Los inicios de la Reforma protestante se establecen bajo la influencia de dos figuras principales: Erasmo de Rótterdam y Martín Lutero. El primero es un reformador que quiere mejorar la Iglesia Católica volviendo la mirada a los Evangelios. El segundo es un revolucionario que trata de imponer sus propias creencias religiosas y su propia postura filosófica.
En la actualidad, la influencia de la Iglesia es menor a la de otras épocas, por lo que las sugerencias de Erasmo siguen siendo de interés y teniendo plena vigencia. En el siglo XVI se atrevió a sugerir que los sacerdotes podrían casarse, entre otras sugerencias consideradas heréticas para la época. Giovanni Reale y Darío Antiseri escribieron: “Erasmo se opone a la filosofía entendida como construcción de tipo aristotélico-escolástico, centrada sobre problemas metafísicos, físicos y dialécticos. Para Erasmo la filosofía es un conocerse a sí mismo a la manera de Sócrates y de los antiguos: es un conocimiento sapiencial de vida; se trata, sobre todo, de una sabiduría y una práctica de vida cristiana. La sabiduría cristiana no necesita complicados silogismos, y se reduce a pocos libros: los Evangelios y las Cartas de San Pablo. Según Erasmo, «¿qué otra cosa es la doctrina de Cristo, que él mismo denomina ‘renacer’, si no un retorno a la naturaleza bien creada?». Esta filosofía de Cristo, por lo tanto, es un renacer, un volver a la naturaleza bien creada. Los mejores libros paganos contienen «gran cantidad de cosas que concuerdan con la doctrina de Cristo»”.
“La gran reforma religiosa, en opinión de Erasmo, consiste sólo en esto; quitarse de encima todo aquello que el poder eclesiástico y las disputas de los escolásticos han agregado a la sencillez de las verdades evangélicas, confundiéndolas y complicándolas. Cristo ha indicado el camino más sencillo para la salvación: fe sincera, caridad no hipócrita y esperanza que no decae. Si contemplamos a los grandes santos, veremos que no hicieron otra cosa que vivir con libertad de espíritu la genuina doctrina evangélica. Lo mismo puede comprobarse en los orígenes del monaquismo y en la vida cristiana primitiva” (De “Historia del pensamiento filosófico y científico”-Editorial Herder SA-Barcelona 1988).
Erasmo y Lutero coinciden en que la Biblia tiene que ser accesible a todos los hombres y no sólo a la casta sacerdotal. Juan Carlos García-Borrón escribió: “Para Erasmo, la verdad más alta ha sido traída por Cristo de modo bien distinto a los ergotismos de la filosofía escolástica, que se proclamaba llave de la ciencia de Dios. Los cristianos no tienen sino que acudir a la palabra del Maestro, un alimento que todos pueden tomar. Será menester que hombres y mujeres sin excepción, los labradores y los tejedores en sus trabajos, los viajeros en los caminos, puedan leer los Evangelios traducidos a todas las lenguas, acabando con el monopolio de frailes y teólogos profesionales” (De “Historia de la Filosofía”-Ediciones del Serbal-Barcelona 1998).
El conflicto entre ambos reformadores surge por algunas diferencias conceptuales entre las que figura el libre albedrío, o libre elección, defendida por Erasmo, y la predestinación defendida por Lutero. Puede decirse que Erasmo está más cerca de considerar un Dios que no interviene en el mundo, excepto a través de las leyes naturales, por lo que aquello que nos ha de suceder en la vida depende esencialmente de nuestras decisiones. Por el contrario, para Lutero existe una predestinación impuesta por el Creador sobre cada hombre, por lo que se acerca al pensamiento islámico. Jean Calvino escribió: “La predestinación es el eterno designio de Dios, mediante el cual él determinó lo que quería hacer de cada hombre. En efecto, Dios no crea a todos en iguales condiciones, sino que ordena a unos hacia la vida eterna, y otros, hacia la eterna condenación. Así, según el fin para el cual haya sido creado el hombre, decimos que está predestinado a la muerte o a la vida”.
Al respecto, Reale y Antiseri agregan: “Sería sencillamente absurdo buscar las causas de tal decisión de Dios. O mejor dicho, la causa consiste en la libre voluntad de Dios mismo y «ninguna ley y ninguna norma puede estar mejor pensada, y ser más equitativa, que su voluntad» (Calvino)”.
Si en el mundo real existiese una predestinación, entonces nuestras acciones morales de poco servirían, ya que de antemano habríamos sido destinados a la vida o a la muerte eterna, por lo cual sólo nos quedaría la posibilidad de rendir homenajes al Creador en la búsqueda de una decisión favorable para nuestra vida, como lo hacían los antiguos paganos. Erasmo se opone a esta posibilidad. “Ante los continuos ataques de que era objeto por «luterano», Erasmo escribió «De libero arbitrio», contra las tesis predestinacionistas; Lutero respondió con su «De servo arbitrio» y Erasmo consumó la ruptura al replicar a su vez en su «Hyperaspiates»” (“Historia de la Filosofía” de J.C. García-Borrón).
La reacción de Lutero respecto de quien opina distinto en estas cuestiones, nos da una idea de su personalidad e incluso de su moral, que no parece propia de un cristiano. Reale y Antiseri escriben al respecto: “Lutero se enfureció debido a la polémica acerca del libre arbitrio, y con una enorme violencia calificó a Erasmo de ridículo, necio, sacrílego, charlatán, sofista e ignorante, y afirmó que su doctrina era como una «mezcla de cola y barro», «de escoria y excrementos». Lutero no admitía oposiciones. Los dos personajes, para llegar a objetivos que en parte eran idénticos, emprendieron caminos que seguían direcciones opuestas”.
Erasmo advierte un retorno al paganismo cuando los santos no son considerados como ejemplos, sino como intermediarios para acceder a Dios. García-Borrón escribe al respecto: “Erasmo subraya que el propósito de la oración es elevar el alma a Dios, e insiste en que sólo hay una relación muy remota entre tal propósito y las fórmulas fijas e invariables, como el recitado de un rosario, a cuya repetición atribuyen los ignorantes un poder mágico. Únicamente las oraciones que aparecen en la Escritura deben ser respetadas en su letra. Y Erasmo va aún más lejos: sin reprobar el culto a los santos y a sus imágenes, ve en éste un derivado del politeísmo pagano y un semillero de supersticiones, de las que habría que limpiarlo y que él fustiga sin consideración”.
H. A. Enno van Gelder sintetiza la postura adoptada por el ilustre pensador holandés: “Desde el principio de su carrera, Erasmo se alzó en armas contra las vanas disputas de los escolásticos, el formalismo de la Iglesia de su tiempo, la opulencia y el poder temporal del clero, y más tarde, sobre todo, contra los frailes, a los que consideraba sus peores enemigos y cuya vida monástica estimaba inútil”.
“Confiaba en la reconstrucción de la Iglesia con arreglo a su idea del cristianismo primitivo: no una doctrina de redención del pecado y de la muerte, sino una «philosophia Christi» que enseña al hombre a vivir de acuerdo con los mandamientos del amor al prójimo, la misericordia, el dominio de sí mismo y la razón, como enseñaba también lo mejor de la doctrina de los clásicos. No consideraba los sacramentos como vehículos de la gracia. Condenaba la doctrina de la Iglesia de la absolución por medio de la penitencia y de las buenas obras, el culto de los santos y sus reliquias, y la práctica de las peregrinaciones”.
“Sostenía que la única misión del sacerdote era la edificación por la palabra y el ejemplo. Al mismo tiempo, quería conservar los dogmas principales (incluso el poder papal, siempre que se limitase a las materias de fe). Sin embargo, su interpretación de dichos dogmas difería tanto de la profesada por la Iglesia, que las jerarquías, aun después del Concilio de Trento, condenaron sus escritos. Pero sus ideas encontraron un gran eco y siguen vivas todavía, tanto entre los católicos como entre los protestantes liberales” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1974).
El contraste personal entre Erasmo y Lutero nos retrotrae, más cercano en el tiempo, al contraste entre el “fino” Juan Bautista Alberdi y el “grueso” Domingo Faustino Sarmiento. En ambas situaciones, ligados por objetivos comunes, parcialmente al menos, se enemistan y se arrojan gruesas municiones verbales. Stefan Zweig escribió: “Rara vez el destino del mundo ha producido dos criaturas humanas en tan perfecto contraste, por su carácter y su personalidad física, como Erasmo y Lutero. Por su carne y su sangre, por su norma y su forma, por su posición espiritual y su posición vital, por lo externo del cuerpo como por su nervio más íntimo, pertenecen, por decirlo así, a diversas y hostiles razas de caracteres: tolerancia frente a fanatismo, cultura contra fuerza primitiva, ciudadanía universal contra nacionalismo, evolución frente a revolución” (De “Triunfo y tragedia de Erasmo de Rótterdam”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1935).
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