La Revolución Industrial, iniciada en la Inglaterra del siglo XVIII, está asociada a la labor innovadora de los inventores, como lo fue James Watt; el perfeccionador de la máquina de vapor. Tal revolución sólo pudo establecerse bajo el predominio de ideas capitalistas ya que hasta esa época se los rechazaba por cuanto sus inventos habrían de relegar laboralmente a muchos obreros. El estancamiento de las épocas previas al surgimiento del capitalismo se debió a la actitud negativa hacia toda innovación. Ludwig von Mises escribió: “La denominada Revolución Industrial fue consecuencia de la revolución ideológica provocada por las doctrinas de algunos economistas. Estos economistas demostraron la inconsistencia de los viejos dogmas: 1) que no era justo ni lícito vencer al competidor produciendo artículos mejores y más baratos; 2) que era reprobable desviarse de los métodos tradicionales de producción; 3) que las máquinas resultaban perniciosas porque causaban paro; 4) que el deber del gobernante consistía en impedir el enriquecimiento del empresario, debiendo –en cambio- conceder protección a los menos aptos frente a la competencia de los más eficientes; 5) que restringir la libertad empresarial mediante la fuerza y la coacción del Estado o de otros organismos o asociaciones promovía el bienestar general. La Escuela de Manchester y los fisiócratas franceses formaron la vanguardia del capitalismo moderno. Fueron ellos quienes hicieron progresar las ciencias naturales que han derramado el cuerno de la abundancia sobre las masas populares” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).
En los países subdesarrollados, sin embargo, predominan todavía las ideas que fueron desechadas desde hace tiempo por las sociedades más evolucionadas. Enrique Arenz escribió: “Cuando el físico francés Denis Papin inventó en 1707 la primera máquina de vapor y construyó con ella el primer barco de ruedas impulsado mecánicamente, la poderosa corporación de los bateleros (propietarios de botes pequeños) alarmada por este avance técnico que amenazaba sus privilegios monopólicos sobre el transporte fluvial, ordenó la destrucción del nuevo invento hecho que se consumó cerca de Münden, en Hannover. El férreo sistema corporativo «mercantilista», fue durante siglos una severa forma de inhibición social que obstruía toda creatividad humana que afectaba los privilegios de los artesanos agremiados y asociados con el Estado”.
“Pero no nos escandalicemos con lo que ocurría en Europa en 1707. Si el mismo Papin viniera hoy a la Argentina y quisiera aplicar su genio a la explotación de petróleo, el gas natural, la gran minería o la energía eléctrica, le volvería a ocurrir algo parecido, ya que el Estado ha monopolizado aquí tales actividades inhibiendo así las infinitas energías potenciales que, de haber libertad, podrían volcarse privadamente a su acelerado desarrollo, con el consiguiente beneficio para toda la sociedad. (Claro que a Papin le quedaría la opción –como a nuestros ingenieros y técnicos- de aspirar a un empleo público en alguna de las gigantescas empresas estatales que monopolizan aquellos rubros. Pero en tal caso dejaría de ser un hombre de ciencia para transformarse en un burócrata)” (De “Libertad: un sistema de fronteras móviles”-Juan José Zuccoli Editor-Mar del Plata 1986).
La libertad promovida por el capitalismo no sólo afecta al empresario, sino también al empleado. Ello se debe a la simple y evidente realidad de que el trabajo esclavo resulta improductivo, además de las razones motivadas por cuestiones morales. Aun cuando los empresarios estén dominados por el egoísmo, al estar enfrentados por la competencia propia del mercado, no tendrán otra alternativa que cuidar su capital humano (empleados) para que no se vayan a trabajar a una empresa rival. Ludwig von Mises escribió: “Descartando toda otra dialéctica, un solo razonamiento válido hay contra la esclavitud, a saber: que el trabajo del hombre libre es incomparablemente más productivo que el del esclavo. Carece éste, en efecto, de interés personal por producir lo más posible. Aporta a regañadientes su esfuerzo y sólo en la medida de lo indispensable que le permita eludir el correspondiente castigo. El trabajador libre, en cambio, sabe que cuanto mayor sea su productividad mayor también, en definitiva, será la recompensa que le corresponde” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).
La mentalidad capitalista no sólo permitió a los inventores desarrollar sus potenciales aptitudes, sino también a los obreros, que venían de un pasado de esclavitud o de servidumbre. Arenz agrega: “El advenimiento del sistema capitalista hacia 1750 produjo el gran milagro: terminó con el hambre y transformó al «vasallo» en un trabajador, jerarquía social que le permitiría adquirir una dimensión humana desconocida hasta entonces y comenzar a tomar conciencia de su dignidad como persona, de sus derechos y de su importancia en el nuevo orden económico”.
Los opositores al capitalismo, por lo general, tergiversan la realidad histórica aduciendo que, antes del capitalismo, la gente vivía bien y que, a partir del capitalismo, comienza el progreso económico de los sectores adinerados a costa del hambre en los sectores laborales inferiores. Sin embargo, según los historiadores, la población humana estuvo estancada antes de la irrupción del capitalismo, mientras que a partir de su aparición, aumenta notablemente, indicando mejores condiciones de vida. Por supuesto que la erradicación de la miseria lleva tiempo y ningún sistema puede solucionar mágicamente todos los problemas sociales existentes. Friedrich A. Hayek escribió: “Las cifras de población, que durante muchos siglos habían permanecido prácticamente constantes, empezaron ahora a elevarse extraordinariamente. El proletariado, que el capitalismo creó, por así decirlo, no era, por consiguiente, una parte de la población que habría existido sin él, y que fue reducido por él a un nivel de vida más bajo; se trata más bien de un incremento de la población que sólo pudo tener lugar gracias a las nuevas posibilidades de ocupación creadas por el capitalismo”.
“La afirmación de que el aumento de capital hizo posible la aparición del proletariado sólo es verdad en el sentido de que el capital elevó la productividad del trabajo, y, en consecuencia, un número mayor de hombres, a los cuales sus padres no habrían podido dar los necesarios medios de producción, pudieron mantenerse gracias solamente a su trabajo; pero primero hubo que crear el capital”.
“Es cierto que esto no tuvo como causa la generosidad, pero por primera vez en la historia ocurrió que un grupo de hombres tuvo interés en invertir gran parte de sus ingresos en nuevos medios de producción, que debían ser utilizados por personas cuyos alimentos no habrían podido ser producidos sin aquellos medios de producción” (Citado en “Libertad. Un sistema de fronteras móviles”).
En cuanto a los datos del aumento de la población, Sam Lilley escribió: “Se destaca mejor el efecto de las transformaciones industriales sobre el número de habitantes, comparando el aumento medio anual en diversos periodos. Entre 1483 y 1700, el aumento medio anual por cada mil habitantes fue de 0,7; entre 1700 y 1750 de 3,3: luego, a medida que los efectos de la Revolución Industrial se hacían sentir en forma más marcada, ascendió rápidamente a 8,5 en 1750-1811, y a 12,8 en 1811-1851” (De “Hombres, máquinas e historia”-Ediciones Galatea Nueva Visión SRL-Buenos Aires 1957).
El proceso de la Revolución Industrial estuvo asociado al desempleo tecnológico, en un comienzo, para seguir luego una etapa de mejoras generales en toda la población. Sam Lilley escribe al respecto: “Quizá lo más evidente fue la desocupación en masa de los artesanos desplazados, absorbidos sólo con lentitud por las fábricas en ampliación. Tal desocupación (en ese periodo) fue sólo temporal, mas no por eso dejó de ser seria para los desplazados. Las máquinas eran, al parecer, la causa de esa desocupación. Realizaban un trabajo que antes requería numeroso obreros. Poco debe extrañar pues que los artesanos se rebelaran contra estas máquinas. El 1663 y también en 1767, destruyeron en Londres aserraderos mecánicos. En 1676 se produjeron disturbios contra el telar de cintas y en 1710, contra las máquinas de tejer medias. John Kay vio su casa destruida en 1753, y se vio obligado a abandonar el país….”.
“Con todo, tras toda esta miseria evidente, las máquinas y el sistema fabril traían aparejados también inmensos beneficios. Permitían disponer de cantidades mucho mayores de toda suerte de mercancías. Los obreros no obtenían automáticamente, por supuesto, su parte de esos artículos –debieron aprender a luchar por ella-, pero obtenían cierta parte, y en general las condiciones de vida mejoraron después del periodo sombrío de las primeras décadas”.
“El mejor índice de este mejoramiento lo constituye quizá el número de habitantes, que se elevó en Inglaterra y Gales desde 6,5 millones en 1750 hasta más de 10 millones en 1811. Parte de ese aumento se debió a un crecimiento de la natalidad; pero la parte mayor, a una disminución de la mortandad, lo cual constituye una evidencia de mejor salud y de un nivel de vida en continua elevación. Estas mejoras provenían a su vez, en parte, de la mayor productividad de las máquinas, aunque no debe olvidarse la igualmente importante revolución paralela en los métodos agrícolas”.
“En los hospitales de Londres, entre 1749 y 1758, moría una madre de cada cuarenta y dos que daban a luz y un niño de cada quince recién nacidos; en 1799-1800, las muertes se habían reducido a una madre de 914 y a un niño de 115. En parte, esto demuestra que las futuras madres llegaban al hospital en mejor estado de salud y mejor alimentadas. En parte, que habían mejorado el conocimiento médico y los servicios médicos; pero esto, a su vez, debe algo al hecho de que la mayor productividad agrícola e industrial permitía a un mayor número de hombres abandonar la producción de artículos de primera necesidad y dedicarse en cambio al estudio y a la práctica de la medicina”.
“Así, pues, pese a su aspecto sombrío, las transformaciones industriales de los siglos XVII y XVIII significaron un tremendo paso adelante para la humanidad, un paso hacia la posición en que nos encontramos hoy, con la perspectiva de eliminar para siempre la miseria y de brindar a todos las bases materiales sobre las cuales fundar una vida plena y feliz”.
La mentalidad anticapitalista, sin embargo, prevalece en los países subdesarrollados. Aunque todo tiene su costo, incluso el hecho de vivir en la mentira interpretando las épocas del surgimiento del capitalismo según la versión marxista de la historia. Aun cuando algunos países posean riquezas naturales suficientes, ello no impide que la aplicación de economías mercantilistas o socialistas lleven a esos países a niveles de pobreza alarmantes, como Venezuela, con un 82% de pobres.
Debido a la mentalidad reinante, la Argentina sigue a Venezuela, aunque a un ritmo bastante menor. Es hora de orientarnos en base a la verdad histórica para evitar que la pobreza siga aumentando y haciendo estragos en sectores cada vez más numerosos. El “cambio de mentalidad” tan necesario y tantas veces propuesto, puede sintetizarse simplemente en un cambio que nos lleve a vivir en la verdad en lugar de seguir viviendo en la mentira.
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