Los movimientos revolucionarios, que actuaron en países latinoamericanos durante los setenta del siglo pasado, tuvieron el apoyo ideológico de reconocidas figuras de la literatura. Si bien muchos advirtieron los nefastos resultados del comunismo soviético, otros siguieron fielmente sus creencias. En estos casos se observó una moral individual discordante con la moral pública. Mario Vargas Llosa escribió: “Tengo a la poesía de Neruda por la más rica y liberadora que se ha escrito en castellano en este siglo, una poesía tan vasta como es la pintura de Picasso, un firmamento en el que hay misterio, maravilla, simplicidad y complejidad extremas, realismo y surrealismo, lírica y épica, intuición y razón y una sabiduría artesanal tan grande como capacidad de invención. ¿Cómo pudo ser la misma persona que revolucionó de este modo la poesía de la lengua el disciplinado militante que escribió poemas en loor de Stalin y a quien todos los crímenes del estalinismo –las purgas, los campos, los juicios fraguados, las matanzas, la esclerosis del marxismo- no produjeron la menor turbación ética, ninguno de los conflictos y dilemas en que sumieron a tantos artistas?”.
En cuanto al servilismo de Alejo Carpentier frente a Fidel Castro, escribió: “Hay una extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o en la novela, ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos y respaldar con su prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la propaganda” (De “Redentores” de Enrique Krauze-Debate-Buenos Aires 2012).
La misión del intelectual entraña esencialmente disponer de una visión propia sobre la realidad. Ello implica la construcción paulatina de un andamiaje teórico en el cual puede encuadrar gran parte de la realidad. “Comprometernos como escritores quería decir asumir, ante todo, la convicción de que escribiendo no sólo materializábamos una vocación, a través de la cual realizábamos nuestros más íntimos anhelos, una predisposición anímica espiritual que estaba en nosotros, sino que por medio de ella también ejercitábamos nuestras obligaciones de ciudadanos y, de alguna manera, participábamos en esa empresa maravillosa y exaltante de resolver los problemas, de mejorar el mundo”.
El distanciamiento del intelectual, respecto de los regímenes totalitarios, comienza cuando se le exige cierta incondicionalidad, siendo el preciso momento en opta por ser un intelectual, o deja de serlo, tal el caso de Mario Vargas Llosa, quien fue atraído inicialmente por las ideas socialistas. “Mi adhesión a Cuba es muy profunda, pero no es ni será la de un incondicional que hace suyas de manera automática todas las posiciones adoptadas en todos los asuntos por el poder revolucionario. Ese género de adhesión, que incluso en un funcionario me parece lastimoso, es inconcebible en un escritor, porque … un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un ventrílocuo. Con el enorme respeto que siento hacia Fidel y por lo que representa, sigo deplorando su apoyo a la intervención soviética en Checoslovaquia, porque creo que esa intervención no suprimió una contrarrevolución sino un movimiento de democratización interna del socialismo en un país que aspiraba a ser de sí mismo algo semejante a lo que, precisamente, ha hecho de sí Cuba”.
“El caso Padilla [intelectual detenido por Castro] sirvió habilísimamente para que Cuba se desprendiera de cierto tipo de aliados y solamente tuviera los incondicionales, esos aliados que iban a estar con la revolución hiciese lo que hiciese, o porque eran sectarios, eran estalinistas y funcionaban como los perros de Pavlov, por reflejos condicionados, o porque eran comprables, baratos, que se compraban con un pasaje de avión, con una invitación a un congreso. Al día siguiente de haber roto con Cuba, empecé a recibir una lluvia de injurias, lo que fue para mí muy instructivo. Pasé, después de haber sido una figura muy popular en los medios de izquierda y en los medios rebeldes, a ser un apestado. Las mismas personas que me aplaudían con mucho entusiasmo cuando iba a dar una conferencia, si yo aparecía por allí me insultaban y me lanzaban volantes”.
Vargas Llosa sentía una profunda animadversión por las dictaduras, ya que incluso tuvo que soportar la excesiva autoridad de su propio padre: “Si hay algo que yo odio, algo que me repugna profundamente, que me indigna, es la dictadura. No es solamente una convicción política, un principio moral: es un movimiento de las entrañas, una actitud visceral, quizá porque he padecido muchas dictaduras en mi propio país, quizá porque desde niño viví en carne propia esa autoridad que se impone con brutalidad”.
Las actitudes tiránicas, ya sea ejercidas en un ambiente hogareño o bien en la sociedad, posiblemente respondan a causas similares: el resentimiento como respuesta hacia quienes supone superiores. Enrique Krauze escribe respecto de los padres de nuestro escritor: “Dorita y Ernesto se trasladaron a Lima luego de la boda. Desde el principio Ernesto manifestó su carácter tiránico: Dorita fue «sometida a un régimen carcelario, prohibida de frecuentar amigos y, sobre todo, parientes». Las violentas escenas de celos no eran el problema mayor. Ernesto era presa del mal que «envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales». A pesar de su piel blanca, ojos claros y figura apuesta, se sentía socialmente inferior a su mujer. No se trataba, o no únicamente, de una cuestión racial. De algún modo, la familia de Dorita llegó a representar para Ernesto «lo que nunca tuvo o lo que su familia perdió», y por tanto concibió hacia esa familia una terrible animadversión, que se traducía en violencia hacia su esposa. Esa aprehensión social tenía poco sustento: la familia Llosa en Arequipa, si bien gozaba de respeto, distaba de ser aristocrática”.
Con los años, Vargas Llosa se aleja del socialismo advirtiendo las ventajas del liberalismo, escribiendo al respecto: “Ahora los países pueden, por primera vez, elegir la riqueza….allí está el ejemplo de las economías exportadoras de Oriente que hace tres décadas eran más pobre que el Perú…hay que desterrar el mercantilismo, privatizar los teléfonos, las aerovías, los bancos, las cooperativas agrarias, apoyar a los «informales» en la economía citadina y a los «parceleros» en el campo…hay que vencer al terrorismo organizado a la sociedad civil en rondas de defensa….hay que cobrar la educación a los privilegiados y semiprivilegiados para que la inmensa mayoría de pobres tenga acceso real y no demagógico a ella … hay que limpiar el «gigantesco basural de la palabrería populista» y devolverle sentido a las palabras … hay que denunciar a los intelectuales y académicos que desde sus cubículos en universidades y fundaciones norteamericanas practican la guerrilla de escritorio, o desde sus prebendas y puestos públicos se dedican a perpetuar la escolástica del resentimiento”.
También Octavio Paz debió confrontar con intelectuales motivados por emociones negativas antes de serlo por ideales acompañados de nobles sentimientos. Como Vargas Llosa, se aleja del socialismo extremo de su tiempo. Respecto de una manifestación de comunistas, en su contra, escribió: “Fue una acción concebida y dirigida por un grupo con el fin de intimidar a todos los que piensan como yo y se atreven a decirlo. Este chantaje político encontró un dócil instrumento en el fanatismo ideológico de muchos intelectuales y contó con la complicidad de algunos politicastros y de no pocos periodistas y escritorzuelos. Por último, el combustible nacional: la envidia, el resentimiento. Es la pasión que gobierna en nuestra época a la clase intelectual, sobre todo en nuestros países. En México es una dolencia crónica y sus efectos han sido terribles. A ella le atribuyo, en gran parte, la esterilidad de nuestros literatos. Es una cólera sorda y callada que a veces asoma en ciertas miradas –una luz furtiva, amarillenta, metálica …En mi caso la pasión ha alcanzado una virulencia pocas veces vista por la unión del resentimiento con el fanatismo ideológico” (De “Redentores”).
En el Congreso de Escritores Antifascistas, realizado en Valencia, en 1937, existe el objetivo oculto de condenar a André Gide, escritor que se animó a decir la verdad sobre el estalinismo. La oposición a la difusión de la verdad resulta impropia de un escritor. Octavio Paz escribe al respecto: “Había un ambiente de gran presión y de condena hacia Gide. Hubo varias sesiones privadas, con los miembros de las delegaciones latinoamericanas, en las que se discutió el libro de Gide [“Retorno de la URSS”], su actitud y la necesidad de repudiarlo. Se propuso redactar una condena firmada por todos los delegados latinoamericanos y se hizo una votación para lograr el acuerdo de todos. En esa ocasión Carlos Pellicer defendió el derecho de André Gide de pensar diferente y de externar sus opiniones. En la votación final que decidió redactar el repudio a Gide, sólo hubo dos abstenciones: la de Pellicer y la mía” (De “Las palabras del árbol” de Elena Poniatowska-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1998).
En cuanto a la labor del escritor, expresó: “Creo que en México, una de las cosas que hay que destruir es la retórica revolucionaria y la retórica nacionalista”. “¿Cómo? A través de la crítica. A mí lo que me asombra en los discursos de los políticos mexicanos es la sustitución de la realidad por la retórica. Si nosotros aplicamos la crítica literaria a sus discursos, destruimos esa retórica. Yo no creo que los escritores puedan salvar a la sociedad; creo que un escritor es bastante modesto y lo que tiene que hacer es cumplir con su deber y su deber es hablar con honradez: esto muy pocos lo hacen”.
“Yo creo que la cultura moderna es por esencia crítica; esto empezó desde el siglo XVIII. Cada vez que el Estado o las burocracias han querido orientar a la cultura, lo que producen es arte oficial, que es bastante malo. En la civilización moderna la crítica es un componente esencial de la creación; por ejemplo en las grandes novelas del siglo XIX: en Balzac, en Flaubert, en Dickens o en Proust, se hace una crítica de la sociedad, del hombre. La descripción de la realidad implica siempre su crítica; una literatura que no es crítica no es moderna. Si los mexicanos vamos a tener un día una literatura y la estamos teniendo, es porque la literatura tiene dos condiciones esenciales: por una parte es un espacio donde la imaginación es libre, y por otra, esa imaginación tiene contacto con la realidad que describe. Hay siempre una especie de intercomunicación entre realidad e imaginación, son inseparables; no hay literatura absolutamente pura, la literatura es impura porque está contagiada de realidad y, claro está, de crítica”.
“La gran falla de los sistemas socialistas en el mundo actual es que no tienen crítica y por lo tanto no son regimenes realmente modernos. Desgraciadamente creo que las sociedades cambian mucho menos rápidamente de lo que uno piensa, las ideologías cambian, pero las prácticas permanecen…”.
En cuanto a Gabriel García Márquez, expresó: “Pocos intelectuales latinoamericanos de derecha o de izquierda han pensado. Repiten lugares comunes. No le reprocho a García Márquez que use su talento para defender sus ideas. Le reprocho que éstas sean pobres. Hay una diferencia enorme entre lo que hacemos. Yo trato de pensar y él repite eslogans”.
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