Se considera que, entre las diversas éticas propuestas, algunas provienen de Dios; en cuyo caso estaríamos obligados a cumplirlas. De no acatarlas, nos arriesgaríamos a padecer severos castigos en el más allá. Los mandamientos de Moisés, que prohíben matar, robar, mentir, etc., no son demasiado exigentes por cuanto no nos sugieren explícitamente hacer el bien, ya que sólo nos exigen no hacer el mal. Quienes no adhieren a la religión no se sienten obligados a respetarlos, lo que no implica que no los vayan a cumplir. José Ingenieros se preguntaba: “¿La extinción progresiva del temor a las sanciones sobrenaturales eximirá a los hombres del cumplimiento severo de sus deberes sociales?” (De “Hacia una moral sin dogmas”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1947).
En la época romana se insinuaba la existencia de una ley natural que instaba a adaptarnos a ella, mientras que, ignorándola, llegarían sufrimientos similares a los que suponía la religión ante el no acatamiento a las leyes de Dios. Marco Tulio Cicerón escribió respecto de la ley natural: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios Todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a si mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.
Las leyes que provienen del Derecho son análogas a las anteriores, ya que, asociada a cada ley, se impone una pena o una multa. Así, si se nos prohíbe exceder con el automóvil una determinada velocidad, y si se la excede, se nos aplicará determinada multa. Si se establecieran leyes o normas sin una penalización concreta ante su incumplimiento, seguramente serán desoídas por muchos, excepto por parte de quienes no necesitan limitaciones para sus acciones ya que tienen el hábito del respeto hacia todo tipo de normas.
Las diversas ciencias sociales, en consonancia con la religión, tienden a promover en el hombre una mayor adaptación a las leyes naturales y al orden natural. La esencia del cristianismo es la cooperación humana, por cuanto, al sugerir compartir las penas y las alegrías ajenas (amor al prójimo) se establecen las condiciones óptimas para establecer la cooperación social.
Este objetivo común, que consiste en la búsqueda del predominio de la cooperación sobre la competencia, aparece en todas las ramas del conocimiento. Incluso el espíritu competitivo, al no poderse eliminar de nuestra naturaleza humana, requiere de una conversión hacia una competencia para lograr cooperar más que los demás. Carlos S. Nino escribió: “El Derecho cumple la función de evitar o resolver algunos conflictos entre los individuos y de proveer de ciertos medios para hacer posible la cooperación social” (De “Introducción al análisis del derecho”-Editorial Astrea-Buenos Aires 1992).
También la economía tiene como objetivo la descripción de los métodos productivos que mejor favorecen la cooperación entre individuos. Ludwig von Mises escribió: “La sociedad es fruto engendrado por consciente y deliberada conducta. La sociedad implica acción concertada, cooperación” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
Si la economía recomienda establecer intercambios en los cuales ambas partes intervinientes se han de beneficiar, con la previa libertad de aceptar o de abstenerse de hacer intercambios, además de sugerir ahorrar para poder realizar inversiones productivas, se observa que la inobservancia de tales hábitos alejará al hombre de la cooperación originando conflictos, es decir, el mismo efecto que produce el incumplimiento de los mandamientos bíblicos o de las leyes del Derecho, lo producirá el incumplimiento de los “mandamientos económicos”, ya que alejarán al hombre de la cooperación necesaria para nuestra supervivencia.
Si existen crisis sociales y humanas, se debe esencialmente a que “no cumplimos con los mandamientos” como los mencionados, es decir, no cumplimos con nuestros deberes. También puede darse el caso de que cumplimos con mandamientos erróneos, o poco compatibles con la ley natural.
Entre los atributos que caracterizan nuestra época posmoderna, encontramos justamente la existencia de una tácita ética de los derechos, sin la exigencia de cumplir, como contrapartida, con nuestros deberes u obligaciones. Es el pleno “reino del egoísmo”, por cuanto, al no cumplir con nuestros deberes, impedimos que se satisfagan los derechos de los demás. Es también el “reino del hombre-masa”, que no tiene deberes sino sólo derechos. Armando Roa escribió: “Una actitud que asombra y que sin embargo aparece natural, es una especie de paso desde la ética de los deberes a la ética de los derechos en los últimos veinte años. La ética fue siempre una disciplina ocupada del deber ser, o sea, la que discernía entre lo que se quiere y se puede hacer, y a su vez, lo que cabe hacer sin evadirse de lo correcto”.
“La ética del deber fue, por ejemplo, la ética clásica de Kant, la del imperativo categórico, y esto de que el hombre rinda culto al deber por sobre el culto al querer y al poder le llevó a decir que la belleza del orden moral sólo podía compararse con la del cielo estrellado en una noche serena. Sin embargo, tal ética kantiana, que sería uno de los ejes dinámicos de la modernidad, y lo mismo cualquier otro tipo de ética de los deberes, sería la que hoy aparece como simplemente anacrónica”.
“En todas partes se habla de derechos humanos, derechos al manejo del propio cuerpo, derecho a gozar de la individualidad sexual que se posee, ya sea homo o heterosexual, derecho a crear vida humana por vías artificiales…Se reclama si se vulnera el más pequeño de los derechos, y de hecho suena mal hacerle presente a alguien sus deberes. Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes. Parece curioso, sin embargo que la situación engendrada por este paso a la ética del posdeber, no haya provocado un caos en la vida social, como sería lo esperado” (De “Modernidad y Posmodernidad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).
Tanto el proceso de adaptación biológica como el de la adaptación cultural, requieren de una ética natural que nos exige ciertos deberes y nos concede ciertos derechos, pero que también nos “otorga” cierto autocastigo en caso de no responder a sus requerimientos. Las distintas éticas propuestas por el hombre constituyen distintas aproximaciones a dicha ética natural, cuyos requerimientos no están escritos en ninguna parte, sino que hemos de evaluar tales aproximaciones en función de los resultados logrados.
Un paso adelante, hacia el establecimiento definitivo de una moral natural, podría darse a través de una moral fundamentada en la biología. Incluso, si se puede mostrar que alguna de las éticas conocidas ya tiene ese fundamento, sería oportuno ponerlo de manifiesto. De esa manera se podría establecer una ética natural universal que ha de tener validez para todos los hombres, como ocurre con el conocimiento verificado, aportado por la ciencia experimental.
Este parece ser el caso de la moral cristiana, cuyo mandamiento del amor al prójimo no es otra cosa que acentuar el fenómeno de la empatía, ya que nos sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, y que admite un fundamento biológico adicional con el descubrimiento de las neuronas espejo, que permiten que sintamos emociones similares a las que siente una persona observaba o traída a nuestra mente por algún recuerdo o referencia.
El mandamiento mencionado ya aparece en alguna parte del Antiguo Testamento, mientras que se lo denomina “cristiano” por cuanto en los Evangelios aparece como el objetivo de mayor importancia ética. Lucien Jerphagnon escribió: “Hay que observar que no son los principios de derecho natural los que cambian, sino la conciencia que se tiene de ellos en el seno de una civilización dada, la manera en que los vivimos en un contexto determinado. El mismo cristianismo no ha modificado en nada la naturaleza del hombre. Antes de él existían una naturaleza y virtudes propiamente naturales, cosas todas que siguen existiendo, por otra parte, después de él y fuera de él. Pero, al revelar Jesucristo al hombre, el cristianismo ha señalado que nos humanizamos plenamente cristianizándonos. En el mismo seno de la religión de Jesucristo, tiene lugar un progreso de la conciencia, a medida que la inteligencia va profundizando las enseñanzas evangélicas y descubriendo su verdadero y auténtico alcance” (De “Biología y moral” de Paul Chauchard-Ediciones Fax-Madrid 1964).
El marco adecuado en el que se desarrolla la ética natural es el de un mundo con un Creador de todo lo existente, que no interviene en los acontecimientos humanos, y que sólo establece las “reglas del juego”, es decir, las leyes naturales, siendo esencialmente la postura mencionada de Cicerón, que resulta enteramente compatible con el cristianismo y, sobre todo, con el mundo real.
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