Tanto en el ámbito de la política como en el de la religión, se corre el riesgo de que los adeptos pierdan de vista la realidad cuando sus razonamientos no la toman como referencia, por cuanto alguna ideología ha ocupado su lugar. Jean-Marie Domenach escribió: “La principal función de lo que se llama «ideología» es la de dar seguridad: se toman ideas como se toman calmantes, para soportar el mal del mundo, para digerir los acontecimientos y para hablar con los demás”.
No todas las ideologías tienen un poder enajenante por cuanto existen conjuntos de ideas compatibles con la realidad que tienen como principal atributo orientar a todo individuo para asimilarla mejor, en lugar de reemplazarla. Por el contrario, las ideologías que predican la violencia se encargan de tergiversar la realidad de tal manera que la violencia y el odio sean aceptados como algo normal. Arturo Uslar Pietri escribió: “Casi podría decirse que las ideologías, en su forma más simplificada, nos evitan el esfuerzo de pensar. Se sabe lo que hay que saber, se tiene una respuesta para cada caso y se adquiere una noción de seguridad y confianza en sí mismo”.
El caso más notable es el del adepto al marxismo-leninismo cuando afirma que el Muro de Berlín se construyó para “evitar el ingreso a Berlín”, desde Occidente, de gente burguesa, que habría de “contaminarla” moral e ideológicamente. En la actualidad, los seguidores de Nicolás Maduro afirman que los problemas de Venezuela no se deben a la ineficacia de su gobierno o del sistema socialista, sino al “imperialismo yanqui” que les ha declarado una “guerra económica”. Karl Popper escribió: “Juntamente con Hegel, Marx ha instaurado para los tiempos modernos el culto de las ideas abstractas: la religión del Estado, de la nación, del proletariado. El éxito de estas ideologías ha sido tanto más fulminante cuanto que evitan reflexionar. Hacen creer a los espíritus simples que abarcan el mundo repitiendo rituales de vaga apariencia científica”.
Víctor José Llaver, quien realizó un viaje a la Unión Soviética junto a varios marxistas-leninistas (sin adherir a esa ideología), escribió: “Por cierto que un hecho intrigante para mí resultó comprobar cómo algunos camaradas habían logrado una simplificación tal de la historia contemporánea que todos los sucesos lamentables habían sido provocados, indefectiblemente, por el capitalismo mediante su instrumento maligno por excelencia, la CIA, o por la Iglesia Católica, o por ambas: la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, las guerras de Corea y Vietnam, Afganistán, revoluciones como la chilena, etc. Resultaba un milagro que no culparan a alguna de ellas por el asesinato de Julio César…Y que estuvieran convencidos de lo que decían sería poco, pero lo malo es que intentaban, cuando podían, convencer a los demás, con datos que consideraban irrefutables y que a veces resultaban simplemente ridículos”. “Como ejemplo, la invasión soviética de Afganistán se debió a la necesidad de defender «la democracia afgana» de la CIA” (De “La URSS hoy”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1989).
En cuanto a la invasión soviética a Checoslovaquia (1967), un adepto explicaba que “los soviéticos habían salvado a Checoslovaquia de una infiltración masiva de 65.000 agentes de la CIA, armados de fusiles ametralladora, que estaban preparados en la frontera con Alemania, y destinados a desencadenar una revolución sangrienta como la de Hungría en 1956. Los tanques rusos habían impedido esa verdadera invasión y una masacre…”.
“Cuando el mismo camarada de la anécdota anterior, en el atrio de la Catedral de Esztergom…, disgustado por el nombre impreso en una placa del Cardenal Mindszenty, la quiso ilustrar haciéndole conocer [a una guía comunista que vivía en Budapest desde 1949] que la revolución húngara de 1956 se había debido a un complot tramado por la Iglesia Católica y la CIA, mediante la infiltración de agentes armados desde Austria, lo observó con expresión de incredulidad y no lo dejó terminar. -¡No! ¡No! ¡No es así…! Eso es una fábula, una versión falsa y anticuada. La revolución se desencadenó por los errores del gobierno, por el terror impuesto por la policía secreta, por el deterioro económico…La situación se hizo insostenible y una manifestación de los estudiantes, primero autorizada y después reprimida, fue seguida de una auténtica sublevación popular…”.
“Resultó inevitable preguntarme en algunas oportunidades, y tratar de comprender, cómo personas inteligentes, de elevado coeficiente intelectual, que han sido capaces de triunfar como profesionales, empresarios o comerciantes, que han alcanzado una importante posición en la sociedad, asumida una concepción ideológica se aferran a ella más allá de cualquier razonamiento, hasta poder llegar a simplificaciones maniqueístas a veces infantiles”.
“Nuestros compañeros de viaje comunistas no eran obreros surgidos de las fábricas ni del campo, formados en el fragor de luchas por las reivindicaciones sin otra cultura que la del combate permanente; eran en su mayoría intelectuales. ¿Por qué han quedado entonces atrapados en tamaña estrechez conceptual? ¿Qué les impide una observación más amplia de las cosas, un análisis más objetivo de los sucesos? ¿Será porque se llega a una etapa de la evolución ideológica en que cualquier modificación de una idea puede resultar demasiado traumática para ser aceptada por la conciencia y es menos doloroso seguir sumergido en los conceptos condicionados?”.
Mientras que el simple intercambio voluntario de bienes, entre dos personas, que beneficia a ambas partes, es un hecho aceptable en toda sociedad normal, es considerado un acto delictivo bajo el socialismo. De ahí que la ideología no sólo perturba el proceso cognitivo normal, sino que también tergiversa los aspectos morales del comportamiento. Tanto el bien como el mal son definidos, no por los efectos de las acciones, sino por lo que dice la ideología al respecto. Llaver agrega: “Se produjo tensión en el grupo cuando alguien informó que uno de sus miembros, a quien identificaba, había advertido que denunciaría a quien cambiara divisas en el mercado negro. No creímos que sería capaz de hacerlo, pero por las dudas se comentó el asunto a la acompañante coordinadora, cuya reflexión resultó interesante: «No sé si haría tal denuncia…Pero algunos son más papistas que el Papa»”.
“Cuando aún se mantenía la incertidumbre sobre la amenaza le pregunté a uno de los camaradas que se negaban a cambiar extraoficialmente qué diferencia había entre ese cambio clandestino y el que había efectuado en la Argentina para hacerse de los dólares que gastaba en el viaje, dado que allí seguramente tampoco los habría obtenido en el mercado oficial. Se quedó sorprendido, porque su mecanismo ideológico no le había permitido llegar a pensar en esa comparación, pero encontró pronto una respuesta: «Allá cambio porque vivimos en una jungla donde impera la especulación; en cambio acá la especulación no tiene por qué existir y el que cambia es un delincuente»”.
Incluso el trabajo productivo y el intercambio posterior en el mercado, que es la base del sistema capitalista, estaban prohibidos en la época comunista. La prohibición del comercio privado trajo como consecuencia una enorme pérdida de tiempo que se le quitaba a los rusos para trabajar o hacer otras actividades, ya que las largas colas socialistas debían hacerse para comprar lo elemental y lo cotidiano. A pesar de tales ineficiencias propias del sistema, sigue teniendo bastante adhesión en algunos países, si bien, cuando los resultados son desastrosos, se le echa la culpa al imperialismo capitalista. “En la URSS, hasta 1986, era ilegal ejercer oficios o actividades comerciales en forma privada, y aún está prohibida la compra y reventa de mercancías para obtener ganancias, todas las transacciones con extranjeros son ilegales, y la tenencia de moneda extranjera es delito penado severamente”.
“Como no se publican artículos publicitarios en los diarios (tampoco se ven en televisión ni se escuchan por radio), nadie sabe por anticipado qué podrá conseguir, de modo que las mujeres acuden diariamente a varias tiendas”.
“Una encuesta de Izvestia de 1984 registró que la población soviética dedicaba anualmente 65.000 millones en horas a hacer colas, un tiempo equivalente al trabajo anual de 36 millones de trabajadores”.
Algunos “sobrevivientes” de la enajenación mental que produjo el marxismo, relatan lo difícil que les resultó volver a la normalidad, tal el caso de Arthur Koestler, quien escribió: “Gradualmente aprendí a desconfiar de mi preocupación mecanicista por los hechos y a mirar el mundo que me rodeaba a la luz de la interpretación dialéctica. Era un estado satisfactorio y en realidad de bienaventuranza; cuando uno había asimilado esa técnica, ya no lo inquietaban los hechos; estos adoptaban mecánicamente el color adecuado y ocupaban el sitio que les correspondía. Desde el punto de vista moral y lógico, el partido era infalible: desde el moral, porque sus objetivos eran acertados, esto es, estaban de acuerdo con la dialéctica de la historia y justificaban todos los medios; desde el lógico, porque el partido [comunista] era la vanguardia del proletariado y el proletariado la encarnación del principio activo de la historia”.
“La fe es algo prodigioso: no sólo es capaz de mover montañas, sino también de hacernos creer que un arenque es un caballo de carrera”.
“Las reuniones empezaban con una, a veces dos, disertaciones sobre política que exponían la línea del partido. Luego, venía una discusión, pero una discusión de carácter especial. Una norma básica de la disciplina comunista es que, cuando el partido ha resuelto adoptar determinada línea respecto a un problema dado, toda crítica que se le hace a esa decisión se convierte en sabotaje desviacionista. En teoría, la discusión se permite antes de la decisión. Pero como todas las decisiones son impuestas desde arriba, desde no se sabe dónde, sin consultar a ningún cuerpo representativo de la tropa, a esta última se la despoja de toda influencia sobre la política y aun de la posibilidad de expresar una opinión al respecto…”.
“Ví los estragos de la hambruna de 1932-33 en Ucrania: hordas de familias harapientas que mendigaban en las estaciones ferroviarias, mujeres que levantaban hasta las ventanillas de los vagones a sus pequeñuelos…Me dijeron que estos eran «kulaks» que se habían resistido a la colectivización de la tierra y acepté la explicación: eran enemigos del pueblo que preferían mendigar a trabajar”.
La violencia revolucionaria alcanzaba incluso a los propios revolucionarios: “En ninguna época y en ningún país han matado y reducido a la esclavitud a más revolucionarios que en la Rusia de los Soviets. Para alguien que, durante siete años, encontró excusas para todas las estupideces y crímenes cometidos bajo el estandarte marxista, el espectáculo de esos números dialécticos representados en la cuerda tensa del autoengaño, ejecutados por hombres de buena voluntad e inteligencia, es más desalentador que las barbaridades cometidas por el simple espíritu. Después de haber experimentado las casi ilimitadas posibilidades de acrobacia mental en esa cuerda tensa tendida a través de nuestra conciencia, sé hasta qué punto hay que estirar esa elástica cuerda para que se rompa” (De “El Dios que fracasó”-Varios Autores-Plaza & Janés Editores SA-Buenos Aires 1964).
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