Entre los atributos de quien se siente fracasado, ya se trate de individuos o de pueblos, encontramos la habitual renuncia a la culpabilidad propia para dirigirla hacia la ajena. Generalmente, la sensación de fracaso es relativa al éxito ajeno, de ahí que aparezca cierta envidia destructora de la integridad moral, tanto del individuo como de un pueblo. Los políticos populistas y totalitarios son especialistas en promover el descontento del fracasado al prometer liberarlos del culpable externo de todos sus males. Carlos Mira escribió: “La palabra «envidia» deriva del latín ‘invidere’ (in: poner sobre, ir hacia y videre: mirar). Esto es, «poner la mirada sobre algo». El fascista [y el socialista] convence a la masa de que «ponga la mirada» sobre lo que tienen «los otros» y luego envía mensajes incendiarios acerca de que eso que «tienen los otros», lo tienen porque se lo sacaron a ellos. Terminará prometiendo que él pondrá fin a esa injusticia” (De “La idolatría del Estado”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).
Entre los pueblos latinoamericanos existe una marcada tendencia a culpar por todos sus males al “imperialismo yanqui”, renunciando a subsanar la gran cantidad de errores solucionables y evidentes. Para colmo de males, no faltó una elaborada teoría sociológica que justificara tal actitud, tal el caso de la “teoría de la dependencia”. Al respecto, E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie escribieron: “Teoría elaborada a partir de mitad del siglo XX para explicar la situación específica de dominación, dentro de la concepción de estratificación social (marxista-leninista) de las naciones, según la cual los países ricos e industrialmente avanzados mantienen en una situación de dominio a los países pobres o en desarrollo; esta relación externa tiene su correlato dentro de cada país en el dominio de las clases ricas –ligadas a los países centrales- sobre las clases pobres (F. H. Cardoso y E. Faletto)” (Del “Diccionario de Sociología”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).
La irrealidad de esta teoría fue reconocida por uno de sus autores, Fernando H. Cardoso, por cuanto cambia su visión de la realidad atribuyéndosele aquella conocida frase que expresa: “Quien de joven no es socialista, no tiene corazón; quien de adulto no es capitalista, no tiene cerebro”. Carlos A. Montaner escribió: “Carlos Rangel denunciaba la falsedad esencial de la teoría de la dependencia –algo que años más tarde humildemente aceptaría Fernando Henrique Cardoso, uno de sus más fervientes apóstoles, cuando dejó de ser un sociólogo marxista para convertirse en el presidente serio y moderado de Brasil-, colocaba la responsabilidad de nuestros fracasos sobre nosotros mismos, revelaba las contradicciones doctrinales de los seguidores de Marx, renunciaba a la versión infantil de una historia de buenos y malos, y se atrevía a defender apasionadamente los modos de vida occidentales incluidas la democracia y la economía de mercado que habían transformado a ciertas naciones en los rincones más ricos del planeta, criticando sin ambages la barbarie totalitaria de izquierda, sin ignorar, por supuesto, el autoritarismo de derecha, que también le repugnaba al ensayista venezolano” (Del Prólogo de “Del buen salvaje al buen revolucionario” de Carlos Rangel-Editorial CEC SA-Caracas 2015).
El indicio más evidente de que el atraso latinoamericano se debe a la ausencia de iniciativa empresarial, entre otros aspectos, se observa en que las materias primas sólo constituyen entre un 2 a un 4% del PBI mundial, mientras que las empresas de mayor valor en el mundo son, actualmente, las que producen tecnología de informática y comunicaciones, en donde el capital humano es el principal factor de la producción. Carlos S. Nino escribió: “Si bien es indudable que las pampas constituyen una de las praderas más extensas y fecundas del planeta, alguien ha dicho –debido a factores como la caída relativa de los precios de muchos productos agropecuarios y la aplicación a tierras menos fértiles de procesos biotecnológicos- el valor de mercado de toda la pampa húmeda es comparable al de una sola gran empresa japonesa” (De “Un país al margen de la ley”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).
Por lo general, quien sostiene el predominio de una culpabilidad propia de una nación subdesarrollada, será calificado como un “agente al servicio” de las multinacionales, o cosas por el estilo. Ya en el siglo XIX, sin que pierda actualidad, Juan Bautista Alberdi advertía las fallas propias de su nación, escribiendo al respecto: “Los argentinos hemos sido ociosos por derecho y holgazanes legalmente. Se nos alentó a consumir sin producir. Nuestras ciudades capitales son escuelas de vagancia…Nuestro pueblo no carece de alimentos sino de educación y por eso tenemos pauperismo mental. En realidad nuestro pueblo argentino se muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobreza de conocimientos prácticos y de ignorancia en el arte de hacer bien las cosas” (Citado en “La idolatría del Estado”).
No debe extrañar a nadie que la mayor parte de los argentinos detesté ruidosamente a toda institución que nos proponga lograr una economía sana, similar a la de los países desarrollados, como es el caso del FMI (Fondo Monetario Internacional), cuyas “perversas directivas” para el largo plazo consisten esencialmente en:
1- Disciplina fiscal
2- Reordenamiento de las prioridades del gasto público
3- Reforma impositiva
4- Liberación de las tasas de interés
5- Una tasa de cambios competitiva
6- Liberación del comercio internacional
7- Liberación de la entrada de inversiones extranjeras directas
8- Privatización
9- Desregulación
10- Derechos de propiedad
Ante la certeza de las mayorías de que tales medidas son recomendadas para perjudicarnos, la sabiduría popular y la “intelectualidad” de izquierda recomiendan tomarlas como referencia para hacer exactamente todo lo contrario. Así nos va.
Que la teoría de la dependencia poco tenga que ver con la realidad, no constituye ningún inconveniente para que siga teniendo plena vigencia, ya que, de aceptarse su caducidad, la izquierda política no tendría razón de ser, ya que la razón de su existencia es la lucha contra el imperialismo yanqui y contra el capitalismo.
El predominio de la “intelectualidad” de izquierda se manifiesta, numéricamente hablando, en la cantidad de libros que están a favor del accionar del terrorismo de izquierda de los años 70 en comparación con los que estaban en contra o que eran neutrales. Los datos son los siguientes:
A favor de la guerrilla: 655
En contra de la guerrilla: 106
Neutrales: 53
(De “La guerrilla en sus libros” (I) de Enrique Díaz Araujo-Buenos Aires 2008).
La base del socialismo práctico implica solucionar los defectos atribuidos al capitalismo, principalmente en lo que atañe a la explotación laboral del trabajador. Sin embargo, mientras que el trabajador puede, en la sociedad capitalista, dejar de trabajar en relación de dependencia, o bien cambiar de empresa, en el socialismo, al existir una sola empresa (el Estado) y al estar vedada toda prestación laboral individual, el empleado no tiene protección alguna contra la explotación laboral ejercida por el Estado, a favor de la clase dirigente.
Para “solucionar” este absurdo dogma ideológico, los socialistas introdujeron otro: la economía planificada estatal, dirigida por socialistas, es mejor que la economía de mercado por cuanto el socialista es “moralmente superior” al término medio de la población, mientras que el empresario es “moralmente inferior” a ese término medio. Esto implica que quien no produce nada, y redistribuye lo que otros producen, sería superior a los que producen. José Ingenieros escribió: “La Revolución Rusa ha sido el símbolo de la nueva conciencia de la humanidad y ha servido como piedra de toque para distinguir a los partidarios del parasitismo y del trabajo. Todos los que desean «reconstruir» el inmoral régimen capitalista son enemigos de Rusia; todos los que desean «construir» un nuevo régimen sobre cimientos morales más justos son sus partidarios”. “Todo el que discute la reacción obra como revolucionario; todo el que discute la revolución obra como reaccionario” (De “Los tiempos nuevos”-Editorial TOR SRL-Buenos Aires 1956).
Como los marxistas suponen que el sistema económico vigente en una sociedad es el que determina el comportamiento moral de cada individuo, todas las crisis morales y sociales existentes en sociedades no socialistas, son consideradas efectos necesarios del sistema de producción capitalista. El capitalismo, por el contrario, es sólo un método económico que responde con eficacia a las demandas del consumidor. Es el consumidor el que orienta la producción, y si una sociedad con economía capitalista presenta un empobrecimiento moral, ello se debe a factores extra-económicos, como son los problemas psicológicos o existenciales que afectan a personas que, incluso, disponen de medios económicos suficientes.
José Ingenieros muere en 1925, mientras que el libro citado lo escribe en 1920, a tres años de la Revolución Rusa, aun cuando desde un primer momento se difundieron por el mundo las noticias de la violencia desplegada por Lenin y sus secuaces. Los “moralistas” como Ingenieros adujeron que eran “noticias falsas”, aplicando el absurdo dogma de la “superioridad moral” del socialista sobre el resto de la sociedad. La promoción de ideas y métodos socialistas lo hace figurar entre los autores ideológicos de la violencia que años más tarde se difundió por todo el mundo.
Mientras que autores liberales, como Juan Baustista Alberdi, son los verdaderos moralistas, por cuanto remarcan los defectos individuales del ciudadano común, con la esperanza de una mejora posterior, los falsos moralistas, como José Ingenieros, son los que niegan la posibilidad de mejora de algunos sectores de la sociedad y proponen la violencia armada como el único medio para “mejorar” la sociedad.
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