Respecto de cada rama del conocimiento se dispone de opiniones provenientes tanto de la ciencia como de la filosofía, y dentro de ésta aparece la típica divergencia que viene desde la época de Platón y Aristóteles. Hans A. Lindemann escribió: “Dos posiciones opuestas –sin hablar de divergencias menores- marcan el rumbo general de las discusiones del pasado y del presente: una es la del idealismo idiomático, que considera el lenguaje como un fenómeno irreductible de nuestro «espíritu», y la otra es la del empirismo idiomático, que considera el idioma como un fenómeno natural explicable en base a leyes naturales, como cualquier otro fenómeno empírico”.
“Existen dos clases irreconciliables de filósofos, opuestos totalmente en su manera de ser: una la constituyen los filósofos más bien intuitivos, soñadores, poéticos, metafísicos natos cuyo ejemplo más demostrativo es tal vez Platón y la otra clase la forman los espíritus analíticos, agudos, investigadores y empiristas cuyo representante más destacado es, sin duda, Aristóteles” (De “Lenguaje y Filosofía”-Edición Problemas de América-Buenos Aires 1946).
Un panorama más actualizado de la situación de la filosofía del lenguaje la establece Mario Bunge: “El lenguaje ha atraído la atención de muchos filósofos desde la Antigüedad, pero nunca de tantos ni con tanto apasionamiento como desde la contrarrevolución que perpetró Wittgenstein en la filosofía y de Chomsky en la lingüística. Estas conmociones comparten un solo rasgo, a saber, su glosocentrismo: para unos y otros, el hombre es homo loquens antes que faber o sapiens”.
“Aparte de ocuparse centralmente del lenguaje, las posiciones de Wittgenstein y de Chomsky son muy diferentes. Así, mientras que según Wittgenstein el lenguaje es esencialmente un medio de comunicación, para Chomsky es principalmente el espejo del alma humana y sólo secundariamente un medio de comunicación. Para Wittgenstein, el lenguaje es paradigma del comportamiento según reglas, en tanto que para Chomsky es un proceso mental inconsciente. Para Wittgenstein, las reglas gramaticales fueron introducidas por algunos individuos y adoptadas por la sociedad, mientras que según Chomsky todos nacemos sabiendo las reglas de la gramática universal. Wittgenstein centra su atención en el habla, mientras que Chomsky centra la suya en el lenguaje como objeto mental desligado de las circunstancias concretas. Para Wittgenstein, el análisis preteórico del lenguaje es el remedio para curar la enfermedad que llamamos «filosofía», en tanto que para Chomsky el análisis teórico del lenguaje es tanto un fin en sí mismo como el mejor medio para comprender al hombre. Finalmente, mientras que para Wittgenstein cualquiera puede ocuparse de estas cuestiones, para Chomsky la lingüística es un saber especializado”.
“Estas diferencias explican las que hay entre los discípulos de cada uno de los dos maestros. Wittgenstein atrae a personas interesadas primordialmente por palabras, pero no por la ciencia lingüística, y que además buscan obtener el máximo beneficio de la mínima inversión intelectual. En cambio, Chomsky atrae más a las personas que se interesan más por las teorías que por los hechos” (De “Lingüística y Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1983).
Por lo general, se piensa que detrás de importantes construcciones intelectuales necesariamente han de existir principios ocultos e inaccesibles al común de los mortales. Sin embargo, por lo general no es así. Puede hacerse una analogía con el surgimiento de la computadora digital; todo el complejo mundo de los ordenadores electrónicos descansa en el fundamento de la electrónica digital, constituido por el simple interruptor eléctrico que admite dos estados diferentes: encendido y apagado. Luego, una computadora es esencialmente un conjunto muy numeroso de tales interruptores conectados en serie y en paralelo. Éste es el soporte simple (hardware) que permite la no tan simple programación (software).
En el caso del lenguaje, es posible encontrar un fundamento sencillo y evidente, con el que podemos construir un lenguaje elemental. Para la descripción de los distintos sistemas, como conjunto ordenado de componentes reunidos bajo cierta finalidad, podemos utilizar tres conceptos básicos:
a) Entidades: ¿Quién? Las entidades dan lugar a los sustantivos
b) Atributos: ¿Cómo es? Los atributos dan lugar a los adjetivos
c) Actividades: ¿Qué cambios produce en el sistema? Las actividades dan lugar a los verbos.
Codificados adecuadamente, con el añadido posterior de artículos, pronombres, de verbos cuya forma distinga pasado, presente y futuro, etc., permiten realizar descripciones aceptables de la realidad cotidiana. Tanto las entidades, como los atributos y las actividades, forman parte de la realidad a describir, y al asociárseles sonidos en forma convencional, dan lugar a los distintos lenguajes existentes. Se advierte que la estructura de los distintos lenguajes resulta similar ya que los fenómenos naturales son los mismos en todas partes y la lógica natural que empleamos es común a todos los hombres.
Si las palabras tienen sentido, por cuanto surgen del mundo real, deberíamos rechazar toda palabra que no tuviese un vínculo concreto con la realidad. Así, las críticas establecidas acerca de los problemas filosóficos; problemas que surgen generalmente al utilizar conceptos surgidos de la mente de un hombre, sin un significado concreto, se debe a la creencia de que el lenguaje es algo que surge de la mente teniendo apenas en cuenta a la realidad. Todo parece indicar que el criterio del Creador ha sido orientado por una postura realista antes que idealista. Ludwig Wittgenstein escribió: “Cuando los filósofos usan una palabra -«conocimiento», «ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre»- e intentan comprender la esencia de la cosa, uno debe preguntarse a sí mismo: ¿está siendo efectivamente usada la palabra de este modo en el juego de lenguaje que es su hogar originario?. Lo que nosotros hacemos es devolver las palabras de su uso metafísico a su uso cotidiano” (De “Investigaciones filosóficas”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1999).
Por otra parte, Juan José Acero, y otros, escriben: “En ocasiones, el lenguaje nos impulsa a crear, y creer en, entidades ficticias acerca de las cuales nos planteamos multitud de problemas. El filósofo se ve continuamente enredado en rompecabezas conceptuales por no mantener una actitud crítica hacia el lenguaje que utiliza. Según Wittgenstein, «una fuente importante de nuestro fracaso en entender es que no poseemos una visión clara de nuestro uso de las palabras –nuestra gramática carece de ese tipo de lucidez». Una vez que se ha realizado el análisis crítico del uso que tienen sus términos en el lenguaje natural, los problemas filosóficos no se resuelven sino que se disuelven. El uso filosófico del lenguaje natural es un uso ficticio, de lo cual el filósofo analítico saca la siguiente conclusión: o se reforma la filosofía, orientándola hacia problemas que tengan solución en el uso intersubjetivo del lenguaje natural, o se reconoce que las construcciones filosóficas están fundamentadas sobre una base irrazonable, son arbitrarias y, lo que es peor, están desconectadas de la realidad”.
Las posturas mencionadas al principio pueden considerarse como las actitudes adoptadas respecto del lenguaje. Los citados autores agregan: “No sólo es posible estudiar la forma y estructura lógica de las expresiones lingüísticas, sino también su función en el proceso comunicativo, esto es, responder a cuestiones sobre la finalidad, los propósitos o las intenciones de quien emplea un determinado discurso, su interacción con las intenciones, creencias o actitudes del oyente, etcétera. El análisis del lenguaje puede desenvolver su acción en dos frentes: en uno, puramente semántico, tratando de poner en claro las relaciones entre el lenguaje y la realidad y, en otro, característicamente pragmático, considerando las relaciones entre el lenguaje y la acción humana. Esta bifrontalidad de la filosofía del lenguaje se ha manifestado a lo largo de toda la historia de su formación como disciplina y está en la base de dos actitudes contrapuestas que han asumido los filósofos hacia su objeto de estudio” (De “Introducción a la Filosofía del Lenguaje” de J. J. Acero, E. Bustos y D. Quesada-Ediciones Cátedra SA-Madrid 1996).
Debe señalarse que, aunque a algún autor se lo pueda considerar equivocado, filosóficamente hablando, no implica que sean inválidos sus aportes a la lingüística. Recordemos que Isaac Newton estaba equivocado, filosóficamente hablando, acerca de la naturaleza del espacio y del tiempo, mientras que las leyes que descubrió mantienen su vigencia (dentro de los límites propios de cada teoría). Por ello se las siguen, en nuestros días, estudiando y aplicando.
El lenguaje, por tener un carácter netamente social, es un medio que pertenece a todos, aunque muchos interpretan este hecho como que “no pertenece a nadie”, y no tienen el menor reparo en distorsionarlo a conveniencia, como ocurre con las ideologías políticas. Así, términos como “libertad” o “democracia” a veces indican la libertad que dispone el tirano de turno para hacer lo que le viene en ganas, mientras que la palabra “democrática” aparecía en la denominación de la Alemania que instauró el muro de Berlín. Friedrich Hayek escribió al respecto: “El camino más eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que deben servir consiste en persuadirlas de que son realmente los que ellas, o al menos los mejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no reconocieron o entendieron rectamente. Se fuerza a las gentes a transferir su devoción de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses son en realidad los que su sano instinto les había revelado siempre, pero que hasta entonces sólo confusamente habían entrevisto. Y la más eficiente técnica para esta finalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocos trazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan característicos de todo clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regímenes”.
“Entre nosotros tenemos «planificadores de la libertad» que nos prometen una «libertad colectiva de grupo», cuya naturaleza puede inferirse del hecho de considerar sus defensores necesario asegurarnos que, «naturalmente», el advenimiento de la libertad planificada no significa que todas las formas anteriores de libertad hayan de ser abolidas. El doctor Karl Mannheim, de cuya obra se toman estas frases, nos advierte, por lo menos, que «una concepción de la libertad modelada sobre la edad precedente es un obstáculo para todo entendimiento real del problema». Pero su empleo de la palabra libertad es tan engañoso como en boca de los políticos totalitarios. Como la libertad de éstos, la «libertad colectiva» que aquél nos ofrece no es la libertad de los miembros de la sociedad, sino la libertad ilimitada del planificador para hacer con la sociedad lo que se le antoje. Es la confusión de la libertad con el poder, llevada al extremo” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).
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