Los tres mitos combatidos por Steven Pinker son: la tabla rasa, el buen salvaje y el fantasma de la máquina. Al respecto, Catherine Meyer escribió: “¿Qué recubren esos grandes mitos que Pinker denuncia? Los tres se presentan a menudo simultáneamente. El primero, la “tabla rasa”, consiste en atribuir a la huella de los sentidos, y a ella sola, los giros que adquiere nuestra mente. Dicho de otro modo: sólo la experiencia de cada uno, sólo nuestras interacciones con nuestro ambiente físico y social modelan nuestra psicología”.
“Son la información que nuestros sentidos recogen y los aprendizajes que realizamos a lo largo de la vida –a veces durante períodos claves- los que rigen la elaboración y la edificación de la mente. Así pues, todo es adquirido masivamente, y nada de lo que preexiste tiene ninguna importancia. Por supuesto, un mito como este no se propagó tan explícitamente a través de la psicología científica del siglo XX, pero Pinker muestra cómo la influencia de esa posición todavía se hace sentir, incluso a niveles sociales y políticos. Ahora bien, como puede adivinarse, el psicólogo evolutivo que es Pinker no puede permitir que de un plumazo se barra con nuestro equipamiento genético, ni siquiera cuando se trata de nuestra psicología”.
La creencia de que sólo actuamos por influencia del medio ambiente, y no existiría una “naturaleza humana” construida por el proceso evolutivo, conduce al absurdo extremo de considerar que somos hombres o mujeres como resultado de una “creación social” y que tenemos el derecho a “elegir” el sexo, incluso distinto al que traemos de nacimiento. Esta creencia abrió las puertas a los ingenieros sociales que vieron la posibilidad de diseñar a sus gustos una nueva “naturaleza humana”, es decir, una “naturaleza artificial” que condujo a los marxistas a las más descabelladas consecuencias. Steven Pinker escribió: “El empirismo radical no es necesariamente una doctrina humanitaria de vanguardia. La pizarra virgen es el sueño de los dictadores” (De “Los nuevos psi” de Catherine Meyer-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).
En cuanto al segundo mito, Meyer escribe: “Segunda ilusión, a menudo ubicada en el segundo plano de nuestras discusiones sobre la naturaleza humana: el estado de una bondad inherente de la vida «salvaje», natural, del hombre por fuera de la sociedad (o al menos, por fuera de la sociedad moderna con sus reglas y sistemas sociales complejos). Allí se reconoce el tema del buen salvaje popularizado desde Rousseau, según el cual el ser humano es «naturalmente bueno»; es la sociedad (la cultura) la que lo corrompe”.
“Nuestra vida en sociedad estaría en el origen de nuestros males, y la preservación de un estado de naturaleza primitivo sería el modo de remediarlos. Pero ocurre que, como explica Pinker, no sólo la tabla rasa no es rasa en la especie humana (ni en ninguna otra, de paso), sino que además no se inclina más por una bondad innata que por una maldad intrínseca. La evolución, y con ella su mecanismo general, la selección natural, es moralmente neutra: no lleva en sí una carga política, ni ética ni jurídica, sino simplemente un efecto selectivo más o menos fuerte según las condiciones”.
“En nosotros, que heredamos el potencial de elaborar reglas de vida en común, códigos de buena conducta y leyes, está desarrollar los mejores sistemas posibles sobre esa base. No obstante, nada implica ni apoya la idea según la cual nosotros somos mejores cuanto más cerca estamos de nuestros orígenes rupestres. Algunas estadísticas rigurosas sobre la tasa de mortalidad masculina imputable a las guerras, por ejemplo, demuestran que la mayoría de las tribus indígenas fueron claramente más violentas que nuestras naciones industriales del siglo XX. A pesar de un «estado natural» innegable, esas tribus también supieron demostrar un ingenio certero en materia de armamento y destrucción”.
El mito del “buen salvaje” vendría a ser opuesto al mito de la “tabla rasa”, ya que éste confía sólo en la influencia social del medio desconfiando aquel de esa influencia, mientras que confía sólo en la “genética original”. Como nuestra psicología depende tanto de la herencia genética como de la influencia social, disponemos de la evolución cultural para una mejor adaptación al orden natural, tarea humana negada por ambos mitos al no reconocer la existencia de leyes naturales invariantes que rigen nuestras conductas individuales.
Respecto del tercer mito, Meyer escribió: “Queda un tercer mito del pensamiento moderno, contra el cual Pinker se rebela (Pinker y otros): la idea de que un «fantasma» independiente de sus elecciones anima nuestro cuerpo; la idea de que un alma sin ataduras ni limitaciones acecha nuestro organismo y puede, en todo momento, actuar como le parezca y hacer actuar al organismo del mismo modo. Es la famosa doctrina de la dualidad cuerpo-mente, cuyo divulgador más popular fue Descartes. Al convertir la mente a un principio inmaterial y al separarla de cualquier atadura física limitante, se hace posible justificar el libre arbitrio tanto como nuestra libertad de acción y de elección. Ya no se trata de una naturaleza heredada cuya mente sería, de una manera u otra, la emanación, y que nos acercaría seriamente a las limitaciones del reino animal. Pero la psicología evolutiva enseña tres puntos que Pinker defiende con uñas y dientes:
a) Nuestro cerebro, así como todo el resto, es un producto de la evolución y, como tal, sus sorprendentes capacidades y su potencial son resultado de un proceso compartido con otras especies.
b) Existe una base innata, biológica, origen de nuestro funcionamiento psicológico, aunque sin duda resulte limitante (no sale de ninguna parte y es libre de todo).
c) Pero nuestras estructuras biológicas también son capaces de generar funciones (como la de decisión y creatividad moral) que nos permiten juzgar y actuar moralmente".
Cabe mencionar que la “dualidad de Descartes” da lugar a todo lo que se considera como “sobrenatural”, admitiendo un mundo paralelo muy atractivo que hace que muchos creyentes religiosos dejen completamente de lado los mandamientos bíblicos, restringiendo severamente los fines de la religión moral.
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1 comentario:
Existe en psicología y en filosofía una clara contraposición que puede resumirse en idealismo vs. materialismo. El primero deja volar libremente a la razón y el segundo la sujeta a la experiencia.
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