Puede decirse que el mercantilismo es el resultado de la ingerencia del Estado en la economía, no cuando favorece el mercado y la producción realizando una infraestructura adecuada, por ejemplo, sino cuando distorsiona el proceso de la oferta y la demanda. Mientras que en una economía de mercado hay ganadores y perdedores, pero no como en una guerra, ya que los perdedores deben conformarse con porcentajes pequeños del mercado, en los procesos mercantilistas es el Estado quien determina previamente quienes serán ganadores y quienes perdedores. Sin embargo, se culpa siempre al “neoliberalismo” por todos los problemas económicos y sociales generados por el mercantilismo; que es en realidad “un capitalismo de amigos”, y no de competencia. Álvaro Vargas Llosa escribió al respecto: “Nos acusan por todas partes de haber creado una «Economía del Casino»”.
“Lamentablemente, hay pocas economías más liberales que la Economía del Casino. El propietario o dueño de un casino realmente tiene más posibilidades, una vez hechas las sumas y las restas, de ganar que de perder, y realmente a veces hace trampa. Pero finalmente el elemento determinante de un casino es el azar y no hay nada más hayekiano que la norma general, abstracta y simple, y el azar es una norma general, abstracta y simple, y todos, de la manera más democrática del mundo, estamos sujetos a esa norma del Casino donde algunos ganan y algunos pierden”.
“En la economía latinoamericana hay alguien muy específico que decide quiénes ganan y quiénes pierden y ese alguien muy específico es el gobierno, el poder político que por todas partes, en todas las zonas de la vida nacional, no solamente en la económica, va estableciendo una lista de ganadores y perdedores, unas jerarquías, una relación, que no tienen nada que ver con la voluntad de los ciudadanos, es decir, de los consumidores, que son potencialmente todos los miembros de una sociedad, sino exclusivamente con el capricho del propio gobernante. Una economía donde el privilegio es quien determina, con su contrapartida que es la discriminación, porque siempre que alguien gana, alguien pierde; el privilegio es el que decide esas jerarquías”.
“Para este sistema los liberales usamos una palabra que tiene otras acepciones. Usamos mercantilismo y yo creo que el problema esencial…en América Latina es el problema del mercantilismo” (De “Los desafíos a la sociedad abierta”-Varios Autores-Fundación Libertad-Ameghino Editora SA-Rosario 1999).
Algunos autores comparan las economías latinoamericanas actuales con las economías europeas de hace algunos siglos atrás, lo que explica el retraso alarmante respecto de otras zonas del mundo. El citado autor agrega: “En la alta Edad Media, en lugares como Inglaterra, Flandes, el norte de Italia, había una serie de individuos, mercaderes y banqueros, que querían ganar espacios, obtener ciertos privilegios, poder ejercer cierta actividad, y para ello tenían que convencer a los príncipes que detentaban el poder político, obtener cierto permiso o autorización, que les cedieran unos espacios, que les concedieran unos privilegios. Esa negociación, esa transacción que fue creando a los vulgos unos espacios para ellos, luego derivó en unos parlamentos de los mercaderes que eran los que tenían realmente la soberanía sobre el tema de la propiedad y se la habían arrebatado a los príncipes; de modo que nacieron de un acto de negociación, de transacción, que realmente daba privilegios a ciertas personas que evidentemente discriminaban a otras. Pero gracias a ello, que evolucionó de una manera muy notable, surgió la libertad política, la libertad económica ya protegida desde un punto de vista institucional. Así que hablar del mercantilismo en cualquier parte es enormemente complejo”.
“No debemos perder de vista que el ideal de la ausencia total de privilegios, de zonas de discriminación, es bastante utópico pero en todo caso hay economías en que hay un grado menor de mercantilismo y, esas son las sociedades más libres, y hay sociedades como las nuestras, donde hay un mayor grado de mercantilismo”.
La corrupción mercantilista es la que necesariamente surge de un gobierno que interviene en la economía “eligiendo ganadores y perdedores”, ya que todo “ganador” debe hacerle ganar dinero extra a los gobernantes de turno. Otro aspecto a tener en cuenta es la exagerada complejidad de las leyes establecidas, teóricamente para todos (pero prácticamente, pareciera, para extraviar a los futuros perdedores), mientras se exceptúa de su cumplimiento a los amigos de los gobernantes. De ahí que surja cierta predisposición a que nadie cumpla las leyes vigentes, siendo la economía informal una consecuencia inmediata de la complejidad legal. Enrique Ghersi escribió: “En mi concepto, el elemento central es que no hemos entendido qué es la corrupción. Generalmente la tomamos como una causa, cuando es un efecto”.
“Este elemento me parece capital para poder entender la lógica de los sistemas corruptos. Todos nos preocupamos por el problema pero creemos que lo que ocurre es que, como somos demasiado corruptos, no funciona el sistema, no funciona la democracia, no funciona la ley, cuando es exactamente al revés. Como no funciona el estado de derecho, como no funciona el sistema institucional, se produce la corrupción como una alternativa para que la gente pueda desarrollar sus diferentes actividades económicas”.
“¿Qué ocurre si ustedes les exigen a los ciudadanos mucho tiempo o mucha información para cumplir con una ley? Esta ley no se cumple, ni se obedece, sólo se cumplen las leyes que demanden una cantidad de tiempo e información que sea menor que el beneficio previsto por el ciudadano para cumplir con ellas” (De “Los desafíos a la sociedad abierta”).
El excesivo poder de los sindicalistas es otro de los aspectos que tienden a impedir el desarrollo económico. En el caso argentino, basta que al líder del sindicato de camioneros se le ocurra organizar una huelga nacional para que todo el país quede virtualmente parado. Las posibilidades que tienen para la extorsión son enormes. Mientras que las excesivas demandas de aumentos de sueldos benefician a quienes ya tienen empleo, atentan contra la creación de nuevos puestos de trabajo. Lorenzo Bernardo de Quiroz escribió: “La regulación del despido es una de las instituciones medulares que hacen que las economías europeas tengan tasas de desempleo altas. La regulación del despido, creada con la benéfica intención de impedir que las empresas abusen de su poder sobre los trabajadores y por lo tanto les arrojen al desempleo cuando lo consideren oportuno, sin indemnizaciones fuertes, ha producido un efecto contrario. Funciona como un impuesto sobre el trabajo. A medida que los costes de despido son más caros, despedir a un trabajador cuando la economía se debilita o cuando las condiciones de una empresa lo necesitan se vuelve administrativamente muy complicado y además las indemnizaciones para aplicar esas medidas son muy costosas, los empresarios no contratan trabajadores en las fases en las que necesitan mayor demanda de mano de obra, sencillamente porque si la economía va mal, no van a poder resolver” (De “Los desafíos a la sociedad abierta”).
Mientras que los trabajadores latinoamericanos tratan de emigrar de sus países, las empresas tratan de no invertir en Latinoamérica. Los primeros quieren ir a EEUU por cuanto allí existe una economía de mercado más desarrollada que en otras partes, mientras que las empresas internacionales poco interés tienen en venir a Latinoamérica debido a las reglas mercantilistas predominantes y cambiantes.
Sería una gran solución que las empresas internacionales viniesen a los países en donde más las necesitamos. Sin embargo, cuando el empresario se entera de que gran parte de sus ganancias será confiscada para pagar los enormes gastos del Estado debidos a la excesiva cantidad de empleos públicos improductivos; o cuando se entera que una futura y masiva decisión electoral puede llevar en poco tiempo a la expropiación de sus inversiones; o si le va mal podrá perder su empresa al ser luego calificada como “empresa recuperada”; o cuando los sindicalistas lo extorsionan fijándole el monto de los sueldos que debe pagar a los empleados; o cuando los gobernantes le exigen pagos ilegales para poder desempeñarse como productor, entonces el empresario tiende a ir a lugares más serios y más seguros.
Otro de los principios mercantilistas es el proteccionismo de las industrias locales impidiendo la competencia con industrias foráneas. Por lo general, ello conduce, como todo monopolio parcial, a la suba de precios y a la reducción de la calidad de los productos. Cierto proteccionismo es necesario bajo condiciones de crisis. Sin embargo, bajo condiciones normales resulta beneficioso contemplar el libre comercio internacional como una meta a lograr. Recordemos que Gandhi convence a los indios de boicotear las telas fabricadas en Inglaterra promoviendo su confección manual por medio de la rueca. El proteccionismo se justifica cuando los efectos inmediatos son negativos, no así como una tendencia definitiva.
Cuando los países tratan de salir del mercantilismo para entrar en una etapa con economía de mercado, estiman que sólo con privatizar las empresas estatales ineficientes se establecen las condiciones necesarias para ello. Sin embargo, si de un monopolio estatal se pasa a un monopolio privado, las cosas no habrán cambiado demasiado. Álvaro Vargas Llosa escribió al respecto: “Por todas partes de América Latina el monopolio campea. Cada vez que se privatiza una empresa se la concede o se la entrega a alguien en calidad de monopolio, entregándole un mercado cautivo, es decir, a un grupo de consumidores que son los prisioneros de ese empresario que se va enriqueciendo de una manera que tiene poco que ver con sus méritos para seducir consumidores”.
La educación, por lo general, está basada en la promoción de la “justicia social” que apunta esencialmente a la confiscación estatal de las ganancias del sector productivo para ser redistribuidas entre los que poco o nada producen, en lugar de promover la capacitación suficiente para el surgimiento de nuevos empresarios. Carlos Alberto Montaner escribió: “Sólo se genera riqueza en las empresas, es decir, en las organizaciones que crean un producto o un servicio para el consumo de unas personas distintas de quienes produjeron esos bienes”.
“Esas organizaciones pueden estar constituidas por una persona, por dos o por doscientas mil, como la General Motors. Y aunque no es exactamente igual en todos los países, se puede afirmar que el 90% de los asalariados del planeta trabaja en pequeñas y medianas empresas que no llegan a 50 trabajadores”.
“Para poder subsistir, las empresas están obligadas a tener beneficios y a invertir constantemente bienes de capital o en alguna forma de investigación que les permita mejorar lo que ofrecen. Si las empresas no obtienen beneficios, sencillamente desaparecen y, con ellas, los puestos de trabajo de los asalariados” (De “Los desafíos a la sociedad abierta”).
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