Una sociedad en la que sus integrantes actúan en libertad, puede considerarse como una sociedad natural. Una descripción científica de esa sociedad apuntará hacia una optimización de la misma, observando los efectos positivos y negativos producidos por las diversas actitudes humanas. Por el contrario, una "sociedad artificial" es la que surgirá de la mente de un pensador que la diseñará en función de sus creencias y suposiciones personales, ignorando las leyes naturales que rigen las conductas individuales. Este es el caso del comunismo, que ha de surgir de una postura típicamente anticientífica.
Una de las primeras sociedades conocidas como "comunismo" es la propuesta por Platón, si bien se diferenciaba del comunismo moderno ya que contemplaba la desigualdad de clases sociales. El comunismo de Marx y Engels, por el contrario, apuntaba, teóricamente al menos, hacia un comunismo sin clases sociales. Sin embargo, al promover la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, la sociedad "sin clases sociales" condujo a la aparición de la Nueva Clase, es decir, la clase dirigente del Partido Comunista, alcanzando parcialmente al comunismo propuesto por Platón. Juan Blasco Quintana escribió: “El término «comunismo» no es, naturalmente, utilizado por Platón. Es comunista, sin embargo, el plan presentado en La República, aunque éste se aplique sólo a cierta clase de individuos: «La clase superior, la de los guardianes, es la que vive en régimen de comunismo completo; es decir, en un sistema social en el que no existe la propiedad privada». Luego, por así decirlo, el comunismo platónico es, ante todo, un «comunismo de clase»” (Del “Diccionario de Ciencias Sociales”-Instituto de Estudios Políticos-Madrid 1975).
En cuanto a una definición de tal tipo de sociedad, leemos: "Comunismo: sistema de propiedad y trabajo en común, con igual participación de todos en la administración y la producción. El comunismo presupone una propiedad totalmente en común y una intensa socialización de la economía, así también como la vida en general. En el comunismo todo es común y hasta los bienes de consumo están a disposición de cada uno sin necesidad de pagarlos, según el principio económico: “Cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades” (Del “Diccionario de Política Mundial” de Walter Theimer-Miguel A. Collia Editor-Buenos Aires 1958).
Mientras que el científico social intenta cambiar su teoría en cuanto difiere de la realidad, buscando la compatibilidad entre la descripción realizada y la realidad por describir, el ideólogo anticientífico procede en forma totalmente diferente, ya que pretende la adaptación de la sociedad al modelo artificial propuesto, promoviendo la violencia y el terror para compatibilizar la realidad social con el modelo propuesto. El científico, que procede mediante "prueba y error", cambia su teoría; el revolucionario forzará el cambio de la sociedad, nunca de su "teoría".
A continuación se transcribe un artículo al respecto:
COMUNISMO
Por Alberto Falcionelli
El “ideal” de poseer bienes en común, implícito en el comunismo primitivo, parecería más que absurdo a los miembros de la Nueva Clase. El término, como se sabe, tuvo numerosas acepciones hasta conquistar, a través del socialismo “científico” de Marx y Engels, carta de ciudadanía en la URSS donde, por lo demás, las conclusiones del profeta de Tréveris y de su Eckermann han sido dejadas para tiempos mejores.
Cuando éstos lleguen –esto es, en un futuro conjetural, puesto que, pese a su “colapso inminente”, el capitalismo parece decidido a defenderse y, si no él, quienes obedecen a otros motivos de inspiración-, cuando lleguen estos tiempos mejores, prevalecerá el axioma: “De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad”, que regulará las relaciones entre los hombres después del tránsito del socialismo al comunismo.
Sin embargo, este axioma podría entenderse como si, en la futura sociedad comunista –que sólo puede concebirse en escala universal- la organización de la producción y del consumo será tan perfecta que la necesidad de cada uno se confundirá con su capricho, su capacidad, con su haraganería. Esto, pues, vendría a hacer de la desigualdad, el fundamento de la igualitaria sociedad comunista, lo que haría fatalmente de dichas sociedad un caos, a cuyo lado el que precedió al Génesis sería un modelo de orden y armonía.
Queda, pues, sobreentendido que la necesidad de cada uno de los miembros de la sociedad futura tendrá que ser estrictamente igual a la de su vecino. En ella, los hombres, al fin “desalienados” de cualquier servidumbre y, singularmente, de la espiritual, habrán alcanzado un común denominador fisiológico y mental que les permitirá tener el mismo apetito a la misma hora de modo de afrontar, con reservas idénticas de calorías –y de resignación- las variaciones de una columna mercurial “científicamente” dirigida por los planificadores del hambre y del deseo.
En la mente de los nuevos reformadores –por lo menos, en lo que hace al porvenir, tal como lo anuncia “la rueda inexorable de la Historia”- el mundo ha de ser igualitario hasta estos excesos pueriles. Recordemos que este programa recibió un comienzo de aplicación en los primeros años de la experiencia bolchevique, cuando la distribución de los alimentos llegó a efectuarse en escala tan reducida que el conjunto de los ciudadanos liberados por Lenin de la explotación feudal-capitalista, tuvo que limitar sus deseos al de no morir de hambre.
Esta experiencia –conocida con el nombre de Comunismo de Guerra- en la que el asesinato de varios millones de “enemigos del pueblo” no logró aumentar sensiblemente las raciones de una masa “trabajadora” que se dedicaba fundamentalmente a no trabajar, fue abandonada en la primera oportunidad (rebelión de los marinos de Kronstadt, 1921), y substituida, después de titubeos que se prolongaron de 1921 a 1927 (NEP), por la fase de superindustrialización y de colectivización agraria, fase que los sociólogos comunistas llaman “transición socialista hacia el comunismo”.
Esta transición, teóricamente, depende de una intensificación tal de la producción industrial que, en un primer tiempo, la sociedad socialista tiene que alcanzar las sociedades capitalistas más adelantadas para destruirlas, en un segundo tiempo. Pero, para ello, según lo que afirma ahora N.S. Kruschev, que el ciudadano soviético común, previamente, alcance los niveles de vida del ciudadano americano común.
Solamente después, es decir, cuando el ciudadano soviético común haya convencido al ciudadano americano común de la superioridad del sistema socialista de producción y de consumo, ambos podrán dedicarse alegremente, en el marco de la sociedad comunista “desalienada”, a la práctica del capricho y de la haraganería de que se hablaba más arriba. Mientras tanto, para crear la “base industrial del comunismo”, el Estado socialista tiene que resignarse a actuar a partir de una “sociedad diferenciada”, cuya ley es el rendimiento intensivo de las masas trabajadoras y la satisfacción de los dirigentes, en la que, pues, los modos de vida de cada uno de los futuros “desalienados” están condicionados estrictamente desde arriba, una sociedad en que los únicos “caprichosos” aceptados son los miembros de la Nueva Clase.
Con todo, el término para el triunfo del comunismo universal ha sido fijado – después de numerosas postergaciones- para una época anterior al final del siglo XX. El autor de la profecía es el ciudadano Nikita Sergueievich Kruschev, actual ocupante de la función de Jefe Genial del Pueblo Trabajador que, al lanzar su propio Plan –que, contrariamente a los de Stalin que eran quinquenales, es septenal- declaró solemnemente que viviría bastante tiempo para ver la bandera del comunismo flotar en el mundo entero.
(De “El licenciado, el seminarista y el plomero”-Editorial La Mandrágora-Buenos Aires 1961).
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1 comentario:
Los dirigentes soviéticos vieron a las claras que la realidad con la que ellos tenían que lidiar no se parecía en nada a las previsiones que para la instauración del socialismo y el posterior tránsito hacia el comunismo hicieron los fundadores del marxismo. Naturalmente sin comunicarlo a quienes tenían por debajo en el escalafón dejaron de creer en la virtualidad del materialismo dialéctico, la lucha de clases y demás zarandajas marxistas y se dedicaron a afianzar su poder personal, de casta y a crear un de imperio de ámbito planetario que sí pudiera procurarles un futuro esplendoroso. Y usaron la doctrina marxista sólo como encubridora de esos propósitos reales de puro dominio.
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