En la mayor parte de las actividades humanas se distingue entre quienes trabajan y viven de ellas y quienes realizan actividades similares sin que constituyan un medio de vida. Es la diferencia entre el mercenario, para quien la guerra constituye un trabajo, y el patriota que ofrenda su vida a favor de un ideal. A pesar de la diferencias, no es posible extraer como conclusión que siempre el que “vive para” cierta actividad sea eficaz y moralmente superior que quien “vive de” esa actividad.
El que vive de una actividad científica, o religiosa, por ejemplo, en algunas circunstancias, posiblemente, haga prevalecer sus intereses personales en desmedro de la actividad a la que se dedica, ya que la dependencia económica impone cierto condicionamiento para ejercer tal actividad con libre voluntad. Albert Einstein alguna vez sugirió que el físico debería ganarse la vida en una actividad ajena a esa ciencia para disponer así de la mayor libertad de pensamiento posible. Recordemos que sus pioneros y exitosos descubrimientos los realizó como empleado en una oficina de inspección patentes de invención en Suiza.
En cuanto a la actitud de quienes se acercan a la ciencia por necesidad, antes que por vocación, Einstein escribió: “Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia misma. Hay algunos que entran en su templo porque se les ofrece la oportunidad de desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres de ciencia es una especie de deporte en cuya práctica hallan un regocijo, lo mismo que el atleta se regocija con la ejecución de sus proezas musculares. Y hay otro tipo de hombres que penetra en el templo para ofrendar su masa cerebral con la esperanza de asegurarse un buen pago. Estos hombres son científicos tal sólo por una circunstancia fortuita que se presentó cuando elegían su carrera. Si las circunstancias hubieran sido diferentes podrían haber sido políticos o magníficos hombres de negocios. Si descendiera un ángel del Señor y expulsara del Templo de la Ciencia a todos aquellos que pertenecen a las categorías mencionadas, temo que el templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían, algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre estos últimos se hallaría nuestro Planck. He aquí por qué siento tanta estima por él”.
“Me doy cuenta de que esa decisión significa la expulsión de algunas gentes dignas que han construido una gran parte, quizás la mayor, del Templo de la Ciencia, pero al mismo tiempo hay que convenir que si los hombres que se han dedicado a la ciencia pertenecieran tal sólo a esas dos categorías, el edificio nunca hubiera adquirido las grandiosas proporciones que exhibe al presente, igual que un bosque jamás podría crecer si sólo se compusiera de enredaderas”.
“Pero olvidémonos de ellos. «Non ragionam di lor». Y vamos a dirigir nuestras miradas a aquellos que merecieron el favor del ángel. En su mayor parte son gentes extrañas, taciturnas, solitarias. Pero a pesar de su mutua semejanza están muy lejos de ser iguales a los que nuestro hipotético ángel expulsó”.
“¿Qué es lo que les ha conducido a dedicar sus vidas a la persecución de la ciencia? Difícil es responder a esta cuestión, y puede que jamás sea posible dar una respuesta categórica. Me inclino a aceptar con Schopenhauer que uno de los más fuertes motivos que conduce a las gentes a entregar sus vidas al arte o a la ciencia es la necesidad de huir de la vida cotidiana con su gris y fatal pesadez, y así desprenderse de las cadenas de los deseos temporales que se van suplantando en una sucesión interminable, en tanto que la mente se fija sobre el horizonte del medio que nos rodea día tras día” (Del Prólogo de “¿Adónde va la ciencia?” de Max Planck-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1961).
Max Planck, por otra parte, menciona al científico que, basado en la fe en la existencia de un orden natural, adquiere la fuerza anímica necesaria para afrontar las adversidades que la vida le presenta. La fe del científico no resulta demasiado distinta a la fe del religioso cuando ambos advierten la existencia de un orden natural o de un Dios que ha impuesto sus leyes a todo lo existente. Ante una pregunta acerca de si la ciencia puede ser un sustituto de la religión, Planck responde: “Para una mente escéptica en modo alguno, pues la ciencia exige también espíritus creyentes. Cualquiera que se haya dedicado seriamente a tareas científicas de cualquier clase se da cuenta de que en la puerta del templo de la ciencia están escritas estas palabras: Hay que tener fe. Ésta es una cualidad de la que los científicos no pueden prescindir”.
Respecto de la obra de Johannes Kepler, Planck escribió: “Estudiando su vida es posible darse cuenta de que la fuente de sus energías inagotables y de su capacidad productiva se encontraba en la profunda fe que tenía en su propia ciencia, y no en la creencia de que eventualmente lograse llegar a una síntesis aritmética de sus observaciones astronómicas; es decir, su fe inextinguible en la existencia de un plan definido oculto tras el conjunto de la creación. La creencia en ese plan le aseguraba que su tarea era digna de ser continuada, y la fe indestructible de su labor iluminó y alentó su árida vida”.
La usurpación de cargos y empleos por parte de gente con poca vocación fue advertida también por el astrónomo James Bradley en el siglo XVIII. Francisco Arago escribió: “Un rasgo bastará para dar una idea del carácter de Bradley. Se refiere que la reina de Inglaterra, estando un día en Greenwich, se dio cuenta de lo escaso que era el sueldo del director y manifestó su intención de retribuir sus funciones de una manera más equitativa: «Señora –le dijo Bradley-, no deis curso a vuestro proyecto; el día en que el cargo de director tuviera algún valor, no serían ya los astrónomos quienes lo ocuparían»” (De “Grandes astrónomos”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1945).
También la religión es elegida por quienes carecen de vocación y ven en ella tan sólo un medio de vida. Celeste, una de las dos hijas monjas de Galileo Galilei, en algunas ocasiones pedía a su padre que tratara de gestionar la llegada a su convento de sacerdotes con auténtica vocación. En una de sus cartas, le escribe: “Dado que nuestro convento, como sabéis, se encuentra en situación de extrema pobreza, señor, éste no puede pagar a los confesores que abandonan el convento cada tres años o abonarles lo que se les debe antes de que se marchen: me he enterado de que a tres de los que estuvieron aquí se les debe una suma de dinero bastante considerable, y que se sirven de esta deuda ocasionalmente para venir aquí de vez en cuando a cenar con nosotras y a confraternizar con algunas hermanas y, lo que es peor, que nos llevan de boca en boca haciendo correr rumores y chismorreando sobre nosotras por dondequiera que van hasta el punto de que nuestro convento es considerado un concubinato en toda la región de Casentino, de donde proceden esos confesores nuestros más apropiados para cazar liebres que para consolar almas. Y creed, señor, que si os dijera todas las patochadas cometidas contra nosotras por el sacerdote que tenemos en este momento no llegaría nunca al final de la lista porque son tan numerosas como increíbles” (De “La hija de Galileo” de Dava Sobel-Editorial Debate SA-Madrid 1999).
En nuestra época, varios “sacerdotes”, que viven de la religión a través de los aportes recibidos de la sociedad, adoptan una actitud traicionera promueviendo el odio destructor hacia esa sociedad que los mantiene. Una caricatura aparecida en la Revista Primera Plana, referida a Alberto Carbone, cura tercermundista que participó en el asesinato del ex presidente Pedro. E Aramburu, sintetiza tales actitudes: “¡Estoy preso! Confundí a mis hermanos. Les ayudé a ser buenos guerrilleros. Les enseñé el evangelio de Marx. Les cultivé el odio entre argentinos. Les conduje al buen camino de la violencia…entre otras pequeñas cosas…entonces…¿Por qué estoy preso?” (Citado en la Revista “Todo es Historia” Nº 287-Buenos Aires Mayo 1991).
También en el ámbito de los escritores, la política y el periodismo se advierte el predominio de quienes opinan y pontifican sobre economía repitiendo, palabras más palabras menos, lo que predomina entre las masas, negándose a estudiar algo sobre ese tema. Es posible decir que la izquierda política quedaría en gran parte desacreditada si tan sólo sus promotores se dedicaran a saber algo de economía como también algo de la historia de las aplicaciones del socialismo en los distintos países.
Por lo general, el que vive de una actividad trata de excluir a la mayor cantidad de posibles competidores, mientras que quien vive para esa actividad, trata de compartir sus conocimientos con la mayor cantidad posible de personas.
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