En un sentido estricto, políticamente correcto sería el calificativo destinado a la decisión adoptada por un gobierno para producir efectos benéficos en toda la sociedad. Así, supongamos que en un país existen dos sectores antagónicos, A y B, y que es asesinado el máximo líder de A por un integrante de B. En este caso, decirle la verdad al pueblo implicará un llamado implícito a la violencia extrema, por lo cual, una decisión políticamente correcta ha de consistir en informar que se trató de “un suicidio por motivos personales”. Cuando la verdad sea conocida, luego de cierto tiempo, habrá pasado el riesgo de conflicto.
El demagogo también utiliza la que considera una “mentira piadosa”, aunque en otras circunstancias menos riesgosas. De ahí que “políticamente correcta” sea la mentira emitida por el gobernante con la intención de mantener o aumentar su poder pensando en sus propios objetivos personales, que son, generalmente, incompatibles con las necesidades de la población. El demagogo tampoco tiene en cuenta la compatibilidad de sus decisiones con la realidad económica, la que, por lo general, es ignorada. James F. Cooper escribió: “Un demagogo, estrictamente hablando, es «un líder del populacho»”.
“La tarea específica de un demagogo consiste en favorecer sus propios intereses en tanto aparenta sentir profunda devoción por los intereses del pueblo. A veces su objetivo es dar rienda suelta a la malevolencia, dado que los hombres egoístas que carecen de principios morales sólo se someten a dos líneas directrices, favorecerse a sí mismo, y hacer daño a los demás”.
“El demagogo coloca siempre al pueblo por encima de la constitución y de las leyes; hace tabla rasa de la verdad evidente de que el pueblo se ha dado a sí mismo una constitución y un cuerpo de leyes” (De “Antología de la prosa norteamericana” de A. Harkness Jr.-Editorial Sur SRL-Buenos Aires 1960).
La absurda consideración de la política como el arte de lograr y mantener el poder, en lugar de ser considerada como la ciencia social de la administración pública, en cierta forma favorece el uso de la mentira descarada, siempre y cuando esa mentira vaya a favorecer el logro o el mantenimiento del poder. Jean-Françoise Revel escribió: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”.
“Cada minuto el hombre contemporáneo tiene una imagen del mundo y de su sociedad en el mundo. Actúa y reacciona en función de esa imagen. No cesa de transformarla o de confirmarla. Cuanto más falsa es, más peligrosas son sus acciones y sus reacciones tanto para él como para los demás”.
“La reivindicación de la «identidad cultural» sirve, por otra parte, a las minorías dirigentes del Tercer Mundo para justificar la censura de la información y el ejercicio de la dictadura. Con el pretexto de proteger la pureza cultural de su pueblo, esos dirigentes lo mantienen al tanto como les es posible en la ignorancia de lo que sucede en el mundo y de lo que éste piensa de ellos. Dejan filtrar, o inventan si es preciso, las informaciones que les permiten disimular sus fracasos y perpetuar sus imposturas. Pero el mismo encarnizamiento que despliegan en interceptar, en falsificar e incluso en confeccionar totalmente la información demuestra hasta qué punto son conscientes de depender de ella; más aún, si cabe, que de la economía o del ejército. ¡Cuántos jefes de Estado de nuestra época han debido su gloria no a lo que hacían, sino a lo que hacían decir!”.
“La destrucción de la información verdadera y la construcción de la información falsa derivan, pues, de análisis muy racionales y perfectamente conformes al «modelo occidental» que se supone que rechazan. Occidente ha comprendido desde hace tiempo que en una sociedad que respira gracias a la circulación de la información, regular esta circulación constituye un elemento determinante del poder. En ese punto, por lo menos, los protectores de la identidad cultural no han tenido ningún reparo en seguir las enseñanzas de la «racionalidad» occidental” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).
Como ejemplo de lo “políticamente correcto”, como aquello que favorece el acceso al poder, o a su mantenimiento, puede mencionarse la siguiente frase:
“La riqueza es de quien la necesita, no de quien la produce”
Con frases como éstas, y en ciertos países, un político podrá recibir el apoyo y los votos de sectores poco adeptos al trabajo, que se sentirán eximidos de lograr su propia supervivencia por el solo hecho de tener necesidades, ya que les corresponderá una gran parte de la riqueza creada por otros.
Por el contrario, una frase “económicamente correcta”, será la siguiente:
“La riqueza es de quien la produce, no de quien la necesita”
Se dice que es económicamente correcta por cuanto el sector productivo, cuando se entera que su producción ya no le pertenecerá, dejará de producir, mientras que quienes poco trabajan, trabajarán menos aun por cuanto habrán “heredado”, vía el Estado, el fruto del trabajo ajeno. Independientemente de los análisis morales que puedan hacerse, esto es lo que sucede en la casi totalidad de los casos. Puede decirse, entonces, que políticamente correcto es lo que favorece al político pero no a la población, mientras que económicamente correcto es lo que favorece a la población por no al político.
Los seguidores de los políticos mentirosos tienen también la predisposición a defender la mentira o a promoverla según las circunstancias. Defienden la mentira para no reconocer que han sido engañados por un embaucador, temiendo reconocer sus propias debilidades personales. Cuando la mentira resulta insostenible, recurren a la táctica utilizada por niños y adolescentes, ya que creen que contraatacando con una idéntica culpabilidad atribuida al opositor, absuelve de culpa al líder admirado; y si tal opositor no tiene las culpas atribuidas, se las creará a través de la difamación y el falso testimonio.
Esta es la principal razón por la cual es imposible que se llegue a acuerdos entre sectores antagónicos fanatizados, ya que ninguno reconoce errores propios, y en el caso de no tener otra alternativa que reconocerlos, previamente habrán cubierto de calumnias y falsedades a los integrantes del otro sector. Nunca se defienden, sino que utilizan permanentemente el contraataque, en cierta forma admitiendo tácitamente las acusaciones.
Los líderes y los sectores totalitarios son difíciles de rebatir, por cuanto son especialistas en la mentira y la calumnia. Incluso cuando emiten verdades junto con alguna mentira, hay que ser muy buen conocedor del tema para poder distinguirla. De ahí que a los sectores democráticos sólo les queda difundir la verdad entre la gente de bien y renunciar a intentar convencer al fanático. Alexander Solyenitsin escribió, dirigiéndose al pueblo ruso en épocas del totalitarismo soviético: “Este es nuestro camino. El más fácil y asequible frente a nuestra germinante cobardía orgánica. Mucho más fácil (es duro reconocerlo) que la desobediencia civil de Gandhi”.
“Nuestro camino es: ¡No apoyar conscientemente la mentira en nada! Al tener conciencia de la demarcación de la mentira (cada cual la ve de distinto modo), ¡retrocedamos de la divisoria gangrenosa! No hay que encolar huesecillos muertos y escamas a la Ideología. No hay que remendar los podridos harapos. Nos asombrará entonces la rapidez e impotencia con que la mentira se desplomará. Lo que tiene que estar desnudo, comparecerá desnudo ante el mundo” (De “Alerta a Occidente”-Ediciones Acervo-Barcelona 1978).
En el caso de las democracias latinoamericanas, en especial la Argentina, se observa que las causas de las severas crisis se deben esencialmente al egoísmo de los políticos que quieren acceder al poder a cualquier precio e, incluso, para ser parte de la historia nacional. De ahí que, por lo general, no tienen en cuenta lo “económicamente correcto”, sino lo “políticamente correcto”, es decir, todo aquello que facilitará su acceso y permanencia en el poder. De ahí la irresponsabilidad y la locura de otorgar empleos públicos superfluos, jubilaciones sin aportes previos, planes sociales (todos en cantidades millonarias), sacrificando por muchos años la economía nacional.
La irresponsable y egoísta ambición personal del político que otorga o mantiene planes sociales sin prestación laboral a cambio, en cierta forma favorece la exclusión social del necesitado, ya que le impide indirectamente la posibilidad de llegar a ser un integrante activo de la sociedad. Samuel Smiles escribió: “El trabajo es uno de los mejores educadores del carácter. Estimula y disciplina la obediencia, el dominio de sí mismo, la tensión, el cuidado y la perseverancia; y proporciona al hombre la destreza y habilidad necesarias para su especial vocación, y la inteligencia y capacidad útiles para resolver los asuntos de la vida ordinaria”.
“El trabajo es la ley de nuestra existencia; el principio vital que hace progresar a los hombres y a las naciones. La mayoría de la gente tiene que trabajar con sus manos, como recurso fundamental para vivir; pero todos tenemos que trabajar de una manera u otra, si queremos disfrutar de la existencia como es debido”.
“El trabajo puede ser carga y castigo, pero es también honor y gloria. Todo lo que es meritorio en el hombre procede del trabajo, y su producto es la civilización. Donde el trabajo es abolido, la raza de Adán recibe inmediatamente un golpe que significa la muerte moral”.
“La ociosidad es la maldición del hombre; no el trabajo. La ociosidad muerde el corazón de los hombres y de las naciones, y los consume como el orín al hierro. Cuando Alejandro Magno venció a los persas, observó sus costumbres y dedujo que no sabían que pudiera haber nada más servil que una vida de placer, o más ilustre que una vida laboriosa” (De “El carácter”-Editorial Sopena Argentina SRL-Buenos Aires 1946).
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