Cuando Ortega y Gasset describe al hombre-masa, quien supone tener sólo derechos y nunca obligaciones, nos da a entender que tal individuo tiene cierta predisposición por el poder, es decir, por ubicarse por encima de otras personas, desestimando la búsqueda de igualdad. De ahí que la rebelión del hombre-masa es la rebelión de un ser autoritario, motivado por un exagerado egoísmo junto a cierto odio hacia la sociedad.
El hombre-masa es el hombre primitivo, orientado hacia una competencia egoísta, mientras que el hombre civilizado está orientado hacia la cooperación social, adecuando su espíritu competitivo a una competencia cooperativa. En el plano político, el hombre-masa se rebaja ante el líder totalitario en forma semejante a cómo rebajará a otros que no compartan sus creencias.
El autoritario es un déspota cuando las condiciones lo permiten, ya sea descalificando a quienes ocupan un puesto de menor jerarquía o bien maltratando a sus propios hijos en el ámbito familiar. Se ha dicho acertadamente: “Si quieres conocer a alguien, dadle poder”.
Aun cuando puedan definirse varios atributos comunes a quienes se los puede definir como “autoritarios”, no debe suponerse que existe un modelo definido que los identifique, ya que siempre persiste la individualidad propia de cada ser humano.
Profundizando algo más respecto, se reproduce parcialmente un artículo que complementa la visión de Ortega y Gasset:
LA PERSONALIDAD AUTORITARIA
Por Samuel H. Flowerman
Los resultados de recientes investigaciones científicas revelan que la verdadera amenaza a la democracia no es el dictador brutal, sino el anónimo hombre-masa, de cuyo apoyo depende el poder del dictador. Los investigadores han descubierto que este individuo innominado no es una creación del dictador, sino una «personalidad autoritaria» ya hecha, una persona cuyo ambiente familiar y contorno social han determinado en ella una peculiar afinidad con las creencias antidemocráticas. Imponer ideas autoritarias requiere la existencia de personalidades autoritarias; se necesitan personalidades autoritarias –miles y aun millones de ellas- para construir un Estado totalitario.
Los investigadores sociales opinan que puede decirse que alrededor del 10 por 100 de la población de los EEUU está formada por «hombres y mujeres autoritarios», y otro 20 por 100 tiene en sí gérmenes de autoritarismo.
De los resultados del estudio de California ha surgido este retrato psicológico del hombre autoritario:
Es un supremo conformista: El hombre autoritario se conforma en el enésimo grado a las ideas e ideales de la clase media y a la autoridad. Pero esta conformación no es en él un acto voluntario; es constrictivo e irracional. Es un intento de lograr seguridad sumiéndose en la grey, sometiéndose a un poder o autoridad superiores. No sólo se siente impulsado a someterse; necesita que los demás se sometan también. No puede correr el riesgo de ser diferente y no puede tolerar la diferencia en nadie.
Los autoritarios ven el mundo y sus habitantes como amenaza y hostilidad. Al sentirse tan amenazados, tan acuciados por esa zozobra, se ven obligados a buscar seguridad de algún modo, en alguna parte. La mejor seguridad para un autoritario es someterse a una autoridad poderosa. Afirma, por ejemplo, que «lo que el mundo necesita es un jefe fuerte»; y que «existen dos clases de personas, las débiles y las fuertes».
Para él, la vida es un sistema de poder al cual ha de ajustarse. No necesita ejercer por sí mismo el poder mientras pueda estar cerca de él, compartiéndolo por delegación. Es esta última tendencia la que hace del autoritario tan buen edecán.
Pero el autoritario es un seguidor leal sólo mientras el jefe sigue siendo fuerte. En el momento en que el jefe vacila es derribado; en tal caso, «abajo el viejo, arriba el nuevo».
Así. En Alemania, hoy muchas personas están de acuerdo en que Hitler era un malvado, pero sólo porque a la larga fracasó; su estilo de vida básico sigue siendo autoritario; esperan simplemente un nuevo jefe más fuerte, más poderoso.
Es rígido y da muestras de una imaginación limitada: Es un hombre mecánico, una especie de robot, que reacciona solamente a un número limitado de ideas y no se le puede sacar de los cauces en que está habituado a operar. Esto no quiere decir que el hombre autoritario sea una persona de escasa inteligencia; pero quiere decir que su personalidad restringe su inteligencia y su imaginación. Por lo general, es incapaz de resolver los problemas, ideando soluciones alternativas.
Tiene mentalidad gregaria: Y tener tal mentalidad -«etnocentrismo» es el término científico- implica tener prejuicios. Para el autoritario, las personas que son –o parecen ser- diferentes son extrañas, peligrosas y amenazadoras, aunque estén en minoría y tengan escasa influencia. Tiende a exaltar a su propio grupo y a rechazar a los miembros de otros grupos.
La persona detesta a un «ajeno al grupo», generalmente detesta a muchos otros «ajenos al grupo». En este sentido es semejante al que padece la fiebre del heno, que suele ser alérgico a varias clases de polen.
El autoritario pone etiquetas definidas –y a veces falsas- a las personas. en su grupo verá individuos; fuera de su grupo ve sólo tipos o masas. Así dirá con frecuencia de los miembros de grupos «minoritarios» que «esa casta» es «holgazana», «libidinosa», «estafadora», «avara», «maloliente», etc. Y lo que es más, tiende a «verlos» en todas partes.
Es un falso conservador: Enarbola la bandera, se pronuncia como patriota, pero en el fondo de su corazón detesta las tradiciones e instituciones que pretende amar. En su forma más fanática, el falso conservador es el agitador antidemocrático, que es más destructivamente radical que los radicales a quien dice atacar.
El verdadero conservador puede ser patriota, creer en las tradiciones e instituciones americanas y defender su continuidad; quizá crea también en una economía de laissez-faire. Pero propugna también que haya para todos los individuos igualdad de oportunidades, con independencia de su pertenencia al grupo. Y en esto es en lo que se distingue el verdadero conservador del falso.
Es un purista moral: El autoritario ve con malos ojos la sensualidad, rasgo que siempre está predispuesto a encontrar en los miembros de otros grupos. Considera que su propio grupo es moralmente puro. Los hombres –y las mujeres- autoritarios suelen afirmar, por ejemplo, que «ningún hombre decente» se casaría con una mujer deshonesta. Incluso presos varones encarcelados por delitos sexuales defienden disposiciones que condenan los delitos sexuales; y son también más conformistas, más antisemitas, más antinegros y más pseudoconservadores que sus compañeros de prisión.
Durante la infancia, el autoritario típico estuvo sometido, por lo general, a una severa disciplina, y se le prodigaba escaso cariño en un hogar en el que el padre era un tirano. En un hogar semejante los hijos han de «rendirse» y someterse. Hay pocas ocasiones de discrepar y actuar como individuos. Reina el temor y los padres y otras figuras autoritarias son consideradas como amenazadoras, punitivas e irresistibles. Este temor, basado en la incapacidad para discrepar, persiste en la vida adulta; cuando llega la oportunidad de afirmación de sí mismo es aprovechada como compensación. El esclavo de una generación se convierte en el tirano de la siguiente.
(Extractos de “La personalidad autoritaria” en el libro “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).
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1 comentario:
Creo que no debe subestimarse el atractivo que para esa porción de la población con mentalidad autoritaria de base tiene la idea del socialismo, pues tras la demagogia y el buenismo de la imagen que ofrece al exterior lo intuyen agresivo, exclusivista y despótico.
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