Así como los gobiernos de las naciones evolucionan desde formas autoritarias, en las cuales un poder central y unipersonal dirige al resto, hasta conformar un gobierno despersonalizado (el de las leyes), en la religión monoteísta la evolución se establece a partir de la creencia en un Dios que inspira temor, hasta la existencia de un orden natural regido por leyes naturales invariantes a las cuales nos debemos adaptar. Quienes no aceptan la posible existencia de un orden autoorganizado y suponen que es imprescindible la existencia de un Dios que dirija al universo, hacen recordar a los socialistas, quienes no aceptan la existencia del proceso autoorganizado del mercado y suponen que es imprescindible la existencia de un Estado que dirija la economía.
Mientras que el temor, tanto individual como colectivo, es un instinto y una actitud necesaria para nuestra supervivencia, siempre que sea moderado, tiende a perder su eficacia tanto cuando es excesivo como cuando es exiguo. En este caso favorece los excesos que se cometen por cuanto no existe ningún freno moral para el infractor, por cuanto no cree en el Dios personal que interviene en los acontecimientos cotidianos ni tampoco en un orden natural provisto de cierta justicia implícita. Si los hombres creyeran en un castigo divino, como respuesta a sus crímenes y perversidades, posiblemente éstos disminuirían. Miguel de Cervantes Saavedra escribió, poniendo en boca de Don Quijote: “Primeramente ¡oh hijo! has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que pueda imaginarse. De conocerte, saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey…” (Citado en “Crisol” de Irma Verissimo-Editorial Codex SA-Buenos Aires 1968).
El vínculo existente entre los principales actores de la vida, Dios y el hombre, ha ido evolucionando lentamente con el tiempo, aunque también ha habido retrocesos. Se advierte, sin embargo, una tendencia que va desde el Dios personal al Dios naturaleza, o del Dios trascendente al Dios inmanente; evolución que puede establecerse también en el cristianismo, si bien por el momento no parece factible.
El punto de partida, para la inserción del cristianismo en Occidente, es el reemplazo paulatino de las religiones paganas que predominaban en el Imperio Romano. De ahí que la religión moral poco se diferenciaba de aquellas, incluso haciendo suponer a muchos que la nueva religión exigía que los rituales y plegarias fueran dirigidas al Dios verdadero en lugar de tener como destino a los dioses paganos, adoptando el creyente una actitud individual esencialmente similar. La sombra del paganismo se fue proyectando en el tiempo sobre la religión moral. Luis Maldonado escribió: “El fragmento histórico que estudiamos es limitado. Empieza y acaba con la Edad Media, ¿Por qué? Primero, porque creo que es el tiempo en que se gesta y forja el núcleo casi intemporal de eso que llamamos catolicismo popular. Segundo, porque parece que al concluir la Edad Media el catolicismo popular queda prácticamente congelado. Todo lo que experimenta después serán fenómenos de reacción, de abultamiento o de contracción”.
“Tal congelación es un fenómeno apasionante…Según diversos autores…la causa es la consumación de un divorcio entre lo popular y lo oficial en la Iglesia. Durante el Medioevo ambos elementos se armonizan y fecundan. La jerarquía garantiza y respeta la libertad del pueblo en la expresión de sus sentimientos y vivencias religiosas. De ahí la vitalidad de unos y de otros. Pero a partir del siglo XIV se inicia un proceso de desconfianza y de reyertas mutuas” (De “Génesis del catolicismo popular”-Ediciones Cristiandad SL-Madrid 1979).
En cierta forma, la Iglesia medieval compite con las religiones paganas de los bárbaros, adoptando alguna de sus formas, hasta llegar a competir también con los poderes feudales de la época. El citado autor agrega: “Las iglesias monásticas del siglo XI son cubiertas de oro y piedras preciosas. Los monjes convencen a los grandes señores para que consagren a Dios parte de sus tesoros (sus joyas, alhajas, su oro). La casa de Dios refulge rutilante más que el trono de los reyes. Los altares, los relicarios, las cruces….aparecen llenos de vistosidad, como una ornamentación que deslumbra a los fieles”.
“En medio de gentes muy pobres y frecuentemente sumidas en la miseria, la Iglesia acopia estos tesoros, que emplea para darle realce a sus ritos; ritos que va convirtiendo en ceremonias cada vez más fastuosas, hasta superar las de las cortes feudales”.
Las reacciones no tardan en surgir y aparecen los grupos mendicantes que proponen una vida sencilla y opuesta a la riqueza y la ostentación. Sin embargo, ello no constituye la solución definitiva. San Francisco de Asís observa en su propio padre una desmedida ambición material y reacciona optando por renunciar a toda riqueza. Pero la pobreza extrema no es lo opuesto al egoísmo ni tampoco resulta ser una virtud. No existe una relación de causa y efecto entre virtud y pobreza ni tampoco entre pecado y riqueza, por cuanto existen ricos que lo son como consecuencia de generar muchas riquezas, mientras otros lo son por robar al Estado y a la sociedad. También existen pobres virtuosos que no tuvieron habilidad o suerte para salir de su situación, mientras que hay pobres que simplemente son vagos e irresponsables.
Otro de los errores que se observan en la Iglesia medieval es la prioridad de las directivas de los predicadores sobre los mandamientos bíblicos. “Desde el «compelle intrare», que obliga a bautizarse, hasta la gravedad que revisten los mandatos del clero ante el pueblo, tenemos toda una línea involutiva sumamente grave”. “Parece que el primer «deber» del cristiano no es la fe, sino la obediencia a los obispos. Los mandamientos de la Iglesia parecen primar sobre los de Dios”.
La religión moral sufre cierta paganización, entendiendo tal proceso como la creencia en un Dios que actúa, piensa y siente como un líder totalitario que favorece sólo a quien lo adula. Luis Maldonado escribe al respecto: “Magia, en su sentido habitual, es la religión que degenera en una relación contractual con Dios, basada en el «do ut des», es decir, en un intento de domesticación de la Divinidad. Toda religión tiende a convertirse en una religión ritualista, con vistas a asediar la Trascendencia, hacerla a nuestra medida y ponerla a nuestra disposición (transmutarla en «disponible»)”.
“Toda esta línea llega al cristianismo medieval popular a través de lo germánico…Efectivamente, la concepción germánica y celta, como por lo demás la de otras muchas religiones paganas, transmite la imagen de un Dios todopoderoso, sujeto de acciones «mágicas» sobre la realidad natural. Dios lo puede «todo». Es el señor de las leyes del universo y puede cambiarlas si se le pide insistentemente, si se le ruega en forma adecuada”.
“Es significativa la carta de Gregorio VII a los daneses, que golpeaban a los sacerdotes católicos por su impotencia en evitar la tempestad. El papa escribe, siguiendo también la misma corriente: «Si Dios no escucha la petición es que no se le pide de modo adecuado»”.
Cristo, previendo la desvirtuación de su religión, expresó: “Porque Dios sabe que os hace falta antes de que se lo pidáis”. En la actualidad, con tal de no tomarse la molestia de cumplir con los mandamientos bíblicos, el creyente supone que Dios, mediante telepatía, advierte quienes tienen fe en él y quienes no, y de ahí que no hagan falta los rituales. El poder de la oración, por otra parte, se puede describir considerando que se trata de un proceso mental originado en los diversos individuos, sin suponer que es Dios el que concede los beneficios pedidos. “No se olvide que un término y un concepto que llena toda la Edad Media, lo feudal, proviene de la raíz «fides», fe. El sistema feudal, cristalización típica del espíritu germánico, es un sistema basado en la fe que se otorgan mutuamente el señor y el vasallo. Pues bien, esa relación de fe, mejor, de fidelidad, se proyecta en la Edad Media sobre la que une a Dios y al creyente”.
Cuando el Dios que imaginan los hombres, no escucha, o no atiende los pedidos efectuados, o no advierte nuestros pensamientos favorables, se lo “disculpa” por cuanto se supone que ha de recibir muchos pedidos simultáneamente y es por ello que no puede atenderlos a todos. De ahí que la atención recae en los santos, que no son seguidos por sus virtudes y sus ejemplos, sino que son considerados intermediarios más accesibles. “En cada «vida» se reconoce el poder particular de un determinado santo y la fuerza que deriva de su santidad también específica. Pero a la vez se subraya siempre que el poder divino es el que realmente opera. El santo es presentado como un intermediario de doble dirección. Es manifestación, oráculo de la voluntad de Dios respecto del fiel y, portavoz a la vez, del fiel que se dirige a Dios. Los «poderes» del santo no emanan nunca directamente de él. No es él quien gobierna los acontecimientos ni interviene directamente en ellos. A diferencia, por ejemplo, del mago”.
Una corrección que apunta hacia el cristianismo original se produce con los franciscanos, aunque, en la actualidad, la Iglesia sigue considerando, previamente a la canonización, que el candidato ha favorecido la intervención divina a través de un milagro comprobable. “San Francisco de Asís, en el siglo XIII, tendrá que introducir su correctivo crítico. Por eso, al menos en vida, no se presentará como taumaturgo. Su canonización fue provocada por su modo de comportarse, no por sus prodigios. Francisco será un intento poderoso, dentro del medio popular, de superar lo mágico y afirmar lo cristiano”.
El primer paso importante que se da hacia la religión natural, o deísmo, es el establecido por Pierre Teilhard de Chardin, que busca un acercamiento entre religión y ciencia, adoptando en cierta forma el inmanentismo (Universo = Dios = Naturaleza) aunque en una forma poco explícita. Es separado de la Iglesia, como sacerdote, por cuanto la Iglesia mantiene su adhesión al trascendentalismo (Universo = Dios + Naturaleza). Lo de Teilhard es considerado una herejía.
En realidad, el error que comete Teilhard, no es el intento de compatibilizar ciencia y religión, sino de considerar al marxismo como “la ciencia” que debe compatibilizarse con el cristianismo. Este gran error abrió las puertas de la Iglesia al marxismo-leninismo; una ideología perversa que es profesada, entre otros, por los dos mayores asesinos de toda la historia: Mao-Tse-Tung y Stalin, que incluso superan a Hitler en la cantidad de asesinatos masivos ajenos a los derivados de una contienda bélica. Tal ideología promueve la unificación del poder económico, político, militar, social, cultural, etc., en una sola persona, produciendo resultados catastróficos en cuanto esa persona se aparta de la normalidad psicológica.
Es por ello que a la deformación del cristianismo original, que la Iglesia mantiene desde la época medieval, como una forma cercana al paganismo, se le suma ahora una deformación mayor, que es la satanización asociada al marxismo-leninismo en su versión denominada “teología de la liberación”.
La debilidad de la Iglesia se advierte en aquellas sociedades en las que sus integrantes se identifican como creyentes y católicos, mientras que dichas sociedades alcanzan simultáneamente altos índices de corrupción. Ello se debe simplemente a que se ha rechazado la prioridad establecida por el propio Cristo, que implica el cumplimento de los mandamientos bíblicos antes que la adhesión a una postura filosófica respecto a cómo funciona nuestro universo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario