La Psicología social considera dos tendencias básicas que orientan las acciones humanas: cooperación y competencia. De ahí que la mentalidad favorable para una paz duradera ha de priorizar la cooperación entre los seres humanos en desmedro de la competencia. Por el contrario, actitudes tales como el egoísmo, el odio y la negligencia, promoverán, tarde o temprano, distintas formas de conflictos, que van desde la violencia familiar a la social y, finalmente, a la guerra entre naciones.
La actitud cooperativa surge con cierta naturalidad de la visión del astrónomo, que fija sus pensamientos en espacios muy amplios y en tiempos muy largos. Cuando piensa en el ser humano, lo apreciará bajo una perspectiva que surge de alguien que lo observa desde “el espacio exterior” y lo verá como un integrante de la humanidad. No distinguirá subgrupos, como hacemos los demás, sino que observará sólo individuos regidos por las mismas leyes naturales y como integrantes de un único grupo que busca su supervivencia indagando la voluntad aparente del universo. Fred Hoyle escribió: “Siempre he creído que las guerras no se desencadenan a causa de las armas y las bombas, los barcos y los aviones, sino debido a los uniformes, las gorras y los cascos. Ojalá llegue el día en que todos los países del mundo se pongan de acuerdo en vestir los mismos uniformes y tocarse con cascos idénticos; entonces estaré seguro de que, por fin, se ha eliminado la guerra de la faz de la Tierra. Mientras no se lleva a la práctica este proyecto, lo primero que hace con su ejército toda nación, incluso antes de adquirir armas, es vestir a sus soldados con uniformes diferenciados y, por lo tanto, crear artificialmente una nueva «subespecie» de hombre que ha prestado juramento de destruir otra «subespecie» creada también artificialmente. A este tipo de situaciones debe enfrentarse el sentido moral del hombre” (De “El universo inteligente”-Ediciones Grijalbo SA-Barcelona 1984).
Mientras políticos y religiosos pugnan por hacer triunfar sus ideas o sus creencias, promueven nuevas divisiones entre los hombres. Aunque no todas las políticas ni todas las religiones son iguales, por lo que algunas de ellas serán compatibles con la realidad. De ahí que debamos esperar, especialmente de los astrónomos, que nos “contagien” un tanto con sus visiones universalistas. Carl Sagan escribió: “Nos encanta la compañía de los demás; nos preocupamos los unos de los otros. Cooperamos. El altruismo forma parte de nuestro ser. Hemos descifrado brillantemente algunas estructuras de la Naturaleza. Tenemos motivaciones suficientes para trabajar conjuntamente y somos capaces de idear el sistema adecuado. Si estamos dispuestos a incluir en nuestros cálculos una guerra nuclear y la destrucción total de nuestra sociedad global emergente, ¿no podríamos también imaginar la reestructuración total de nuestras sociedades?”.
“¿No deberíamos pues estar dispuestos a explorar vigorosamente en cada nación posibles cambios básicos del sistema tradicional de hacer las cosas, un rediseño fundamental de las instituciones económicas, políticas, sociales y religiosas?”.
Mientras que las distintas figuras representativas de las naciones, de la religión y de la política, emiten mensajes dirigidos a un subgrupo de la humanidad, con una validez restringida o nula para el resto, Carl Sagan se pregunta: “Sabemos quién habla en nombre de las naciones. Pero ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tierra?” (De “Cosmos”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1980).
La cooperación económica es vista (aunque no por todos) como el principal promotor de la paz y el principal impedimento para la guerra entre naciones. Juan Bautista Alberdi escribía en el siglo XIX: “¿Queréis establecer la paz entre las naciones hasta hacerles de ella una necesidad de vida o muerte? Dejad que las naciones dependan unas de otras para subsistencia, comodidad y grandeza. ¿Por qué medio? Por el de una libertad completa dejada al comercio o cambio de sus productos y ventajas respectivas. La paz internacional de ese modo será para ellas el pan, el vestido, el bienestar, el alimento y el aire de cada día”.
“Esa dependencia mutua y recíproca, por el noble vínculo de los intereses, que deja intacta la soberanía de cada uno, no solamente aleja la guerra porque es destructora para todos, sino que también hace de todas las naciones una especie de nación universal, unificando y consolidando sus intereses, y facilita por este medio la institución de un poder internacional, destinado a reemplazar el triste recurso de la defensa propia en el juicio y decisión de los conflictos internacionales: recurso que en vez de suplir a la justicia, se acerca y confunde a menudo con el crimen”.
En oposición al libre comercio internacional aparecen los nacionalismos económicos que tienden a impedirlo. Alberdi agrega: “¿Creéis que haya inconvenientes en que una nación dependa de otra para la satisfacción de las necesidades de su vida civilizada? ¿Por qué razón?”.
“La industria de una nación que pide al gobierno protección contra la industria de otra nación que la hostiliza por su mera superioridad, saca al gobierno de su papel y da ella misma una prueba de cobardía vergonzosa”.
“El gobierno no ha sido instituido para el bien especial de este o de aquel oficio, sino para el bien del Estado todo entero. El gobierno no es el patrón y protector de los comerciantes o de los marinos, o de los fabricantes; es el mero guardián de las leyes, que protegen a todos por igual en el goce de su derecho”.
“Limitar o restringir la entrada de los bellos productos de fuera, para dar precio a los productos inferiores de casa, es como poner trabas a la entrada en el país de las bonitas mujeres extranjeras, para que se casen mejor las mujeres feas…”.
“¿Teméis los estragos sin sangre de la concurrencia comercial e industrial, y no teméis las batallas sangrientas de la guerra? Un país que ha vencido al extranjero en los campos de batalla, y que pide a su gobierno que proteja su inepcia e incapacidad por el brazo de la fuerza contra la sombra que le da brillo del extranjero, prueba una pusilanimidad inexplicable y vergonzosa”. “Si es gloria vencer al extranjero por la espada, mayor es vencerlo por el talento…” (De “El crimen de la guerra”-Editorial Palomino-La Plata 1947).
El proteccionismo económico generalmente viene acompañado de cierta negligencia laboral o productiva, que busca justificarlo. El citado autor escribió al respecto: “Cuando se dice que la riqueza nace del trabajo se entiende que del trabajo del hombre, pues trata la riqueza del hombre. En otros términos, la riqueza nace del hombre”. “Decir que hay tierras que producen algodón, seda, caña de azúcar, etc., es como decir que la máquina de vapor produce movimiento, el molino produce harina, el telar produce lienzo, etc.”.
“No es la máquina la que produce, sino el maquinista. La máquina es el instrumento de que se sirve el hombre para producir; y la tierra es una máquina como el arado mismo en manos del hombre, único productor”. “El hombre produce en proporción, no de la fertilidad del suelo que le sirve de instrumento, sino en proporción de la resistencia que el suelo le ofrece para que él produzca”.
“El suelo pobre produce al hombre rico, porque la pobreza del suelo estimula el trabajo del hombre, al que más tarde debe su riqueza”. “El suelo que produce sin trabajo, sólo fomenta hombres que no saben trabajar. No mueren de hambre, pero jamás son ricos. Son parásitos del suelo y viven como las plantas. La vida de las plantas naturalmente, no la vida digna del ente humano, que es el creador y hacedor de su propia riqueza”.
En estos pasajes, Alberdi en cierta forma presagia lo que ha de ser de la Argentina; país en el que se confunde la riqueza con los medios para lograrla. “La riqueza natural y espontánea de ciertos territorios es un escollo del que deben preservarse los pueblos inteligentes que los habitan. Todo pueblo que come de la limosna del suelo, será un pueblo de mendigos toda la vida…”. “La tierra es madre, el hombre es el padre de la riqueza. En la maternidad de la riqueza no hay generación espontánea. No hay producción si la tierra no es fecundada por el hombre. Trabajar es fecundar. El trabajo es la vida, es el goce, es la felicidad del hombre” (Citado en “Crisol” de Irma Verissimo-Editorial Codex SA-Buenos Aires 1968).
Así como existen estímulos para la cooperación, que buscan una paz duradera, existe también una promoción del odio entre sectores, o clases sociales, que favorece el conflicto permanente, tal como lo propone el socialismo. En lugar de estimular en cada individuo una igualdad productiva, se lo insta a exigir una igualdad en la satisfacción de sus necesidades. Se trata de una dependencia, no recíproca, entre los generadores de riquezas y los consumidores de las mismas. De ahí la expresión: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.
Una sociedad basada en el odio entre sectores, surge del estímulo de la mentira y de la búsqueda de protección al envidioso, por lo cual el socialismo apunta a desvirtuar precisamente el sentido de la palabra “sociedad”, ya que trata de proteger al que padece un gran defecto en lugar de inducirle a abandonarlo. José Ingenieros escribió: “Entre las malas pasiones ninguna la aventaja. Plutarco lo decía ya –y lo repite La Rochefoucauld- que existen almas corrompidas, hasta jactarse de pasiones abominables; pero ninguna hay que haya tenido el coraje de confesarse envidiosa. Aunque la principal razón de ello está en que confesar la propia envidia implica, a la vez, declararse inferior al envidiado, no es menos cierto que se trata de una pasión tan abominable, y tan universalmente detestada, que avergüenza al más impúdico y se hace lo indecible por ocultarla”.
“En su estudio sobre los caracteres, Mantegazza opina que el envidioso pertenece a una especie moral raquítica, mezquina, a menudo abyecta, sólo digna de compasión o de desprecio. La falta de coraje le impide ser malo y se resigna a ser vil. Jamás confiesa lo que siente; cavila en rebajar a los otros, desesperanzado de la propia elevación. Le faltan las reacciones del odio; las expresa tartajeando y es incapaz de desahogarlas en ímpetus viriles. Vive con la boca amargada por una hiel que no consigue arrojar ni tragar. La cinta métrica empacha sus manos; sólo se afana por medir a los demás, en su anhelo desesperado de rebajarlos hasta su propia medida”. “Llevan todos el castigo de su culpa. El espartano Antístenes, al saber que le envidiaban, contestó con acierto: «Peor para ellos; tendrán que sufrir el doble tormento de sus males y de mis bienes…»” (Citado en “Crisol”).
En nuestra época, parece toda una novedad afirmar que una paz duradera se ha de lograr a partir de la drástica reducción de nuestras actitudes erróneas (egoísmo, odio y negligencia) y de una decidida búsqueda del predominio de una actitud de cooperación.
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