Las distintas ramas de la ciencia consideran fenómenos típicos que les sirven como guías para orientarse en la búsqueda de conocimientos que serán luego incorporados. Cuando no existen tales referencias, esas ramas constituirán sólo una colección de datos inconexos sin que pueda vislumbrarse alguna forma de orden o sentido. Este es el caso de la biología antes de la incorporación de la evolución de las especies. En las ciencias sociales, en forma semejante, aparecen algunos procesos adoptados como referencia para el pensamiento social, aunque sin lograr imponerse totalmente, como es el caso de la “lucha de clases” en sociología.
Puede decirse que la “lucha de clases” tiene sentido sólo en sociedades tradicionales en que no existe movilidad social, como en la India con su sistema de castas. Así, quien nace en una de ellas no puede aspirar, en esta vida, a cambiar de clase social. Quien no esté conforme con la situación en que ha nacido, tiene derecho a protestar contra las injusticias padecidas.
También bajo los sistemas totalitarios se forman clases sociales definidas, como la “nomenklatura”, la clase dominante en la sociedad soviética. Puede considerarse al comunismo real como una sociedad de clases sociales definidas, con poca o ninguna movilidad social, en la cual se restringe toda posible lucha de clases debido al espionaje previo y al poder militar que ejerce el Estado sobre su población. Basta esperar varios años, hasta que el Estado sea encabezado por una persona normal, o no violenta, como lo fue Mijail Gorbachov, para que tal sociedad de clases se desintegrara en la búsqueda de mayor igualdad.
Por el contrario, la sociedad democrática, tanto en el político como en lo económico (mercado), es una sociedad con movilidad social sin que existan clases sociales estancas. Si bien existe una tendencia marcada a permanecer dentro del sector social en donde se ha nacido, nada impide que la persona capaz ascienda o la incapaz descienda socialmente. Ludwig von Mises escribió: “Los estamentos sociales, hace doscientos años, en la era precapitalista, resultaban inconmovibles. Heredaba el hombre de sus padres el correspondiente status, que ya nunca cambiaría. Si pobre naciera, no menos mísero moriría; si, por el contrario, viera la luz en rica cuna, por vida conservaría sus títulos nobiliarios y las propiedades que iban aparejadas a ellos”.
“Cuando hoy en día contemplamos similares situaciones en otras partes del mundo, la India, por ejemplo, conviene no pasar por alto que las gentes en la Inglaterra dieciochesca vivían aún peor que esas personas cuyo bienestar, ahora, tanto nos preocupan”.
“Fue, ciertamente, tan dramática situación la triste partera que facilitó el nacimiento del capitalismo. De entre tanto paria, de entre tantos menesterosos, hubo algunos, sin embargo, que consiguieron convencer e impulsar a quienes aún algo tenían a lanzarse al montaje de pequeños talleres rentables y productivos. La cosa era revolucionaria. Tales innovadores, desde luego, no pensaban en producir mercancías caras con las que atender los caprichos de los ricos; lo que querían era fabricar mercancías baratas, precisamente las que estaba reclamando el pueblo bajo. He ahí el origen del moderno capitalismo”.
Resulta un tanto sorprendente que se considere a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología, por cuanto la lucha de clases por él supuesta sólo se producía en sociedades pre-capitalistas mientras que el socialismo, planteado como “solución” a esa situación, conduce a acentuar el mal, ya que establece un simple cambio de clase social dominante. Ludwig von Mises agrega: “Karl Marx, en el primer capitulo del Manifiesto Comunista, ese pequeño panfleto con el que inicia su movimiento socialista, cuando proclama la existencia de una inevitable lucha clasista, para probar su tesis, no consigue, sin embargo, presentar más que ejemplos y situaciones de las épocas precapitalistas. Entonces sí hallábase la sociedad en diversos estamentos de condición hereditaria, similares a las castas de la India. Un francés, en aquellos tiempos, por ejemplo, más que francés era aristócrata, burgués o campesino nacido en territorio galo. La mayoría de la población francesa la componían los siervos, servidumbre que no desapareció allí hasta después de la revolución americana y mucho más tarde en otras zonas europeas”.
“La peor servidumbre, sin embargo, y que, además, subsistió incluso después de la abolición de la esclavitud, fue la imperante en los establecimientos británicos. El individuo nacía con un cierto status, recibido de sus progenitores, que él transmitía a sus hijos, status incambiable de por vida”.
“Son cosas que ahora nos resulta difícil comprender…Cuando miro a un argentino, no puedo deducir de su apariencia si es rico o pobre; pienso que es un ciudadano normal de este país y eso es todo. Dicha uniformidad es causa del capitalismo. Existen, desde luego, diferencias dentro del sistema, disparidades de riqueza entre unas y otras personas, desigualdades que los marxistas consideran iguales a las desemejanzas típicas de las sociedades estratificadas”.
“Las aludidas diferencias y disparidades capitalistas, sin embargo, en nada se parecen a las que surgen en las sociedades socialistas. Durante la Edad Media y mucho tiempo después, en multitud de países, una familia aristocrática y rica, durante cientos y cientos de años, seguiría siéndolo valieran más o menos sus sucesivos componentes desde un punto de vista moral, tuvieran éstos mayor o menor inteligencia. Bajo el capitalismo, por el contrario, se instaura eso que los sociólogos denominan «movilidad social», circunstancia que el economista y sociólogo italiano Vilfredo Pareto describía hablando de «la circulación de las elites» (el tráfico de los de arriba). Siempre hay gentes encumbradas, ricas, con influencia política; tales elites las forman, sin embargo, listas de personas en permanente cambio y mutación, cuyas posiciones jamás se perpetúan” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).
El inconveniente de adoptar a la “lucha de clases” como una ley básica de toda sociedad, no sólo resulta ser una falsedad sociológica, sino que tal creencia tiende a promover una lucha que antes no existía para que finalmente adquiera la generalidad que no tenía. Este absurdo ha costado muchas vidas por lo que el marxismo resulta peligroso para la integridad de las personas, especialmente para quienes tienes cierto éxito en la producción y que, por ello, serán catalogados de “burgueses” y “explotadores” ante la necesidad de que se cumpla la “ley de Marx”.
Estrictamente hablando, el marxismo se opone a la tendencia que tiende a subsanar toda posible lucha de clases, es decir, se opone al sistema que favorece la movilidad social, como es el caso del liberalismo político y económico. Luego, el marxismo favorece la lucha de clases al promover la formación de una estructura social fragmentada, es decir, el socialismo, que, para evitar la inevitable lucha, debe recurrir a la imposición del terror. Sin esa imposición, el socialismo se desintegra.
En la actualidad estamos acostumbrados a escuchar el discurso demagógico e irresponsable que consiste en instar a la burguesía a repartir sus riquezas mientras que, se supone, los sectores pobres no deben cambiar en nada, porque no tienen culpa de nada. Existe, sin embargo, vagancia, irresponsabilidad, falta de ambiciones, que son parte de la realidad y de ahí que toda descripción, con pretensiones de seriedad, debería incluir. En forma implícita se culpa de todos los males al sector productivo y se excluye de culpa al sector poco productivo, o improductivo. La falta de movilidad social, en una sociedad capitalista, se debe a quienes no tratan de lograrla por cuanto sus fuerzas anímicas no son suficientes para encarar las actividades laborales con la intensidad requerida.
Mientras que el marxismo sostiene que la pertenencia a una clase social determina esencialmente la conducta de sus integrantes, razón por la cual no los distingue mediante sus atributos individuales, José Ortega y Gasset describe la psicología individual del “hombre-masa”, existente en todas las clases sociales, lo que le permitió incluso predecir las catástrofes sociales derivadas de los totalitarismos europeos. Helio Carpintero escribió: “Es interesante anotar que este diagnóstico orteguiano presenta importantes coincidencias con otros puntos de vista de índole psicológica y social, desde los que se han tratado cuestiones similares o fronterizas”.
“Por lo pronto, Ortega muestra cierta coincidencia en su análisis con alguna de las teorías de Alfred Adler acerca del hombre neurótico. Éste se refería al neurótico considerándolo como un «niño mimado», que cree que todo le es debido a él y que por el contrario él no tiene deberes para con los demás, y por ello no respeta ni estima los modos de ser de los otros. Así, tanto el hombre-masa como el neurótico serían «niños mimados», hombres con un proceso de socialización insuficiente o anormal, por lo que no han sido capaces de apropiarse los valores comunes a la humanidad”.
Adviértase que el mensaje demagógico va dirigido siempre al hombre-masa, o al “niño mimado”, que no tiene deberes, sino sólo derechos. En las sociedades libres tiene derecho a vivir a costa de las obligaciones del sector productivo, mientras que bajo el socialismo tiene derecho a vivir a costa del Estado, previa sumisión incondicional. El populismo y el totalitarismo tienden a deteriorar la integridad psicológica de los individuos promoviendo sus atributos neuróticos en favor del gobierno mental y material de los tiranos y de los dictadores.
Mientras que la lucha de clases tiende a surgir en sociedades con poca o ninguna movilidad social (o voluntariamente en las sociedades capitalistas), la rebelión de las masas resulta ser un fenómeno que surge ante la pobre adaptación del individuo a la libertad que el medio social le otorga. El autor antes citado agrega: “Este tipo humano resultaría ser un producto histórico, casi un efecto automático de la cultura occidental, más precisamente de la del siglo XIX. Los sistemas educativos y las circunstancias sociales y técnicas del mundo moderno habrían sido los factores decisivos en su aparición”.
“Es esta una civilización fundamentada en una orientación política liberal y en el desarrollo científico y técnico. Ambos factores han hecho posible un enorme aumento demográfico durante el siglo XIX”. “Esta explosión humana ha dificultado extraordinariamente la labor de educación de sus espíritus. Si bien ha sido posible transmitir técnicas y conocimientos esquemáticos, no se ha conseguido dar a las nuevas generaciones una formación moral abierta hacia «los grandes deberes históricos» del hombre de hoy. La formación técnica ha ido por un lado y por otro ha ido la formación moral y personal” (De “Psicología social” de Robert A. Baron y Donn Byrne-Prentice Hall Iberia-Madrid 1998).
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