En todo proceso social que apunta hacia cambios de mentalidad y de hábitos, como fue la irrupción del cristianismo, o la Revolución Rusa de 1917, aparecen nuevos principios éticos como referencias necesarias para compatibilizar la política, la economía y otras instituciones sociales existentes. De ahí que el comportamiento económico de los pueblos, en tales circunstancias, no se valora en función de los resultados logrados como en función de la compatibilidad con los principios éticos mencionados. Gerhard Stavenhagen escribió: “Como sistema científico y teórico tiene la economía política dos raíces: 1) las opiniones y las concepciones desarrolladas por la filosofía a lo largo de los siglos dentro del margen de su sistema y de su concepto variable según las épocas, referente a la vida social y, en especial, a la economía; 2) las experiencias y comprobaciones adquiridas por los hombres de la vida económica práctica, es decir, por hombres políticos, funcionarios de la administración y comerciantes en su contacto con los problemas concretos del momento y de la política económica”.
“Desde la antigüedad hasta muy avanzada la Edad Media, la filosofía se ocupó de cuestiones económicas exclusivamente desde el punto de vista de lo que debería ser, vale decir, como un asunto concerniente a la ética o a la política. Estaba lejos de observar la vida económica de un modo teórico, o sea, de comprenderla independientemente de exigencias éticas o políticas. Los filósofos griegos, en especial Platón y Aristóteles, trataron los problemas económicos sólo dentro del margen de la «política» y de la «sociología». Igualmente los escolásticos discutieron cuestiones económicas únicamente con vista a lo que la ética cristiana exige; les interesaba tan sólo el problema de hasta qué punto las acciones económicas de los hombres estaban de acuerdo con las doctrinas de la Iglesia” (De “Historia de las Teorías Económicas”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 1959).
Los primeros cristianos, a partir del mandamiento del amor al prójimo, entendieron que los intercambios de tipo comercial deberían establecerse en forma similar a los intercambios dentro de una familia. Por ejemplo, un hijo tendrá poca predisposición a querer obtener ganancias al venderles algo a sus padres; tampoco tendrá predisposición a cobrarles intereses luego de haberles prestado dinero. Si el prójimo ha de significar para nosotros lo que significan nuestros familiares, entonces no deberíamos realizar intercambios comerciales obteniendo ganancias ni tampoco deberíamos cobrar intereses a nadie. Sin embargo, desde el punto de vista económico, esta “igualdad del prójimo” condujo a decepcionantes resultados económicos, por lo que, en plena Edad Media, se produjo una reevaluación de esos aspectos hasta la aceptación plena del comercio, de las ganancias y de los intereses. Eric Roll escribió: “La economía que en la práctica era muy parecida a la que había expuesto Aristóteles, se apoyaba en una base de teología cristiana. Ésta condenaba la avaricia y la codicia y subordinaba el mejoramiento material del individuo a los derechos de sus semejantes, hermanos en Cristo, y a las necesidades de la salvación en el otro mundo. De esta guisa pudo la Iglesia condenar unas veces las prácticas económicas que aumentaban la explotación y la desigualdad, y otras veces predicar la indiferencia hacia las miserias de este mundo. En general, defendía la desigualdad de situaciones que Dios había designado a los hombres”.
“Se puso en duda todo el fundamento del comercio, al argüir Tertuliano que eliminar la codicia era eliminar la razón de la ganancia y, por lo tanto, la necesidad del comercio. San Agustín temía que el comercio apartase a los hombres de la búsqueda de Dios; y a principios de la Edad Media era común en la Iglesia la doctrina de que «nullus christianus debet esse mercator» [ningún cristiano debe ser comerciante]”.
“Pero a fines de la Edad Media estas opiniones sobre la propiedad y el comercio se encontraron en diametral oposición con un sistema económico firmemente atrincherado que descansaba en la propiedad privada y con un comercio muy ampliado producido por el crecimiento de las ciudades y la expansión de los mercados”.
“En Santo Tomás de Aquino encontramos una clara tendencia a conciliar el dogma teológico con las condiciones imperantes de la vida económica. Respecto de la propiedad, no admitía los derechos ilimitados que concedía el derecho romano, que de nuevo empezaba a privar, y encontraba en la distinción aristotélica entre el poder de adquisición y administración y el poder de uso una separación importante de dos aspectos de la propiedad. El primero confería derechos al individuo, y los argumentos con que Santo Tomás lo defiende son los mismos que en el ataque de Aristóteles contra Platón. El segundo impone al individuo obligaciones en interés de la comunidad. Así pues, no la institución en sí misma, sino el modo de usarla es lo que determina la bondad o la maldad” (De Historia de las Doctrinas Económicas”-Fondo de Cultura Económica-México 1942).
El caso más ilustrativo de conflictividad entre ética cristiana y economía, se advierte en San Francisco de Asís, quien adopta la pobreza absoluta como forma de vida, incluso requiriendo de la ayuda y de la buena predisposición de los demás para sobrevivir. Si todos adoptáramos esa forma de vida, las economías regionales colapsarían bajando el nivel de vida y, seguramente, el promedio de duración de la vida humana. Debe recordarse que una de las motivaciones que llevan a Francisco a adoptar esa actitud, fue su actitud de protesta y rebeldía contra su padre, un avaro industrial textil que explotaba laboralmente a sus trabajadores y que incluso bautiza a su hijo con el nombre de “Francesco”, como equivalente a “francés”, por cuanto en Francia tenía sus clientes más importantes.
El socialismo surge como oposición o represalia contra los excesos cometidos por industriales y comerciantes de la era precapitalista, cuando todavía no existían mercados desarrollados, intentando incluso establecer “el hombre nuevo” que habría de despreciar el dinero, las ganancias, los intereses y la propiedad privada, es decir, el socialismo apunta a lo mismo que apuntaban los cristianos de las épocas iniciales de la Edad Media. Sin embargo, mientras que la Iglesia admite y reconoce los inconvenientes derivados de esos objetivos y prohibiciones, para superarlos luego, los sectores socialistas los mantienen vigentes y sus adeptos siguen acechando a las sociedades democráticas para acceder al poder y cometer los mismos errores que siempre produjo el socialismo.
Al existir coincidencias en cuanto a la pecaminosidad del dinero, la ambición, el comercio, la propiedad privada, etc., habrán de surgir, necesariamente, similitudes entre socialismo y feudalismo, aunque también aparecerán diferencias esenciales. Ello se debe a que, mientras en la Edad Media europea el poder es disputado entre monarcas y sacerdotes, existiendo al menos una rudimentaria división de poderes, bajo el socialismo existe una total concentración de poder, ya que al poder político se le agrega el económico y toda forma imaginable de poder. “La aproximación de los obispos de Roma a los reyes francos y la restauración del Imperio en la persona de Carlomagno, marcaron el inicio de una colaboración entre las dos espadas, la terrenal (el emperador) y la espiritual (el pontífice). No faltaron las disputas entre ambos poderes, pero en todo momento fueron debates internos a la propia comunidad de los creyentes” (Julio Valdeón Baruque en “El poder de los Papas”-Sarpe-Madrid 1985).
Por otra parte, mientras al socialismo se lo impone a grandes sectores de la población contra su voluntad, los vínculos entre las clases sociales medievales se establecían bajo la voluntad de todas las partes. Eduardo A. Zalduendo escribió: “También puede entenderse por feudalismo el conjunto de instituciones, generalmente de tipo militar, que rigieron las obligaciones de obediencia y de servicio entre un hombre libre llamado «vasallo» y otro hombre libre reconocido como «señor» dentro de un territorio determinado o «feudo»” (De “Breve historia del pensamiento económico”-Ediciones Macchi-Buenos Aires 1998).
Mientras que en las sociedades democráticas existe el predominio de la clase media, tanto el medioevo como el socialismo quedaron constituidos por dos clases sociales netamente diferenciadas. Milovan Djilas escribió: “La mayor ilusión era la industrialización y colectivización en la Unión Soviética y la destrucción de la propiedad capitalista que traería consigo una sociedad sin clases. En 1936, cuando se promulgó la nueva Constitución, Stalin anunció que la «clase explotadora» había dejado de existir. La clase capitalista y las otras de antiguo origen habían sido destruidas realmente, pero se había formado una clase nueva entonces desconocida en la historia”.
“Es incomprensible que esta clase, como las anteriores a ella, creyera que el establecimiento de su poder traería consigo la felicidad y la libertad para todos los hombres. La única diferencia entre ésta y las otras clases consistía en que ésta trataba más crudamente la demora en la realización de sus ilusiones. Afirmaba que su poder era más completo que el de cualquier clase anterior en la historia y sus ilusiones y prejuicios de clase eran proporcionalmente mayores”.
“Esta clase nueva, la burocracia, o más exactamente la burocracia política, posee todas las características de las anteriores, así como algunas nuevas propias. Su origen tiene también sus características especiales, aunque en esencia ha sido semejante a los comienzos de otras clases”.
“Trotsky advirtió que en los revolucionarios profesionales anteriores a la revolución estaba el origen del futuro burócrata stalinista. Lo que no advirtió fue la creación de una nueva clase de propietarios y explotadores” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).
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