El ciudadano desprevenido seguramente habrá escuchado miles de veces, durante su vida, que el sistema capitalista requiere de la explotación laboral del empleado para su efectivo funcionamiento, y que el socialismo, por el contrario, anula tal tipo de injusticia social. Sin embargo, cuando se llega a establecer un mercado competitivo, con una adecuada concurrencia de empresarios, desaparece la supuesta explotación laboral mientras que en los sistemas socialistas tal tipo de injusticia resulta algo inevitable.
A las mentiras y tergiversaciones propias de los ideólogos totalitarios y populistas, se le suma la actitud pasiva de quienes conocen la realidad, si bien adoptan la postura de decir para sí mismos: “yo sé cuál es la verdad; a mí no me engañan”, con lo cual no advierten que no por ello la gran mayoría de la sociedad dejará de aceptar como verdad indiscutible lo que escucha por todas partes.
En un mercado competitivo, el capital humano es de la mayor importancia, de ahí que ninguna empresa permitirá que su mayor capital se pierda al intentar explotar a sus empleados pagándoles sueldos reducidos con el agravante de que irán luego a formar parte del capital humano de alguna empresa competidora. John M. Letiche escribió: “El profesor Schultz demuestra que la inversión en la gente y en el conocimiento constituye un factor decisivo cuando se trata de asegurar el bienestar humano. Rechaza la opinión, difundida por errónea, para la cual las limitaciones de espacio, energía, tierra cultivable y otras propiedades físicas de la tierra son restricciones decisivas impuestas al mejoramiento humano, y demuestra que las capacidades adquiridas de las personas –su educación, experiencia, habilidades y salud- son básicas en cuanto a la concreción del progreso económico”.
“Con esclarecedora brevedad, explica por qué ni siquiera los primeros gigantes de la economía política, como Adam Smith, David Ricardo y Thomas Malthus, podían haber previsto que el desarrollo económico de las naciones industriales de Occidente dependería principalmente de la calidad de la población. En la actualidad, una parte predominante de la renta nacional (cuatro quintos en los EEUU) se deriva de los rendimientos del trabajo, y sólo una pequeña parte de la propiedad. Su argumentación, lo mismo que las pruebas que lo fundamentan, se presenta en función del aumento constante del valor del tiempo humano” (Del Prólogo de “Invirtiendo en la gente” de Theodore W. Schultz-Editorial Ariel SA-Barcelona 1985).
En las economías subdesarrolladas, con mercados casi inexistentes, predominan los monopolios, por lo cual no existe la saludable competencia entre las empresas. Al no existir competencia ni posibilidades de que los empleados puedan ir a trabajar a otras empresas, se crean las condiciones favorables para la explotación laboral. También en las economías socialistas, al no existir competencia, aparece esa posibilidad, actuando la clase dirigente como dueña del Estado quedando el resto de los habitantes como súbditos de esa clase privilegiada. Michael Voslensky escribió: “El derecho de propiedad es el derecho ilimitado del propietario a disponer a su voluntad del objeto que posee, comprendido el de transferirlo a otro propietario o de suprimirlo. Desde el punto de vista del marxismo, una clase dominante es la que posee los medios de producción”.
“Es precisamente el hecho de que los propietarios anónimos de la URSS administren su empresa por intermedio del Estado –el aparato de la clase dominante- lo que permite identificar sin error a los felices propietarios. En la Unión Soviética, las empresas pertenecen al Estado: se puede, por lo tanto, reconocer al propietario real desde el punto de vista del marxismo. El propietario no es el conjunto del pueblo, sino la clase dominante; no el «proletariado organizado como clase dominante», sino la Nomenklatura” (De “La Nomenklatura”-Editorial Crea SA-Buenos Aires 1981).
Es importante señalar que la concentración de poder político, económico y militar, en la clase dirigente de los países socialistas, es la que crea las condiciones ideales para la explotación laboral, no siendo un defecto atribuible sólo a la administración soviética, sino que es inherente a todo sistema socialista. Y ello se debe a dos factores principales: la necesidad de planificación económica y la ausencia de estímulos económicos para el trabajador.
La necesidad de planificar la producción se debe al previo rechazo del mercado, que es un sistema autoorganizado que responde a las señales que entre productores y consumidores se establecen a través de los precios, la oferta y la demanda. Una economía planificada requiere de una burocracia que establezca las decisiones productivas y los controles respectivos, por lo cual se va formando una clase dirigente que se identifica con el único partido gobernante; el poder económico se identifica con el poder político. Hedrick Smith escribió: “El Plan es exaltado por los marxistas soviéticos como la llave para la administración científica del potencial humano y de los recursos; la palanca infalible para la consecución de la máxima riqueza y de la productividad creciente”. “El Plan es casi la ley fundamental de la Tierra. «Seguir el Plan» es uno de los encantamientos más incesantes de la vida soviética. En público, el Plan es tratado con veneración casi mística, como si dotara de alguna facultad sobrehumana para elevar el esfuerzo mortal a un plano más alto, libre de las flaquezas humanas” (De “Los rusos”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).
Si en el socialismo teórico todos han de ganar sueldos similares, independientes de sus aptitudes y eficacias (De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad), pronto se advierte que no existen estímulos materiales para trabajar con entusiasmo (y tampoco espirituales al sospechar la existencia de explotación laboral), por lo cual surge la necesidad de incorporar controles y militarizar la economía “hasta niveles inverosímiles en épocas de paz” (según la expresión de Andrei Sajarov). Como resultado, el poder económico y político se identifica con el poder militar. Las condiciones para la explotación laboral son óptimas.
Supongamos que existe una población socialista con 1.000.000 de trabajadores, que han de ganar un mismo sueldo. Si a uno de ellos se le ocurre duplicar su producción, mediante un trabajo intensivo, recibirá como recompensa la millonésima parte de ese esfuerzo adicional. Si, por el contrario, dejara de producir lo que habitualmente produce, su sueldo debería disminuir en una millonésima parte. De ahí que para el trabajador sea totalmente indiferente trabajar o no hacerlo, de donde surge la mencionada necesidad de militarizar la economía.
En las sociedades capitalistas desarrolladas, se trata de evitar la explotación laboral, no sólo para evitar la pérdida de capital humano, sino por la simple razón de que el trabajo esclavo, o el mal remunerado, resulta ineficaz. Existe un dicho obrero soviético de los años 70: “Mientras los jefes simulen pagarnos un salario decente, nosotros simularemos que estamos trabajando”.
La clase dirigente socialista no sólo es dueña de los medios de producción sino también de las decisiones laborales que afectan a los distintos individuos. Tal el caso cubano, donde se “alquila” a los médicos que van a trabajar al exterior mientras que las “plusvalía” queda en manos de los dirigentes comunistas. La médica cubana Hilda Molina escribió: “Mi primera jornada en el hospital de Mostaganem resultó esclarecedora. Al firmar mi contrato comprobé que el gobierno cubano cobraba muchas divisas por mi trabajo, tantas que la cifra final ascendió a más de un cuarto de millón de dólares. Yo, al igual que el resto de mis compatriotas, recibía sólo un pequeño estipendio en dinares argelinos que apenas garantizaba la supervivencia, al tiempo que en Cuba entregaban a mi madre mi modesto salario en pesos cubanos”.
“Supe también que mi presencia en Argelia no obedecía a una situación de catástrofe. El verdadero motivo era que los neurocirujanos de ese país se negaban a trabajar en Mostaganem y preferían hacerlo en ciudades más importantes con vistas a satisfacer sus intereses lucrativos. Conocí además que a los galenos cubanos nos obligaban a residir cual becarios adolescentes, varios en un mismo apartamento. Y confirmé que, tanto para las autoridades de la isla como para sus representantes en Argelia, los especialistas de la salud no éramos más que una dotación de esclavos ingenuos, obedientes, abnegados y excelentes productores de dólares”.
“….Y yo, una indefensa mujer, viajaba sola junta al chofer hasta el hospital donde en horario nocturno únicamente trabajaban hombres argelinos. El peligro que esto implicaba para mi seguridad y para mi salud no importaba ni a los diplomáticos ni a los funcionarios cubanos. A ellos solamente les interesaban las divisas que el régimen recaudaba por cada una de mis guardias, los dólares que fluían a partir de mi riesgoso trabajo y de mis inolvidables dolorosos sacrificios” (De “Mi verdad”–Grupo Editorial Planeta SAIC–Buenos Aires 2010).
Para Marx, el trabajo es el principal y casi exclusivo factor de la producción, por lo que el precio de una mercancía dependería del trabajo que demandó su realización, algo que poco tiene que ver con la realidad. Denomina plusvalía al trabajo del obrero, que no ha sido remunerado, y que el empresario se apropia en forma injusta. Como se mencionó antes, esto puede ocurrir en economías no desarrolladas y en el socialismo, en cuyo caso es el Estado (la clase dirigente) que se queda con gran parte de lo que debiera corresponder a los trabajadores.
El socialismo solo se justifica como un corrector del capitalismo. Sin embargo, trata de corregir un error que no es tal e incluso enfatiza el supuesto error que quiso corregir. Voslensky agrega: “Engels elogiaba la concepción materialista de la historia y la noción teórica de plusvalía como los más grandes descubrimientos de Marx. Es decir, otorgaba a la plusvalía la misma importancia que al materialismo histórico. Lenin designaba a esta doctrina como «la piedra angular de la teoría económica de Marx»”.
“Como la plusvalía pasa, en primer término, por el pozo común del Estado de la Nomenklatura, es imposible establecer qué miembro de la Nomenklatura explota a qué trabajador. Pero la imposibilidad de nombrar a tal o cual no cambia en nada el hecho de que, como miembro de la Nomenklatura, explota a personas físicas apropiándose de la plusvalía que éstas producen”. “El nomenklaturista las explota tal como los esclavistas explotaban a los esclavos, como el señor feudal explotaba a sus siervos. La diferencia no reside más que en la forma de la explotación. En la URSS existe explotación del hombre por el hombre. Y éste es un hecho que los ciudadanos de los países del «socialismo real» comienzan a comprender”.
“Al final de su vida, en 1891, Engels reconocía: «Éste es, sin duda, el punto sensible. Mientras las clases poseedoras tengan las riendas en sus manos, toda estatización no constituirá la abolición de la explotación, sino un cambio en sus formas»”.
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1 comentario:
Excelente lectura.
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