Se aduce, por lo general, que el ambiente reinante en una sociedad favorece el surgimiento de las ideas que luego predominarán entre sus integrantes. Sin embargo, yendo un poco más atrás, puede decirse también que son las ideas y las actitudes de los individuos destacados las que promueven los cambios de mentalidad y sus consecuencias posteriores. Desiderio Papp escribió: “Si bien la elaboración del conocimiento científico y sus múltiples aplicaciones constituyen una obra esencial, una creación colectiva: las leyes primordiales, los descubrimientos cruciales, las teorías generales, se deben a un grupo reducido de investigadores. Un puñado de personalidades han creado los cimientos y han levantado los pilares que sostienen la soberbia construcción del saber”.
“La historia de la ciencia así concebida es, a diferencia de la historia político-social, el relato de las hazañas de individuos excepcionales que lograron la erradicación de conceptos tradicionales, preparando la instauración de una nueva visión de la realidad. Sus creaciones son casi tan personales como las creaciones artísticas. Efectivamente, por diferentes que sean las características del Arte y de la Ciencia, el proceso de creación es en ambas estrictamente individual. Por cierto, no fue un gremio de artistas el que pintó el retrato de Mona Lisa, ni una asamblea de académicos la que formuló y demostró la ley de la gravitación”.
En cuanto al Renacimiento, agrega: “En el periodo transcurrido entre el crepúsculo del siglo XV y los últimos decenios del siglo XVI, se abre una nueva era en la historia de la Humanidad, produciéndose una honda transformación, a la vez de orden espiritual y material, del mundo occidental. Un giro trascendente se opera en el enfoque de las convicciones y tradiciones legadas por la Edad Media, asignando nuevos rumbos a la búsqueda científica”.
Dos acontecimientos confluyen para acentuar la influencia de la antigüedad clásica, y estos son: la caída de Constantinopla en poder de los musulmanes y la invención de la imprenta. El citado autor agrega: “Al promediar el siglo XV, se produjo un acontecimiento trascendental: aparece el primer libro impreso, encauzando la vida intelectual del mundo hacia una nueva fase. Efectivamente, ninguna innovación de la época repercutió tan eficazmente sobre el progreso renacentista como la invención del arte de imprimir”.
“Muchas veces en la historia los alcances de un acontecimiento están ampliados y reforzados por las circunstancias que casualmente lo acompañan. En un momento crucial, la conquista de la palabra impresa reemplazó la forma precaria e insegura de la tradición por una forma estable y duradera. En 1453, Constantinopla, capital del imperio bizantino, heredera medieval de Atenas, cayó en manos del Islam. Ante la inminente captura de la ciudad, millares de fugitivos se dirigieron hacia Italia, llevando consigo sus bienes, entre ellos preciosos manuscritos griegos, guardados en los monasterios de la antigua Bizancio. Estos tesoros, salvados del holocausto de Constantinopla, llegaron al Occidente en el preciso momento en que apareció el instrumento capaz de asegurar su difusión y su transmisión. Jamás fue tan oportuna una casual coincidencia como la de la invención del arte tipográfico con el descubrimiento de los clásicos” (De “Las ideas revolucionarias en la ciencia”-Editorial Universitaria SA-Santiago de Chile 1975).
Puede decirse que el Renacimiento implicó una continuidad parcial en algunos aspectos y una reacción total en otros, respecto de la Edad Media. La actitud religiosa predominante en la Edad Media fue esencialmente ascendente (que mira a Dios) en desmedro de una actitud lateral e igualitaria (que mira al hombre). Francisco Letizia escribió: “Si la Edad Media fue geocéntrica, el Humanismo y el Renacimiento serán, pues, antropocéntricos. En efecto, predican y ensalzan la dignidad del hombre, el libre albedrío y la autonomía individual, juntamente a la independencia de toda autoridad científica en la libre investigación de la naturaleza” (De “Fundamentación filosófica de las doctrinas económicas”-Universidad Nacional de Cuyo-Mendoza 1983).
Uno de los aspectos cambiantes del pensamiento renacentista fue el naturalismo, que fue sintetizado por Héctor Oscar Ciarlo: “El aporte del Naturalismo fue: 1) Una divinización de la naturaleza, o sea, la inmanentización de Dios y del Mundo; 2) Revaloración de la naturaleza frente a lo sobrenatural, y en consecuencia una separación de las formas de conocer de la ciencia y la filosofía, por un lado, y de la teología por otro; 3) Un conocimiento científico de la naturaleza, de lo cual surge la concepción de una estructura mecánica del mundo (Galileo), compuesta de elementos cualitativos, y de la idea de que la verdad es de esencia matemática. «La naturaleza -sentencia Galileo- está inscripta en caracteres matemáticos»; 4) Finalmente, el Naturalismo sostiene que la razón es capaz de captar esa estructura, lo cual constituye el supuesto básico de toda la ciencia moderna” (De “Las ideas del Renacimiento”-San Juan de Puerto Rico 1975).
Mientras que la Iglesia y los intelectuales adoptaban como referencia la autoridad de la Biblia y de Aristóteles, Galileo adopta como referencia “la autoridad del telescopio”. Los científicos, luego, adquieren su notoriedad histórica debido a que abandonan la tradición y la autoridad de los antiguos maestros. Así, el astrónomo Nicolás Copérnico deja atrás el modelo planetario de Ptolomeo, realizado más de mil años antes. Galileo abandona la física aristotélica, vigente desde unos mil ochocientos años atrás. Andrea Vesalio reinicia la medicina experimental abandonando la autoridad científica de Galeno, vigente por algo más de mil años.
Las referencias posibles que se adoptan frente al conocimiento son las cuatro siguientes: a) La propia realidad, b) Lo que piensa uno mismo, c) Lo que piensan otros hombres, d) Lo que piensa la mayoría. Quienes tomaban como referencia a la Biblia, o a los libros aristotélicos, consideraban que todo conocimiento posible estaba disponible en aquellos libros. Pretendían estar en la cima del conocimiento repitiendo lo que afirmaban otros hombres. El cambio renacentista implica la adopción de la propia realidad como la referencia a adoptar.
En la visión del mundo que impone la ciencia experimental, desaparece la Tierra como el centro del universo; como suponía el hombre medieval. Héctor Oscar Ciarlo agrega: “La libertad esencial de la conducta humana que encarna el hombre del Renacimiento, tiene una relación muy estrecha con la actitud crítica que genera el desarrollo de las ciencias, que lejos de desembocar en un orgullo desaforado, lo inclina más bien a una justa apreciación de sus limitaciones. El geocentrismo, desvirtuado por la teoría de Copérnico y más tarde por las investigaciones de Galileo, lo cura al hombre de la imagen desproporcionada que hasta ese momento lo señalaban como el centro del universo. Sus juicios se impregnan de prudencia y tiende a no admitir nada que no pase la prueba de la experiencia. Ello lo conduce a la moderación de un cierto escepticismo, a veces metódico (Descartes), y otras veces ético (Montaigne), que provocan una revisión de todos los principios del conocimiento admitidos hasta entonces”.
En cuanto al humanismo, que puede identificarse con la actitud lateral e igualitaria que adolece la Edad Media, Francisco Letizia escribió: “El término «humanismo», en un sentido muy amplio, indica aquella profunda pasión de estudiar los antiguos griegos y romanos, considerados más «humanos» porque tenían del hombre una concepción real y concreta. Esta vuelta a lo antiguo –según los humanistas- permitía conocer al hombre en su verdadero valor, en contraposición con la época medieval que lo había descuidado por preocuparse principalmente de Dios y la vida futura”.
“En un sentido más ajustado podríamos decir que el Humanismo indica el movimiento de retorno a la cultura antigua, el cultivo de los «studia humanitatis» y la ferviente pasión de conocer los autores clásicos de la antigüedad considerados más cercanos a la realidad humana y cuyas obras permiten conocer mejor al hombre, preparándole para una vida más plena y serena”. “Durante toda la Edad Media los individuos aparecen ligados, en su vida espiritual, a la doctrina de la Iglesia y, en su actividad exterior, a la clase y a la corporación de las artes y oficios. En cambio, ahora se despierta en ellos una nueva conciencia, gracias a la cual las antiguas virtudes como la humildad, la renuncia, la obediencia, etc., pierden su valor ante los nuevos ideales que se afincan en el individualismo, en la osadía y en la firme voluntad de poder”.
El resurgimiento del individuo también alcanza a los grupos, apareciendo el concepto de Estado. Los pequeños Estados deben realizar maniobras de supervivencia para no sucumbir ante los poderosos, apareciendo la teoría política a través de Nicola Macchiavello. J. Burckhardt escribió: “Entre ambos (imperio y papado) existía una multitud de formas políticas –ciudades y déspotas- que ya existían y cuya existencia dependía de su propia capacidad para mantenerla. En ellas aparece el moderno espíritu europeo del Estado, entregándose por vez primera libremente a sus propios impulsos…Ahora bien, donde esta tendencia queda superada o equilibrada de algún modo, surge algo nuevo y vivo en la historia: el Estado como creación calculada y consciente, como obra de arte” (De “La cultura del Renacimiento en Italia”-Iberia-Barcelona 1964).
Francisco Letizia escribe al respecto: “En estos Estados italianos –«Signorie, Comuni, Ducati, Marchesati, Principati»- encontramos lo malo y lo bueno mezclado de modo peculiarísimo. La personalidad del príncipe llega a ser algo tan complejo y característico que la aplicación de cualquier juicio moral tropieza con gravísimas dificultades. En realidad se trata de una unión de fuerza, de ingenio, de audacia, de una falta de escrúpulos que constituye –según Machiavelo- una verdadera «virtú» y no «acelleratezza» (perfidia, perversidad). En otras palabras, los jefes de esos pequeños Estados tienen que recurrir a todos los medios para poder subsistir entre esos dos colosos y para librarse de una posible ocupación por parte de otros. Debido a ello, los gobernantes deben recurrir a las alianzas, contra-alianzas, promesas, amenazas, conjuras, diplomacia, etc., que constituyen una verdadera obra de arte político”.
En cuanto a la Reforma protestante, el citado autor agrega: “El Renacimiento es una renovación de la vida a través de intereses originariamente estéticos y literarios, mientras que la Reforma se funda en intereses religiosos, eclesiásticos y políticos. Aquél se caracteriza por su espíritu aristocrático y tiende a la formación de individualidades excepcionales; ésta, en cambio, implica una reorganización social de las masas. Ambos movimientos se distinguen especialmente por el espíritu que los anima: en efecto, el Renacimiento, fundado en una visión optimista de la realidad y de la vida, es la exaltación de la humanidad; por el contrario, la Reforma, por lo menos en uno de sus motivos iniciales, es una expresión de desprecio de la razón como algo totalmente corrompido e impotente frente a la absoluta perfección de Dios”.
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