A la actividad económica desvinculada de todo control estatal se la conoce como “economía ilegal”, o bien “informal”. Debe decirse que los intercambios en si, son una actividad compatible con la moral elemental, por lo cual no deberían considerarse como una actividad ilegal. Sin embargo, al quedar excluida tal actividad de todo vínculo con el Estado, se advierte una evasión impositiva por lo cual el empresario o el trabajador informal reciben algunos servicios desde el Estado sin pagar la parte que les corresponde por los mismos (seguridad, educación, etc.). Mario Vargas Llosa escribió: “Cuando se habla de economía informal se piensa inmediatamente en un problema. Esos empresarios y vendedores clandestinos cuyas industrias y negocios no están registrados, no pagan impuestos y no se rigen por las leyes, reglamentos y pactos vigentes, ¿no son acaso competidores desleales de las empresas y tiendas que operan en la legalidad, pagando puntualmente sus impuestos? ¿Al evadir sus obligaciones tributarias no privan al Estado de recursos necesarios para atender a las necesidades sociales y realizar urgentes obras de infraestructura?”.
“Hernando de Soto sostiene que esa manera de encarar el asunto es totalmente errónea. Porque en países como el Perú el problema no es la economía informal, sino el Estado. Aquella es, más bien, una respuesta popular espontánea y creativa ante la incapacidad estatal para satisfacer las aspiraciones más elementales de los pobres”.
“Cuando la legalidad es un privilegio al que sólo se accede mediante el poder económico y político, a las clases populares no les queda otra alternativa que la ilegalidad” (Del Prólogo a “El otro sendero” de Hernando de Soto-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).
Hernando de Soto expresó: “Si uno se iba a una librería de Lima encontraba una gran cantidad de literatura sobre la pobreza en el Perú, pero ni una palabra sobre esas evidencias de actividad empresarial marginal por parte de gentes que tratan de mejorar, justamente, sus condiciones de vida. En las estadísticas nacionales, ni en el Producto Bruto Interno, era posible encontrar cifras que reflejaran esta actividad diseminada por todo el Perú”.
“Yo me pregunté cómo había que llamar a todo este fenómeno. Y me acordé de que existía ya una palabra, adoptada, me parece, en la Universidad de Cambridge, que hablaba de la informalidad para designar a esa pequeña empresa que actúa al margen de las normas habituales. La definición de Cambridge era más bien antropológica que económica, pero me pareció que el término podía utilizarse perfectamente para definir a esa actividad marginal en el Perú porque lo esencial que diferencia a ese pequeño empresariado de la pobreza de los empresarios privados legales era que esa gente actúa al margen del derecho”.
“Pero también había que hacer una distinción; si bien actúan en forma ilegal trabajan así para obtener fines legales –construir una casa, establecer una línea de transporte público, poseer un comercio o instalar un mercado en una plaza-, lo cual es muy diferente del narcotráfico, por ejemplo, donde se trata de acciones ilegales destinadas a fines igualmente ilegales. Por eso adopté la palabra informalidad” (De “Testimonios de nuestra época” de Germán Sopeña-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
La economía informal no nace sólo de quienes optan por reducir sus gastos, al no pagar impuestos, sino porque muchas veces es el mismo Estado, con sus excesivas exigencias burocráticas, el que impide el surgimiento de pequeñas empresas. “Lo que yo noto, en el impacto y en el debate que estos estudios han generado en los países de Occidente, es que me siento particularmente cómodo en la reflexión de esas universidades norteamericanas que los últimos años se han dedicado a estudiar la influencia del Estado sobre la economía, o sea el marco de las normas legales o institucionales que traban gran parte de una actividad económica determinada”.
“Es el derecho de propiedad lo que sienta las bases del avance económico; y eso es exactamente lo que pasa en la economía informal peruana, donde la preocupación permanente de ese empresariado marginal es obtener un derecho de propiedad y de uso sobre su casa, su taxi colectivo o su carrito ambulante”.
Por lo general, el empresario marginal se ve limitado en su actividad por cuanto carece de toda protección legal, incluso ante ilícitos cometidos en su contra. De ahí que existe siempre la intención de formalizar sus actividades en cuanto su situación económica se lo permita. “El gran desarrollo de Occidente se debe al perfeccionamiento de instrumentos democráticos surgidos de la sociedad, como en el caso de Holanda, cuando decide avalar las letras de cambio y darle poder coercitivo a los tribunales para exigir su cumplimiento. Lo interesante del caso peruano o del Tercer Mundo en general es que hoy se puede estudiar en vivo lo que pasó hace 200 o 300 años en Europa o en los EEUU. Si nos imaginamos las ciudades europeas del siglo XVIII, ¿no eran acaso lo mismo que estas grandes urbes latinoamericanas rodeadas de suburbios informales que se llaman villas miseria, pueblos jóvenes o asentamientos informales? Esos barrios informales son los que describe Charles Dickens al hablar de Londres en el siglo XIX”.
En cuanto a la negativa influencia del Estado con su burocracia, de Soto agrega: “Yo creo que es erróneo y hasta racista sostener que los países latinoamericanos son más atrasados porque aquí los latinos o los indios trabajan menos, o se organizan en empresas familiares y no quieren crecer, etcétera, etcétera. Lo que pasa en realidad es que si grandes sectores de la población en el Perú se organizan simplemente en pequeños grupos de actividad económica familiar ello es así porque el sistema económico no les permite hacer más que eso”.
“Encuentro entonces que hay dos aspectos de fondo sobre los cuales se construye la prosperidad y el desarrollo:
1) El derecho a la propiedad, o más precisamente el buen derecho a la propiedad, el que permite que todos tengan derecho a la propiedad privada.
2) Libertad de intercambio, que permite que quien utilice en forma más eficiente la propiedad obtenga mejores beneficios”.
“La propiedad privada en los países de Occidente es la base del desarrollo, la propiedad privada en manos del rey de Swazilandia probablemente es garantía de lo contrario porque allí no hay libertad de intercambio. Ambas cosas deben ir de la mano y cuando eso no sucede es porque el Estado, o el marco institucional, como usted prefiera, interfieren en la evolución de ese proceso económico”.
Por lo general, los políticos populistas culpan al imperialismo yankee por la mediocridad de las economías latinoamericanas. Sin embargo, quienes no permiten que ni siquiera se formen empresas es el Estado populista lleno de empleados, parásitos en un gran porcentaje, que poco o nada producen y que lo poco que hacen implica aumentar las trabas y los escollos ante quienes realizan algún tipo de trabajo productivo. Mario Vargas Llosa escribió: “«El otro sendero» se mueve siempre en lo concreto y, a partir de un fenómeno hasta ahora mal estudiado y peor comprendido –la economía informal-, propone un camino de solución para los problemas de los países subdesarrollados que está en total entredicho con el que han tomado la mayoría de los gobiernos y las elites políticas, progresistas o conservadoras, de esos países, pero que –es la tesis central del libro- es el que han elegido, por intuición y por necesidad, los sectores sociales desfavorecidos”.
Germán Sopeña pregunta: “Si no hay que atribuir a características étnicas o costumbristas el atraso latinoamericano, bien cabe preguntarse en cambio por qué en todos los países latinoamericanos el Estado central tiene una presencia dominante y perturbadora en la economía. ¿A qué atribuye usted esa característica común?”.
De Soto contesta: “Bueno, yo lo analizo en «El otro sendero» haciendo el paralelismo directo con la etapa mercantilista europea. Al salir del feudalismo, los príncipes o los reyes llegaron a acuerdos con los grandes mercaderes –de donde surge la palabra mercantilismo- o con los gremios para atribuir concesiones, áreas de actividad exclusiva. Fue sólo a partir de la presión de los sectores empresarios informales que esas economías se democratizaron en el sentido de ampliar la libertad de intercambio y de propiedad para todos”.
“Lo mismo sucede en nuestros países. Tenemos Estados democráticos, pero en la práctica actúan en forma discrecional, regulando todo a su arbitrio. En el Perú tenemos un promedio de 111 normas o regulaciones de gobierno por día. Más del 90% de ellas proviene del Poder Ejecutivo, que tiene así la posibilidad de hacer casi lo que quiere”.
En los países socialistas aparece la economía informal sustentada por el robo generalizado al Estado, ya que es la única fuente posible para la adquisición de insumos básicos para realizar cualquier actividad productiva. Andrés Oppenheimer escribió: “Los cubanos sobreviven gracias al robo cotidiano de los bienes del Estado, a menudo bajo la mirada complaciente de los encargados de custodiarlos”.
“Una vez, en el hotel Habana Libre, me tocó comer el huevo duro número 233. Fuera de broma. El buffete frío que se ofrecía en el comedor del hotel incluía una cesta llena de huevos duros, cada uno con su respectivo número escrito en lápiz sobre la cáscara. Pronto me enteré de la razón. ¡El robo de huevos por parte de los empleados del hotel se había vuelto tan descarado, que la administración había ordenado que cada huevo fuese numerado para poder llevar un mejor control del inventario!”.
“Los cubanos tienen un término para explicar el fenómeno de cleptomanía generalizada que se está dando en esta isla: «Resolver». Se trata de una estrategia de supervivencia individual que se ha convertido en una forma de vida en este país. Para sobrevivir aquí, uno debe «resolver», a menudo quebrando la ley. Y el régimen, consciente de que al ciudadano común no le queda otra, en la mayor parte de los casos hace la vista gorda, cosa de no aumentar las tensiones sociales. Como dicen por allí, existe una especie de pacto social tácito en este país: «El gobierno hace como que no ve las cosas malas que hacen los cubanos, y los cubanos hacen como que no ven las cosas malas que hace el gobierno»” (De “Crónicas de héroes y bandidos”-Editorial Grijalbo SA-México 1998).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario