Los ideólogos de izquierda han logrado convencer a la mayor parte de la gente que el capitalismo no se basta a si mismo para lograr éxito, sino que es necesaria una previa explotación imperialista sobre los países pobres para mantenerse y desarrollarse. Esquemáticamente, la creencia podría simbolizarse de la siguiente manera:
Imperialismo =› Capital =› Poder =› Más imperialismo
Si tenemos en cuenta los casos de Alemania y Japón, países devastados luego de la Segunda Guerra Mundial, que se convirtieron en potencias económicas luego de algunos años, resulta evidente que, sin colonias para explotar y con economías de mercado, pudieron revertir situaciones extremas con bastante éxito. De ahí que el capitalismo resulte independiente de todo imperialismo, y que, si un país que adopta una economía de mercado se convierte luego en imperialista, se trata simplemente de una actitud política deplorable.
Esta independencia de la economía de mercado respecto al imperialismo, puede simbolizarse de la siguiente manera:
Capitalismo =› Poder =› Imperialismo
No debe olvidarse que España, en la época de la colonización de América, recibe importantes cantidades de oro americano, que favorece la aparición de un proceso inflacionario y el deterioro posterior de su economía. Si bien en España no existía una economía capitalista, también en este caso se observa una limitación de la validez de la creencia izquierdista. En cuanto al actual subdesarrollo de los países latinoamericanos, Carlos Rangel escribió: “No precisamente el marxismo sino más bien la teoría leninista del imperialismo y la dependencia, ha venido a nuestra época a ofrecer una respuesta por fin coherente, persuasiva, grandiosa y verosímilmente triunfalista al complejo de inferioridad crónico que sufrimos los latinoamericanos en relación con los Estados Unidos”.
“Faltaba, y no podía menos que encontrar amplia receptividad, una hipótesis según la cual las diferencias en poder y riquezas entre los Estados Unidos y América Latina no se deben en absoluto, o por lo menos principalmente, a ninguna virtud de ellos, o a ningún defecto nuestro, sino que el adelanto norteamericano y el atraso latinoamericano son dos aspectos indisolublemente ligados al mismo fenómeno: el capitalismo mundial, el cual para producir desarrollo en las metrópolis, ha requerido producir subdesarrollo en las colonias y los países dependientes quienes de esta manera tienen en realidad todo el mérito por el adelanto de los países imperialistas, y estos toda la culpa por el atraso del Tercer Mundo”.
“El caso Latinoamericano sería una manifestación entre otras de una situación general dentro de la cual el adelanto de algunos países en relación con otros, y el atraso de estos en relación con los primeros se explicaría esencialmente por el efecto de los intercambios económicos, políticos y culturales entre los dos grupos de países, los adelantados y los atrasados; nexos que para el caso se supone excesivamente ventajoso para las metrópolis del capitalismo, y exclusivamente perjudiciales para sus periferias, de manera que de no haberse jamás establecido esos nexos, Inglaterra (por ejemplo) estaría tan atrasada como la india; o la India tan adelantada como Inglaterra; o ambas conocerían un grado comparable de desarrollo, inferior al actual estado de la sociedad inglesa, y superior al actual estado de la sociedad hindú”. “No es nada sorprendente que Marx jamás haya sostenido semejante disparate…” (De “Del buen salvaje al buen revolucionario”-Editorial CEC SA-Caracas 2015).
Para Friedrich Engels, la diferencia entre países adelantados y atrasados surgía de las diferencias culturales, como el grado de civilización alcanzado. Rangel agrega: “Tanto el mito del buen salvaje como la teoría leninista del imperialismo y la dependencia con sus múltiples derivaciones, reciben un rudo golpe a la luz del verdadera pensamiento Marx-engeliano (el cual, dicha sea la verdad, no hace en este caso más que referirse al más elemental sentido común)”.
“Por otra parte, digamos en 1848, cuando Marx y Engels tenían 30 y 28 años respectivamente, y estaban escribiendo el Manifiesto Comunista, los países imperialistas (los cuales según la hipótesis que hemos visto, supuestamente deben su adelanto al atraso del Tercer Mundo, y viceversa) habían todos alcanzado niveles manifiestos de ventaja en su desarrollo económico, político, social, científico y tecnológico sobre el resto del mundo”.
“Y Engels, en el texto «La condición de la clase obrera de Inglaterra», insiste más que nunca sobre la supuesta importancia de la expansión local para palear las crisis de superproducción de las economías capitalistas avanzadas; pero ni sueña con poner la carreta delante de los bueyes y sugerir, con toda evidencia y toda lógica, que el adelanto y la riqueza acumulada por países como Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica (los países imperialistas por excelencia) se debiera en primer lugar al hecho de poseer colonias; y mucho menos naciones sin colonias y sin influencia ultramarina de ninguna clase, como Austria-Hungría, Suiza, Suecia, Dinamarca, etc., deberían nada a una participación «en segundo grado» de no se sabe qué misteriosas ventajas supuestamente derivadas de su naturaleza intrínsecamente imperialista”.
Vladimir Lenin, para imponer su tesis acerca del imperialismo asociado al capitalismo, enuncia estadísticas en las cuales aparecen las inversiones de las potencias coloniales en el extranjero, pero sin detallar cuánto iban a países industrializados y cuánto a países emergentes. De ahí que, para confirmar su tesis, hace suponer que la mayor parte de esas inversiones iban a los países pobres y, como consecuencia, esas inversiones eran la causa del atraso mencionado. Thomas Sowell escribe al respecto: “Quizá la explicación más famosa e influyente de las diferencias económicas entre las naciones ricas y pobres es la obra de V. I. Lenin, «Imperialismo». Se trata de una obra maestra en el arte de la persuasión, ya que convenció a muchas personas de elevadísimo nivel educativo en el mundo entero, no sólo a pesar de la ausencia de testimonios empíricos a favor, sino también a pesar de una enorme y sólida cantidad de evidencias en su contra”.
“La tesis de «Imperialismo» era que las naciones capitalistas industrializadas tenían un excedente de capital, el cual con el tiempo y de acuerdo con la teoría marxista, tendería a bajar la tasa de ganancia, a menos que fuera exportada a los países pobres, no industrializados, donde podría encontrar un campo más amplio para la explotación. Lo que Lenin denominaba «superganancias» a obtener en esos países más pobres podría salvar al capitalismo en las naciones industrializadas e incluso permitirles compartir algunos de los frutos de su explotación con sus propias clases trabajadoras, así como también las mantendría quietas y alejaría la amenaza de las revoluciones proletarias que Marx había vaticinado, pero que en los tiempos de Lenin no habían dado muestras de materializarse. Esta teoría explicaba así, de una manera muy clara, el fracaso de las predicciones de Marx y, a la vez, suministraba una explicación política satisfactoria de las diferencias de ingresos entre ricos y pobres”.
En cuanto al encubrimiento de los porcentajes de las inversiones europeas entre países ricos y pobres, Sowell escribe: “Las enormes y heterogéneas categorías, América, por ejemplo, que designa todo el hemisferio occidental, impiden saber si las inversiones de las naciones industriales [Inglaterra, Francia, Alemania] se hacían en las partes menos industrializadas de estas amplias categorías o en las más industrializadas. Comoquiera que sea, datos procedentes de otras fuentes ponen en claro que, de hecho, la mayoría de las inversiones extranjeras se dirigían entonces, como ahora, a otras prósperas naciones industrializadas”.
“Estados Unidos era entonces, al igual que hoy, el mayor receptor de inversiones extranjeras desde Europa. De igual manera, las inversiones extranjeras de los estadounidenses se dirigen ante todo a otras prósperas naciones modernas y no al Tercer Mundo. Durante la mayor parte del siglo XX, EEUU invirtió en Canadá más que en Asia y África juntas. Sólo el auge económico de Japón de la posguerra, y más tarde de otras naciones asiáticas en proceso de industrialización, ha atraído a finales del siglo XX cuantiosas inversiones estadounidenses a Asia. Para abreviar, el verdadero patrón de inversiones internacionales es diametralmente opuesto a las teorías de Lenin, quien ocultaba este hecho tras sus grandes y heterogéneas categorías de receptores de inversiones” (De “Economía: verdades y mentiras”-Editorial Océano de México SA-México 2008).
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