Siendo la ciencia la actividad cognitiva por la cual describe leyes naturales, sus resultados dependen tanto del hombre como de la propia realidad. Decimos que una descripción tiene un carácter objetivo cuando su validez resulta ser la misma para cualquier ser humano que repita la experiencia verificadora. Así, las leyes de la física tienen una validez universal, no sólo en el sentido de que son convalidadas en todo el planeta, sino que presentan una validez independiente del espacio y del tiempo, ya que las observaciones astronómicas confirman las leyes de la física para enormes distancias y para épocas remotas.
Puede decirse que el realismo es la postura predominante en el científico, ya que supone la existencia de leyes naturales aun cuando el hombre no las pueda describir y aun en épocas en que no había rastros de vida inteligente. Esta actitud contrasta con la de algunos filósofos que suponen que el orden natural observado depende de las formas del pensamiento humano. Leonhard Euler escribió: “Cuando mi cerebro provoca en mi alma la sensación de un árbol o de una casa, yo afirmo, sin dudar, que un árbol o una casa existen realmente fuera de mí, de los cuales conozco la ubicación, el tamaño y otras propiedades. De conformidad, no hay hombre o animal que cuestione esta verdad. Si a un campesino se le metiera en la cabeza concebir una duda tal y dijera, por ejemplo, que no cree que el alguacil exista, aunque lo tuviera delante, lo tomarían por loco, y con razón. Pero cuando un filósofo formula tales pensamientos, espera que admiremos su sabiduría y su sagacidad, las cuales sobrepasan infinitamente las aprehensiones del vulgo” (Citado en “Más allá de las imposturas intelectuales” de Alan Sokal-Ediciones Paidós Ibérica SA-Barcelona 2009).
Mientras que el científico supone y busca un conocimiento que pueda compartir con el resto de los seres humanos, producto de su visión realista, el filósofo poco adepto al realismo científico tiende a suponer que existe una interacción diferente entre el hombre y su mundo circundante. Gaston Bachelard escribió: “Si un filósofo habla de conocimiento, lo quiere directo, inmediato, intuitivo. Se acaba convirtiendo a la ingenuidad en una virtud, en un método. Toma cuerpo el juego de palabras de un gran poeta que quita una letra n a la palabra connaissance (conocimiento) para sugerir que el verdadero conocimiento es ya un co-naissance (co-nacimiento). Y se profesa que el primer despertar se hace a plena luz, que el espíritu posee una lucidez innata”.
“Si un filósofo habla de la experiencia ocurre lo mismo, se trata de su propia experiencia, del desarrollo tranquilo de un temperamento. Se acaba por describir una visión personal del mundo como si encontrara ingenuamente el sentido de todo el universo. Y la filosofía contemporánea es así una borrachera de personalidad, una borrachera de originalidad. Y esta originalidad pretende ser radical, arraigada al propio ser, afirma una existencia concreta, crea un existencialismo inmediato. De este modo cada uno va inmediatamente del ser al hombre. Es inútil buscar más allá un tema de meditación, un tema de estudio, un tema de conocimiento, un tema de experiencia. La conciencia es un laboratorio individual, un laboratorio innato. Es terreno abonado para los existencialismos. Cada cual tiene lo suyo, cada cual encuentra su gloria en su singularidad” (De “Epistemología”-Editorial Anagrama-Barcelona 1973).
Mientras el filósofo acentúa su atención en el sujeto que observa y describe la realidad (subjetivismo), el científico acentúa su atención en el objeto a describir (objetivismo). Como consecuencia, los filósofos construyen “viviendas de baja altura” mientras que los científicos construyen “edificios imponentes” (uno por cada rama de la ciencia) que se levantan con el aporte de todos. Mientras el filósofo tiende a razonar en base a símbolos y palabras (cercanos a su mente) el científico tiende a razonar en base a imágenes extraídas de la propia realidad (cercanas a las leyes naturales).
Por las razones mencionadas, es contradictorio expresar que exista una “filosofía objetiva” o una “ciencia subjetiva”. En el primer caso, tiene sentido solamente cuando el filósofo adopta la propia realidad y los resultados de la ciencia como punto de partida. En el segundo caso, tiene sentido la expresión “ciencia subjetiva” cuando en alguna rama de la ciencia social se abandona la verificación experimental dejando de ser precisamente “ciencia”. Mario Bunge escribió: “La estrategia o método general de la ciencia nació hace tres siglos y medio, y se desarrolló y no tiene miras de estancarse en su evolución. Además de desarrollarse, se expandió y sigue expandiéndose. Ya domina las ciencias sociales y la tecnología, y está comenzando a presidir algunas zonas de la filosofía. El día que el método científico las domine a todas podremos hablar de filosofía científica, no ya como de un embrión, sino como de un organismo maduro”.
“Incluso la ontología (o metafísica o cosmología filosófica) puede ser empírica de este modo indirecto. No realizaremos, claro está, experimentos ontológicos; pero sí exigiremos que nuestras teorías estén de acuerdo con nuestras teorías científicas. No se trata de la fácil compatibilidad de teorías ontológicas que no tienen nada que ver entre sí, como podría ser el caso de una teoría astrofísica y una teoría sociológica. El acuerdo que exigimos exista entre la filosofía y la ciencia es más exigente: pedimos que las teorías filosóficas sean contrastables o comprobables, así sea indirectamente” (De “Epistemología”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1985).
Las justificadas pretensiones de la filosofía de adecuarse a la ciencia y al realismo, pretensiones compartidas por los diversos estudios humanísticos y sociales, se debe principalmente a que el subjetivismo y el relativismo cognitivo abren las puertas a pseudo-intelectuales que terminan por hacer de las humanidades una especie de basurero de errores y de falacias.
No falta quienes aducen que las ciencias sociales son “subjetivas por naturaleza”. En ese caso no deberían denominarse “ciencias”, como actualmente se hace con la ciencia política, la ciencia económica, la ciencia jurídica, etc. En realidad, partes de estas ramas de la ciencia social encubren teorías incompatibles con la realidad, lo que no implica que la totalidad haya de ser errónea. Recordemos algunas teorías verificadas, como la del suicidio en sociología, la ley de oferta y demanda en economía, la del mejor desempeño con competencia, en psicología social, etc.
Entre las justificaciones esgrimidas por los opositores al realismo, se encuentran algunas interpretaciones de la mecánica cuántica por las cuales se asocia al proceso de observación cierto carácter subjetivo. En realidad, en las ecuaciones verificadas de la mecánica cuántica no aparece ninguna variable matemática asociada a la psicología humana, ya que sólo aparecen variables propias de la física. Mario Bunge escribió: “Es posible eliminar el lastre subjetivista que abruma a la mecánica cuántica, convirtiendo a ésta en una teoría enteramente física libre de elementos psicológicos. Al hacer tal, la mecánica cuántica no se ha quedado soltera sino que ha contraído nuevas nupcias filosóficas: el realismo” (De “Filosofía de la Física”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1978).
En cuanto al realismo crítico, propuesto por Bunge, se puede sintetizar en lo siguiente:
1- Hay cosas en sí, esto es, objetos cuya existencia no depende de nuestra mente. (Notemos que el cuantificador es existencial, no universal: los artefactos dependen obviamente de mentes).
2- Las cosas en sí son cognoscibles, bien que parcialmente y por aproximaciones sucesivas antes que exhaustivamente y de un solo plumazo.
3- El conocimiento de una cosa en sí se alcanza conjuntamente mediante la teoría y el experimento, ninguno de los cuales puede pronunciar veredictos finales sobre nada.
4- Este conocimiento (conocimiento factual) es hipotético más que apodíctico, por lo que es corregible y no final: mientras que la hipótesis filosófica de que existen cosas, y pueden ser conocidas, constituye una presuposición de la investigación científica, toda hipótesis científica acerca de la existencia de un tipo esencial de objeto, sus propiedades, o leyes, es corregible.
5- El conocimiento de una cosa en sí, lejos de ser directo y pictórico, es indirecto y simbólico
(De “Filosofía de la Física”).
Entre los detractores de la ciencia experimental predomina la creencia de que la ciencia es una “construcción social” y que el rumbo que ha de seguir cada una de sus ramas se decide en congresos científicos que tienen presente, no tanto la búsqueda de la verdad, como la adquisición de más poder por parte de las multinacionales patrocinantes. Esto implicaría que tales congresos adoptarían funciones similares a las de los concilios de la Iglesia Católica. De esa manera los grupos de poder enturbiarían la sagrada misión de la ciencia, que debería ser organizada y dirigida por personas capacitadas, como es el caso de algún político socialista que también habría de dirigir la cultura, la economía, la política, etc. Mario Bunge escribió: “Hace medio siglo se discutió apasionadamente la cuestión de si el conocimiento, en particular la ciencia, es personal o social”.
“¿Cuál de las dos opiniones es la verdadera? Creo que se trató de un malentendido. Los unos se referían al conocer o investigar, en tanto que los otros se referían al conocimiento, o conjunto de resultados de ese proceso. Obviamente, ambos son compatibles entre sí: el individuo conoce, y la sociedad posee un fondo de conocimientos. A su vez, el investigador no parte de cero, sino del fondo de conocimientos acumulados, y aspira a enriquecerlos”.
“Los internalistas sostienen que todo conocimiento sale de la cabeza y los externalistas, que el conocimiento entra en ella. Los primeros apuestan al ingenio, los segundos, al ambiente, y ninguna de las partes acepta que la otra pueda tener algo de razón. En particular, los psicólogos cognitivos creen poder ignorar el contexto social del aprendizaje, y los sociólogos del conocimiento de nuevo cuño afirman que todas las ideas son construcciones sociales. Esto justifica terciar en esta vieja disputa” (De “100 ideas”-Debolsillo-Buenos Aires 2009).
La afirmación de que la ciencia es una “construcción social”, en cierta forma resulta compatible con el relativismo cognitivo, o con el subjetivismo, siendo poco compatible con el proceso descriptivo que se acerca paulatinamente a la verdad mediante “prueba y error”.
Los avances de la física teórica, por ejemplo, son establecidos por una elite intelectual selecta, y no precisamente selecta porque rechace el ingreso de nuevos integrantes, sino porque se trata de una tarea mental muy exigente siendo muy pocos los que desean dedicar su vida a tamaña empresa. Esto implica que la ciencia se construye mediante el aporte de individuos capaces y de cuya tarea poco o nada conoce o intuye el resto de la sociedad.
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