Por lo general, las calificaciones que se establecen respecto de las actitudes que un individuo adopta frente a cuestiones de economía y política, sirven para dar una idea general de sus preferencias, aunque presentan la desventaja de cierto encasillamiento, generalmente injusto, hacia aquellos que no se identifican totalmente con las categorías previamente elegidas para la evaluación. También se da el caso de que, con una misma denominación, se indica actitudes bastante diferentes según sea el país en que se aplican, como es el caso del adjetivo “liberal”, utilizado para definir al socialdemócrata en los EEUU, mientras que en Europa y Latinoamérica “liberal” implica adherir al liberalismo. Por otra parte, en EEUU se denomina “conservador” al que adhiere, parcialmente al menos, al liberalismo, mientras que en Europa y Latinoamérica el conservador vendría a ser el que pretende mantener las cosas como están.
En cuanto al origen histórico y las figuras representativas del conservadurismo, Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie escribieron: “Este término –como muchos otros en la vida política y social- tiene múltiples significaciones análogas a partir de un elemento común: es la condición espiritual, cultural, social o política orientada por el mantenimiento de los valores, normas e instituciones vigentes que se vinculan a la tradición, y que son percibidas como garantía de orden y de convivencia, frente al cambio y sin que en principio sea renuente de las reformas. Ante todo significa un tipo de comportamiento social con proyección política y que responde a un tipo de mentalidad, como actitud no reflexiva, y que históricamente representa una Filosofía Social y Política que se afirma como reacción contra los excesos del Iluminismo y de la Revolución Francesa”.
“El protestante irlandés E. Burke…es el principal representante histórico del conservadurismo, junto al conde A. de Tocqueville, J.F. Donoso Cortés y B. Constant, entre otros. Dichos autores coinciden en afirmar la vinculación del orden político y social al orden religioso, de manera que los conflictos y errores políticos se remontan, en definitiva, a errores filosófico-religiosos; si no hay un encuentro de la verdad religiosa con la política en la concepción del hombre, el sistema de convivencia se resquebraja fácilmente. Este principio ya lo formulaba P. J. Proudhon dentro de su concepción anarquista: todo problema político implica un problema teológico. La esencia del Estado conservador está dada, para Burke y Donoso Cortés, así como para Constant y de Tocqueville, en el reconocimiento teórico y práctico de la religión como fundamento ineludible de la vida social: lo que sucede en un Estado regulado por la ley, debe coincidir con la ley eterna de Dios; aquí radica la medida de lo bueno y de lo malo para propender al sostenimiento de la sociedad” (Del “Diccionario de Sociología”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
Acerca de los motivos por los que ha resurgido el liberalismo en los últimos años, Antonio Martino, quien presidió la Sociedad de Mont-Pélerin, expresó: “Hay dos grandes razones. La primera es que el socialismo ha sido probado y resultó un fracaso. Al comienzo de este siglo [se refiere al XX], la idea socialista confrontaba una realidad que era el capitalismo, necesariamente imperfecto, con el ideal socialista que era necesariamente perfecto. Hoy se ha visto el socialismo en la práctica, no sólo imperfecto sino también totalitario, y esto juega naturalmente en favor del liberalismo”.
“El segundo gran movimiento es que hoy comprendemos el funcionamiento de una economía libre mucho mejor de lo que conocíamos hace cuarenta o cincuenta años. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial hemos visto una verdadera explosión de estudios e investigaciones que demuestran que el liberalismo es operativo, que funciona, y que si no garantiza la inmortalidad o la felicidad, al menos garantiza un bienestar. Estos estudios también han demostrado fehacientemente la correspondencia entre libertad individual y progreso económico”.
En cuanto a la diferencia entre conservador y liberal, según el criterio predominante en Europa y Latinoamérica, Antonio Martino dijo: “Hay que definir previamente qué entendemos exactamente por un conservador. Si pensamos en un conservador a la inglesa, allí la diferencia con un liberal radica en una concepción distinta sobre las libertades no económicas. Un conservador puede ser partidario de la pena de muerte, por ejemplo, en tanto que un liberal sería más bien contrario a ella”.
“Pero la verdadera diferencia, a mi juicio, es un estado mental. El liberal considera a la libertad un valor absoluto, y, por lo tanto, considera la unidad fundamental de análisis al individuo”.
“El conservador considera, en general, a la nación como unidad elemental de análisis, antes que al individuo. Asimismo, el conservador no considera a la libertad un valor absoluto; la ve más bien como un instrumento de orden económico. Al observar que la libertad genera más actividad económica la recomienda como instrumento, no como valor”.
“Precisaría un poco más: el liberal es favorable a la libertad de mercado aun si eso resulta menos eficiente que el socialismo. El conservador prefiere libertad de mercado sólo si eso es más eficiente” (De “Testimonios de nuestra época” de Germán Sopeña-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).
Ante la pregunta: “¿Hay también una utopía liberal?”, Martino responde: “Estimo que sí. La utopía liberal es, sin embargo, positiva en el sentido de que debe ser necesariamente una utopía experimental, el intento de tener sociedades competitivas entre sí, organizadas de modo de poder elegir entre una y otra. Para dar un ejemplo, es como si una provincia argentina tuviera un sistema estatista en tanto que otra provincia prefiere un sistema más libre y atrae, de ese modo, a los partidarios de ese esquema. Esto sucede, en la práctica, con la competencia entre sistemas sociales de distintos países y la clara opción de emigrantes que buscan, en la inmensa mayoría de los casos, pasar de sociedades menos liberales a sociedades más liberales. Esto es válido tanto para alemanes del Este que pasan al Oeste, como para ciudadanos latinoamericanos que emigran a Europa occidental, EEUU, Canadá, Australia o Nueva Zelanda, pero que no piensan jamás instalarse en países comunistas o sociedades tercermundistas de Asia, África o la propia América Latina”.
“De todos modos conviene advertir que, en términos generales, el liberal es refractario a la idea de utopía porque lo que plantea es, precisamente, la imposibilidad de la sociedad perfecta”.
Ante la pregunta: “¿Quiénes son hoy los principales adversarios del liberalismo si el socialismo está en dificultades?”, Martino responde: “Ciertamente no hay hoy un fuerte adversario como lo era en el pasado el socialismo. Nuestro verdadero adversario son los «acomodantes», los que no quieren cambiar nada, los verdaderos conservadores, los que tienen miedo al cambio, los intereses constituidos, los burócratas que no quieren perder el puesto, los políticos que buscan la popularidad fácil prometiendo lo que no se puede hacer. Estos adversarios son hoy los más peligrosos porque no declaran abiertamente su oposición al cambio que significa el liberalismo, sino que se oponen con sus actos”.
Pregunta: “¿Qué ha cambiado entre un liberal del siglo XIX y uno de fines del siglo XX?”. Respuesta: “Yo estudié con Milton Friedman, y uno de mis puntos en desacuerdo con él giraba siempre en que Friedman, para distinguirse de los liberales del siglo XX, se define a sí mismo como liberal del siglo XIX”. “Pues bien, creo que hoy los liberales como lo entiendo yo deben ser del siglo XXI, porque el futuro es para el liberalismo que vemos hoy. El liberalismo del siglo XIX se encontraba a la defensiva, porque el Estado intervenía poco en la vida económica y había presiones para que aumentara esa intervención. Más que proponer algo positivo, los liberales intentaban retardar un desarrollo que juzgaban, acertadamente, como un peligro. Vemos que estaban en lo cierto porque el crecimiento del Estado derivó en el socialismo en algunos casos, en el nazismo o el fascismo en otros. Pero en aquel momento estaban a la defensiva. Hoy, en cambio, los liberales estamos al ataque. Tratamos de transformar la sociedad con un sentido laboral, porque la intervención estatal creció a dimensiones exageradas”.
Pregunta: “¿Cómo enfrenta el liberalismo a esos adversarios?”. Respuesta: “Explicando que esa actitud de aceptar el statu quo daña a todos. Y perjudica, sobre todo, a los más pobres. Yo estoy inscripto en el Partido Liberal italiano y recomiendo abiertamente a nuestros militantes: nosotros debemos transformarnos en populistas. ¿Por qué? Porque el estatismo perjudica a todos, pero, sobre todo, perjudica a los pobres, al grueso del pueblo. Por lo tanto, los liberales debemos explicar una y otra vez que queremos modificar el statu quo porque ese cambio va a favorecer, especialmente, a los más pobres. Si el servicio de seguridad social no funciona porque es del Estado, el rico puede llamar a un médico privado, pero el pobre no tiene salida. Si dejamos avanzar la inflación, el que se perjudica es el que cobra un sueldo a fin de mes y no el que tiene su capital en Suiza. ¿Está claro, no? Por eso hace falta el populismo liberal; o un liberalismo populista si lo prefiere”.
Sopeña: “No parece la idea más seductora para muchos liberales….”
Martino: “Por supuesto. Puede ser algo chocante. Es difícil aceptarlo para un liberal, que naturalmente es un humanista, un hombre de cultura, que supone que el populismo es equivalente a la demagogia, a la mentira política. Pero hay que comprender que existe un populismo auténtico, sano, con el cual el liberalismo debe demostrar que es algo muy distinto al conservadurismo, que quiere cambiar el statu quo en beneficio de la mayor parte de la sociedad”.
Sopeña: “¿Cuál es su respuesta para la crítica tradicional que ve en el liberalismo una defensa tan acérrima del individuo que perdería de vista la injusticia de grandes diferencias entre unos y otros?”.
Martino: “El liberalismo puede recoger ese desafío fácilmente. Basta con demostrar que en las sociedades democráticas liberales son precisamente los más débiles los que están mucho mejor, comparativamente, que los débiles de las sociedades cerradas, estatistas, con clases privilegiadas que usan el poder político para impedir cualquier transformación”.
“El liberalismo no defiende al fuerte contra el débil. El liberalismo defiende el respeto a las reglas de juego. Ésta es la máxima oportunidad que pueden tener los más débiles. Para darle un ejemplo: si yo fuera pobre, preferiría mil veces ser pobre en los EEUU que ser pobre en la India o en China comunista”.
De la misma manera en que el médico ineficaz busca descalificar al médico que pudo curar al enfermo, la izquierda política, que no pudo solucionar, con el socialismo, ni siquiera los problemas sociales elementales, ha establecido una exitosa campaña de tergiversación de todo aquello que implique al liberalismo, perjudicando de esa forma a toda la población. Para solucionar problemas, no sirven; pero realizan muy bien su trabajo de mentir y difamar.
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