Las perturbaciones afectivas tienden a influir en la actitud cognitiva predominante en cada individuo. Mientras que la persona equilibrada adopta como referencia la propia realidad, y a ningún ser humano, en particular previa preparación cognitiva recibida de docentes y escritores, principalmente, quienes de alguna forma abandonan, o no acceden, a esa normalidad, pueden caer en la credulidad, la incredulidad, el escepticismo o el fanatismo.
La credulidad está asociada a la persona poco adepta a la adquisición de nuevos conocimientos y por ello no es capaz de distinguir la prédica del ignorante de la del sabio. De ahí su predisposición a aceptar todas las posturas ideológicas sin ser capaz de establecer comparaciones y así adoptar la que le parece mejor, rechazando las que resulten incompatibles con su elección.
Se ha visto la credulidad como una falsa fe religiosa que surge de la persona que acepta lo que un devoto le dice sin apenas realizar cuestionamiento alguno. A. Viret escribió: “La credulidad no es más que la servil complacencia de un espíritu débil, en tanto que la fe exige todo el ímpetu y el vigor del alma” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
También el crédulo tiende a aceptar relatos inverosímiles que llevan en sí contradicciones lógicas que delatan falta de realismo o incompatibilidad con el mundo real. J. Joubert escribió: “La credulidad, esa feliz ignorancia del fraude”.
El crédulo, o el ingenuo, es el que no supo crear “anticuerpos sociales” por lo que asume que todos dicen siempre la verdad, siendo engañado fácilmente antes de ser consciente de la realidad del ámbito social. P. Bourguet escribió: “La credulidad del profesor….era la del justo que, no habiendo engañado nunca, se encuentra desarmado ante ciertas mentiras” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).
En oposición al crédulo surge el incrédulo, el que ha sido engañado por las mentiras recibidas y trata de protegerse de ser engañado nuevamente. De ahí su actitud y su predisposición a no creer en nadie.
En un sentido similar, aunque asociado al ámbito de las ideologías y de las creencias, aparece el escéptico. Así como el incrédulo lo es generalmente para compensar una previa credulidad, el escéptico lo es por rechazar un previo fanatismo. Así, el anticapitalista conserva su antigua aversión mientras genera una nueva: el antisocialismo, por haberse sentido engañado por la prédica socialista. Fernando Savater escribió: “«Creo que creo, pero a veces dudo de si dudo»: con este patológico trabalenguas resumía hace poco un amigo su confusa situación anímica frente a las propuestas de transformación del mundo que padecemos”.
“Una de las novedades de los tiempos es que a los dogmáticos militantes de hace unos años, para quienes la más ligera reserva teórica o cautela práctica era entreguismo pequeñoburgués o traición, les han sustituido los actuales fanáticos del escepticismo. La sustitución se ha realizado por lo general dentro de sí mismos, o sea que los ex dogmáticos son ahora escépticos y todo queda de ese modo en familia”.
“No hay fe más exigente y rígida que el escepticismo, sobre todo para los nuevos conversos: es cosa de ver el jubiloso fervor con que anatematizan a quien formula una leve esperanza de modificación del orden vigente o descalifican con una piadosa sonrisa al que delante de ellos se atreve todavía, en el calor de una discusión, a manejar términos como «explotación» o «justicia»”.
“Como, mientras fueron creyentes, cerraron ojos y oídos a todas las barbaridades que se hacían (¡y se hacen!) en los llamados países socialistas en nombre de la diosa Revolución, ahora rechazan de plano, con idéntica intransigencia, que detrás de cualquier planteamiento revolucionario pueda haber otra cosa que barbarie”.
“Como antes excusaron el autoritarismo o la ambición de sus dirigentes por el hecho de estar afiliados a la Santa Causa, ahora ya no ven en toda causa más que autoritarismo y ambición, subrayando con deleite estos demasiado frecuentes rasgos personales en cualquier socialista o comunista que llega a un cargo público”.
“Lúcidos, ilustrados, desengañados al fin, acuden de inmediato a socorrer la ingenuidad de quien saluda con moderado contento alguna victoria de la izquierda en un mundo político no demasiado abundante en ellas….Sobre todo, los neo-escépticos conservan una fe de carboneros en que todo es irremediablemente como debe ser o, al menos, como tiene que ser”.
“Ya han descubierto por fin el secreto del mundo: no hay nada que hacer. No permitirán que ningún aguafiestas con veleidades regeneracionistas retroadolescentes les fastidie esta simple y contundente convicción. Sólo les queda clausurarse en la vida particular, comprarse un video y esperar las televisiones privadas, afiliarse a un club de gourmets donde les recomienden los caldos y las salsas de que se privaron cuando eran pro-chinos, intentar por fin el gran amor de su vida con Purita y leer a Jean-Françoise Revel, que no creas pero tiene mucha razón…” (De “Sobre vivir”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1983).
El fanatismo es la actitud de quien acepta solamente una creencia o una ideología mientras simultáneamente rechaza otra creencia o ideología distinta, en especial aquella en que observa como opuesta. Los totalitarismos surgen esencialmente del fanatismo, tanto de ideólogos como de adeptos. “Fanatismo: disposición del que está animado, hacia la religión o hacia cualquier otra causa, de un celo ciego que le hace descuidar lo demás y tener por legítimos todos los medios”.
“Fanaticus se decía de los sacerdotes afectos al servicio del templo, en particular de los que se hallaban en trance de inspiración. Por extensión se calificaba de fanática a la filosofía que explicaba los hechos por la intervención de poderes sagrados” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).
Las actitudes mencionadas son generadoras de divisiones y antagonismos ya que el fanatismo es incompatible con el escepticismo, o con el realismo cientificista. Santiago Ramón y Cajal escribió: “Si eres heterodoxo o escéptico, no intimes demasiado con camaradas creyentes o intolerantes. El odio teológico se agazapa y disimula, pero no perdona jamás” (De “Charlas de café”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1966).
Por lo general, se asume que el científico debe necesariamente ser un escéptico. Sin embargo, no debe confundirse la normal precaución que muestra frente al posible error con una actitud negadora de la posibilidad de que alguien haya encontrado la verdad acerca de alguna cuestión. El proceso de “prueba y error” le asegura que gran parte de la tarea científica termina en error y de ahí que, en cierta forma, esté habituado a la posibilidad de encontrarlo a cada paso que da, o que otros dan.
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