Si describimos la historia de la humanidad en función de la conducta social del hombre, encontraremos etapas de salvajismo, barbarie y civilización, no advirtiéndose un progreso sostenido en ese sentido, ya que las guerras mantienen su vigencia. Si existe algún acontecimiento opuesto al proceso evolutivo, este ha de ser el conflicto armado, ya que una guerra se caracteriza por generar fenómenos antinaturales como que los hijos mueran antes que los padres, o que los aptos mueran con preferencia a los ineptos, o bien porque todos los hombres buscamos la felicidad y huimos del dolor, mientras que la guerra es la mayor causa de dolor. Charles Richet escribió: “Individuos y sociedades viven para ser felices. La cosa es tan evidente que parece una ingenuidad decirla. Si algún ilustre pensador predicase una doctrina que mostrara al hombre el dolor como fin de la existencia, tendríamos el derecho de considerar a ese gran filósofo como un bromista. La felicidad; este es el ideal de todos. Mas para que tal aspiración no esté manchada por un sombrío egoísmo, debemos generalizar la fórmula, y decir que no se trata de nuestra felicidad exclusiva, sino también de la felicidad de los demás”.
Lo irónico de todo esto es que las guerras se producen a pesar de sus resultados negativos y que la gente las apoya adhiriendo a ideas que las promueven. El citado autor agrega: “Estupidez no quiere decir que no se tenga comprensión, sino que se obra como si no se tuviese. Saber distinguir el bien y practicar el mal; infligirse dolor a sabiendas, conocer la causa de la desgracia y arrojarse a la misma: esto es ser estúpido”.
De la misma forma en que los jugadores de fútbol, que obtienen un campeonato mundial, resultan ser los héroes de un país, en otras épocas se consideraba como héroes a los que triunfaban en la mayor justa deportiva: la guerra, aunque esa “competencia” se cobrara miles de muertos de uno y otro bando. Para Napoleón, el número de victimas se podría compensar fácilmente con los nacimientos que vendrían. Charles Richet escribió: “El heroísmo desplegado por una tontería, es, en claro lenguaje, la apoteosis de la estupidez humana”.
“Admiro sin reservas al soldado noble y valiente que da su vida en aras de la patria escarnecida. En cambio, que millones de hombres se maten por conferir algún fragmento de gloria a un Napoleón, admiro su valor, pero no su inteligencia”.
Con cierta ironía agrega: “Nuestra magnífica guerra de 1914-1918 no ha conseguido matar más que a quince millones. Poca cosa: quince millones no representan más que una pequeña fracción de humanidad, una centésima, casi nada. Dos años de fecundidad aumentada compensarían la hecatombe. Y estaría muy cerca de hablar como Napoleón la tarde de la batalla de Eylan, contemplando los cadáveres que su orgullo había amontonado en el sangriento campo: «Una noche de París reparará todo eso»” (De “El hombre estúpido”-Editorial Araluce-Barcelona 1930).
En cuanto a las causas concretas que las provocan, Aldous Huxley escribió: “La guerra existe porque la gente quiere que exista. Quiere que exista por varias y diversas razones”. “A muchas personas les agrada la guerra, porque les parece que sus ocupaciones, en tiempos de paz, son humillantes, los frustran, o tienen simplemente un carácter negativo y aburridor. En sus estudios relativos al suicidio, Durkheim, y más recientemente Halbwachs, han demostrado que el índice de suicidios entre los no combatientes tiende a disminuir en los tiempos de guerra, hasta los dos tercios de su cifra normal. Esta declinación debe atribuirse a las causas siguientes: a la simplificación de la vida en los tiempos de guerra (el índice de los suicidios es más elevado en las sociedades complejas y en donde la civilización ha alcanzado mayor desarrollo)”.
“La vida, en tiempos de guerra es…sumamente atrayente, por lo menos durante los primeros años. Rumores, corridas, tumultos y los diarios atascados todas las mañanas con las noticias más emocionantes. Debe atribuirse a la influencia de la prensa el hecho de que, mientras durante la guerra francoprusiana el índice de suicidios declinase solamente en los países beligerantes, durante la Guerra Mundial [se refiere a la Primera] se registró, hasta en los países neutrales, una declinación considerable”.
En la actualidad observamos la sustitución del interés por la guerra por el interés por el fútbol, ya que produce similares efectos positivos relegando los negativos a una mínima escala. Recordemos que en épocas del Imperio Romano el pueblo se divertía en el Coliseo contemplando atroces escenas de muerte y violencia, que con el tiempo fue reemplazando el cine y la televisión, si bien queda un largo camino por recorrer y es el que nos falta para llegar a un nivel de civilización en que tales escenas resulten desagradables y pierdan el interés generalizado.
Otro de los causales de guerra es el nacionalismo: “Todo nacionalismo es una religión idólatra en que la divinidad del Estado personificado, representado, a su vez, en muchos casos, por un rey o un dictador más o menos endiosado. Participar en la nación divina ex-hipothesi es considerado como si confiriese cierta preeminencia mística”.
“Cualquier hombre que crea con bastante fuerza en la idolatría nacionalista local puede hallar en su fe un antídoto hasta contra el más agudo de los complejos de inferioridad. Los dictadores alimentan las llamas de la vanidad nacional, y siegan su recompensa en la gratitud de millones de personas, para quienes el convencimiento de que participan en la gloria de la nación divina los alivia de las sensaciones que los corroen y que nacen de su propia pobreza, su poca importancia social, o su insignificancia” (De “El fin y los medios”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).
Uno de los principales alegatos contra la guerra fue divulgado por Juan B. Alberdi, quien escribió: “El crimen de la guerra. Esta palabra nos sorprende, sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra”.
“Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización”.
“Esto se explica por la historia. El derecho de gentes que practicamos, es romano de origen como nuestra raza y nuestra civilización. El derecho de gentes romano, era el derecho del pueblo romano para con el extranjero. Y como el extranjero para el romano, era sinónimo del bárbaro y del enemigo, todo su derecho externo era equivalente al derecho de la guerra”.
“El acto que era un crimen de un romano para con otro, no lo era de un romano para con el extranjero. Era natural que para ellos hubiese dos derechos y dos justicias, porque todos los hombres no eran hermanos, ni todos iguales. Más tarde ha venido la moral cristiana, pero han quedado siempre las dos justicias del derecho romano, viviendo a su lado, como rutina más fuerte que la ley”.
“La moral cristiana es la moral de la civilización actual por excelencia; o al menos no hay moral civilizada que no coincida con ella en su incompatibilidad absoluta con la guerra. El cristianismo como ley fundamental de la sociedad moderna, es la abolición de la guerra, o mejor dicho, su condenación como un crimen”.
“Ante la ley distintiva de la cristiandad, la guerra es evidentemente un crimen. Negar la posibilidad de su abolición definitiva y absoluta, es poner en duda la practicabilidad de la ley cristiana. El evangelio es el derecho de gentes moderno, es la verdadera ley de las naciones civilizadas, como es la ley privada de los hombres civilizados”.
“Maquiavelo vino en pos del renacimiento de las letras romanas y griegas, y lo que se llama maquiavelismo no es más que el derecho público romano restaurado. No se dirá que Maquiavelo tuvo otra fuente de doctrina que la historia romana, en cuyo conocimiento era profundo. El fraude en la política, el dolo en el gobierno, el engaño en las relaciones de los Estados, no es invención del republicano de Florencia, que, al contrario, amaba la libertad y la sirvió bajo los Médicis en los tiempos floridos de la Italia moderna”.
“Todas las doctrinas malsanas que se atribuyen a la invención de Maquiavelo, las habían practicado los romanos. Montesquieu nos ha demostrado el secreto ominoso de su engrandecimiento. Una grandeza nacida del olvido del derecho debió necesariamente naufragar en el abismo de su cuna, y así aconteció para la educación política del género humano”.
“El olvido franco y candoroso del derecho, la conquista inconsciente, por decirlo así, el despojo y la anexión violenta, practicados como medios legales de engrandecimiento, la necesidad de ser grande y poderoso por vía del lujo, invocada como razón legítima para apoderarse del débil y comerlo, son simples máximas del derecho de gentes romano, que consideró la guerra como una industria tan legítima como lo es para nosotros el comercio, la agricultura, el trabajo industrial. No es más que un vestigio de esa política, la que la Europa sorprendida sin razón admira en el conde de Bismark” (De “El crimen de la guerra”-Editorial Molino-Buenos Aires 1943).
Alberdi distingue entre el causante de la guerra y el bando que debe defenderse. Al respecto escribió: “Conviene no olvidar que no siempre la guerra es crimen; también es la justicia cuando es el castigo del crimen de la guerra. En la criminalidad internacional sucede lo que en la civil o doméstica: el homicidio es crimen cuando lo comete el asesino, y es justicia cuando lo hace ejecutar el juez”.
“La guerra no puede tener más que un fundamento legítimo, y es el derecho de defender la propia existencia. En este sentido, el derecho de matar se funda en el derecho de vivir, y sólo en defensa de la vida se puede quitar la vida”.
“Basta eso solo para que todo el que hace la guerra pretenda que la hace en su defensa. Nadie se confiesa agresor, lo mismo en las querellas individuales que en las de pueblo a pueblo. A oír de los beligerantes se diría que todos se defienden y ninguno ataca, en cuyo caso los gobiernos vendrían a ser en blandura más semejantes al cordero que al tigre. Sin embargo, ninguno quiere ser simbolizado por un cordero o una paloma; y todos se hacen representar en sus escudos por el león, el águila, el gallo, el toro, animales bravos y agresores. Esos símbolos son en sí mismos una instrucción”.
De la misma forma en que la civilización avanza en cuanto se prohíbe la “justicia por mano propia” en los conflictos personales, será también un avance en ese sentido cuando se acepte la abolición de la guerra entre naciones, previo reconocimiento de una instancia superior, que no necesariamente ha de estar constituida por un organismo supranacional, sino tan sólo por la masiva conciencia de que existe un orden natural del cual debemos ser dignos y respetuosos adherentes.
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