El origen de los totalitarismos, como también el origen de los diversos conflictos sociales y familiares, puede encontrarse en el “deporte” preferido por muchos seres humanos: la búsqueda de poder. Detrás de esa búsqueda aparece una actitud egoísta de quienes rechazan la igualdad entre los seres humanos mientras que buscan una libertad personal exclusiva, ya que el que busca el poder en forma enfermiza rechaza toda posible limitación a su libertad personal.
Una forma de contrarrestar tal enfermedad psíquica la encontramos en la antigua idea de la religión; la que propone la existencia de un Dios al que debemos obedecer cumpliendo sus reglas, o bien un orden natural regido por leyes invariantes. Tal es la conclusión a la que llega Leonard E. Read, al menos encuentra en la ausencia de ideas religiosas una de las causas de los totalitarismos, escribiendo al respecto: “Las personas que desconocen una Creación, una Fuerza, una Inteligencia, Principio o Conciencia infinita, que va mucho más allá de la individualidad humana, son susceptibles a creer en su propia omnisciencia. Aún más, aquellos que se creen omnisapientes, lógicamente son incapaces de considerar una sociedad perfecta, que no sea la que tiene como objeto rehacer a los demás a su propia y falible imagen. Difícilmente concibo ninguna otra causa que lleve tanto hacia el autoritarismo como el desconocimiento citado”.
“Si un pueblo no acepta al Creador como Soberano, como su Gobernante Supremo, como Fuente de sus Derechos, deberá necesariamente ubicar la soberanía en un mortal o en una institución humana y creará un autoritarismo con el cual convivir hasta tanto lo derogue” (De “¿Por qué no ensayar la libertad?”-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1961).
Por lo general, los líderes autocráticos pocas veces intentan mejorar ellos mismos, sino que dedican todos sus esfuerzos en “mejorar” a los demás. El citado autor agrega: “Todos los individuos deben enfrentar el problema de quién debe ser objeto de perfeccionamiento; ellos mismos o sus semejantes. Su objetivo, me parece a mí, debería consistir en la realización de su propio desenvolvimiento. Los que ni siquiera lo intentan o que al intentarlo encuentran el autoperfeccionamiento demasiado difícil, generalmente dirigen sus energías hacia sus semejantes, puesto que sus energías exigen algún objetivo en qué gastarse”.
“Aquellos que logran encauzar sus energías hacia adentro, especialmente si están dotados de grandes energías, como Goethe por ejemplo, se convierten en conductores morales. Aquellos que no llegan a encauzar sus energías hacia adentro, dejando que se manifiesten exteriormente, especialmente si sus dotes de energía son grandes, como Napoleón por ejemplo, se convierten en conductores inmorales. Los que se niegan a regirse a sí mismos, generalmente se proponen regir a sus semejantes. A los que saben dominarse a sí mismos, generalmente no les interesa dominar a los demás”.
El panorama se completa con quienes, dominados por cierta negligencia crónica, prefieren “gozar” de un estado de servidumbre con tal de evitar responsabilidades y necesidad de pensar. Los líderes totalitarios no tendrían cabida si no fuese por la existencia de las masas carentes de objetivos personales. Nicolás Berdiaeff escribió: “El mundo entra en la era del cesarismo, el cual, como todo cesarismo, tendrá un carácter plebeyo muy marcado, representando el levantamiento plebeyo contra el principio aristocrático en la cultura. Un líder contemporáneo puede ser el precursor de un nuevo César; es un líder de las masas populares y ha sido exaltado psicológicamente por las colectividades contemporáneas. El líder gobierna a las masas mediante la demagogia y, sin ella como instrumento, es completamente impotente y puede ser derrocado; sin ella nunca habría llegado al poder".
"El líder depende por completo de las masas, a las que gobierna despóticamente, depende de la psicología de la colectividad, de su emotividad y de sus instintos. El poder de los líderes descansa por entero sobre el subconsciente, juega siempre un papel preponderante en las relaciones de gobierno. Pero lo sorprendente es que en el mundo contemporáneo el poder que se basa en el subconsciente y lo irracional usa métodos de extrema racionalización y tecnización de la vida humana; realiza una planificación racional estatal no solamente de la economía, sino del pensamiento humano, de la conciencia humana e incluso de la vida privada, sexual y erótica. La racionalización y tecnización contemporáneas están dominadas por instintos subconscientes e irracionales, instintos de violación y de dominación” (De “El destino del hombre contemporáneo”-Editorial Pomaire-Santiago 1959)
En cuanto a los efectos que producen los líderes autoritarios, puede decirse que son similares a los efectos que en los niños producen los padres autoritarios. Los efectos producidos en Cuba por los hermanos Castro han sido descritos por Hilda Molina, quien escribió: “Sólo después de un largo y agónico proceso de maduración y al cabo de múltiples horas de análisis y meditación, yo comencé a conocer la maléfica naturaleza de ese régimen. Hasta entonces permanecí inerme frente al enajenante, prolongado y minucioso proceso de manipulación sentimental, de inoculación del terror y de chantaje psicológico al que han sometido al pueblo cubano, y que ha transformado en marionetas a millones de seres pensantes".
"Y es que se trata de un sistema intrínsecamente perverso, cuyas prácticas contradicen y traicionan a sus propias teorías, que ha ascendido las cumbres de la crueldad, y que destroza sin misericordia incluso a sus más fieles hijos. Se trata de un gobierno que utiliza el miedo paralizante como uno de sus principales instrumentos de poder. Se trata de un sistema generador incansable de miedos, espantoso sentimiento del que no se ha librado ni se libra ningún cubano, doloroso sentimiento siempre presente en mí, fortalecido y multiplicado a partir de 1959” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).
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1 comentario:
Pueden existir, y de hecho han existido y existen, personajes o grupos con inclinación y peso político suficiente o ejerciente que no pretenden alcanzar en ellos y para los demás perfección alguna, sino que hacen lo que está en su mano para organizar sus sociedades de la forma más racional y eficiente posible a la luz de sus principios y de los conocimientos que en esos momentos tienen a mano, y naturalmente como junto a ese deseo se dan las inevitables imperfecciones y debilidades que acompañan a todo ser humano, un sistema político mínimamente racional suele proveerse para su prevención o remedio de los correspondiente contrapesos y controles a tal efecto.
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