En países como la Argentina, es frecuente que diversos sectores sociales aplaudan errores y barbaridades cometidas por sus representantes políticos mientras que, a la vez, denigran los aciertos y los éxitos de sus rivales. Esto no es más que un aspecto del relativismo cognitivo y moral vigente, ya que la realidad objetiva poco o nada interesa, prevaleciendo el carácter de “amigo” o “enemigo” de quienes realizan determinadas acciones, y se hace caso omiso a los efectos o a los resultados que esas acciones provocan.
La economía propuesta por el liberalismo es una continuación de cierta mentalidad que tiende a promover el gobierno de las leyes sobre los hombres, para que, luego, bajo ese marco legal, se puedan desarrollar las plenas potencialidades individuales. La economía del intercambio en el mercado no se establece solamente a partir de las leyes que la favorecen, sino también a partir de ciertos hábitos de producción ligados a un nivel moral básico, necesario e imprescindible; aspecto al que, generalmente, no se le concede el carácter prioritario que debería tener.
Respecto de la oposición al liberalismo, César Augusto Gigena Lamas escribió: “¡La economía liberal! Piedra de escándalo de la política argentina. Si los políticos, los sociólogos, los demagogos y la prensa de izquierda no tuvieran este tema para expostular todos los días probablemente buscarían su medio de sustento en otras profesiones o labores. Porque parece que todo lo malo del país, todo lo dañino, todo lo perverso, es o ha sido obra de la economía liberal. Los liberales tenemos la culpa de la inflación, del atraso, del subdesarrollo, de la miseria, del estancamiento, de la dependencia colonial, de la humedad, de la recesión, de la desocupación y de que usted llegue tarde a la oficina el lunes”.
“Lo curioso del caso es que a pesar de los luminosos intervalos –muy cortos- en que algunos ministros serios y responsables se han hecho cargo de la cosa, hace un montón de años que un gobierno liberal no sienta sus reales en la Casa de Gobierno. Así que no se explica claramente cómo han podido ser culpables de tantos y tan señalados crímenes”.
“El descalabro actual se debe al abandono, no a la aplicación, de la política liberal. Y como la economía es parte de la política liberal, o por lo menos opera dentro de su ámbito, vemos que no hay culpa alguna, porque no ha habido posibilidad práctica de ensayar por periodos razonables la política liberal en el país por lo menos desde 1928” (De “Nosotros, los liberales”-Ediciones La Bastilla-Buenos Aires 1972).
En cuanto al proceso económico básico, el autor mencionado lo resume de la siguiente forma: “¿En qué consiste éste? Fundamentalmente, en respetar en el plano económico la libertad del hombre tanto como se la debe respetar en los demás campos de la actividad. Y el respeto a la libertad se da cuando se permite el libre juego de las fuerzas del mercado. Cualquier factor extraño –la acción del Estado, los monopolios, las combinaciones, los cartels, los trusts- distorsiona el mercado e impide su correcto funcionamiento. Por eso la intervención del Estado es sólo admitida por el liberalismo para restaurar el orden, cuando éste es violado por alguna de las formas monopólicas que hemos anunciado anteriormente”.
“El mercado es un mecanismo maravilloso, que se regula a sí mismo, y en el cual la oferta y la demanda encuentran su punto de equilibrio sin necesidad de que funcionarios gubernamentales determinen cuánto, cómo y qué se debe vender o comprar. Yo no pretendo aquí formular una exposición detallada del funcionamiento del sistema….Supongamos que yo fabrico un determinado producto. Se me ocurre que 100 unidades serán una buena medida para empezar. Calculo mis costos totales, le agrego lo que yo entiendo es una justa ganancia, y salgo a buscar compradores. Como soy el único que fabrica ese producto, tengo un monopolio de hecho, y como ese producto es necesario, voy a conseguir vender en ese mismo día 70 unidades a 100 pesos cada una. Las otra 30 las reservo para el día siguiente, porque no he encontrado compradores, o porque los que aparecían me ofrecían un precio menor, y yo no estaba dispuesto a sacrificar la ganancia que había estimado conveniente”.
“Al día siguiente vuelvo a salir buscando compradores, pero resulta que otras personas, durante la noche, se han puesto a fabricar el mismo producto que yo, alentados por mi fulminante éxito del día anterior. Pero como han encontrado métodos más baratos de producción, y han conseguido reducir sus costos, pueden vender cada unidad a 85 pesos; cuando yo voy a ofrecer mi mercadería, resulta que nadie quiere comprarme, porque mi precio es muy alto. Entonces decido sacrificar la ganancia exorbitante que había planeado asegurarme, y tengo que bajar el precio a 83, con lo cual entro en competencia con los nuevos productores, y puedo terminar con mis existencias”.
“Mientras tanto, mis competidores han encontrado nuevos clientes que están dispuestos a pagar 85, y también han dado fin a sus ventas de ese día con total éxito. Pero al día siguiente, sabiendo todos los productores que la competencia será muy ardua, hemos conseguido todos, haciendo un esfuerzo notable, reducir nuestros costos, y aun reducir nuestros márgenes de ganancia, hasta llegar a fijar un precio de venta alrededor de los 75 pesos. Como esperamos que haya mucha más gente que antes, dispuesta a pagar ese precio, porque entonces podrán comprar, hemos fabricado 200 unidades cada uno”.
“Salimos a vender, y al principio eliminamos 100 unidades con facilidad. Pero nos quedan 100, porque todavía queda gente que no está dispuesta a gastar o no puede gastar 75 pesos en mi producto. Entonces decido sacrificar aún más mis márgenes de ganancia y dispuesto a obtener beneficio de la cantidad de ventas que haga, bajo el precio a 60. Y comienzo nuevamente a vender en forma fluida. Claro, habrá muchos de mis competidores que no podrán bajar tanto el precio, y entonces se retirarán del mercado. Y como a 60 pesos la demanda de mi artículo sigue siendo muy fluida, la competencia que queda en el mercado sigue mis pasos y baja también su precio a 60”.
“Si los compradores demuestran su voluntad de seguir pagando este precio, y los oferentes podemos satisfacerles sin hacer quebrar nuestra industria, entonces habremos encontrado un punto de equilibrio entre las pretensiones de ambas partes que se llama precio del mercado o, simplemente, precio”.
En este proceso relativamente simple, se advierte que si alguien pretende lograr ganancias elevadas, la competencia limita su egoísmo, beneficiando directamente a los compradores. Sin embargo, los detractores de este proceso aducen que la “competencia es mala” y que debería abolirse. También aducen que el egoísmo es el motor del mercado, y que por ello también es malo. Sin embargo, debe advertirse que, bajo un sistema de competencia, el egoísmo se ve limitado hasta niveles normales. Los detractores de la economía de mercado proponen una economía “sin competencia y sin egoísmo”, por lo cual promueven una economía socialista en la cual el Estado establece un gigantesco y único monopolio que acentúa todos los errores asignados al mercado.
La ambición de todo egoísta es no competir y establecer un monopolio. Como el egoísmo es parte de la naturaleza humana, y un defecto moral, con la competencia económica se logra reducirlo a valores normales. De ahí que las críticas contra el liberalismo acerca del egoísmo y los monopolios, no tenga sustento suficiente. Además, como en los países subdesarrollados predomina una mentalidad anti-empresarial y pocos son los que aspiran a conformar empresas competitivas, el culpable de esta situación no es el liberalismo o las ideas que propone, sino la mentalidad populista y socialista.
En cuanto a los monopolios que atentan contra el mercado, el citado autor agrega: “Ocurre que un día viene un señor muy poderoso, empieza a comprar todas las fábricas, y haciéndose de ese modo dueño del mercado da lugar a la existencia de un monopolio…Entonces es justo que intervenga el Estado y obligue a ese señor a volver a vender todas las fábricas que había comprado, porque no es justo que en base a su poder económico tenga derecho a decir qué bienes han de fabricarse, de qué calidad, en cuánta cantidad y a qué precio. Y así se restaura la competencia, que obra a favor del consumidor, porque a mayor cantidad de oferentes, más bajo ha de ser el precio. Y a mayor cantidad de compradores, más ganancia global para el vendedor”.
Los detractores del mercado acusan también al liberalismo de negar “la intervención del Estado en la economía”, Lo cual no es cierto, ya que se le otorga al Estado el importante papel de evitar monopolios y mantener el proceso del mercado con muy pocas distorsiones. Se le asigna al Estado cumplir con eficacia funciones tan importantes como la defensa nacional, seguridad, educación, salud, etc.
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