Cuando se quiere expresar, de manera simbólica, que un político no comunista favorece el afianzamiento, o el acceso al poder, del comunismo, se dice que ha sido un “Kerensky”, en alusión al político ruso que, con sus errores, favoreció la caída de Rusia bajo la tiranía del marxismo-leninismo. Cosme Beccar Varela (h) y otros, escriben: “Alexander F. Kerensky reprimió con violencia la oposición que tenia a su derecha. Al Zar y su familia, no les permitió exiliarse, sabiendo que su permanencia en Rusia los llevaba a una muerte segura. Con sus propios compañeros del gobierno provisorio, hasta julio de 1917, procedió con dureza. Implacablemente los apartó del gobierno, asumiendo poderes dictatoriales”. “Más tarde, cuando el militar revolucionario Kornilov, intentó derrocarlo e implantar un gobierno moderado, Kerensky lo combatió furiosamente hasta que Kornilov, abandonado por sus partidarios, fue derrotado y encarcelado”. “El camino para Lenin quedaba así allanado. Kerensky se ocupó de liquidar cualquier oposición que aquél hubiera podido encontrar a su derecha” (De “Los «Kerenskys» Argentinos”-Manifiesto de la Sociedad Argentina de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP)”-Buenos Aires 1972).
La adhesión a los movimientos subversivos comienza a establecerse a partir de aparentes coincidencias ideológicas que sirven a una posterior manipulación favorable al intento totalitario. Este es el caso del dilema “pobre-rico”, que muestra las siguientes variantes:
a- Cristianismo: divide a la sociedad en justos y pecadores, buscando la conversión de éstos en aquéllos
b- Creencia popular: los pobres son buenos y los ricos malos
c- Creencia marxista: los pobres son buenos y los ricos malos, y éstos son culpables de la pobreza de aquéllos
En realidad, existe una transición gradual desde el justo al pecador, lo mismo que desde el pobre al rico. La existencia de la clase media invalida las descripciones y los razonamientos que admiten sólo los dos extremos. Además, no es verdad que todo pobre resulte virtuoso ni todo rico pecador y culpable.
También es posible la siguiente secuencia que favorece coincidencias posteriores. En el resumen del libro “La Iglesia del silencio en Chile”, se lee: “Lejos de conducirse al país a una corrección cristiana de los defectos que el orden vigente presentaba, se iban creando tres falsas impresiones en el pueblo:
-Que los alegatos de la demagogia declaradamente marxista sobre la injusticia social en Chile eran, en esencia, verdaderos.
-Que el capitalismo, con su régimen de propiedad privada e iniciativa particular, era reprobable en sí mismo, y no solamente en los eventuales abusos existentes en el modo concreto como era aplicado.
-Que el sistema socialista igualitario (cuyo fracaso económico en las naciones en que fue implantado es hoy una evidencia histórica, sólo negable con mala fe) podría traer soluciones substancialmente mejores para el país.
Tales impresiones preparaban el ambiente para presentarse después una revolución social en nuestra patria como un fenómeno inevitable de la época” (De TFP-Buenos Aires 1976).
En primer lugar, debe decirse que la economía de mercado es un sistema de producción y distribución de bienes económicos y servicios que mejor responde a las demandas por parte del consumidor. Al ser un sistema autorregulado, tiende a corregir muchos de los posibles desvíos, pero no es infalible. De ahí que requiera de un nivel moral mínimo para ser tan exitoso como es deseable. Por lo general, el católico tiende a ser un “Kerensky” cuando acepta la versión difamadora del marxismo respecto de la economía de mercado, o capitalismo.
Cuando un sistema basado en la libertad admite injusticias, por lo general se debe a excesos cometidos por algunos empresarios ante la falta de competidores. Todavía no se ha inventado el sistema económico que funcione aceptablemente a pesar de cualquier falla ética de los integrantes de la sociedad. La falta de competidores implica la virtual ausencia de un mercado. Existen sociedades en que la mayoría aspira a ser sólo un trabajador dependiente, renunciando llegar a empresario. Los que no quieren estudiar ni perfeccionarse son los obreros, que, sin embargo, son vistos casi como un ejemplo o bien como víctimas inocentes del sistema económico, siendo los primeros que deberían dejar de automarginarse de la producción y de las responsabilidades económicas que todo ciudadano debe aceptar.
Por lo general, el individuo que resulta cómplice de su propia esclavitud es el que coincide ante las críticas marxistas que se hacen a la realidad económica y social de un país. Luego culpa al “sistema capitalista” de todos los males sin tener en cuenta las fallas personales que hacen que las cosas no funcionen bien. En primer lugar, cuando hay pocos empresarios, o cuando los existentes establecen pactos con los políticos en el gobierno, para no competir, o cuando los trabajadores tienen poca voluntad para trabajar, no puede hablarse de la falla del sistema, por cuanto ni siquiera se han establecido los requisitos básicos requeridos. Desde la izquierda, todo lo que no funciona bien es denominado como “capitalismo”, y si funciona bien, se lo critica porque “no hay igualdad”.
La actividad del clero fue una nueva estrategia, en su momento, para establecer el comunismo: “El relato de las distintas alternativas del proceso a través del cual el Cardenal Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago, y los obispos chilenos, más la casi totalidad del clero, fueron llevando a Chile hacia el comunismo a partir de 1960, es escalofriante”. “El clero chileno, sin predicar nunca –o casi nunca- la doctrina comunista, consiguió llevar a un enorme sector de un país que continuó siendo no comunista en el fondo de su pensamiento, a apoyar al comunismo y aún a implantarlo en el poder”.
“Cuando el poder eclesiástico se coloca al lado de la subversión, ésta encuentra su mejor medio de acción; entre otras razones porque se transforma en una fuerza más o menos inmune”. “Esos elementos de la Jerarquía eclesiástica […] continúa constituyendo una fuerza emprendedora y animadora para la implantación de un régimen de izquierda en Chile”. “Se trata de la fuerza más eficaz que pueda encontrarse para la vuelta del marxismo en Chile”.
También el Partido Demócrata Cristiano facilitó el ascenso del marxismo: “El día 4 de setiembre de 1964 era así electo el demócrata-cristiano Eduardo Frei para la Presidencia de la República. Pasaría a desarrollarse entonces un singular método de «combate» al comunismo, que consistía en hacer el régimen económico-social de Chile cada vez más parecido con lo que el programa de los marxistas exigía”.
La cuestión esencial radica, no en ponernos de acuerdo en cuál es el sistema económico y social “bueno” y cuál es el “malo”, sino cuál de los dos es el menos malo. Si se hacen comparaciones entre la República Federal Alemana y la República Democrática Alemana, o entre la actual China con economía de mercado y la anterior China con economía planificada, o entre Corea del Sur y Corea del Norte, se advierte en todos los casos que la economía de mercado produce resultados notoriamente superiores, por lo que resulta el menor de los males.
Incluso el militarismo argentino tuvo sus propios “Kerenskys”, como Alejando A. Lanusse, quien derroca a Juan C. Onganía para entregarle el poder a los guerrilleros marxistas de los setenta, a través de la presidencia de Héctor J. Cámpora: “En esos años, el Gral. Lanusse recibió al marxista Allende, reconoció a China comunista y rompió relaciones con Taiwan, poniendo así en práctica su plan de «ruptura de barreras ideológicas» y comenzó su llamado «gran acuerdo nacional»”. Recordemos que Taiwan, o China nacionalista, por ser anticomunista, fue marginada por Lanusse y colocada detrás de la “barrera ideológica”, mientras que aceptaba sin inconvenientes la ideología promotora de la guerrilla.
El mayor “Kerensky” que tuvo la Argentina fue Juan D. Perón, por cuanto desde el exilio promovió la violencia marxista-leninista ya que favorecía sus planes personales, si bien luego de utilizarla, marginó a sus ejecutores. El peronismo fue un paso adelante que dio el socialismo: “La Argentina que dejó Perón en 1955 es completamente distinta a la de 1946. Distinta para peor, y más cercana al socialismo. Las injusticias sociales que en ese entonces existían, continúan, y ahora se han sumado otras mucho peores y más numerosas. La primera de todas, la injusticia suprema de haber legado una estructura intervencionista del Estado y de la economía, un poder sindical oligárquico que no sirve a los obreros sino que se sirve de ellos, y una desconfianza entre las clases sociales, que no llega a ser lucha de clases, pero que ya no es la armonía de antaño”.
También en la Argentina, la guerrilla tuvo el apoyo directo de varios “sacerdotes católicos” (aunque se duda si eran cristianos). Tal es así, que “el padre Alberto Fernando Carbone fue condenado por encubrimiento en la causa por el secuestro y asesinato del Teniente General Aramburu. La Policía encontró en su cuarto la máquina de escribir utilizada para redactar los comunicados expedidos por el grupo que ejecutó el crimen subversivo”.
Es posible que los “sacerdotes” marxistas hayan visto en la sociedad comunista cierta semejanza a la vida en un convento, en donde no existe la “propiedad privada” y el trabajo es comunitario. Incluso en algunos claustros católicos los internos reciben visitas tras una reja. Sin embargo, debe advertirse que una cosa es elegir esa vida en forma voluntaria y otra muy distinta implica imponérsela a los demás. Mientras más unidos estemos al resto por medio de vínculos materiales, mayores serán los inconvenientes cuando las relaciones humanas no estén del todo bien. El vínculo de unión entre los hombres, en el cristianismo, es el amor al prójimo, como lo indica el símbolo respectivo (la cruz), mientras que el vínculo de unión, en el comunismo, serán los medios de producción, como lo indica el símbolo respectivo (la hoz y el martillo).
Suponiendo que todos los habitantes de un país cumplieran con el mandamiento cristiano, compartiendo las penas y las alegrías ajenas como propias, se advierte que en ese caso existiría igualdad por cuanto produciría igual efecto lo bueno o malo que le sucediese a otra persona, que lo sucedido a uno mismo. No existiría la envidia ni la necesidad de establecer igualdad económica alguna y por ello no haría falta el socialismo, ya que éste tiene como objetivo aparente establecer la igualdad económica, no tanto para suprimir la pobreza, como para proteger a los menos favorecidos (y a otros no tan poco favorecidos) de la envidia por los bienes materiales que puedan tener los demás.
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