La pregunta acerca de la compatibilidad entre ciencia experimental y religión no tiene sentido a menos que especifiquemos de qué religión se trata, y de cuál interpretación concreta respecto de determinada religión. Una religión verdadera, tanto como una descripción científica verdadera, lo son en cuanto son compatibles con la ley natural. De ahí la posible compatibilidad mencionada. En estos casos se trata de las leyes naturales que rigen nuestra propia naturaleza humana, descripta por las leyes psicológicas y sociales, por una parte, y adoptadas como fundamento de la ética bíblica.
Si se considera a las religiones bíblicas como algo distinto a una ética natural que promueven, tal compatibilidad no existiría. Ello se debe a que la ciencia experimental presupone la existencia de leyes naturales invariantes asociadas a todo lo existente. Por el contrario, si se aceptan diversas intervenciones de Dios interrumpiendo dichas leyes, dejan de ser invariantes, y se pierde el vínculo con la ciencia experimental. De ahí que la posible compatibilidad se establece en el caso de la religión natural, sin intervenciones de Dios, o entre ciencia y cristianismo, interpretado éste como una religión natural.
La religión natural no resulta ser algo novedoso, ya que existe implícita en posturas filosóficas como el estoicismo. Puede sintetizarse el pensamiento ciceroniano en un breve párrafo asociado a la ley natural: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a si mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
De tal perspectiva surge el principio de solución de los conflictos religiosos, ya que brinda un marco de referencia adecuado para valorar las distintas propuestas, siendo la mejor religión, o la “verdadera”, la que resulta compatible con la ley natural que rige a todos y a cada uno de los seres humanos.
Ante un universo regido íntegramente por leyes naturales invariantes, puede hablarse de cierto “orden natural” e, incluso, que se le pueda asociar cierto sentido aparente. Si renunciamos a la imagen de un Dios que se parece a una persona, tenemos en dicho orden los atributos de un Dios impersonal que conduce a una religión totalmente compatible con la ciencia experimental. Luego, la diferencia entre creyente y ateo implica que el primero le asocia un sentido al universo, mientras que el segundo piensa que no lo tiene.
La actual visión del universo no resulta demasiado distinta de la que tenía Baruch de Spinoza. De ahí que Albert Einstein alguna vez dijo “mi Dios es el Dios de Spinoza”. Incluso denominaba al orden natural como “el Viejo”, afirmando que le interesaba de sobremanera conocer “las ideas del Viejo”. Julián Marías escribió respecto de esta forma de religión: “El naturalismo de la época moderna lleva naturalmente al concepto de religión natural. Esto es lo que se llama también deísmo, a diferencia del teísmo. Teísmo es la creencia en Dios; se entiende, en el Dios religioso, sobrenatural, conocido por la revelación. El deísmo, en cambio, surge como una reacción frente al ateísmo que se insinúa en la filosofía inglesa, pero dentro de lo estrictamente natural”.
Es oportuno recordar que Cristo, para proteger su religión del vulgar paganismo, indica a sus seguidores que “Dios ya sabe qué os hace falta antes que se lo pidáis”, y que “es tu fe” la que produjo el milagro (y no una intervención directa de Dios). Con ello sugiere que lo que nos acontece en la vida depende de nuestra actitud moral y no de la eficacia de los pedidos a Dios.
También hubo quienes admitían una posible intervención del Creador en los acontecimientos naturales, postura que se identifica con el teísmo, en el cual se admite que Dios puede intervenir en los fenómenos cotidianos interrumpiendo las leyes naturales, o cambiando las condiciones iniciales en algunas secuencias de causas y efectos, lo que se conoce como “milagro”. Isaac Newton escribió acerca de las irregularidades en el movimiento de Júpiter y Saturno: “Un destino ciego no habría podido nunca hacer mover a todos los planetas y los cometas, desigualdades que probablemente irán en aumento por mucho tiempo, hasta que finalmente el sistema tendrá necesidad de ser puesto de nuevo en orden por su creador”. La cuestión fue aclarada posteriormente por Pierre S. de Laplace sin necesidad de acudir a esa hipótesis.
Quienes poco conocen la historia de la ciencia, sospechan que ésta es opuesta a la religión. Sin embargo, la ciencia ha contado, entre sus principales fundadores, a muchos hombres para quienes la religión ocupaba un lugar importante en sus vidas. Entre ellos podemos citar a Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Isaac Newton, Michael Faraday, James Clerk Maxwell, Charles Darwin, Gregor Mendel, etc. Incluso dos de ellos (Copérnico y Mendel) eran sacerdotes católicos, mientras que Kepler y Darwin estudiaron teología para convertirse en predicadores protestantes, si bien luego se dedicaron por completo a la ciencia.
Puede observarse que los científicos cristianos nombrados han sido los fundadores de la mecánica y de la astronomía (Copérnico, Kepler, Galileo, Newton), del electromagnetismo (Faraday, Maxwell, Ampere), de la evolución biológica por selección natural (Darwin) y de la genética (Mendel). También Newton, junto a Gottfried Leibniz y, posteriormente, Augustin Cauchy, son los nombres relevantes del cálculo infinitesimal. Incluso uno de los fundadores de la teoría del universo en expansión, denominada “modelo de Lemaître, Friedmann, Robertson, Walter”, tal el caso de George Lemaître, quien fue sacerdote católico. Respecto a su modelo de átomo primitivo, escribió: “El objeto de una teoría cosmogónica es el de buscar las condiciones iniciales idealmente simples de las que ha podido resultar, por medio del juego de las fuerzas físicas conocidas, el mundo actual en toda su complejidad” (De “Cosmogonía”-Editorial Ibero-Americana-Buenos Aires 1948)
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2 comentarios:
La aclaración de Pierre-Simon Laplace tiene enjundia:
Cuando Napoleón, refiriéndose a su obra “Exposición del sistema del mundo” le dijo “me cuentan que ha escrito este gran libro sin haber mencionado ni una sola vez a su creador (del mundo)”, Laplace le contestó “Sire, nunca he necesitado esa vana hipótesis”. Era una alusión directa al hecho de que Newton, un siglo antes, tuvo que aludir a la voluntad de Dios para justificar que su ley de la gravitación universal no fuese capaz de explicar las irregularidades observadas en los movimientos de Júpiter y Saturno. Al posterior planteamiento por parte de Napoleón de que Dios es una hipótesis que permite explicar muchas cosas, le argumentó que “aunque permita explicar todo, no permite predecir nada”, es decir se trata de una hipótesis indemostrable.
En realidad, Laplace aclaró las cosas utilizando la ley de gravitación de Newton. Lo que sucedía es que, debido al movimiento de los planetas, cambiaba el centro de masa del sistema solar y de ahí que Jupiter y Saturno 'cambiaban la velocidad', es decir, uno se adelantaba y el otro se atrasaba. Laplace calculó que ese proceso se revierte luego de unos 729 años, o algo así, y el sistema resulta estable y de ahí la prescindencia de la intervención de Dios que suponía Newton.
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