Es frecuente la creencia de que los mandamientos cristianos (del amor a Dios y al prójimo) sirven esencialmente para recibir, por su cumplimiento, el premio de la vida eterna, actuando Dios como un observador que anota en una libreta todas las acciones humanas para determinar un juicio individual al final de nuestra vida. Interpretados de esta forma, las buenas acciones establecidas estarían motivadas por cierto egoísmo, tal como lo vemos en el caso de individuos que, en forma mecánica y exenta de afectividad, adoptan posturas favorables a los demás. Como se trata de actitudes razonadas y desligadas de lo emocional, tienden a limitarse a posturas socialmente correctas ante los ojos de los demás.
Esta es la interpretación de los mandamientos bíblicos que sólo serviría para el “más allá” y que a veces su cumplimiento se asocia a cierto sacrificio por los demás, como medida del mérito asociado. Sin embargo, interpretado el amor al prójimo como la actitud o predisposición por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, se advierte que tal actitud genera felicidad y no sacrificio, por lo cual los mandamientos bíblicos sirven también para el “más acá”. El camino que lleva al cielo y el que lleva a la felicidad, es el mismo.
La importancia de esta interpretación radica en que, al considerar erróneamente que los mandamientos sirven sólo para el más allá, la Iglesia abre las puertas a la entrada de teologías incompatibles con tales mandamientos, como lo es la denominada “teología de la liberación”. Al aducirse que la ética cristiana sólo sirve para una vida posterior, se haría necesaria una ideología adicional que apuntara a solucionar los problemas sociales en el más acá, adoptando al marxismo como el “complemento” que resolvería las limitaciones que presentaría la ética cristiana.
Sin embargo, no resulta difícil advertir que, si la mayor parte de la sociedad adoptara la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, se produciría una notable mejora en el nivel de felicidad de todo individuo y se solucionaría gran parte de los problemas sociales. Por el contrario, adoptar la propuesta socialista implica necesariamente reproducir los adversos resultados observados en la URSS, China comunista y el resto de los países que lo adoptaron o lo adoptan en la actualidad.
El Reino de Dios bíblico es también interpretado como un Reino en el más allá. De ahí que muchos suponen que la profecía de la Segunda Venida de Cristo implicará un previo arrebatamiento, es decir, los “buenos” serán llevados al cielo y los “malos” al fuego eterno. Sin embargo, cuando Cristo expresa que “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, implica que tal Reino podrá existir en el más acá, y conducirá a una sociedad en la que predominará el acatamiento a los mandamientos mencionados.
El rechazo de tal posibilidad, por parte de importantes sectores de la Iglesia, ha favorecido la intromisión del marxismo-leninismo en dicha institución. Joseph Ratzinger expresó: “Decepciona dolorosamente que prenda en sacerdotes y en teólogos esta ilusión tan poco cristiana de poder crear un hombre y un mundo nuevos, no ya mediante una llamada a la conversión personal, sino actuando solamente sobre las estructuras sociales y económicas. Es el pecado personal el que se encuentra realmente en los cimientos de las estructuras sociales injustas. Es preciso trabajar sobre las raíces, no sobre el tronco o sobre las ramas, del árbol de la injusticia si se quiere verdaderamente conseguir una sociedad más humana. Estas son verdades cristianas fundamentales y, sin embargo, son rechazadas con desprecio, consideradas como «alienantes» o «espiritualistas»”.
“Consiste en esta dolorosa imposibilidad de dialogar con aquellos teólogos que aceptan tal mito ilusorio, que bloquea las reformas y agrava las miserias y las injusticias, y que consiste en la lucha de clases como instrumento para crear una sociedad sin clases”.
“Si, con la Biblia y la Tradición en la mano, alguien trata de denunciar fraternalmente las desviaciones, inmediatamente es etiquetado como «siervo» y «lacayo» de las clases dominantes que pretenden conservar el poder apoyándose en la Iglesia. Por otra parte, las más recientes experiencias muestran que significativos representantes de la teología de la liberación se diferencian felizmente (por su entrega a la comunidad eclesial y al servicio real del hombre) de la intransigencia de una parte de los mass-media [medios masivos de comunicación] y de numerosos grupos de sus seguidores, principalmente europeos. Por parte de estos últimos, cualquier intervención nuestra, aun la más sopesada y respetuosa, es rechazada a priori porque se alinearía del lado de los «patronos»; cuando, por el contrario, la causa de los más desprotegidos es traicionada precisamente por aquellas ideologías que siempre han resultado ser fuentes de sufrimiento para el pueblo” (De “Informe sobre la fe” de Joseph Ratzinger y Vittorio Messori-Biblioteca de Autores Cristianos-Madrid 2005).
Mientras que, desde el catolicismo tradicional, se habla de la liberación del pecado mediante la verdad, y se habla del “salvador” de la humanidad, debe decirse que Cristo es un salvador condicional, es decir, a condición de que se cumpla con sus mandamientos. Sin embargo, gran parte de sus aparentes seguidores suponen que serán salvados del infierno por el sólo hecho de creer que Cristo es Dios mostrándole su incondicional adhesión mediante los rituales tradicionales.
La teología de la liberación, identificada totalmente con el marxismo, aduce que Cristo es el liberador de la clase oprimida (el proletariado) respecto de la opresión ejercida desde la clase opresora (la burguesía), siendo la forma en que interpreta cada uno de los pasajes de los Evangelios.
Desde la religión natural se interpretan las prédicas cristianas como la forma óptima de adaptar a todo ser humano a la ley natural y al orden natural. La promoción de la cooperación social, a través del amor al prójimo, y a partir de la visión de un universo regido por leyes naturales invariantes, asociada al mandamiento del amor a Dios, permiten complementar los aspectos emocionales y cognitivos necesarios para la mencionada adaptación.
Desde el marxismo, se quiere hacer creer que tanto las revoluciones como las ideologías socialistas surgen del sector “oprimido”, mientras que en realidad surgen de la clase media y alta, o más exactamente, de individuos pertenecientes a dichas clases sociales. En realidad, no existe uniformidad de pensamiento asociada a una clase social, y ni siquiera a una misma familia, por lo que resulta poco serio hablar de “ideas de clase” o algo por el estilo. Ratzinger escribió: “En Occidente, el mito marxista ha perdido su fascinación entre los jóvenes y entre los obreros. Ahora se trata de exportarlo al Tercer Mundo por obra de intelectuales que viven fuera de los países dominados por el «socialismo real». En efecto, solamente donde el marxismo-leninismo no está en el poder se encuentran algunos que tomen en serio sus ilusorias «verdades científicas»”.
“La teología de la liberación, en sus formas conexas con el marxismo, no es ciertamente un producto autóctono, indígena, de América Latina o de otras zonas subdesarrolladas, en las que habría nacido y crecido casi espontáneamente, por obra del pueblo. Se trata en realidad, al menos en su origen, de una creación de intelectuales; y de intelectuales nacidos o formados en el Occidente opulento: europeos son los teólogos que la han iniciado, europeos –o formados en universidades europeas- son los teólogos que la desarrollan en Sudamérica. Tras el español o el portugués de sus exposiciones, se deja ver el alemán, el francés o el angloamericano”.
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1 comentario:
La Teología de la Liberación se imbrica con la violencia marxista y pervierte la auténtica idea de religión, porque las religiones, con sus ritos colectivos, son formas surgidas históricamente para apaciguar la violencia impresa en la naturaleza de la especie humana. Sirven para el perdón y la reconciliación al mismo tiempo que restauran cierta armonía y orden naturales. Se trata de una ya antigua solución a la agresión acumulada que "viene de fábrica" en la mente y el corazón de todos los miembros de las comunidades humanas.
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