Los antropólogos caracterizan las distintas etapas culturales mediante tres estados principales: salvajismo, barbarie y civilización. Estos estados serían los resultantes de tres actitudes básicas frente a la moral establecida, aun cuando sea ésta rudimentaria, y son el cinismo (no se respeta ninguna norma moral), la hipocresía (se valora la moral, pero no se la cumple) y la virtud (se trata de cumplir con las normas morales). En distintas poblaciones y épocas, coexisten todas estas actitudes, aunque alguna de ellas tiende a predominar sobre las restantes. San Gregorio escribió: “Hipocresía es ocultar con arte y disimulo un vicio, bajo la apariencia de las virtudes”.
A partir de la cotidiana atención a los medios masivos de información, se advierte que la actual es una época de crisis, o de decadencia moral, por lo que a nadie debe extrañar que el cinismo y la hipocresía prevalezcan sobre los comportamientos virtuosos. Incluso la aceptación generalizada del relativismo moral, asegura un lugar importante para el cinismo. “Como actitud moral o práctica, el cínico desprecia, no sólo los convencionalismos, sino también la moral, que viola sin sombra de vergüenza o pesar, incluso con afectación de impudor” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).
Los cínicos constituyeron también una antigua postura filosófica, derivando su nombre del lugar en donde se reunían sus partidarios, que estaba asociado a los perros, ya que existe alguna similitud entre el comportamiento cínico y el de tales animales. Matthew Stewart escribió: “Los cínicos eran los hippies del mundo antiguo. Preconizaban y vivían una vida sencilla y autosuficiente, libre de convenciones sociales. Creían que su sociedad se hallaba esencialmente corrompida y desnaturalizada y, por tanto, había de ser rechazada. Diógenes (404-323 AC), el más célebre de los cínicos, vivía en un tonel”.
“El cínico Crates y su esposa Hiparquía, de filosófico talante, mantenían relaciones sexuales en la plaza del mercado. Tanto Crates como Diógenes alababan asimismo el incesto y el canibalismo, aunque no está claro si también violaban de hecho estos tabúes. Tanto ellos como los espíritus libres de igual parecer merecieron el nombre de cínicos, que significa «perros», principalmente porque los griegos concebían a los perros como criaturas desvergonzadas” (De “La verdad sobre todo”-Taurus-Madrid 1998).
Por otra parte. José Ferrater Mora escribió: “La llamada escuela cínica recibe, según algunos autores, su nombre del vocablo «perro», entendiéndose que los cínicos consideraban este calificativo como un honor. Según Diógenes Laercio, procede del hecho de que Antístenes –usualmente estimado como el «fundador» de la «escuela»- daba sus enseñanzas en el Cinoargo, un gimnasio situado en las proximidades de Atenas”.
“El sentido peyorativo que adquirió la palabra muy posteriormente se debe, en gran parte, al desprecio en que tenían los cínicos las convenciones sociales, y en parte a los adversarios de la escuela, sobre todo desde que algunos de sus «miembros» abandonaron el rasgo ascético y se inclinaron al hedonismo. Pero, en general, el cínico era estimado como el hombre a quien las cosas del mundo eran indiferentes” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).
El cínico casi nunca se compara con los mejores y supone que el resto de la sociedad es hipócrita, adoptando una postura esencialmente antisocial. De esa manera, el comportamiento cínico puede llegar al extremo de negar la realidad, o negar las evidencias. La negación de lo evidente implica, en cierta forma, un estado de perturbación mental, como es el caso del adolescente que, descubierto por el docente infringiendo la norma de “no copiar” durante un examen, procede de inmediato a “destruir” la prueba del delito y a afirmar tranquilamente que es inocente.
El docente que haya experimentado tal tipo de situaciones, quedará mucho más sorprendido cuando observa que las máximas autoridades nacionales proceden de manera semejante, negando lo evidente con total desvergüenza, incluso tratando de mentirosos a quienes se atreven a denunciar sus frecuentes delitos. Pero las cosas no terminan ahí, por cuanto millones de partidarios adoptan también posturas cínicas al apoyarlos incondicionalmente. De ahí que surjan expresiones como: “A mí no me robó nada”, o “A CFK nadie la vio recibir dinero”.
El cínico se siente superior al resto de la sociedad, supuestamente hipócrita, por cuanto aduce “decir siempre la verdad y mostrarse como realmente es”, mientras que el hipócrita miente y muestra una falsa imagen de su auténtica personalidad. Pero el cínico nunca se compara con el virtuoso, que también existe, y que dice la verdad y se muestra como realmente es, pero esta vez ateniéndose al cumplimiento de normas morales.
La anomia social, o falta de normas, implica en realidad el no acatamiento a las normas existentes. Tanto la hipocresía como el cinismo son las actitudes que llevan a la sociedad hacia un estado de anomia o caos social. Tal es así, que si uno tiene en cuenta todas las veces que, al observar a un ciclista que transita por una senda peatonal, y le sugiere que “debe ir por la calle”, advertirá que un 50 a 60% de las veces recibirá como respuesta la típica reacción cínica: insulto, burla, indiferencia, extrañeza, ofuscación, etc. Como es de esperar, una sociedad con una predominante dosis de hipocresía y de cinismo, es una sociedad y un país al margen de la ley.
A nadie debe extrañar que tal tipo de sociedad admire mayoritariamente a terroristas como Ernesto Che Guevara, por cuanto se identifica con alguien que busca destruirla tratando de instalar un gobierno basado en criterios totalitarios que descartan toda forma de costumbre o moral tradicional.
Se ha llegado al extremo de difundir, mediante una propaganda televisiva (asociada a un huevo), una vulgar grosería que ejemplifica el desprecio e indiferencia por el nivel cultural del medio social. Puede decirse que se trata de una abierta y masiva promoción del cinismo, de dónde surge el interrogante acerca de si tiene sentido vivir en una sociedad que carece de mínimos atributos humanos hasta decaer en lo más bajo en que el hombre pueda caer. Si, al menos, se adoptaran las actitudes amistosas de la mayoría de los animalitos domésticos, avanzaríamos en la dirección de una sociedad verdaderamente humana.
No resulta del todo sorprendente que las series televisivas de mayor audiencia hagan referencia a delincuentes y asesinos. Ante una generalizada corrupción, la televisión actúa como un lazo de realimentación que vuelca sobre la sociedad lo peor que previamente extrae de la misma. Pareciera que la “televisión verdad” ha optado por promover lo peor, en lugar de intentar mostrar lo positivo aun cuando no tenga la gran aceptación que tiene lo perverso y lo inmoral. Cuando se promueve lo inmoral se advierte que lo que era en el pasado una nación, pasó a ser un simplemente conglomerado de seres humanos sin objetivos comunes.
El cínico es el que poco se valora a sí mismo, ya que carece de honor y de orgullo, jactándose de su actitud antisocial, y es el que, además, poco o nada valora la opinión de los demás, mostrando que poco o nada valora al resto de la sociedad.
En la actualidad no se habla tanto de cinismo y de hipocresía, sino de anomia, o ausencia de normas (no porque no existan, sino porque no se las respeta). Carlos S. Nino escribió: “Hay una tendencia recurrente en la sociedad argentina a la ilegalidad, es decir, a ignorar las normas jurídicas, morales y sociales. Este vicio nefasto, que se percibe a diario, se vincula estrechamente con la ineficiencia y contribuye a explicar la dramática involución del país en el curso del siglo XX”.
“Si analizamos el discurso de los argentinos, advertiremos que aducir que algo va en contra de la ley es una forma de iniciar una conversación y no de concluirla, como ocurre en otros países (recuerdo, por ejemplo, a un prestigioso profesor norteamericano sonrojarse y callarse cuando su secretaria rehusó cumplir con su pedido de copiar un programa de computación, por ser ilegal; es poco imaginable una situación similar en la Argentina)” (De “Un país al margen de la ley”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
A la palabra “civilización” podemos asociarle, entre otros significados, el del cumplimiento generalizado de normas morales y jurídicas, de ahí que las sociedades en las que el cinismo goza de gran veneración, no deberían denominarse “civilizadas”. Nino agrega: “Como dice Jon Elster, «las normas son el cemento de la sociedad». Esto quiere decir que las normas hacen posible la integridad y la subsistencia de las sociedades. Tal vez ello tenga que ver con el papel que las normas juegan para hacer más eficiente a un grupo social”.
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2 comentarios:
Muy buena prosa. Precisa y mordáz. Gracias.
Gracias por su opinión.......
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