El determinismo, en el ser humano, es entendido en forma similar al fatalismo de la religión. Así, cada “creyente” se quita de encima la responsabilidad que le corresponde por los efectos que sus acciones producen en los demás por cuanto supone que no tiene la suficiente libertad de elección para optar entre distintas alternativas, ya que se considera un autómata dirigido desde algún sector del universo o dirigido rígidamente por sus propios atributos heredados: “Fatalismo: 1. Doctrina según la cual todo sucede por las determinaciones ineluctables del destino. 2. Enseñanza de los que opinan que una ley ineludible encadena a todos los seres, sin que pueda existir en ninguno libertad” (Del “Diccionario de la Lengua Española”-Ediciones Castell 1988).
En la segunda acepción puede advertirse un error, por cuanto si no existiesen las leyes naturales que rigen al hombre, como vínculos entre causas y efectos, existiría el caos y las ciencias sociales no tendrían razón de ser. En realidad, el hombre elige a cada instante las condiciones iniciales de una secuencia de causas y efectos, y esa posibilidad de elección constituye nuestra libertad.
Con los avances de la biología molecular se ha podido advertir cierto determinismo biológico o genético, mediante el cual la conformación de todo individuo queda definida por su genoma único y personal, que será finalmente el que determinará todos y cada uno de sus atributos. Incluso en el reino animal determinará la mayor parte de las acciones individuales. Steven Rose escribió: “Hay genes para justificar cada aspecto de nuestras vidas, desde el éxito personal hasta la angustia existencial: genes para la salud y la enfermedad, para la criminalidad, la violencia, la orientación sexual «anormal» y hasta el «consumismo compulsivo». También hay genes que explican, como siempre, las desigualdades sociales que nos dividen por clase, género, raza, origen étnico…Y donde hay genes, la ingeniería genética y farmacológica nos ofrecen las esperanzas de salvación abandonadas por la ingeniería social y la política”.
Todo parece indicar que el hombre depende tanto de su herencia genética como de la influencia adquirida desde el medio social. Sin embargo, entre las posibilidades extremas encontramos a quienes sostienen que no existe la naturaleza humana y que el hombre depende sólo de la influencia recibida. Jean-Paul Sartre escribió: “Ante todo, el hombre existe, se encuentra a sí mismo, aparece en el mundo, y se define después…Será lo que haga de sí mismo. Por consiguiente, no existe la naturaleza humana…El hombre es, sin más. Es lo que quiere…Uno jamás podrá explicar sus acciones con referencia a una naturaleza humana dada y concreta. Dicho de otra manera, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es la libertad” (De “Existencialismo y humanismo”). En el otro extremo encontramos a Richard Dawkins, quien profesa una postura afín al determinismo estricto: “Somos máquinas de supervivencia: vehículos robot programados ciegamente para conservar esas moléculas egoístas llamadas genes” (De “El gen egoísta”).
Steven Rose escribe al respecto: “Desde luego, cada uno es un alarde de agitación política más que una posición filosófica sostenible. ¿Qué dice la libertad de Sartre acerca de la ineluctabilidad de la decadencia humana, los estragos del cáncer, el ataque destructivo del mal de Alzheimer? ¿Cómo justifica la visión genética de Dawkins los horrores de los campos de concentración nazis o el heroísmo de los hombres y mujeres de la Resistencia francesa?”.
“Desde luego que ni uno ni otro punto de vista surgieron en forma acabada de la pluma de su autor; cada uno desciende de una larga estirpe de polémicas religiosas, filosóficas y científicas. Y no soy tan ingenuo como para suponer que mis argumentos sobre las dos posiciones serán la última palabra sobre el asunto. Sin embargo, creo conveniente exponer mi tesis desde el comienzo. Los seres humanos no somos organismos vacíos, espíritus libres restringidos solamente por los límites de la imaginación, o más prosaicamente, por los determinantes socioeconómicos en los cuales vivimos, pensamos y actuamos. Tampoco se nos puede reducir «apenas» a máquinas replicadoras de ADN. Antes bien, somos producto de la dialéctica constante entre «lo biológico» y «lo social» a través de la cual han evolucionado los seres humanos, se ha hecho la historia y nos hemos desarrollado como individuos”. (De “Trayectorias de vida”-Ediciones Granica SA-Barcelona 2001).
Los totalitarismos se han caracterizado por adoptar estas posturas extremas. Así, para el marxismo, no existe la naturaleza humana, como señalaba Sartre, por lo que el perfeccionamiento de la sociedad habría de lograrse mediante la creación del socialismo. El hombre nuevo soviético estaría conformado a partir de la influencia del medio socialista, mientras que el resto, que no se adapta a la nueva vida, debía eliminarse en beneficio de la humanidad. Para el nazismo, por otra parte, la estructura del hombre depende totalmente de su herencia genética o racial, por lo que el perfeccionamiento de la humanidad habría de lograrse a partir de la eliminación de las razas inferiores. Christian de Duve escribió:
“En su forma radical, el conflicto se centraba en dos absolutos opuestos: «determinismo genético» -el comportamiento es completamente innato- y el «determinismo ambiental» -el medio tiene un poder ilimitado para moldear el comportamiento-. El primero corresponde a la doctrina (darwinismo social) más vigorosamente defendida por el filósofo inglés del siglo XIX Herbert Spencer, que dice que las desigualdades sociales son producto de la selección natural, y que por lo tanto deben ser aceptadas e inevitables como lo ha ordenado la naturaleza. El último apoya el enfoque marxista que dice que el comportamiento humano es casi infinitamente maleable, y sólo requiere de las medidas políticas, sociales, educativas y económicas apropiadas para que se establezca una sociedad igualitaria y justa. Aun los más radicales entre los oponentes, han llegado a aceptar que la verdad se encuentra en algún lugar intermedio entre estos dos extremos. Ahora es asunto de proporciones. ¿Cuánto por cuenta de la naturaleza? ¿Cuánto por la de la crianza?”.
“La respuesta se puede encontrar en los impactos relativos de la evolución biológica y cultural sobre el comportamiento humano”. “Debemos tener en cuenta la imponente importancia de la evolución cultural y su capacidad para alterar el curso de la evolución biológica. La historia pasada y la presente diversidad de las estructuras sociales, refuerzan la conclusión de que los genes humanos prescriben pocas reglas del comportamiento social. El más específicamente humano de nuestros genes abrió el camino a la innovación, la comunicación, la intencionalidad y la libre elección, contribuyendo así a liberar las poblaciones humanas de la camisa de fuerza social impuesta por la selección natural. Si esta liberación será o no explotada con sabiduría, está aún por verse. La manera cómo utilicemos nuestra libertad evolutivamente adquirida, resulta crucial para el futuro de nuestra especie y la mayor parte del resto de mundo viviente” (De “Polvo vital”-Editorial Norma SA-Bogotá 1999).
Entre los inconvenientes que surgen de las distintas interpretaciones acerca del origen de nuestro comportamiento se encuentra el de atribuirle una causa principal ignorando las restantes. Aun cuando los biólogos estén de acuerdo en que nuestras acciones dependen tanto de nuestra herencia genética como de nuestra actividad cerebral, las discusiones filosóficas y políticas siguen vigentes. H. S. Jennings escribió: “Cuando un factor desempeña un papel, los otros factores no desempeñan parte alguna, o sea la falacia que deduce conclusiones negativas partiendo de observaciones positivas”.
“Esta falacia contribuye, en gran parte, a hacer de la ciencia un espectáculo de entretenimiento; de ella surgen controversias pintorescas. La «causa» descubierta por el segundo investigador resulta no ser la «causa» descubierta por el primero y el asunto cobra vida gracias a un combate, que a los seres humanos les gusta contemplar. Pero si, en resumidas cuentas, la verdad es más importante que el entretenimiento, debe entonces reconocerse que todo fenómeno biológico surge como resultado de la interacción de muchos factores”.
“Se sostiene que una característica debe tener como causa, o bien la herencia o el ambiente, y que esas dos alternativas se excluyen mutuamente. Este es un error fundamental con consecuencias perniciosas. Todas las características son productos del desarrollo, y el desarrollo siempre se lleva a cabo mediante la interacción de los «materiales de la herencia», los genes, el ambiente y otras cosas más” (De “Bases biológicas de la naturaleza humana”-Editorial Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1950).
Podemos recurrir a una analogía entre hombres y computadoras. Así, mientras que el hardware (circuiterío) de la computadora está determinado por el diseño y el tipo de microprocesador, nuestra estructura personal está determinada por el ADN. Sin embargo, el comportamiento de la computadora puede abarcar una amplia variedad de posibilidades debido a que puede incorporar diversos programas (software). El equivalente en el hombre, lo que le da las posibilidades de elegir entre muchas alternativas, es precisamente la información que podemos guardar en nuestra memoria y que depende de la influencia social y de la educación recibida.
En cuanto al vínculo que compatibiliza nuestra herencia genética con la información adquirida, puede mencionarse el proceso de condicionamiento de nuestra conducta a través de las ideas. Para entender este proceso podemos partir del condicionamiento adquirido estudiado por Ivan Pavlov. En forma similar, el aumento paulatino de respuestas espontáneas, o no razonadas, puede lograrse cuando el hombre condiciona su personalidad mediante ideas compatibles con el mundo real. Por ejemplo, interpretando adecuadamente el mandamiento del amor al prójimo, como una tendencia a compartir las penas y las alegrías ajenas, es posible que tal información vaya conformando una respuesta espontánea, luego de una primera etapa en que se requiere un razonamiento previo (como cuando uno aprende a conducir un automóvil). La solución mencionada resultará más efectiva y segura que aquella que intenta modificar nuestros genes o bien modificar nuestras neuronas.
El proceso general de adaptación para la supervivencia implica la evolución biológica que favorece la aparición de las emociones. Luego, mediante la evolución cultural, a cargo del hombre, se produce la concientización que nos permite elegir la actitud más favorable entre las cuatro existentes (amor, odio, egoísmo, indiferencia). La difusión masiva de la actitud cooperativa predicada por el cristianismo actúa como un adaptador del hombre a la ley natural. De ahí que todo intento surgido desde la religión, de la filosofía o de la ciencia experimental, debe tener presente las leyes naturales que nos rigen. De lo contrario, implicará un retroceso en el proceso adaptativo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario