La cooperación, junto a la competencia, forma parte de nuestra naturaleza humana, siendo incorporadas como ventajas evolutivas para una mejor adaptación al medio y para permitirnos lograr nuestra supervivencia. En distintos ámbitos de la vida social podemos advertir que en realidad existen dos formas extremas de competencia; una que produce buenos resultados y otra que los produce malos. Tal calificación de “buenos y malos” se les asocia en función del logro, o no, de nuestra adaptación al medio y de la supervivencia.
Puede ejemplificarse la diferencia entre ambos tipos de competencia en el caso del fútbol. Cuando predomina la cooperación entre los integrantes de un equipo, habiendo muy poco egoísmo, se establecen las condiciones básicas para establecer una sana competencia con el rival de turno, ya que la existencia de atributos morales adecuados para la efectividad del propio equipo se trasladan en cierta forma a los rivales. Este es el caso de la buena competencia, la que favorece a todos, incluidos los espectadores.
Pero también existe una mala competencia, la destructiva, como la mostrada por Sergio Ramos, del Real Madrid, cuando en la final de la Champion League 2018, mediante una maniobra violenta deja fuera del partido, y posiblemente del Mundial 2018, al delantero egipcio Salah, del Liverpool. La competencia sucia perjudica a mucha gente; en este caso al pueblo egipcio y al aficionado de cualquier parte del mundo que esperaba observar a Salah en el Mundial.
En cada ámbito social podemos encontrar cooperación tanto como buena y mala competencia. El optimista es el que cree que en el futuro predominará la cooperación y la buena competencia. El pesimista tiende a considerar que sólo existe una mala competencia y propone abolirla de alguna manera. Este es el caso de quienes ven en la “lucha de clases” el fundamento de la sociedad considerando que cierta clase social carece de espíritu cooperativo por lo que necesariamente compite de mala forma, mientras que otra clase social sólo posee espíritu cooperativo. En realidad, es absurdo establecer descripciones de la conducta humana en función de clases sociales, difíciles de definir con mediana precisión, y mucho más absurdo creer que las virtudes y los defectos humanos son “repartidos” por clases sociales y no a nivel individual.
La persona envidiosa tiene la predisposición a denigrar a todo aquel que la supere, económicamente hablando, mientras que alaba al que menos tiene. De esa manera justifica su fracaso económico a la vez que idealiza la maldad del exitoso tanto como la bondad del que fracasa. Por otra parte, ignora totalmente los valores afectivos e intelectuales y vive una vida orientada por la esperanza de la revolución que ha de revertir la injusta situación que observa.
En materia de economía se observa la cooperación tanto como la buena y la mala competencia. El liberalismo propone la economía de mercado junto a la buena competencia. El acto esencial del mercado es el intercambio voluntario que beneficia a ambas partes intervinientes. Los intercambios perduran en el tiempo siempre y cuando produzcan ese beneficio simultáneo, que materializa la cooperación mencionada.
Así como el deportista busca competir para lograr el triunfo, respetando reglamentos y rivales, las empresas que compiten en el mercado tratan de aumentar el porcentaje de ventas en el rubro en el que participan. Para lograr esa meta deben mejorar la calidad y el precio de sus productos beneficiando al consumidor. Por el contrario, cuando una empresa quiere eliminar a sus competidores, a través de maniobras nada cooperativas, se observa una mala competencia. De ahí que la economía sea la ciencia social que, no sólo describe el comportamiento de los actores económicos, sino que indica la manera de optimizar dicho comportamiento.
Algunos autores distinguen bien a esos dos tipos empresariales. “Existe una gran diferencia entre aquellos empresarios cuya única virtud es la facilidad para «hacer dinero» y los verdaderos emprendedores. Los primeros son individuos que se aprovechan del sistema económico existente para iniciar negocios más o menos rentables que, con suerte, llegan a ser exitosos. Los segundos, en cambio, son los que crean las circunstancias favorables; sus logros no son resultado de fórmulas preestablecidas ni de recetas probadas. Cada uno de ellos inventó sus propias reglas y se arriesgó mediante fórmulas innovadoras, ideas originales y propuestas inéditas que luego fueron copiadas por los demás. Buen ejemplo de ello lo encontramos en la manera de fabricar autos que ideó Henry Ford, en la revolución del transporte marítimo y terrestre que encabezó Cornelius Vanderbilt y en la ingeniosa fórmula de negocios impuesta por Ray Kroc, fundador de la cadena McDonald’s”.
“Inventores, empresarios, vendedores, inversionistas, filántropos…Fueron los constructores de grandes imperios financieros y los responsables de transformaciones profundas de la sociedad. Casi todos iniciaron su carrera con pocos o ningún recurso y, gracias a su visión, esfuerzo y audacia, lograron amasar inmensas fortunas. Eran individuos ambiciosos, pero también innovadores e inconformistas” (De “Los grandes artífices del cambio” de Maury Klein-Editorial Océano de México SA-México 2011).
La generalización fácil, promovida por ideólogos totalitarios que pretenden el derrumbe de todo lo que signifique civilización occidental, se traslada a la opinión pública para que se sume a la tarea destructiva y difamadora contra el sector empresarial. Una vez destruidos los pilares económicos de la sociedad, el derrumbe se logra fácilmente. Maury Klein escribió: “Existe un paralelo notable entre el surgimiento de las grandes corporaciones y el proceso de consolidación política de las naciones-Estado. Ambas ocurrieron casi al mismo tiempo; uno deseaba imponer orden dentro del caos económico, el otro dentro del caos político. Ambos unieron entidades pequeñas, agresivamente competitivas, para formar otras más grandes y estables que no eliminaran la competencia, sino que la elevaran a otro nivel. En ambos casos, ese liderazgo exitoso requirió una visión y un propósito del que carecían los caciques mezquinos. Para expresarlo de otra forma, el gran empresario es al capitalista o negociante inescrupuloso lo que un estadista es a un político”.
“Sin embargo, ese atractivo cliché del capitalista inescrupuloso, siempre claro y simplista, perdura como la abreviatura más popular y duradera para referirse a los grandes empresarios. Algunos académicos y escritores, y me incluyo entre ellos, hemos tratado de oponernos a ese término al escribir las biografías de grandes empresarios y sus logros…Mi propuesta es observarlos como hombres con empuje, poseedores de un rasgo creativo y que comparten una serie de cualidades que solemos usar para describir a los artistas, y que expresan esa creatividad a través de la construcción de grandes empresas e imperios de negocios”.
Puede decirse que en una sociedad en decadencia existe poca cooperación, predominando la mala competencia y la negligencia, mientras que en una sociedad desarrollada predominan la cooperación y la buena competencia. En cuanto a la muy difundida “lucha de clases”, es oportuno decir que tal hipótesis no resiste una verificación experimental, por cuando tanto en la “burguesía” como entre el “proletariado” encontraremos individuos cooperadores, también malos y buenos competidores y hasta negligentes.
En el ámbito de la política se encuentran algunos ideólogos que ven en ella una prolongación de la guerra promoviendo en la sociedad la división entre amigos y enemigos, lo que constituye el “cáncer social” de toda sociedad. Al predominar el interés personal o sectorial de los políticos, se deja de lado el objetivo de la cooperación social y de la buena competencia para hacer prevalecer, ahora sí, una “lucha de clases”, o de sectores rivales. Luego, los diversos totalitarismos prometen solemnemente erradicar toda lucha sectorial, siempre y cuando se les permita dominar totalmente una nación e incluso el mundo entero, destruyendo de alguna manera a todos aquellos que impidan establecer esa “tarea civilizadora”.
Entre los ideólogos que proponen fomentar la existencia de una división social entre amigos y enemigos, se encuentra Carl Schmitt. Al respecto, Gustavo Marangoni escribió: “En 1932, un por entonces ya reconocido jurista y teórico político alemán, Carl Schmitt, publicó «El concepto de lo político», obra en la que desarrollará su principal tesis acerca de la autonomía de la política. Ésta, afirma el teutón, también tendrá su propia distinción: la de amigo-enemigo, la que le dará a cualquier acto humano sentido político”.
“En líneas generales, su teoría se centra en una respuesta al liberalismo y sus instituciones que intentaban hacer pié en Europa y América con suerte algo dispar. En Alemania, por ejemplo, estaba haciendo bastante agua” (De “Política ATP”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2015).
La autonomía de la política implica desligarla del resto de las ciencias sociales, lo que equivale a decir que entonces la política ya no será una ciencia social. Por el contrario, toda rama de la ciencia social debe ser compatible con la realidad y con el resto de las otras ramas, al menos en aquellos aspectos suficientemente verificados. Ello implica que las ramas que todavía no superan la etapa pre-científica tampoco pueden considerarse dentro de las ciencias sociales. Jean Meynaud escribió: “Parece a veces que la preocupación de determinados especialistas sea el constituir una ciencia que se baste a sí misma, que no tenga que aprovechar nada de las otras y que no piense tampoco en aportar a éstas nada. Tal pretensión es utópica. Ninguna de las ciencias sociales existentes se ha encontrado nunca en una situación semejante. Los contactos, que aportan, por otra parte, beneficios recíprocos (lo que los americanos llaman cross-fertilization), son indispensables” (De “Introducción a la Ciencia Política”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1960).
La incompatibilidad entre las ideologías totalitarias y la ética natural elemental, las deja fuera del ámbito científico y las ubica en el terreno de la ilegalidad, ya que la siembra permanente de odio entre sectores las ubica como promotoras de la violencia social, aunque no sean las únicas causas.
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