domingo, 22 de noviembre de 2020

Motivaciones

Antes de la realización de cada acción humana, existe una motivación que actúa como causa previa. Debido a que el proceso de adaptación cultural, que nos impone el orden natural, apunta a nuestra supervivencia, también las motivaciones para las acciones correspondientes han de provenir de tal proceso. De ahí que pueda decirse que las motivaciones para nuestras acciones provienen de nuestra propia naturaleza humana. Sin embargo, depende de cada uno de nosotros que obremos a favor o en contra de tal potencialidad. Robert C. Bolles escribió: “Es raro que se diga que la motivación es un hecho de la experiencia humana, es decir, un fenómeno mental que determina el curso de la acción. La idea de motivación no se ha originado en lo que los hombres dicen sobre su propia experiencia o su propia conducta. No es uno de los problemas de la psicología «que se plantean con naturalidad»”.

“La motivación tampoco es un hecho de la conducta. No hay un rasgo, característica o aspecto aislado de la conducta al cual podamos hacer referencia cuando decimos que una conducta está motivada”. “Atribuimos la conducta de un hombre a lo que pasa dentro de su cabeza. Es una explicación con la cual estamos familiarizados, y constituye el punto de partida de todas las teorías de la motivación. Los demás conceptos y constructos de motivación se han formado como reacciones a la doctrina racionalista tradicional”.

“Nuestros prójimos son personalmente responsables de sus acciones, y la sociedad espera de ellos que describan sus propias acciones en términos de intención, conciencia y propósito. Enseñamos a nuestros hijos a emplear esas palabras al otorgarles nosotros el uso que creemos adecuado” (De “Teoría de la Motivación”-Editorial Trillas SA-México 1978).

La idea de “racionalidad” de las motivaciones nos sugiere una elección subjetiva por parte del ser humano, mientras que la existencia de “instintos orientadores” nos sugiere la presencia de motivaciones que no constituyen una elección racional del hombre, a excepción de la racionalidad necesaria para la aceptación de lo que el orden natural ha impreso en nuestra propia naturaleza.

Las motivaciones fundamentadas asociadas a los instintos naturales han sido propuestas por William McDougall, principalmente. Bolles escribe al respecto: “Para McDougall, toda la conducta humana tiene orígenes instintivos. Decía que, de no ser por los instintos, el hombre estaría inmóvil, como una intrincada maquinaria de reloj en la que se ha roto el resorte principal. No es suficiente, según su posición, explicar las acciones de un hombre en término de sus ideas de actuar de determinada manera, sino que lo importante y básico es explicar por qué quiere actuar así”.

“Para McDougall la parte más importante de la psicología es «la que estudia los resortes de la acción humana, los impulsos y los motivos que alimentan la actividad mental y corporal y regulan la conducta; entre los departamentos de la psicología, ese es el más atrasado…Hay que definir claramente las fuerzas mentales, las fuentes de energía, que fijan los fines y sostienen el avance de toda actividad humana –y de esas fuerzas, los procesos intelectuales no son sino simples sirvientes, instrumentos o medios-…antes de que se puedan construir las ciencias sociales sobre fundamentos psicológicos firmes» (McDougall)”.

El sentido de la vida fundamentado en aspectos emocionales, propuesto principalmente por el cristianismo, encuentra en McDougall cierta confirmación psicológica. “El instinto, de acuerdo con McDougall, no sólo regula la conducta, sino que también forma la base de la experiencia subjetiva del esforzarse y dirigirse a metas; se supone que todos nuestros deseos brotan de los instintos. Además, con cada instinto se asocia una emoción característica. McDougall llega a afirmar que el aspecto emocional del instinto es su característica más constante e importante. La emoción constituye el aspecto subjetivo del instinto, junto con la sensación de esfuerzo y deseo, mientras que la conducta resultante que consigue el fin es el aspecto objetivo del instinto, la parte que el hombre comparte con los demás animales" (Bolles).

Si bien el orden natural nos impone la exigencia de "perseverar en nuestro ser", según Spinoza, o de vivir y sobrevivir en buena forma, nos provee también de las motivaciones para alcanzar tal exigencia u objetivo. Depende de cada uno de nosotros adoptar la actitud que lo permite. Baruch de Spinoza escribió: "El esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser, no es sino la esencia activa de esta cosa. Tal esfuerzo cuando se relaciona a la vez con el alma y con el cuerpo, se llama instinto. El instinto no es pues otra cosa que la esencia misma del hombre, y de la naturaleza de dicha esencia se sigue necesariamente lo que sirve para su conservación" (Citado en "Spinoza" de Carl Gebhardt-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1977).

Si se consideran las predisposiciones emocionales básicas, como las tendencias a la cooperación y a la competencia, como también las actitudes a ellas asociadas (amor, egoísmo, odio, indiferencia), se observa que tales predisposiciones ya vienen en nuestra naturaleza humana (vía proceso evolutivo) y lo que hacemos individualmente es una elección (racional o no) de una de ellas. Así, en la ética cristiana, se “elige” al amor al prójimo entre todas las actitudes posibles, es decir, las motivaciones posibles vienen impuestas por el orden natural (naturaleza humana), pero depende de nosotros elegir la que favorece nuestra felicidad y supervivencia (amor) o bien las que las desfavorecen (egoísmo, odio, indiferencia).

McDougall fue uno de los iniciadores de la Psicología Social o Psicología de las actitudes. La actitud puede considerarse como una predisposición o propensión a actuar de cierta forma definida, por lo que las actitudes básicas del ser humano en cierta forma materializan las posibles motivaciones para conducirnos por la vida. K. B. Madsen estableció una síntesis al respecto:

“El contenido de la teoría de McDougall puede ser resumido como sigue:
Todos los procesos vitales –incluso la «vida mental» y la conducta- son intencionistas [o intencionales], pues expresan un esfuerzo fundamental por preservar la existencia del individuo y de la especie. En el hombre y en los animales superiores, este esfuerzo fundamental («hormé») se diferencia en una serie de variables motivacionales primarias, innatas pero modificables, denominadas instintos, o (posteriormente) propensiones. Estas variables motivacionales primarias determinan y organizan todos los procesos mentales y toda la conducta, orientándolos hacia metas especiales: los procesos cognitivos se hacen intencionistas (son «guiados» y «utilizados»), se siente una emoción primaria particular de cada instinto, y se inicia una conducta también intencionista, o por lo menos se experimenta un impulso a actuar de cierto modo”.

“La emoción y el impulso a actuar son los eslabones más primarios y menos modificables de este proceso (la teoría de McDougall presenta la originalidad de considerar la emoción como parte o aspecto de los instintos). A través de procesos de aprendizaje, varios instintos pueden centrarse en torno de un objeto en sistemas llamados sentimientos. En el hombre, estos sentimientos son las más frecuentes motivaciones directas de la acción, pero los instintos innatos que forman los sentimientos constituyen no obstante el impulso o energía principales. En los individuos desarrollados, maduros, varios sentimientos pueden organizarse en un sistema más o menos bien integrado llamado carácter” (De “Teorías de la Motivación”-Editorial Paidós SA-Buenos Aires 1967).

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