viernes, 3 de noviembre de 2023

Las revisiones históricas

Un mismo acontecimiento puede ser descripto de la misma forma por dos historiadores, mientras que sus interpretaciones pueden diferir. Así, lo que para uno puede ser un "vil asesinato", para otro puede ser una "justa venganza". De ahí que, desde el punto de vista del relativismo cultural, ambas versiones de la historia han de ser admisibles.

Estas diferentes posturas respecto de una misma realidad conducen al revisionismo histórico, lo que implica establecer nuevas interpretaciones ante la historia predominante. En el caso argentino, se advierte que lo predominante es la visión marxista de la historia mediante la cual son denigrados los personajes fundadores de la nación, como Sarmiento, Alberdi y en especial Julio A. Roca.

Si bien, en principio, puede suponerse que, inevitablemente, toda visión de la realidad necesariamnete ha de ser ideológicamente partidaria, no debe descartarse cierta neutralidad que ha de surgir del predominio de una postura universalista que contempla los resultados históricos en función de la evolución cultural del ser humano y de la tendencia favorable a la supervivencia de la humanidad.

A continuación se transcribe un artículo al respecto:

ES HORA DE OTRA REVISIÓN HISTÓRICA

Por Guillermo Belcore

Desde una perspectiva alberdiana, dos intelectuales de fuste intentan refutar “el pensamiento nihilista” que desde hace veinte años trabaja para quebrar los valores sobre los que se construyó la Argentina.

Hace 34 años, caía el Muro de Berlín y se anunciaba el fin de la historia: la democracia liberal había triunfado para siempre. Sin embargo, un parásito a lo Alien no tardó en aparecer para roer las entrañas del mundo libre, dejando en claro que fue apresurado declarar el ocaso de las ideologías, es decir de los relatos que explican al mundo desde una perspectiva distinta a los triunfadores de 1989. Ese enemigo insidioso es una expresión neocomunista travestida de progresismo, que dos intelectuales de fuste de la Argentina prefieren designar “nihilismo moderno”.

En Sudamérica, la viscosa corriente de pensamiento fue articulada políticamente en el Foro de San Pablo primero y en el Grupo de Puebla, después, aunque descafeinada después del fracaso del Socialismo del Siglo XXI. El kirchnerismo hizo suyas las tácticas y premisas nihilistas; se abocó de manera minuciosa desde hace veinte años a reescribir la historia nacional con el fin de quebrar los valores sobre los que se construyó la Patria. De ahí, por ejemplo, los ataques furiosos que han recibido próceres como Julio Argentino Roca. De ahí, la embestida indigenista, "con el claro propósito de resaltar minorías étnicas por encima de la nacionalidad argentina".

Sin embargo, puede que las tornas estén cambiando. "A los jinetes del daño y la destrucción", a una generación de intelectuales sin rumbo, le sale al paso, desde una perspectiva alberdiana, un libro de historia, útil para encarrilar un siglo con una profunda crisis de valores: De Mitre a Perón. Historia de la Argentina moderna (Ediciones SB, 358 páginas).

"A la ciencia histórica le ha llegado la hora de una nueva revisión que cuestione al nihilismo moderno", proclaman el investigador Claudio Cháves y el politólogo Miguel Angel Iribarne. Como saben los lectores del diario La Prensa, son dos pensadores de probada inteligencia e independencia de criterio.

El ensayo habla en nombre del revisionismo histórico liberal, y por lo tanto es políticamente incorrecto. ¿Existe mejor carta de presentación? El contenido se despliega en dos secciones. En la primera (“Las etapas históricas”), Chaves hilvana el corpus historiográfico entre la batalla de Pavón y el advenimiento del peronismo. En la segunda (“Las culturas políticas”), Iribarne examina el espíritu de la época, el contexto global y local de ideas-fuerza en que se produjeron los hechos.

Se nos advierte que el libro es el primer tomo de un vasto trabajo que llegará hasta nuestros días. Iribarne lo anticipa en el Capítulo XVIII, en el que desmenuza la cultura política del radicalismo desde Alem hasta Alfonsín.

EJE VIRTUOSO

En los primeros siete capítulos, Chaves nos plantea un eje virtuoso de la organización nacional y la integración con el mundo atlántico: Urquiza-Sarmiento-Roca. Conjetura que la antinomia fundamental de nuestro siglo XIX fue el enfrentamiento entre porteños y provincianos. A causa de esa grieta colosal, el General Paz nunca pudo acordar con Lavalle, ni Rosas con el correntino Farré. Doscientas cincuenta páginas más adelante, Iribarne, un erudito del Zeitgeist, establecerá que la creencia fundamental de la generación liberal-conservadora entre 1860-1916 fue la convicción de la excepcionalidad argentina dentro de Latinoamérica; nuestro país tenía condiciones para ser Europa en el Nuevo Continente. Necesitamos, como el agua las plantas, otro mito fundante con similar potencia para revertir la decadencia, uno no puede dejar de pensar.

Dijimos que el abordaje de la obra es alberdiano. En principio, porque sostiene que "toda nuestra historia deviene incompleta si no se estudia enmarcada en el acontecer mundial", tal como realizó el ilustre tucumano. De ahí, la permanente preocupación de los expertos por el contexto. El lector podrá encontrar, además, valiosos pasajes sobre la geopolítica de las personalidades (desde Mitre al Almirante Segundo Storni) y de los países.

Además del nihilismo contemporáneo, el fecundo tándem Chaves-Iribarne quiere refutar otras dos interpretaciones erradas de nuestra historia; a la sazón, las dos caras de una misma moneda: el revisionismo clásico (nacionalista o marxista) y la historiografía clásica del liberalismo iluminista: "...una mirada al pensamiento de Alberdi -se destaca en la página 83- nos abre un camino riquísimo y diferente, el de un liberalismo de arraigo, esto es criollo y popular, por historicista".

Este último adjetivo implica, en la praxis tanto del investigador como del estadista, "pensar el país desde adentro mismo de la historia, como sujetos moldeados por ella, avanzando por ella". Como la grandiosa Generación del Ochenta (heredera de la Generación del Paraná).

Es menester subrayar que no es el libro un mero ejercicio especulativo. Así nos advierte Chaves en otro párrafo luminoso. El futuro de la Patria, nada menos, está en juego: "Estas distintas miradas de un período crucial de nuestra historia no son simplemente una discusión teórica o el devaneo intelectual de personas con inclinaciones librescas, de algo que, por otro lado, ya no tiene remedio. Sin dudas que lo pasado no puede modificarse, pero de cómo lo interpretemos estará fundado el presente".

PARANGONES

Otro agrado del libro son los puentes que tiende entre el estudio del pasado y las desventuras del presente. Es decir, se trazan parangones.

La refutación concienzuda de escritos de Fermín Chávez, por ejemplo, que justificaron el asesinato de Justo José Urquiza y sus hijos, desemboca en la conclusión de que José Hernández, otro excusador del sicariado, fue algo así como el Rodolfo Walsh o el Horacio Verbitsky ("el nihilista más lúcido") de fines del siglo XIX, en tanto que unos y otros intelectuales encarnan esas "minorías iluminadas que se arrogan el derecho de administrar justicia", mediante el uso de las armas.

Por esa moral depravada, a Claudio Chaves no le sorprende que Hérnandez haya creado a Martín Fierro: "...un personaje que, maltratado y devastado por las injusticias de un Estado arbitrario y una sociedad indolente, deviniera en un gaucho asesino, capaz de alzarse con dos muertes provocadas intencionadamente".

Asimismo, en el excelente capítulo sobre el problema del indio, la inseguridad en la pampa, y la Campaña del Desierto, Chaves también desgrana enseñanzas para un hoy en el que, de nuevo, existen espacios geográficos, en este caso urbanos, en donde el Estado se encuentra ausente: "...Ya no son indígenas los que se enseñorean desafiando a los poderes públicos, se trata de bandas dedicadas al delito y al tráfico de drogas que se han apoderado de vastos territorios, en barrios marginales. Hasta el momento, el combate ha sido defensivo. El general Roca es un buen espejo a mirarse para acabar o acorralar a su mínima expresión a los indígenas redivivos, en estos despreciables personajes".

Además de meterse en el barro de la llamada batalla cultural, Chaves e Iribarne quieren formular aquí una propuesta tan metodológica como ética a los investigadores del pasado y del presente: priorizar la dimensión arquitectónica, pues la Patria -enseñó Ortega- es un vasto proceso de incorporación.

Con este llamamiento, cierra un libro excepcional y muy recomendable: "Las escuelas que hasta hoy polemizaron se esforzaban en exaltar o demonizar a nuestras personalidades históricas según se conformasen o no a sus respectivos modelos ideológicos. Lo nuestro, por el contrario, debe ser apreciar lo que, más allá y sin mengua de las diversidades, dichas figuras aportaron a la construcción de la casa común".

(De www.laprensa.com.ar)

1 comentario:

agente t dijo...

Detrás de lo que a primera vista aparece como nihilismo se esconden fuerzas dispuestas a imponerse a toda costa y que tienen objetivos muy definidos. Por eso es tan importante hacerles la batalla ideológica y desenmascararles. Y está muy bien que no sea con artillería cultural ligera sino con armas de gran potencia intelectual empuñadas por personas con rigor, sin complejos y con nítida visión de futuro.