Algunas expresiones, propias de la “sabiduría popular”, pueden a veces llegar a predominar en círculos intelectuales más elevados (o al menos que creen que lo son). Una de esas expresiones es la que afirma que Cristo fue el primer comunista, a pesar de que los impulsores del marxismo-leninismo consideraban a la religión, especialmente la cristiana, como un mal que debería desterrarse del planeta. Es elocuente el masivo cierre de templos e instituciones cristianas en la URSS, en épocas de Stalin y Kruschev, como también en otros países gobernados por socialistas.
Con el tiempo, para conveniencia de los seguidores de Marx y Lenin, se difunde una supuesta compatibilidad entre cristianismo y marxismo-leninismo, con el objetivo de facilitar la inserción de tal ideología totalitaria en países tradicionalmente católicos. La memoria de mosquito de las masas populares, como la de muchos “intelectuales”, permite aceptar sin inconvenientes, y como algo natural, una equivalencia entre ambas posturas, ya que se supone que cristianismo y marxismo-leninismo serían dos caminos distintos para llegar al mismo lugar.
De ahí que el “hombre nuevo” del cristianismo habría de ser esencialmente el “hombre nuevo soviético”. Al primero se llegaría a través del amor al prójimo, compartiendo penas y alegrías ajenas como propias, amando incluso al enemigo, mientras que al segundo se llegaría obedeciendo directivas, como lo sugiere la ideología marxista, eliminando o marginando sectores que se oponen a ese “ideal”.
Mientras el cristianismo propone el Reino de Dios, es decir, el gobierno de Dios a través de las leyes naturales, con una prohibición de todo gobierno del hombre sobre el hombre, el marxismo-leninismo propone el gobierno socialista de quienes dirigen al Estado, que ha de ejercerse sobre el resto, con una prohibición expresa de seguir las sugerencias cristianas.
El “hombre nuevo soviético” debería, con el tiempo, reemplazar al hombre normal, surgido como consecuencia de la evolución biológica y cultural actuantes hasta el momento. El marxismo-leninismo supone que existe una herencia de los caracteres adquiridos, por lo cual, el hombre adiestrado para la comunidad socialista, habría de legar, por herencia genética, los genes modificados por la influencia del medio social. Luego, la humanidad futura habría de quedar integrada por hombres hechos a imagen y semejanza de Marx y Lenin, especialmente. Este proyecto inicial resulta incompatible con las leyes de la genética, si bien la fe marxista-leninista puede seguirlas ignorando con tal de continuar en la persecución de sus “elevados” fines.
Mientras que el Reino de Dios ha de ser la sociedad humana emergente de individuos que cumplan, al menos parcialmente, el mandamiento del amor al prójimo, siendo el amor el vínculo entre individuos que permite la existencia de la sociedad, el comunismo propuesto por Marx y Lenin ha de ser una comunidad en la cual el vínculo de unión entre individuos han de ser el trabajo y los medios de producción, tal como ocurre en una sociedad de hormigas o de abejas.
Mientras que los afectos permiten establecer vínculos con muchas personas, sin atarse a ellas mediante vínculos materiales, los vínculos materiales atan a las personas, limitando severamente la libertad, y haciendo de la vida individual una imposibilidad, ya que sólo se permiten los objetivos colectivos, como en el caso del hormiguero o la colmena. Mientras el cristianismo sugiere un vínculo que se siente, siendo algo real y concreto, el marxismo-leninismo propone un vínculo que se observa y se toca, ignorando los sentimientos humanos.
Cristo dijo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, mientras que Marx y Lenin sugieren algo similar a “Primeramente buscad la socialización de los medios de producción, que lo demás se os dará por añadidura”.
Mientras que el cristianismo propone ayudar materialmente al prójimo, luego de establecer el vínculo afectivo, compartiendo lo propio, el marxista-leninista siempre se muestra generoso repartiendo lo ajeno, nunca de lo propio. Mientras que el cristiano auténtico llega a dar la vida por la vigencia de su religión, imitando a Cristo, el auténtico marxista-leninista asesina a quienes se oponen a su pseudo-religión, imitando a Lenin, Stalin, Mao, etc.
Mientras que la igualdad, para el cristiano, implica que todo lo bueno o lo malo que le ocurra a otras personas incidirán en su ánimo en la misma medida que si le sucediera a él mismo, la igualdad, para el marxista-leninista implica disponer de igual cantidad de bienes materiales que los demás integrantes de la comunidad, evitando de esa manera tener que sufrir por la envidia propia de quienes valoran en exceso todo medio material.
Uno de los mitos que circulan en el ámbito de la opinión publica y de los pseudo-intelectuales, sostiene que las primeras etapas de la humanidad constituyeron una “Edad de oro”, seguidas de etapas de decadencia o caída, por lo que se requiere de una restauración inminente de aquella época ideal. Luego, el papel histórico que cumple Cristo es el de un “revolucionario” que pretende volver al “socialismo inicial” (la supuesta Edad de oro), que el revolucionario marxista-leninista trata de reinstalar en nuestra época.
Es interesante observar que el mito anterior ya tenía vigencia en la época del descubrimiento de América. Carlos Rangel escribe al respecto: “Buscando lo que preexistía en su deseo, los descubridores crearon el mito más potente de los tiempos modernos: el buen salvaje, versión «americanizada» o «americanista» del mito de la inocencia humana antes de la caída, fábula destinada a tener inmensa fortuna en la historia de las ideas, y desde luego igualmente inmensas consecuencias”.
“En forma mucho más vívida e inmediata que sus antecedentes, el mito del buen salvaje responde a las angustias características de la civilización europea, occidental, cristiana, historicista. Si el hombre fue bueno y es la civilización la que lo ha corrompido, si hubo una Edad de Oro y estamos en una Edad de Hierro o de Bronce, no puede haber mayor maravilla que encontrar ese tiempo primitivo coexistiendo con nuestro tiempo, y constatar que en efecto hombres incontaminados por la civilización han permanecido inocentes”.
“Así vio Colón a los nativos de las islas del mar Caribe, y así los describió en sus cartas a los Reyes Católicos: «Certifico a sus Altezas que no existe mejor tierra ni mejor gente; aman al prójimo como a ellos mismos y hablan la lengua más suave del mundo»”.
“A uno de ellos, al ofrecerle Colón su espada, no supo qué cosa era, y tomándola por la hoja, se cortó con ella, de lo que dedujo el descubridor que estos hombres no conocían las armas ni la guerra. La facilidad con que se desprendían de chucherías de oro, le hizo pensar que ignoraban igualmente la codicia”.
“Por causa del mito del buen salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra. Agrupados genéricamente bajo el calificativo de «Tercer Mundo», los cuales, sin la influencia occidental habrían supuestamente permanecido tan felices como Adán y tan puros como el diamante” (De “Del buen salvaje al buen revolucionario”-Editorial CEC SA-Caracas 2015).
Mientras el mito mencionado constituye una secuencia de tipo “esplendor-decadencia”, la evolución biológica admite una dirección opuesta, que va desde niveles de menor a mayor grado de adaptación al medio ambiente. También la evolución cultural presenta esta tendencia, aunque interrumpida precisamente por la influencia de las ideologías totalitarias, como el marxismo-leninismo y el nazismo, que hacen retroceder a la civilización hasta las épocas previas de barbarie o salvajismo.
En cuanto a la etapa de “restauración” que surge del mito del “buen salvaje”, se hace necesaria la actuación del “buen revolucionario”. Rangel escribe al respecto: “Para entender la transmutación del buen salvaje en el buen revolucionario, notemos que hay no sólo relación, sino identidad entre el estado del hombre antes de la caída y después de la salvación. El intermedio es un paréntesis en la beatitud natural, los últimos días serán como los primeros; el fin de la historia será el regreso a la Edad de Oro”.
“Algunos cristianos primitivos tuvieron la convicción de que tras su segundo advenimiento, Cristo establecería en la tierra un reino perfecto de mil años. Desde entonces el «milenarismo» ha sido una fiebre recurrente de la humanidad, y en un tiempo de degradación y superficialización de los grandes mitos profundos y eternos, ese milenarismo se ha hecho «revolucionismo» secular. La caída habría sido el establecimiento de la propiedad privada. Antes de existir esa institución «antinatural», los hombres habrían sido todos iguales y dichosos, y volverán a serlo automáticamente al quedar ella abolida”.
“Sin duda el milenarismo y el revolucionismo están reñidos con el espíritu racionalista que hizo la grandeza de Occidente; pero en cambio son supremamente tentadores para quienes se sienten preteridos, marginados, frustrados, fracasados, despojados de su derecho natural al goce igual de los bienes de la tierra de que supuestamente disfrutaban los buenos salvajes de América antes de la llegada de las fatídicas carabelas”.
Con la valiosa ayuda de sectores de la Iglesia Católica, el marxismo-leninismo no sólo pudo neutralizar a su enemigo ideológico, el cristianismo, sino que logró aliarlo parcialmente para continuar con la irrenunciable tarea de destruir todo lo que implique civilización occidental.
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