Como ha ocurrido en varios países, las ideas socialistas fueron tergiversadas para pasar, desde principios del siglo XX, de promover mejoras laborales, hasta intentar destruir la sociedad capitalista tanto material como espiritualmente. La mayor parte de las reivindicaciones sociales que se atribuyen al peronismo, en realidad fueron previos proyectos socialistas. Silvia D. Mercado escribió: “Juan José Sebreli demuestra que esas luchas [gremiales] promovieron una importante legislación sancionada desde mucho antes del surgimiento del peronismo, y que fue propiciada básicamente por los socialistas, aunque no siempre eran leyes reglamentadas ni cumplidas por la patronal”.
“Los últimos años de actuación del Partido Socialista en la Cámara de Diputados aumentaron las propuestas de reivindicaciones obreras, 13 en 1940, 10 en 1941 y 25 en 1942, y se referían a la reglamentación del servicio doméstico, reglamento del trabajo en la construcción, régimen legal de los trabajadores de la carne, estabilidad y escalafón del personal obrero del Estado, aumento de sueldos de acuerdo al costo de vida, entre otros asuntos” (De “El relato peronista”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2015).
En Europa, el socialismo fue criticado por la Iglesia Católica ya desde mediados del siglo XIX. El Papa León XIII escribió respecto de la “solución socialista”: “Para solucionar este mal [codicia, avaricia], los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones” (De “Rerum novarum” en “8 Grandes Mensajes” de J. Iribarren y J. L. Gutiérrez García-Biblioteca de Autores Cristianos-Madrid 1979).
A partir de la Revolución Rusa de 1917, el marxismo-leninismo predomina netamente sobre las restantes posturas socialistas. Mediante violencia, propaganda y mentiras, busca la destrucción de las sociedades capitalistas para reemplazarlas por el socialismo, esto es, por una sociedad de capitalismo estatal en donde los medios de producción han sido expropiados. Según la teoría, luego de perfeccionamiento moral que, se supone, el nuevo sistema de producción ha de promover, no hará falta el Estado y se iniciará la etapa comunista, una especie de anarquismo en el cual los medios de producción socializados habrían de constituir el vínculo de unión entre los hombres; una verdadera sociedad anónima que, parece, sólo existió en la mente de Marx, porque tal perfeccionamiento nunca existió ni tampoco se vislumbró el menor indicio de reducción del gigantesco Estado socialista.
El nivel de simpatía por el socialismo y de antipatía por el capitalismo, depende de la actitud de cada individuo frente al nivel de felicidad aparente advertido en quienes le rodean. Quien se siente excluido, o marginal, o bien no logra el lugar preferencial anhelado dentro de la sociedad, tenderá a asociarse a toda postura destructiva hacia su propio medio social. De ahí la simpatía profesada ante el marxismo y la antipatía hacia la meritocracia propuesta por liberales y conservadores. Esta actitud poco tiene que ver con el nivel económico logrado por el resentido social, ya que muchas veces se observa en quienes han tenido bastante éxito material, pero no aceptan que haya otros que han logrado éxitos mayores en ese aspecto.
Una de las principales víctimas, de la destrucción propuesta por el marxismo-leninismo, fue la Iglesia Católica. Pasó desde ser una antagonista al totalitarismo, no hasta ser una postura neutral, sino a tratar de favorecer la ideología menos compatible con el cristianismo. Algunos autores describen este proceso teniendo presente que se juntaron “la ideología de la conciliación a cualquier precio” (católica) con “la ideología del conflicto a cualquier precio” (marxismo-leninismo). Paul Ricoeur escribió respecto de la primera: “Es la ideología de la paz a cualquier precio: ideología nacida del cristianismo en el sentido de pretender fundarse sobre la predicación cristiana del amor, tanto en su forma teórica como práctica”.
“Esta confesión de fe conduce a menudo a negar teórica y prácticamente la fecundidad de cualquier conflicto; teóricamente, al rechazar el conflicto como perteneciente al mal y al pecado; prácticamente, a negarse a recurrir a una estrategia conflictiva” (De “Poder y conflicto” de J. Ladriere y P. Ricoeur-Editorial del Pacífico SA-Santiago de Chile 1975).
Han sido los jesuitas quienes adhirieron con mayor fervor al marxismo-leninismo. También varios religiosos de los antiguos países comunistas, en su momento, decidieron renunciar a la lucha adhiriendo a la ideología impuesta. Thomas Mc Ian escribió: “El drama de los católicos húngaros estriba en que sus propios pastores les exigen no sólo capitular, sino además apoyar la edificación del «Socialismo», que no es sino el comunismo condenado por la Iglesia, con su visión de futuro, desde 1846 -¡dos años antes del Manifiesto de Marx!-, no resistir y además colaborar con un Estado que no concede ningún lugar ni a Dios ni a la fe, y que ha declarado explícitamente que persigue el aniquilamiento de la religión”.
“Según un cable de AFP, los «jesuitas preparan concienzudamente un plan para reimplantar el cristianismo en China comunista», habiendo creado «institutos donde son formados los especialistas para la difícil misión» (La Razón, 16/3/73)”.
“La noticia es en todo cierta, menos en un detalle: los concienzudos planes no son para reimplantar el cristianismo en China comunista (lo que sólo cabría en una mente troglodita preconciliar), sino para hacer más comunistas a los comunistas. Más claro: hacer de un ateo tibio, un ateo convencido; de un marxista dudoso, un marxista ferviente y de un agitador comunista forzado, un leal servidor de la Revolución Mundial” (De “Mentiras del mundo moderno”-Cruz y Fierro Editores-Buenos Aires 1976).
Luego del abandono del socialismo por parte de varios países, muchos creyeron que, al fin, los marxistas-leninistas habrían de aceptar los mejores resultados ofrecidos por el capitalismo. Sin embargo, al proseguir la lucha ideológica como si nada hubiese sucedido, surge cierta evidencia de que la propaganda a favor de la clase trabajadora fue tan sólo un disfraz para ocultar las verdaderas intenciones de los ideólogos: destruir las sociedades occidentales. La Nueva Izquierda, por lo tanto, se caracteriza esencialmente por promover una etapa destructiva sin tener en cuenta un proyecto futuro concreto, sino para ir decidiendo “sobre la marcha”.
Recordemos que la lucha histórica entre el bien y el mal no es otra cosa que lucha del amor en contra del odio, por lo que no debería extrañarnos demasiado este comportamiento en evidente oposición al proceso de la evolución cultural. Thomas Merton escribió: “El infierno es un lugar donde nadie tiene nada en común con los demás, excepto el hecho de que se odian los unos a los otros, y no pueden huir de sí mismos ni de los demás. Todos están lanzados juntos en su fuego, y cada cual trata de arrojar a los otros lejos de sí, con un odio inmenso e impotente. Y la razón por la cual quieren verse libres los unos de los otros no es tanto el que odien lo que ven en otros cuanto el saber que otros odian lo que ven en ellos; y todos reconocen los unos en los otros lo que detestan en sí mismos: egoísmo e impotencia, agonía, terror y desesperación” (De “Nuevas semillas de contemplación”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1963).
Entre los precursores de la Nueva Izquierda se encuentra Herbert Marcuse, quien se caracterizaba por detestar y criticar todo lo vinculado a las sociedades occidentales, en especial la sociedad estadounidense. Eliseo Vivas escribió respecto del filósofo mencionado: “Lo han descrito como un hombre dulce, dotado del encanto de una cortesía del viejo mundo, que sin duda posee. Han suavizado su llamado a la destrucción de nuestra sociedad, a la acción directa, al fusilamiento, al asesinato y a la represión de todos aquellos que no ven el mundo con los ojos llenos de odio con que él los ve, sin revelarlo como lo que es, una crítica exorbitante de nuestros defectos”. “Si tuviera el poder por un momento sería más terrible que Robespierre o Saint-Just; sería una especie de Stalin y Hitler fusionados, porque ello es una parte explícita, meditada y fundamental de su ideología”.
“Marcuse es partidario de lo que él llama unas veces «pensamiento crítico» y en otras ocasiones «poder de pensamiento negativo». Usa este método para atacar lo que denomina «el infierno de nuestra sociedad opulenta». Su ataque es radicalmente parcial, completamente selectivo, absolutamente inhumano, cruel, sin caridad. Muy pocas veces –se las podría contar con los dedos de una mano- tiene palabras favorables para la sociedad occidental o los Estados Unidos. Pero, por lo general, su crítica radical de nuestro mundo tiene un apoyo sistemático y metódico, es un todo coherente” (De “Contra Marcuse”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1971).
Es oportuno decir que, quienes no comparten tales ideas destructivas, no necesariamente ven a las sociedades occidentales exentas de defectos, sino que, observando los mismos defectos, sugieren arreglarlos de alguna manera. Es el mismo caso del buen médico que trata de destruir la enfermedad sin hacerlo con el paciente, al revés del método izquierdista que propone liquidar lentamente al paciente incluso promoviendo discretamente la enfermedad. Eliseo Vivas agrega: “Sus objetivos son diametralmente opuestos a los ideales y valores de la mayoría. En los últimos años el sector universitario de esta minoría ha dado pruebas convincentes de que no respeta en absoluto el proceso democrático y que, en mayor o menor medida, comparte el odio de Marcuse a la nación. Al igual que éste, no tienen nada constructivo que ofrecer en lugar de lo que querrían destruir. Todo lo que hacen es roer los valores y las virtudes –tanto en el sentido clásico como en el moderno del término”.
“El desprecio demostrado hacia las personas y la idealización de la abstracción «hombre» no tienen límites. Marcuse no trata de ocultar al lector la profundidad de su intolerancia, el espíritu de autoestima de un hombre que, si pudiera usar la palabra «Dios», diría con Saint-Just: «Dios, protector de la inocencia y la virtud, ya que me has situado entre hombres malos, seguramente será para desenmascararlos». Cuando uno mira a sus violentos seguidores desde una perspectiva que no sea la que los revela como destructores, uno ve que son ovejas”.
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