaros de cuál era la verdad, cuál era la voluntad general que ellos desconocían; pero que una vez enseñada y reconocida, los pueblos no podían rehusarse a realizar”.
“Los pueblos han aprendido que la libertad no consiste en discutir primero e inclinarse la minoría después ante el deseo de la mayoría, salvo que exista el derecho a continuar discutiendo para reducir la mayoría a minoría. En el sistema de los dioses y de los conductores que descubrieron la verdad verdadera, los hombres se sienten libres sólo cuando el guía enviado por el oráculo divino ha indicado el camino de la verdad y condenado el error. El error, la desviación, la oposición al principio declarado en las tablas fundamentales del hombre-guía es ilícito, es un delito contra la voluntad general y debe ser eliminado”.
“No tiene importancia la fórmula con la cual el oráculo conduce a los hombres al descubrimiento de la verdad. Para Rousseau y Robespierre toma el nombre de «virtud», para Saint-Simon de religión de la ciencia, para Hitler el dominio de la sangre y la raza, para Marx la dictadura del proletariado. Las fórmulas cambian y pasan. La doctrina de una verdad que, descubierta, debe ser reconocida y obedecida, queda”.
“Aquel que dice «yo sé», sabe las verdades conocidas, las que forman parte del patrimonio acumulado por generaciones de pensadores, de indagadores, de estudiosos del pasado. Debemos, sí, conservar cuidadosamente ese patrimonio, pero no imaginar nunca que sea sagrado e invariable. Las verdades aceptadas y enseñadas conservan valor sólo si son continuamente revisadas, corregidas, perfeccionadas; si están constituidas por principios aptos para explicar un número mayor de hechos, para explicarlos de manera más simple”.
En forma semejante a lo que ocurrió con la Revolución Rusa de 1917, en que participan varias corrientes revolucionarias triunfando la más violenta, durante la Revolución Francesa son también varias las corrientes en pugna, siendo la más violenta la de los seguidores de Rousseau. Stephen R. C. Hicks escribió al respecto: “Los nobles fueron incapaces de formar una coalición unificada, y no pudieron competir con el vigor de los representantes liberales y radicales. El control de los eventos se les fue de las manos, y la Revolución entró en una segunda fase más liberal. Esta etapa fue ampliamente dominada por liberales lockistas, y fueron ellos quienes produjeron la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano»”.
“Los liberales, sin embargo, no pudieron a su vez competir con el vigor de los miembros más radicales de la Revolución, A medida que los integrantes girondinos y los jacobinos asumían mayor poder, la Revolución entraba en su tercera fase”.
“Los líderes jacobinos eran, en forma explícita, discípulos de Rousseau. Jean Paul Marat, quien hacía una apariencia desalineada y mugrienta, explicó que así lo hacía «para vivir con sencillez y de acuerdo con los preceptos de Rousseau». Louis de Saint-Just, quizá el más sanguinario de los jacobinos, dejó en claro su devoción por Rousseau en los discursos a la Convención Nacional. Y si hablamos del más radical de los revolucionarios, Maximilien Robespierre expresó la devota opinión predominante del gran hombre: «Rousseau es el único hombre que, a través de la elevación de su alma y la grandeza de su carácter, se mostró digno del papel de maestro de la humanidad»”.
“Bajo el control de los jacobinos, la Revolución se volvió más radical y más violenta. Ahora eran los voceros de la voluntad general, y teniendo a su disposición la «fuerza compulsiva universal» que Rousseau había soñado para combatir las reacias voluntades privadas, los jacobinos consideraron conveniente que muchos murieran. La guillotina se mantuvo ocupada mientras los radicales cruelmente mataban nobles, sacerdotes y a casi cualquiera cuyas ideas políticas parecieran sospechosas. «No sólo debemos castigar a los traidores», urgió Saint-Just, «sino a todas las personas que no sean entusiastas». La Nación se había sumido en una guerra civil brutal y, en un acto enormemente simbólico, Luis XIV y María Antonieta fueron ejecutados en 1793. Eso sólo empeoró las cosa, y toda Francia devino en un régimen de terror” (De “Explicando el posmodernismo, la crisis del socialismo”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014)
El error metodológico que conduce a conceptos generales como “la voluntad general” o la “lucha de clases”, proviene de establecer descripciones del comportamiento humano desconociendo aspectos individuales como actitud, personalidad, etc., especialmente en épocas en que la psicología social ha hecho avances en esos aspectos. La elección de las masas, en cuanto a lo que es bueno para todos, tiene pocas probabilidades de ser adecuada para el logro de los resultados esperados. Seguramente el método de Rousseau sea el indicado para imponer la voluntad del hombre-masa sobre el resto de la sociedad.
Todo indica que, en la actualidad, debemos tratar de orientarnos por la “voluntad aparente del orden natural”. Las leyes naturales que rigen nuestra conducta nos imponen la obligación de adoptar una actitud cooperativa si es que pretendemos lograr un adecuado nivel de felicidad y si, además, pretendemos lograr nuestra supervivencia como humanidad. Los mandamientos bíblicos del amor al prójimo apuntan a satisfacer la voluntad aparente del orden natural.
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2 comentarios:
Es bastante placentero leer tus escritos, aunque en ocasiones no son siempre sencillos de asimilar, siempre suelen ser muy didácticos !!!
Gracias por su opinión....Trato siempre de tener claras las ideas para poder expresarlas en forma sencilla....aunque a veces no se pueda lograr ese objetivo.
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