Es inherente al marxismo-leninismo, como a toda ideología totalitaria, que sus líderes sufran cierto complejo de persecución por el cual constantemente están en alerta ante las acciones del enemigo (los capitalistas o el imperialismo yanqui), o bien que esos líderes establezcan, a nivel masivo, un comportamiento similar al de quienes padecen ese complejo. Mediante este expediente “unen” al pueblo en el miedo y en el odio hacia el enemigo, a la vez que justifican su generosa protección.
Surge de esta actitud una consecuencia inmediata, y es que el pueblo se siente asediado y atacado por un enemigo real o imaginario, y de ahí que resulte lícita una defensa, y hasta una guerra, que ha de ser justa, ya que se considera que a nadie se le puede negar el derecho a la defensa cuando es atacado. De esa forma se justifica toda la violencia que han de desplegar previo convencimiento de que se trata de una acción defensiva. La victimización permanente de los adeptos es otra de las consecuencias.
El militante, una vez instruido y fanatizado, mantiene vigentes por mucho tiempo sus creencias. Prueba de ello la dan algunos intelectuales que necesitaron algunos años de intensos debates mentales y personales para advertir los errores de sus razonamientos. Max Eastman, quien viajó a la URSS en la década de los veinte, escribió: “Sólo una cosa me parecía calamitosamente mala. Esta era el fanatismo y escolasticismo bizantino que se había desarrollado alrededor de las sagradas escrituras del marxismo. Hegel, Marx, Engels, Plekhanov, Lenin –los libros de estos hombres contenían para los bolcheviques la última palabra de la sabiduría humana. No eran ciencia, eran revelación. A los pensadores vivos no les quedaba otra cosa por hacer que aplicarlos, glosarlos, discutir acerca de ellos, difundirlos, encontrar en ellos el germen de todo pensamiento o cosa nueva que llegara al mundo”.
“En lugar de liberar la mente del hombre, la Revolución Bolchevique la encerró en una prisión del Estado más hermética que cualquier otra anterior. Ninguna evasión del pensamiento era concebible, ni siquiera un paseo poético, ninguna salida o mirada a hurtadillas fuera de ese calabozo predarwiniano llamado Materialismo Dialéctico. Nadie en el mundo occidental tiene idea del grado en que las mentes soviéticas están cerradas y fuertemente selladas contra cualquier idea que no sean las premisas y conclusiones de este antiguo sistema de conformar los pensamientos a los deseos. En lo que concierne al avance del entendimiento humano la Unión Soviética es un gigantesco adoquín, armado, fortificado y defendido por autómatas adoctrinados hechos de carne, sangre y cerebros en las fábricas de robots que ellos llaman escuelas”.
“Yo percibí este hecho bárbaro más agudamente que cualquier otra desilusión en la tierra de mis sueños. Estaba seguro de que contenía las semillas del gobierno dejado en manos de los sacerdotes y policías. Cualquier religión del Estado, como han señalado todos los grandes liberales, es la muerte de la libertad humana. La separación entre la iglesia y el Estado es una de las principales medidas de protección contra la tiranía. Pero la religión marxista hace esta separación imposible, porque su credo es la política; su iglesia es el Estado. No hay, dentro de sus dogmas, ninguna esperanza de una evolución hacia la sociedad libre que promete” (De “Reflexiones sobre el fracaso del socialismo”-Ediciones La Reja-Buenos Aires 1957).
Como el marxista adhiere al relativismo moral, en cuanto se le critica alguna acción negativa, como los asesinatos masivos de Stalin, supone que basta con “demostrar” que el bando enemigo también los comete para justificar tal catástrofe social. Y si el bando enemigo no los ha cometido, fácilmente se miente al respecto para buscar el equilibro. Frederic Joliot-Curie expresó en el Congreso del Partido Comunista Francés de 1956: “Los hombres no son perfectos, ciertamente. Se han cometido errores y algunos muy graves. Todo hombre debe reprobarlos. Y todos pueden ver cómo los juzgamos cuando corresponden a un hombre tan importante como el camarada Stalin. Pero éstas son cosas que no conciernen ni a la doctrina marxista-leninista ni al sistema socialista”.
“Esto no es una excusa ni mucho menos; pero quiero preguntar: ¿Cuántos crímenes son cometidos todos los días en los países que dicen hablar en nombre de la libertad y que, por ejemplo, so pretexto de pacificación hacen matar a millares de seres humanos?” (De “Trabajos fundamentales”-Editorial Platina-Buenos Aires 1960).
El científico mencionado, casado con Irene (hija de los Curie), ganador con su esposa del Premio Nobel de Química, aun con una mente apta para la creatividad científica, no pudo liberarse del adoctrinamiento totalitario, como también les sucedió a algunos científicos nazis. Intenta desligar al sistema de terror impuesto por Lenin de sus consecuencias previsibles, mientras que toda persona razonable abandona sus simpatías y su apoyo a los regímenes que cometieron millones de asesinatos.
No sólo se justifica la violencia en base a la hipótesis de una legítima defensa, sino también se justifica el robo partidario considerando que todo propietario, en un régimen no socialista, adquirió lo que tiene mediante alguna forma de explotación laboral. Mientras que el socialismo teórico considera la “propiedad colectiva de los medios de producción”, en Cuba se procedió a la expropiación de la mayor parte de la propiedad privada. Hilda Molina escribió: “Desde el comienzo, los líderes de la revolución se distinguieron por su permanente irrespeto a las propiedades privadas excepto, obviamente, a las muchas que ya iban engrosando sus patrimonios personales y familiares. Primero se produjeron los saqueos y otros actos vandálicos. Después se sucedieron las expropiaciones o «nacionalizaciones», como eufemísticamente las llamaban. Y no me refiero a las confiscaciones de monopolios extranjeros, transnacionales y otros intereses foráneos; ni a la estatización de los grandes latifundios y de poderosas empresas nacionales, sino a la incautación de miles y miles de pequeños negocios en todo el país”.
“Nuestra familiar casa de modas no se libró de ese proceso, a pesar de que en la misma no había asalariados ni explotación del hombre por el hombre ni plusvalía ni ninguno de esos nuevos y extraños conceptos que nos repetían hasta el cansancio. El robo institucionalizado, absurdo e inútil del taller donde desarrollaba sus obras de arte resultó demoledor para mi madre” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).
Para mantener a los cubanos bajo una constante presión psicológica, el gobierno utilizaba el complejo de persecución inducido a gran escala. La citada autora escribió: “Las calles de mi ciudad y las de Cuba entera, no obstante los años transcurridos, seguramente conservan aún sus huellas y los recuerdos de las constantes, intensas e interminables sesiones de marcha a las que estuvimos sometidos los milicianos en los primeros años de la revolución. Imposible calcular el número de horas que yo desperdicié marchando. Noche tras noche, semana tras semana. Fue una época de verdadera locura. Muchos cubanos gastaron sus pobres y escasos zapatos en aquellas marchas inútiles. Después llegaron las terribles botas soviéticas que nos llenaban los pies de llagas y que en algunos casos provocaron lesiones irreversibles. Pueden escribirse cientos de miles de cuartillas sólo dedicadas a relatar las dolorosas y al tiempo risibles historias vividas por los milicianos cubanos en los tristemente célebres ejercicios de marcha”.
Como el creyente socialista acepta sin discusión las promesas de Marx consistentes esencialmente en que, con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, se llega fácilmente a una sociedad ideal, en la cual reina la dicha y la felicidad, opone esta sociedad ideal a toda sociedad real, por lo cual afirma la superioridad del socialismo. Y si se entera que el socialismo real presenta serios defectos, dirá que con el tiempo tales defectos serán solucionados.
En quienes ejercen el derecho penal argentino predomina el abolicionismo, el cual propone la aplicación de penas leves, o nulas, incluso para peligrosos delincuentes. Ello se debe a que se supone que tal infractor de la ley fue “marginado previamente por la sociedad” debido al “sistema económico injusto” que está vigente, por lo que, al delinquir, está cometiendo una “justa venganza”, lo que coincide con la “guerra justa” antes considerada. Luego, cuando ocurre algún linchamiento como consecuencia de la “justicia por mano propia”, surgen acaloradas voces socialistas criticando tal incivilizada práctica, mientras que callan totalmente ante las decenas de asesinatos diarios que ocurren a lo largo y a lo ancho del país.
El símbolo más representativo del socialismo fue el Muro de Berlín, construido para evitar el éxodo diario y permanente del sector socialista al occidental, o capitalista. Ello mostraba que un socialismo sin controles y con libertad para elegir el lugar de residencia y de trabajo resultaba insostenible. Aunque ello no resulta convincente para quienes todavía creen que hay que seguir intentado lo que Marx prometió en su momento. Alain Decaux escribió: “Recorrí muchas veces el Muro de Berlín. Deteniéndome ante las cruces, siempre con flores, que recuerdan los puntos donde tantos hombres y mujeres cayeron por el solo crimen de haber osado ejercer ese derecho fundamental que los constituyentes franceses de 1789 quisieron erigir en ley imprescriptible: el derecho de todos y cada uno a vivir libremente donde lo desee” (De “La historia secreta de la historia”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1987).
Cuando alguien recomienda el diálogo, para superar las distancias ideológicas, no tiene en cuenta que es imposible llegar a un acuerdo con quienes tergiversan lo evidente y niegan la verdad elemental. Además, porque razonan en base a la dialéctica mientras que la mayoría de los mortales utilizamos la lógica natural. Víctor José Llaver menciona la siguiente cita de “La Nación” (13/Ago/86): “Por supuesto, cuando quienes se refieren a la muralla son funcionarios comunistas, los adjetivos difieren. El premier de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, fue, además, quien supervisó en 1961 la construcción del muro, por lo que su opinión debe parecer muy clara a quienes comparten su ideología: «Se trata de un muro protector antifascista y antiimperialista. Un escudo contra las actividades hostiles del revanchismo y las fuerzas militares occidentales»” (De “La URSS hoy”-Editorial Plus Ultra-Buenos Aires 1989).
En cuanto a la ceguera ideológica de una guía de la Alemania Oriental, Llaver comenta: “Entre sus exageraciones nos llamó la atención, desde el principio, la forma en que denostaba a Alemania Federal, donde, entre otras cosas, «la vida resultaba muy difícil, no existía moral ni patriotismo, el flagelo de la droga destrozaba la juventud y la desocupación alcanzaba ya a más de 2 millones de habitantes». Al mismo tiempo, comparaba, en la República Democrática Alemana no sólo «no existía desocupación, sino que tenían necesidad de cubrir 400.000 puestos de trabajo, el dinero no interesaba sino los valores espirituales, la moral era ideal y el pueblo vivía feliz»”.
Sin embargo, la gente siempre prefirió huir del “paraíso socialista” para refugiarse en el “infierno capitalista”.
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