sábado, 25 de junio de 2022

El educador vs. El adoctrinador

En la Argentina, la política lo abarca todo; cultura, justicia, educación, periodismo, deporte, y hasta la religión. De ahí que en la elección de la Suprema Corte de Justicia, no se habla de los candidatos en función de sus ideas de tipo filosóficas, sino de su simpatía, o de su afiliación, al radicalismo o al peronismo. Algo similar ocurre en las elecciones del rector de alguna universidad estatal.

Ello no implica que todo abogado, o todo docente, deba carecer de orientación política. Es distinto, sin embargo, adherir a una postura intelectual elevada y luego descender a la postura política, a tener a la postura política como la orientación más elevada; incluso cuando se trata de politiquería, como la predominante en la Argentina. José Ortega y Gasset escribió: “El politicismo integral, la absorción de todas las cosas y de todo el hombre por la política, es una y misma cosa con el fenómeno de rebelión de las masas que aquí se describe. La masa en rebeldía ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, puesto que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la «sagesse» -en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana. La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso es la predicación del politicismo integral una de las técnicas que se usan para socializarlo” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

La gravedad de la situación llega al extremo cuando el docente deja de ser un educador para transformarse en un adoctrinador, ya que su función formativa del alumno se deja de lado para darle paso al adoctrinamiento partidario o ideológico. Ya no serán los conocimientos aportados por la ciencia experimental el centro de atención, sino que se buscará que el alumno absorba, sin que lo advierta, las ideas y las actitudes básicas de la ideología a transmitir.

Es evidente que todo docente ha de influir de alguna manera sobre los alumnos, y de ahí la pretendida legitimidad de la tarea doctrinaria aducida por el adoctrinador. Pero es muy distinto orientar al alumno mediante el ejemplo, buscando crear un futuro cooperador social, que buscar un futuro revolucionario o un futuro terrorista. Víctor Massuh escribió: “Esta politización, definida así como «desmesura de lo político», tiene graves consecuencias. La primera sería la pérdida de la calidad, el empobrecimiento de la cultura. La politización del arte, la religión, la ciencia, la educación, el pensamiento y las costumbres en general, operan una verdadera degradación de cada uno de sus contenidos. El arte se degrada a mero instrumento de propaganda, la educación se envilece hasta la simplificación, el pensamiento se convierte en ideología. La vida social, pública y privada, se exaspera y se torna banal”.

“No se trata de un mal que sólo afecta a las sociedades autoritarias sino también que se da en las democráticas. En los sistemas autoritarios la politización lleva al raquitismo de la actividad política, precisamente en razón de su hipertrofia. Como esta actividad está concentrada en pocas manos, la mayoría de la población recibe sus dictados pasivamente, no interviene en ella. Esto es lo singular de un régimen autoritario: cuanto menos participa el ciudadano en política, tanto más ella se extiende exageradamente hasta poner su sello en todas las formas de la vida social”.

“En las sociedades democráticas la politización se presenta de otro modo: la política se vuelve una práctica absorbente, una fatigosa extraversión callejera, un debate que no cesa. La mayor parte de la vida social transcurre en un estado de asamblea donde todos discuten sobre el arte de gobernar pero nadie gobierna, y cuya salida exasperada es la violencia. El terrorismo aparece siempre en el clímax de la política democrática. En suma, tanto en las sociedades autoritarias como liberales, la politización lleva a las mismas consecuencias: una degradación de la cultura” (De “El llamado de la Patria Grande”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1983).

Entre otros aspectos, con el adoctrinamiento se trata de lograr que los alumnos sean conscientes de la dependencia económica y cultural que pretende instalar “el imperialismo yankee” por medio de las "peligrosas corporaciones", es decir, de las grandes empresas multinacionales. En cuanto a estas empresas y su forma de actuar, podemos mencionar, a manera de ejemplo, a dos de las que figuran entre las veinte mayores del mundo: Intel (el principal proveedor de hardware para computadoras) y Microsoft (el principal proveedor de software). Juntas con Internet (creación realizada con aportes del Estado “imperial”) permiten beneficiarnos de la manera por todos conocida.

En la actualidad, los adoctrinadores apuntan a la ignorancia colectiva y usan al hombre-masa como vehículo que lleva un intenso odio destructivo hacia la civilización occidental. En lugar de reconocer las ventajas promovidas por las personas cultas e innovadoras, a través de las empresas y el mercado, las ideologías populistas y totalitarias impulsan al hombre-masa a perseverar en su ignorancia para orientarlo a destruir finalmente todo lo aquellas personas han conseguido. Todo parece indicar que la “lucha de clases” no radica en su nivel económico, sino que se trata de una lucha de ignorantes contra cultos, sabios e innovadores. De ahí que el marxismo promueva el odio desde el hombre-masa hacia empresarios y gente con apariencias de no ser ignorantes, disfrazando el fenómeno como si fuese un natural antagonismo de clases sociales o económicas.

Mario Vargas Llosa escribió al respecto: “Karl Popper denomina «espíritu de la tribu» al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de todos los civilizados, quienes nunca hemos superado del todo la añoranza de aquel mundo tradicional –la tribu- cuando el hombre era aún una parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo o al cacique todopoderosos, que tomaban por él todas las decisiones, en la que se sentía seguro, liberado de responsabilidades, sometido, igual que el animal de la manada, el hato, o el ser humano de la pandilla o la hinchada, adormecido entre quienes hablaban la misma lengua, adoraban los mismos dioses y practicaban las mismas costumbres, y odiando al otro, al diferente, a quien podía responsabilizar de todas las calamidades que sobrevenían a la tribu”.

“En la actualidad, nada representaba tanto el retorno a la «tribu» como el comunismo, con la negación del individuo como soberano y responsable, regresado a la condición de parte de una masa sumisa a los dictados del líder, especie de santón religioso de palabra sagrada, irrefutable como un axioma, que resucitaba las peores formas de la demagogia y el chauvinismo” (De “La llamada de la tribu”-Alfaguara-Buenos Aires 2018)

El proceso conocido como la “rebelión de las masas” es esencialmente el mismo que conduce al totalitarismo, es decir, promueve el predominio del hombre biológico, como ente colectivo, sobre el hombre culto, individual y democrático. Mario Vargas Llosa escribió: “El concepto de «masa» para Ortega no coincide para nada con el de clase social y se opone a la definición que hace de ella el marxismo. La «masa» a que Ortega se refiere abraza transversalmente a hombres y mujeres de distintas clases sociales, igualándolos en un ser colectivo en el que se han fundido, abdicando de su individualidad soberana para adquirir la de la colectividad y ser nada más que una «parte de la tribu»”.

“La masa, en el libro de Ortega, es un conjunto de individuos que se han desindividualizado, dejando de ser unidades humanas libres y pensantes, disueltas en una amalgama que piensa y actúa por ellos, más por reflejos condicionados –emociones, instintos, pasiones- que por razones. Estas masas son las que por aquellos años ya coagulaba en torno suyo en Italia Benito Mussolini, y se arremolinarían cada vez más en los años siguientes en Alemania en torno a Hitler, o, en Rusia, para venerar a Stalin, «el padrecito de los pueblos»”.

“El comunismo y el fascismo, dice Ortega, «dos claros ejemplos de regresión sustancial», son ejemplos típicos de la conversión del individuo en hombre-masa. Pero Ortega y Gasset no incluye dentro del fenómeno de masificación únicamente a esas muchedumbres regimentadas y cristalizadas en torno a las figuras de los caudillos y jefes máximos, en los regímenes totalitarios. Según él, la masa es también una realidad nueva en las democracias donde el individuo tiende cada vez más a ser absorbido por conjuntos gregarios a quienes corresponde ahora el protagonismo de la vida pública, un fenómeno en el que ve un retorno del primitivismo (la «llamada de la tribu») y de ciertas formas de barbarie disimuladas bajo el atuendo de la modernidad”.

1 comentario:

agente t dijo...

La característica fundamental del conjunto de individuos que Ortega denomina masa es su parcial deshumanización, entendida como la fuerte preeminencia en ellos de las emociones y pasiones por encima de la razón y el pensamiento complejo, y a ese conjunto pertenecen miembros de todos los estratos sociales, constituyendo una realidad sociológica interclasista, que deviene otra refutación de las teorías sociales marxistas.