Llama la atención que conceptos tan importantes como el amor y el odio, que son las actitudes o predisposiciones generadoras del bien y del mal, o de la felicidad y del sufrimiento, respectivamente, son ignorados, silenciados, ocultos o apenas conocidos por gran parte de la sociedad. Si bien no abundan las definiciones concretas al respecto, tampoco hay demasiado interés por comprenderlas o criticarlas. Entre los posibles motivos, pueden considerarse los siguientes:
a- La religión cristiana, al atribuirse la prioridad o exclusividad de la definición y significado de tales actitudes, las oscureció bajo un manto de misterios poco accesibles al razonamiento y a la observación directa.
b- Los científicos sociales, temiendo ataques desde sectores religiosos, optaron por no inmiscuirse en tales asuntos renunciando a invadir territorio ajeno. Gordon W. Allport escribió: “La sed humana de dar y recibir amor es insaciable. Nadie cree que ama y es amado bastante. Sin embargo este hecho radical de la naturaleza humana pocas veces lo reconocen o lo estudian los psicólogos”.
“Uno de los defectos persistentes de la psicología moderna es la falta de estudios serios sobre los deseos de asociación del ser humano y su capacidad para realizarlos”.
“A partir de Empédocles encontramos la historia de la filosofía transitada por la dialéctica del amor y el odio. Siempre se tuvo al odio por una emoción menos grata que el amor, una emoción que si no se domina resulta destructora y peligrosa”.
“Cuando llegó la religión cristiana dio su completa aprobación al amor y su total reprobación del odio. Quizás haya sido, como dice Suttie, la misma severidad de esta sanción la que indujo a la ciencia a eludir su estudio” (De “Psicología del amor y del odio”-Editorial Leviatán-Buenos Aires 1981).
Al intentar incluir lo sobrenatural en forma sistemática, la Iglesia rechazó, o desestimó, una ley natural básica, la “empatía emocional”, como base psicológica del amor predicado por Cristo. En el siglo XVII, Baruch de Spinoza definió tanto al amor como al odio bajo una forma compatible con dicha ley de supervivencia, asociando al amor la capacidad para compartir las penas y las alegrías ajenas como propias y al odio como la predisposición a asociar alegría propia a la pena ajena y pena propia a la alegría ajena.
Entendidos el amor y el odio en forma distinta a la mencionada, conducen a la inoperancia de la ética cristiana hasta llegar al extremo, casi inconcebible, de que la propia Iglesia Católica actual sea la principal difusora del socialismo, estando el socialismo real (no el teórico) motivado esencialmente por el odio y la mentira. Para la Iglesia actual, la lucha histórica no es la establecida entre el bien y el mal, o entre el amor y el odio, sino entre ricos y pobres (lucha de clases) tal como lo propone el marxismo-leninismo.
Incluso puede decirse que el comunismo nunca fracasó, ya que su objetivo final fue establecer una dependencia del individuo frente al Estado asociada a su diaria alimentación. De esa manera se estableció una forma de esclavitud material y mental sustentada en una actitud de obediencia absoluta ante el temor de la interrupción de la manutención mencionada ante una decisión del burócrata estatal.
Algo que realmente sorprende es la postura ideológica de los curas tercermundistas. Por un parte afirman ser cristianos, por lo que estarían de acuerdo con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” y el “Ama a tu enemigo”, pero también veneran a Ernesto Che Guevara, que promovía “el odio intransigente al enemigo” proclamando públicamente: “Hemos fusilado, fusilamos y fusilaremos”. Pareciera que para estos pseudo-cristianos no existe diferencia alguna entre el amor y el odio, o bien que significan lo mismo. Con estos “sacerdotes”, la Iglesia se convirtió en promotora ideológica del terrorismo de izquierda que produjo cientos de miles de muertos en toda América Latina.
Tanto la Biblia, como la fe, la creencia, la teología, etc., son distintos “envases” que contienen los mandamientos éticos, que son lo más importante. De ahí que el cambio que predicen las Escrituras no puede ser otro que el cambio de “envase”; esta vez será la ética cristiana promovida desde la religión natural, ya que tanto el amor a adoptar, como el odio a rechazar, son procesos psicológicos derivados de leyes simples asociadas a nuestra naturaleza humana. Incluir lo sobrenatural en el simple proceso de compartir penas y alegrías ajenas como propias, implica perturbar el principal medio de supervivencia que el orden natural nos ha concedido.
La prioridad del amor al próximo, establecida por Cristo, fue confirmada por San Pablo. Al respecto, Jaime E. Giles escribió: “El pasaje que más reconocemos como el que presenta el cuadro verdadero del amor es 1 Corintios 13. Este capítulo sugiere que el amor es el don espiritual más alto que el hombre puede tener. Es más importante que las capacidades de hablar con elocuencia o en lenguas. Es más importante que el don profético que le ayuda a uno a comprender todos los misterios del universo en lo pasado tanto como en lo futuro. Es más importante que la religión de la filantropía o de humanismo, que le impulsa a uno a repartir los bienes y dar de comer a los pobres. Aun la religión de sacrificio propio, o ascetismo, no es tan grande como la del amor. Stewart dice que todas estas interpretaciones del cristianismo existían en el día de Pablo, y no fueron adecuadas; por eso Pablo las repudió” (De “Bases bíblicas de la ética”-Casa Bautista de Publicaciones 1977).
Algunos autores han señalado la importancia de la empatía emocional para afrontar el futuro, ya que podemos vislumbrar que siempre hallaremos en otros seres humanos una adecuada respuesta emocional. “La esperanza inspirada por la empatía es invariablemente realista. La esperanza no es la creencia de que todo saldrá bien, más bien es la convicción de que aun si las cosas no salen bien, como inevitablemente sucederá, hallaremos la salida de alguna manera. «De alguna manera», según el glosario de la empatía, siempre implica relación con los demás. A través de nuestra relación con el mundo, unos con otros y con nosotros mismos, la empatía nos asegura que saldremos adelante” (De “El poder de la empatía” de A. Ciaramicoli y K. Ketcham-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2000).
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1 comentario:
Y es que, debido a su politización, tanto el discurso oficial de la ciencia como el de las religiones "oficiales" actuales parece que hayan perdido su vínculo con lo trascendente y la capacidad de conocimiento profundo, finura intelectual o sabiduría. Se han vulgarizado y son presa de la retórica y la insinceridad.
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