Tanto Domingo Faustino Sarmiento como Juan Bautista Alberdi, son opositores al tirano Juan Manuel de Rosas, por lo que se ven obligados a emigrar al extranjero. Cuando Justo José de Urquiza logra derrocar militarmente a Rosas, Sarmiento pretende lograr un lugar de cierta jerarquía en el nuevo gobierno. Sin embargo, casi no es tenido en cuenta por Urquiza. Mientras tanto, Urquiza lee con atención los escritos que le hace llegar Alberdi y le encarga una misión diplomática en Chile.
Resentido por el rechazo de Urquiza, Sarmiento descarga su malestar en todo aquel que resulta partidario del nuevo presidente, como es el caso de Alberdi. Ahí parece residir el inicio del conflicto. En una carta dirigida a Alberdi, aparece cierta acusación implícita: "Y Ud. sabe, según consta en los registros del Sitio de Montevideo, quien fue el primer desertor argentino de las murallas de Montevideo, al acercarse el ejército de Oribe".
Alberdi le responde: "El sito se entabló en febrero de 1843; yo partí de Montevideo en abril, dos meses después de entablado, no al acercarse Oribe...Yo dejaba el puesto de soldado de milicia pasiva que ocupaba como abogado y como enfermo. Lo dejaba porque tenía el derecho de dejarlo. Ud. debe saber que soy nativo de la República Argentina y no de Montevideo, donde estaba accidentalmente..." (Citas en "Alberdi" de Enrique Popolizio-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1946).
El intercambio de cartas entre uno y otro se conocen como "Las ciento y Una" de Sarmiento, y las "Cartas quillotanas" de Alberdi, que en esa época residía en Quillota, Chile. Enrique Popolizio escribió: "¿Será capaz de inducir a la reflexión a D. Domingo Faustino Sarmiento esta grave calma? Todo lo contrario: le replicará en Las Ciento y Una -cinco epístolas venenosas- en un tono de inconcebible chabacanería amontonando sobre el adversario los más insultantes epítetos. Llamará simulador al antiguo amigo; le dirá venal, mal abogado, escritor de periodiquines, periodista de alquiler. Y poco a poco, en un crescendo absurdo, llegará al insulto torpe, soez: ¡Tonto, estúpido, sacacallos, reo, camorrista, truchimán, saltimbanqui, compositor de minuetes, templador de pianos, alma y cara de conejo, raquítico, entecado que no sabe montar a caballo, abate por los modales, mujer por la voz, conejo por el miedo, eunuco por sus aspiraciones políticas!".
"Sus gritos de cólera pueril -le replica friamente Alberdi- me dan lástima, no enfado...Ha puesto a un lado mis escritos y la cuestión pública, y se ha apoderado de mi persona, de mi vida privada, hasta de mis facciones. No hay flaqueza, no hay violencia que no haya mamchado con su pluma; esa pluma con que aspira a firmar leyes de cultura y libertad para su país".
En ocasiones anteriores, Sarmiento elogia a Alberdi. Por lo general, quien elogia en exceso en cierta oportunidad, tiende a descalificar en exceso en otras ocasiones. El propio Alberdi reproduce algunos de esos elogios emitidos por Sarmiento: "Y en seguida reproducirá las cartas laudatorias de Sarmiento, desde aquella escrita en 1838, por un joven de veintiocho años a otro joven de la misma edad, en que se refería al «brillo literario» del nombre de Alberdi y a las «bellas producciones con que su poética pluma honra a la República», declarándose su «obsecuente admirador», hasta las últimas, donde decía, entusiasmado, de las Bases: «Su Constitución es un monumento...es nuestra bandera, nuestro símbolo...va a ser el Decálogo Argentino. Por estas razones, por la inmensa notoriedad que le dará a Ud. y por el talento y principios que revela, temo que el General Urquiza no se lo perdone a Ud» (Sarmiento creía que el general odiaba necesariamente a todos los hombres de talento)".
Alberdi aclara el hecho de publicar tales elogios: "Muy necio y ridiculo es reproducir elogios a favor de uno mismo, pero la acción tiene disculpa cuando es un medio de represalia empleado en el lugar de recriminaciones o insultos destemplados. En lugar de devolver fango, ¿no es mejor que yo arroje al señor Sarmiento sus propias flores secas?".
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1 comentario:
Desde sus inicios la política contemporánea muestra que tiene como trasfondo un verdadero carnaval de pasiones humanas, mejor de miserias humanas.
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