En el ámbito de la política se advierte una situación contradictoria y es la que se observa en aquellos partidos que son democráticos en lo político pero totalitarios en lo económico, ya que reconocen la madurez del pueblo para elegir sus gobernantes, pero no así para su desempeño en cuestiones productivas y distributivas. Este es el caso de la socialdemocracia.
Desde los puntos de vista político y económico, se puede hacer la siguiente clasificación de las diversas tendencias ideológicas:
a) Liberales: Democráticos en lo político – Democráticos en lo económico (mercado)
b) Socialdemócratas: Democráticos en lo político – Totalitarios en lo económico (intervencionismo)
c) Socialistas: Totalitarios en lo político – Totalitarios en lo económico (comunismo, fascismo)
El liberalismo, conociendo el egoísmo humano, promueve la división de poderes en lo político, de manera de evitar la concentración de poder en dictaduras y tiranías; promueve también la competencia económica entre egoísmos enfrentados, de donde surgirán comportamientos cooperativos. El totalitarismo, por el contrario, prohíbe a los partidos políticos democráticos, tal como ha ocurrido bajo regimenes fascistas y comunistas. Además, prohíbe la libre competencia económica para establecer un control y dirección estatal de la economía.
La socialdemocracia avanza todo lo que puede hacia el totalitarismo económico, si bien su accionar queda limitado ante el compromiso de respetar las reglas de la democracia. Socialistas y socialdemócratas coinciden en sus ataques hacia la democracia económica o economía de mercado.
Luego de la derrota de los regímenes fascista y nazi, y de la posterior caída del comunismo, era de esperar que las ideas promovidas por personajes siniestros tales como Mussolini, Hitler, Stalin y Mao dejaran de ser influyentes, sin embargo, debe admitirse que todavía gobiernan ideológicamente a gran parte de la humanidad. Ello se debe a que el sector socialdemócrata coincide esencialmente con sus puntos de vista aplicados a la economía.
Entre los líderes visibles de la socialdemocracia encontramos a figuras representativas del Partido Demócrata de los EEUU, como fue el caso del ex presidente Barack Obama. Al respecto, el economista Thomas Sowell escribió en 2012: “Me molesta un poco cuando los conservadores llaman «socialista» a Barack Obama. Desde luego el presidente es enemigo del libre mercado, y quiere que políticos y burócratas tomen las decisiones fundamentales en materia económica. Pero eso no significa que abogue por la propiedad estatal de los medios de producción, que es por lo que se define canónicamente al socialismo”.
“Lo que viene impulsando el presidente Obama es más insidioso: el control público de la economía aun cuando la propiedad quede en manos privadas. Así los políticos podrán manejar el cotarro y culpar a los empresarios cuando sus brillantes ideas nos lleven al desastre”.
“Si las cosas van bien, es gracias a mí; si van mal, es por tu culpa. Esa manera de ver las cosas es harto preferible para Obama, que puede recurrir a multitud de chivos expiatorios para explicar sus fracasos en vez de cargar siempre contra el presidente Bush Jr.. Si el Estado es el propietario de los medios de producción, habrá de asumir su responsabilidad cuando las cosas vayan mal, algo que Obama huye como de la peste”.
“La Administración Obama puede obligar, de forma absolutamente arbitraria, a las compañías de seguros a asegurar a los hijos de sus clientes hasta que tengan 26 años. Evidentemente, una medida así granjea a Obama la simpatía de la gente; pero si redunda en un aumento de las primas, entonces siempre puede atribuirse este efecto pernicioso a la «avaricia» de las aseguradoras. El mismo principio, o la misma falta de principios, rige en múltiples ámbitos del sector privado. Es una artimaña política de gran éxito que puede adaptarse a toda suerte de situaciones”.
“Una de las razones de que los analistas pro y anti Obama puedan ser reacios a considerarle fascista es que unos y otros tienden a aceptar la noción imperante que sitúa el fascismo en la derecha del espectro político y al presidente demócrata en la izquierda. Pues bien, resulta que allá por los años 20 del siglo pasado, cuando el fascismo era una novedad política, general y apropiadamente se lo encuadraba en el ámbito de la izquierda. El gran libro de Jonah Goldberg «Liberal fascism» (Fascismo progresista) aporta pruebas abrumadoras del afán fascista por alcanzar los objetivos de la izquierda, y de que la consideraba de su cuerda a los fascistas”.
“Durante los años 20, el padre del fascismo, Benito Mussolini, era adorado por la izquierda tanto en Europa como en América. Incluso Hitler, que adoptó por entonces las ideas fascistas, era considerado por algunos, como W. E. B. Du Bois, como un hombre de izquierdas. Fue durante los años 30, cuando los desmanes de Hitler y Mussolini repugnaron al mundo, que la izquierda se distanció del fascismo y de su vástago alemán, el nazismo, y se los endilgó a la derecha, para que sus rivales pecharan con semejantes parias internacionales”.
“El socialismo, el fascismo y otras ideologías de izquierda tiene en común la idea de que cierta gente sabia –los capitostes de la izquierda, sin ir más lejos- tiene que tomar las decisiones por la gente de inferior nivel e imponer las mismas por decreto. La de la izquierda no es, pues, sólo una visión sobre el mundo, también sobre los propios líderes izquierdistas, seres superiores que persiguen fines superiores. Visión que choca directamente con lo recogido en nuestra Constitución, que comienza con el célebre «Nosotros, el Pueblo…»”.
“He aquí por qué la izquierda lleva más de un siglo tratando de relajar o esquivar las limitaciones constitucionales al Gobierno mediante nuevas interpretaciones de nuestra ley suprema por parte de jueces progresistas, basadas en la noción de «Constitución viva», por la cual las decisiones tienen que pasar de las manos de «Nosotros, el Pueblo» a las de nuestros benefactores. El narcisismo insito a la cosmovisión izquierdista hace que sus seguidores desarrollen un ego increíble, por lo que los meros hechos no les harán cambiar de ideas. Sólo si tomamos en cuenta la trascendencia de lo que está en juego podemos salvarnos de la demoledora presunción de nuestros ungidos, ya se les conozca por socialistas o por fascistas”.
“Si les compramos su retórica embriagadora, estaremos vendiendo nuestra libertad” (Artículo publicado en el suplemento «Exteriores» de Libertad Digital el 25/Junio/2012).
A partir de la vieja oposición del liberalismo a los privilegios asociados a la sociedad feudal y luego a la monarquía, incluido el clero, surge una actitud antagónica por parte de la Iglesia hacia los sectores liberales. Entre los opositores católicos a la democracia económica aparecen los jesuitas, de donde surge la figura del, posiblemente, máximo líder socialista, o socialdemócrata, de la actualidad, Jorge Bergoglio, es decir, el Papa Francisco. Tanto Obama como Francisco mostraron simpatías poco disimuladas ante líderes totalitarios como Fidel Castro, con el cual compartían varias ideas.
Cuando los jesuitas se instalan en América, en la época de la conquista, establecen un sistema económico del tipo totalitario, lo que no resulta sorprendente. Carlos Alberto Montaner escribió: “Que se sepa, la única experiencia directamente fomentada por los jesuitas han sido las reducciones del Paraguay del siglo XVII y XVIII, y esas extrañas teocracias más se asemejaban a tristes Estados totalitarios que a cualquier otra cosa. ¿Vivían aquellos pobres tupí-guaraníes en armonía con la creación? No lo parece, a juzgar por la alta tasa de deserciones o por el escaso interés que pusieron en defender las reducciones cuando llegaron a su fin” (De “La libertad y sus enemigos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).
Los ataques de los jesuitas contra el liberalismo son contradictorios y falsos en su mayor parte por cuanto siguen el estilo del hombre de calle que repite lo que ha instalado la “sabiduría popular”. En una Carta contra el liberalismo, escriben: “La tarea que tenemos por delante es urgente: emprender un estudio e investigación del neoliberalismo en nuestros centros de estudio para analizar medidas y tomar opciones pertinentes”.
Montaner comenta al respecto: “De manera que los jesuitas han salido a combatir al «neoliberalismo» antes de estudiarlo, fenómeno un tanto extraño en una orden de reconocido rigor intelectual. Lo procedente es estudiar las posiciones de los otros, y entonces decidir si nos parecen contrarias a nuestros ideales, intereses o concepciones morales”.
En pleno siglo XXI, teniendo en cuenta los resultados conocidos, se puede asegurar que existe una enorme diferencia a favor de los sistemas democráticos respecto de los totalitarios, de donde sólo puede admitirse que la promoción de una vuelta al socialismo sólo puede provenir de la ignorancia o de la maldad orientada en contra de los sectores productivos. Si se tienen en cuenta los resultados comparativos entre Corea del Sur y Corea del Norte, Alemania Occidental y Alemania Oriental, la anterior China socialista y la actual China con economía capitalista, se advierte una clara diferencia a favor de las economías de mercado. El citado autor agrega: “Pero ¿cómo los jesuitas llegaron a la conclusión de que los neoliberales y la globalización perjudican a los pueblos?: «Convierten al mercado en el eje absoluto de todos los procesos humanos de las naciones, y finalmente, esta concepción considera normal que nazcan y mueran en la miseria millones de hombres y mujeres del continente incapaces de generar ingresos para comprar una calidad de vida más humana»”.
“Más bien sucede que las economías abiertas, globalizadas, guiadas por el mercado, son las que han conseguido reducir sustancialmente los índices de miseria y el porcentaje de personas calificadas como indigentes. ¿No parece obvio que la globalizada Corea del Sur, sujeta a los rigores del mercado, ha combatido con bastante más éxito la pobreza que la autárquica Corea del Norte, encharcada en la locura aislacionista?”.
Una de las primeras acciones que se requieren para intentar revertir la actual situación de crisis de muchos países, consiste en intentar cumplir con al viejo y simple mandamiento bíblico que nos ordena: “No levantar falso testimonio ni mentir”.
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