Respecto de la existencia de civilizaciones extraterrestres, pueden distinguirse dos posturas extremas: la del aficionado que trata de convencer a los demás acerca de un acontecimiento excepcional todavía no verificado, por una parte, y la del científico que contempla tal posibilidad a la luz de los conocimientos adquiridos hasta el presente. J. D. Bernal escribió: “Hay dos futuros, el futuro del deseo y el futuro del destino, y la razón humana no ha aprendido nunca a separarlos”.
Se estima que el universo está constituido por unas cien mil millones de galaxias, cada una de ellas compuesta, a su vez, por unas cien mil millones de estrellas. Ante la existencia de tal diversidad estelar, sería un tanto sorprendente que fuésemos los únicos integrantes de una posible comunidad de seres inteligentes. En este caso, sentiríamos una desagradable sensación de soledad. De ahí que nos resulte atractiva la posibilidad de no ser los únicos. Sin embargo, la realidad de nuestro universo no depende de nuestros gustos ni de nuestros deseos. El físico Pascual Jordan escribió: “En relación con la pregunta sobre la existencia de fenómenos de vida extraterrestre y más todavía sobre la existencia de otras inteligencias, yo soy considerablemente más escéptico que la gran mayoría de los especialistas que han participado hasta la fecha en los debates sobre tales cuestiones….no creo en la existencia de base alguna para suponer la probabilidad de que haya seres inteligentes extraterrestres, en virtud de los conocimientos que hoy tenemos de las Ciencias Naturales”.
“Naturalmente, no es que niegue por principio la posibilidad de que exista vida orgánica en otros astros; y si en algún otro sistema planetario la vida orgánica se hubiese desarrollado hasta alcanzar un grado muy alto, existe también la posibilidad –que debe ser reconocida- de que haya surgido en tales lugares una inteligencia que podría ser similar o quizá superior a la humana”.
“En las conversaciones se tropieza una y otra vez con dos posturas bien comprensibles desde el punto de vista psicológico, pero erróneas desde un ángulo objetivo. La investigación moderna nos ha hecho sentir de manera opresiva la monstruosa magnitud del mundo estelar”. “¿No tendríamos que sentirnos sobrecogidos de angustia al pensar que el ser humano está solo en este gigantesco mundo de estrellas, que seamos los únicos seres vivientes en el Cosmos infinito?”. “¿No tendríamos que antojársenos el gigantesco mundo estelar una empresa de derroche incomprensible si la vida orgánica fuera sólo un fenómeno natural completamente raro y aislado de la inmensidad del Cosmos?” (De “¿Estamos solos en el Cosmos?”-Varios autores-Plaza & Janés SA Editores-Barcelona 1973).
Entre los científicos existe un gran porcentaje que admite la posibilidad de existencia de vida inteligente extraterrestre, mientras que simultáneamente niega que hayan llegado a nuestro planeta viajeros lejanos, como lo afirman los aficionados, y mucho menos con la frecuencia supuesta. Por ello promovieron la creación de organismos internacionales dedicados a emitir ondas de radio al espacio exterior con la esperanza de recibir alguna respuesta. Frank D. Drake escribió: “Quizá no haya nada tan excitante como el pensamiento en la posibilidad de un contacto con civilizaciones extraterrestres. Un contacto de tal naturaleza pondría por vez primera al género humano en comunicación con una forma de vida que se habría desarrollado con independencia absoluta de la nuestra y que, probablemente, habría producido individuos, técnica, historia, ideas políticas e ideales de belleza completamente distintos de los que conocemos en nuestro planeta. Si pudiésemos realizar este sueño, tendríamos una idea mucho más amplia, no sólo de un nuevo mundo, sino también de la situación del ser humano dentro de un sistema de lo posible y, asimismo, de la significación de nuestra vida como seres humanos. Hay un momento en nuestra vida en el que todos nos preguntamos por qué existimos. Y el conocimiento del desarrollo de otras civilizaciones podría procurar una respuesta a esta pregunta básica de nuestra existencia, aunque no hay duda de que la respuesta no sería totalmente satisfactoria” (De “¿Estamos solos en el Cosmos?”).
Es oportuno tener presente que la naturaleza exige del hombre el pleno desarrollo de sus potencialidades como un precio impuesto a nuestra supervivencia. En caso de producirse un intercambio de información con civilizaciones más avanzadas, se anularía la posibilidad creativa de los futuros genios de la humanidad, derogándose esta “ley tácita” que pareciera regir nuestro vínculo con el orden natural.
En reuniones interdisciplinarias celebradas algunas decenas de años atrás, científicos de la URSS y de EEUU, principalmente, evaluaron las probabilidades de existencia de civilizaciones extraterrestres. Tales conferencias se conocen como CETI (Communication with Extraterrestrial Intelligence). Como guía para las discusiones se utilizó la “fórmula de Drake”, en la que aparecen los distintos factores a tener en cuenta:
N = R* fp ne f1 fi fc L
En donde:
N: número de civilizaciones extraterrestres en nuestra galaxia.
R*: ritmo de formación estelar promediado para toda la vida de la galaxia (número de estrellas por año).
fp: fracción de estrellas con sistemas planetarios.
ne: promedio de planetas dentro de estos sistemas planetarios ecológicamente apropiados para la vida.
f1: fracción de esos planetas en los que tiene lugar realmente el origen de la vida.
fi: fracción de tales planetas en los que, tras aparecer la vida, nace la inteligencia de alguna forma.
fc: fracción de tales planetas en los cuales los seres inteligentes desarrollan una fase comunicativa.
L: vida media de esas civilizaciones técnicas.
Carl Sagan comenta la ecuación anterior: “El factor R* pertenece al dominio de la astrofísica, como también fp; ne está determinado en la frontera que separa la astronomía de la biología; f1 es en gran parte un tema de la química orgánica y la bioquímica; fi constituye un tema de la neurofisiología y la evolución de los organismos avanzados; fc es un tema de la antropología, arqueología e historia. Y el último término está situado en una zona muy nebulosa que predeciría el futuro de las sociedades: afecta a la psicología y a la psicopatología, a la historia, la política, la sociología y otros muchos campos. La confianza de los cálculos declina pronunciadamente de R* a L en la ecuación mencionada. Pero dejando aparte la posible bondad de nuestros cálculos sobre estos factores, es de notar el hecho de que exista un problema en sí que implique tan íntimamente unos temas que van desde la astrofísica y la biología molecular hasta la arqueología y la política. (De “Comunicación con inteligencias extraterrestres”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1980).
En cuanto a quienes aducen haber sido testigos de la presencia de seres extraterrestres, se les puede preguntar acerca de la forma en que han podido viajar desde distancias enormes. Quien sostiene tal posibilidad, es el que debe convencer a los incrédulos, mediante argumentos y pruebas, acerca de la veracidad de sus afirmaciones.
Se sabe que la estrella más cercana a nuestro sistema planetario solar, que dista a unos 4,2 años luz, no tiene planetas a su alrededor capaces de sostener alguna forma de vida, por lo que deberían proceder de lugares todavía más distantes. Tal distancia puede calcularse multiplicando la cantidad de segundos que hay en 4,2 años por 300.000 km, que es la distancia que viaja la luz en un segundo.
Según las leyes de la física, para llevar un móvil a velocidades cercanas a la de la luz, se requieren enormes cantidades de energía. ¿De dónde la obtienen los “platos voladores”? ¿Cómo hacen para evitar choques contra la materia estelar desperdigada en el trayecto? ¿Cómo hacen tales seres para aguantar las enormes presiones asociadas a la aceleración requerida para viajar a enormes velocidades? ¿Cuántas generaciones de extraterrestres se requieren para subsistir en las naves durante los largos años requeridos por el viaje? Y todo ello para venir a jugar a las escondidas….Los aficionados dirán entonces que los extraterrestres utilizan otras leyes naturales distintas a las conocidas por el hombre, por lo cual entraríamos en el mundo de la fantasía y del “todo vale”, por lo cual ya no tiene sentido establecer ninguna discusión al respecto.
Otro aspecto a tener en cuenta es la reducida probabilidad de existencia de vida en nuestro propio planeta, por lo cual, aun cuando existieran las condiciones adecuadas para la vida en otros planetas, su surgimiento habría de ser poco probable. Paul Davis escribió: “¿Qué es exactamente la vida?, me preguntaba yo. ¿Y cómo empezó? ¿Podría estar sucediendo algo raro dentro de los organismos vivos? Precisamente en esa época, mi director de tesis me dio (como ejercicio para relajarme) un curioso artículo del muy respetado físico Eugene Wigner. El artículo pretendía demostrar que un sistema físico no podía hacer una transición de un estado no vivo a un estado vivo sin contravenir las leyes de la física cuántica. ¡Ajá! Así que Wigner al menos pensaba que algo raro debió de haber ocurrido cuando la vida empezó”.
“La vida tal como la conocemos requiere cientos de miles de proteínas especializadas, por no mencionar los ácidos nucleicos. Las probabilidades en contra de producir precisamente las proteínas por puro azar son del orden de 10 (exp 40.000) contra 1. Esto es un 1 seguido de cuarenta mil ceros, cuya escritura completa necesitaría un capítulo entero de este libro. En comparación, sacar mil veces un palo completo en una partida de cartas es fácil. En un comentario famoso, el astrónomo británico Fred Hoyle comparó las probabilidades en contra del ensamblaje espontáneo de la vida con las probabilidades de que un tornado barra un depósito de chatarra y produzca un Boeing 747 listo para funcionar”. (De “El quinto milagro”-Editorial Televisa SA-México 2004).
Otro aspecto a tener en cuenta es que la vida elemental, surgida en la Tierra, y generadora de las demás formas de vida, apareció en un momento único. Pascual Jordan escribió: “El desarrollo de vida orgánica que ha tenido lugar en nuestro planeta es un fenómeno natural extremadamente raro, un fenómeno improbable en el Cosmos. Hechos, cuya consideración precisa exigiría un libro entero dan motivo a decir que una conjunción extremadamente improbable de innumerables circunstancias independientes entre sí ha contribuido en nuestro planeta, a través de tres mil millones de años como mínimo, a la creación de condiciones previas favorables para el desarrollo y mantenimiento de la vida orgánica”.
“El desarrollo de la vida no se ha producido … mediante repetidos comienzos a partir de la naturaleza inorgánica, sino que la Naturaleza ha conseguido sólo una vez dar el paso decisivo que condujo a la aparición de las primeras unidades de vida capaces de reproducirse”.
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